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Un hombre con atributos (David Lodge)

H. G. Wells (1866-1946) llegó a ser durante la primera y la segunda década del siglo XX uno de los escritores más populares en todo el mundo merced a novelas como La guerra de los mundos, La máquina del tiempo, El hombre invisible o La isla del doctor Moreau.

El título de esta magnífica novela de David Lodge (Londres, 1935) publicada en Impedimenta con traducción de Mariano Peyrou, Un hombre con atributos, es un título con retranca y certero, dado que más que la genialidad del autor -que además de novelista, fue también ensayista, conferenciante, enciclopedista y desarrolló su vis política, en pos de una utópica Gran bretaña Socialista, militando en la Sociedad Fabiana- se hace más hincapié en su genitalidad: Wells sacará todo el jugo a su extenso miembro, una y otra vez, sin dejar pasar por alto ninguna de las múltiples ocasiones en las que pueda consumar el acto sexual. Su existencia la podemos ver bajo la apariencia de una bicicleta en la que si una de las dos ruedas falla: el sexo o la creación literaria, todo se iría al traste irremediablemente.

«Él tenía que escribir lo que tenía que escribir, necesitaba desahogarse y pasar al siguiente libro. El trabajo, la práctica incesante de la escritura, con interrupciones ocasionales para distraerse por medio de encuentros sexuales o de juegos, era algo esencial para él si no quería verse abrumado por el nihilismo y la desesperación».

Si la novela fuese solo un sumatorio de lances amorosos o passades: Isabel, Jane, Amber, Amy Catherine, Rosamund, Rebecca, E, Moura, etc, etc, etc… tendría, creo, un alcance e interés limitados. Lodge hábilmente va entrelazando momentos que se inician en 1945, con los bombardeos alemanes, de las V1 y V2 sobre Londres, para remontarse luego hasta la niñez y adolescencia de Wells, para hablarnos de su origen humilde y del acicate que sintió pronto por aprender, por el conocimiento en todas sus vertientes, sus primeros trabajos como dependiente y luego como profesor, para más tarde ir alumbrando textos como Apariciones, La dama del mar, Kipps, Ann Veronica, novelas cortas, algunas publicadas por entregas en los periódicos, que irán dando relieve y notoriedad a su figura de escritor, escalando ininterrumpidamente en la jerarquía literaria y haciéndolo rico, lo que le permitirá vivir saneadamente y mejorar su salud.

De todas las figuras literarias que aparecen en la novela –Chesterton, Gorki, Bernard Shaw, los hermanos James, Arnold Bennett, Edith Nesbit, a la que Wells admira profundamente (fuente de inspiración para posteriores escritores como J. K. Rowling: «esa mujer te toca la fibra sensible como una arpista«; después de leer Los niños del ferrocarril, Wells le pregunta a Jane, su mujer, si alguna vez ha llorado leyendo algunos de sus libros y ella réplica que no, que ese no es su fuerte- la que más presencia tiene es la figura de Henry James, con quien Wells mantiene una relación epistolar amoldada a las felicitaciones y reconocimientos mutuos a sus respectivas obras, no sin ciertas reservas, hasta que la relación se hará añicos tras publicarse Boon, sátira de Wells en la que ponía al hilo a distintos escritores, y donde la personalidad más afectada sería la de James, que morirá sin que medie la reconciliación. Entre ellos siempre hubo distintas concepciones del arte. Para Henry James primaba lo estético, mientras que Wells en su escritura apresurada daba más importancia al mensaje, a la ideología de sus personajes, a que estos tuvieron algo que decir -Wells era considerado un eminente pensador-, como le reprochaba Wells a James respecto de sus personajes.

La presencia de Wells en la Sociedad Fabiana presenta múltiples contradicciones. Wells quiere un mundo socialista que reparta mejor la riqueza y beneficie a la sociedad en su conjunto, aunque vislumbra el horizonte desde su atalaya; ya sea una casita frente al mar, o un lago suizo, en la montaña, en la Provenza, en las verdes praderas que rodean Londres; bajo la premisa de que yo renunciaré a mis privilegios cuando todos los demás lo hagan, pero yo no daré el primer paso, yo no renunciaré a todo lo que tengo, es decir a mis privilegios, mi estatus, mi fortuna, mis múltiples posesiones tan alegremente. La sociedad Fabiana de la que formaba recogía en sus bases que la asociación estaba formado por socialistas que aspiraban a reorganizar la sociedad por medio de la expropiación de la tierra y el capital industrial a sus propietarios particulares y de su entrega a la comunidad en beneficio de todos. Si bien esto eran vaguedades porque no se decía cómo hacerlo y no salía del marco teórico, por lo que muchos formaban parte de esta sociedad sin miedo a tener que renunciar a sus propiedades privadas y verse así en la amarga tesitura de tener que entregárselas al Estado. Wells tendría siempre sus más y sus menos con los fabianistas hasta que decidió finalmente darse de baja en dicha sociedad.

En alguna de sus novelas futuristas planteaba un mundo en el que la sociedad debería estar gobernada al estilo platónico por una especie de aristocracia, casta que dirigiría el destino de la humanidad, dividida la sociedad entre los poetas, escritores y creadores, la parte más técnica; científico-laboral y la parte de mendigos o indeseables que estarían apartados en unas islas inaccesibles al resto a fin de que no contaminase la masa social. Obras fantásticas, como La guerra de los mundos, La guerra en el aire o El mundo liberado, que anticiparon, a modo de advertencia (con la presencia por ejemplo de bombas atómicas), lo que serían las masacres que tuvieron lugar durante la primera y la segunda guerra mundial y de las que Wells fue testigo, acabando al final desencantando de un mundo que parecía no haber aprendido nada de sus errores/horrores.

Wells se casa con Jane y enseguida comprueban que ella no puede satisfacer las desmedidas apetencias sexuales de Wells, aunque seguirán casados y ella le dará luz verde para que Wells tenga las aventuras que estime oportunas. Situación pareja a la que vivió, o sufrió, Zweig con Friderike, que al igual que Jane además de esposa y mecanógrafa, era más bien una compañera, una amiga, una asistente personal, una santa en boca de Wells, con muchas tragaderas, cuyos únicos objetivos parecen consistir para ambas en hacer la vida más cómoda a sus respectivos.

Wells además de dedicarse en cuerpo y alma al placer, al hedonismo extremo, no quiere ocupar su tiempo con nada (salvo copular) ni nadie (aquellas con las que copula) que lo distraiga de su quehacer literario así que cuándo se escape con Amber, una de sus amantes, descubrirá por unos días lo que es la vida cotidiana, aquella en la que uno debe hacerse las cosas a sí mismo sin la recua de criados.

Había que dedicar tanto tiempo a realizar tareas inusuales, porque no había quien las hiciera o por la falta de comodidades en el domicilio, que él apenas tenía tiempo para avanzar con su trabajo, por lo cual estaba nervioso e irritable.

Wells es un ultrafondista sexual que requiere del sexo como del comer, sexo que no debía implicar nada más que la satisfacción de su deseo.

Compartía con Elizabeth que el sexo era una fuente de placer y no la expresión de un profundo compromiso emocional.

Wells como los tenistas de élite no da por perdida ninguna bola, siendo muy capaz de remontar cualquier marcador adverso, superar dos set en contra, proseguir con un tie break interminable y alzarse con la victoria marcándose puntos con ángulos inverosímiles que lo abocan a finalizar copulando al aire libre sobre una hoja de periódico, por ejemplo. Wells registró todas sus aventuras sexuales en un libro/inventario que se publicaría en 1984, bastante después de su muerte y las de las mujeres citadas, que son una parte de las que Lodge menta, encuentros a los que Wells rara vez se resistía; ocasiones para el ayuntamiento se le presentaban al literato por doquier.

Cuando leemos una biografía lo que se nos presenta viene a ser como la declaración sin preguntas de un político: la narración de una serie de actos, logros, fracasos, etcétera, pero sin que alcancemos a descifrar qué le supone y aporta todo eso al biografiado, en qué medida lo metamoforsean, en el caso de Wells, la exitosa venta de libros como sus múltiples aventuras sexuales -llevando Wells a la práctica el amor libre que propugna, creando triángulos sexuales, viviendo varias vidas paralelas, manteniendo relaciones, en ocasiones con jóvenes de 20 años (para quienes Wells resulta una presencia arrebatadora y bien encamable), difíciles de mantener, en pos de un equilibrio que parece imposible- y ese es uno de los aspectos más interesantes -de los muchos que presenta la trepidante novela de Lodge- es su estructura, dado que Lodge crea una voz en la que Wells muda el monólogo en entrevista y se formula a sí mismo una serie de preguntas, con sus respuestas, en las que Lodge se permite, a fin de no morderse la lengua, interpelar, cuestionar, censurar, inquirir y reprobar, las acciones u omisiones de Wells y ya que en El arte de la ficción Wells no aparecía, Lodge le dedica 600 páginas muy vívidas a dar brillo la figura de Wells, dejando en todo caso la pelota en el tejado del lector, a fin de que sea este el que opte por olvidarse ya por siempre de Wells o bien que siga vivo a través de las continuas resurrecciones que faculten la lectura de sus obras.

Impedimenta. 600 paginas. 2019. Traducción de Mariano Peyrou

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La tristeza de las fiestas (Mariano Peyrou 2014)

Mariano Peyrou
2014
Editorial Pre-textos
130 páginas

Hasta que no leí el sexto relato de los doce que componen el libro, no caí en la cuenta de quién era Mariano Peyrou. Peyrou ha traducido Jota Erre la novela de William Gaddis que acabo de leer. Llegué a pensar que la prosa de Peyrou estaría infectada del estilo de Gaddis, de su fragmentación, del caos, de ese balbuceo como metáfora de la (in)comunicación moderna. Pues, no, los relatos de Peyrou son tan convencionales como aburridos, a pesar de que en la contraportada del libro lea que Peyrou es «un narrador sorprendente, dotado de una prosa sutil y lúdica y de una mirada penetrante y muy personal«.

De los relatos leídos ni uno sólo me ha sorprendido, más allá de poder apreciar ciertos toques humorísticos como el que tiene como protagonista a un jugador de ajedrez, que como no puede ser de otra forma, es tan extraordinario como repelente, o ese otro relato en el que Peyrou se deshace con palíndromos.
La prosa sutil no la encuentro por ninguna parte, tampoco esa mirada penetrante. Coincido con lo de la mirada (muy) personal. No sólo Peyrou, todos tenemos una mirada personal, creo.

La mayoría de los relatos son tan breves como inofensivos. Son como bengalas, fugaces fogonazos, tracas que mueren al poco de nacer, como Tres rosas, un escorzo de lo que es un ligue entre desconocidos.
El relato que da título al libro, La tristeza de las fiestas, lo mejor que tiene es el título. El relato contiene juegos literarios sobre el sentido de las palabras y esa batalla irresoluta entre los teóricos y los prácticos.
De La política exterior, lo he releído tres veces y.
En Lluvia y Descartes nos encontramos algo de filosofía que siempre viene bien para tratar de dar algo de caché a un libro. Disquisiciones sobre la esencia y la apariencia. Una filosofía que ni viene a cuento ni a relato. ¿El deseo que experimentamos es fruto de la esencia o de la apariencia ajena?.
Efectos secundarios. ¿Os gustan las sopas de letras, los autodefinidos, el juego del ahorcado?. Pues ánimo coger este li y a gozar del re.
En Las voces del coro, estamos expuestos a una relación entre un literato y su novia poeta y crítica literaria, que parece ir camino de la extinción. Entre las sombras acechan las vocecillas de Verlaine. Irónica vivisección de un poema.
La Colección no es más que una nimiedad de tres páginas. ¿Que qué colecciona el protagonista del relato?. A leerse, el libro, majos.
En Entrevista a Tobías, niño repelente, un niño ajedrecista y repelente pone de vuelta y media a un entrevistador que acaba haciendo al niño las preguntas que éste le formula. Resulta un entretenido pasatiempo matemático.

La manera en que organizamos el mundo, consiste en categorías establecidas para salir bien parados. Un sordo que no supiera que es sordo creería que todos los demás son mudos.

En Las ciencias exactas, dos hermanas divagan sobre el amor parejil, el compromiso, las infidelidades, las ataduras, las rutinas, la autoestima, desde puntos de vista contrapuestos, un relato que se infla como un globo, y revienta al poco de coger altura.
En Roma el autor se despacha a golpe de palíndromos. Hay quien esto lo considera ingenio.
Me quedo con uno de ellos. Asirnos a la sonrisa.

Y el último, Teatro, es una pieza teatral donde un maromo sobre el escenario solicita acostarse con cinco mujeres distintas y desconocidas y todas ellas, de una en una, le dan calabazas, aduciendo distintos motivos, para no acostarse con él. ¿Qué jodidos son los prejuicios, verdad?. No podía faltar en este contexto la manida contienda entre sexo y amor, sentimientos mediante.

En fin, que este librito de relatos de Peyrou me ha parecido de lo más corriente, previsibles y olvidadizos, por mi parte.
Eso sí, la traducción de Jota Erre, obra de Peyrou, me pareció excelente.

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Jota Erre (William Gaddis)

William Gaddis
1130 páginas
2013
Editorial Sexto Piso
Traducción: Mariano Peyrou

Acabé el año leyendo la hilarante novela La historia de mis dientes de Valeria Luiselli y comienzo este 2015 nada menos que con Jota Erre de William Gaddis.

Lo bueno, es un decir, de haber leído/padecido La broma infinita (que afortunadamente es finita), es que tras haber leído esa novela de David Foster Wallace todo lo que viene después tienes ya con qué compararlo (y no me refiero a El canon occidental, que más bien parece La Piedra Rosetta, por sus hechuras monolíticas). Así que gracias a DFW, tras haber pasado por su culpa todos los anillos del purgatorio, le ha perdido el miedo a todos los escritores, a Gaddis también.

!Que viene el lobo! oirán a menudo cuando ronde cerca Gaddis. No es para tanto, Jota Erre es el hermano mayor de Gótico carpintero, que me resultó más duro de leer que este, y que resulta igual de caótica y fragmentaria que Jota Erre.

Gaddis da casi tanto miedo al lector como el Duque de Alba horripila a los niños belgas y holandeses. Pues no, no hay que tener miedo a Gaddis, ni a ningún otro escritor (o sí, que el miedo es libre). Si Gaddis os parece críptico o hermético o duro de leer os animo a leer La niebla tres veces de Menchu Gutiérrez y sabréis más de códigos a descifrar que el difunto Alan Turing (el cual como he leído en un artículo en la red corría no porque fuera gay y necesitase huir de sí mismo, sino porque era un buen atleta que de hecho corrió unos cuantos maratones).

Me estoy yendo.

Después de leer la Broma infinita, decía, Jota Erre es un juego de niños, como el que se trae entre manos el niño de 11 años que da título a la novela, un mocete muy espabilado que conoce al dedillo los pormenores de ese capitalismo salvaje que trabaja 24 horas al día, 365 días al año (366 los bisiestos) para hacer rendir el capital y obligarnos a consumir toda nuestra vida consumiendo.

El argumento de la novela no es lo que más me interesa de la novela y seguro que en destripandolibros.com muchospoiler.net, loquelareseñaenseña.ninfo, resumenespepito.wf y/o similares podrán conseguir un buen resumen del libro, porque aquí del argumento no pienso decir apenas nada, entre otras cosas porque a medida que leo olvido, a mi pesar.

Os dejo una paginilla que me ha gustado.

Jota erre

El argumento no es gran cosa, o no es lo más importante, o meritorio, porque son un puñadito de historias que se entrecruzan en algún momento, donde parece que no pasa nada especialmente relevante, porque efectivamente «La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado en otros planes«, pero la habilidad de Gaddis pasa por elevar este monumento de 1.130 páginas y que éste no se venga abajo por su propio peso, que este elefante literario no sea abatido por las lanzas del aburrimiento, de la pereza, que sea sacrificado en el altar con otros tantos libros que sí son infumables.
El de Gaddis debiera ser ignífugo y librarse de la quema
. Y basta ya de lirismo.

El que llegue a Jota Erre sin saber qué se va a encontrar es muy posible que a la página 25 lo abandone, y quizás tiene suerte y le devuelven el dinero en la librería, si lo ha comprado y no es un pirata informático. Otros aguantarán algo más, pero al final desistirán.

Otros yonkis de la literatura como un servidor, un lector avezado, curtido en mil frentes de batallas, seguirá agarrado hasta la bandera o subido a un puto tanque (tengo todavía muy fresca Corazones de acero, que no, que no es un programa de Igartiburu) hasta que no quede allí ni Dios. Sólo Jota Erre y yo.

Posible Jota Erre

Jota Erre ya sabemos qué libros lee, ¿verdad?

Iba avisado. Había leído durante una noche de desvelo en ese cirio virtual que es la Medicina el panegírico sobre Jota Erre y Gaddis presentaba ya para mí una aureola casi Dionisiaca, sería Gaddis alguien a quien habría que leer con cara de circunstancias como cuando te dan una hostia en misa y haces acto de contrición, comulgando con lo que te echen.

Así que me lo tomé con calma, y perjuro que me preparé a fondo, me fui una semana al gimnasio aprovechando que al ser fin de año no había que pagar matrícula, fortalecí mis biceps, mis pantorrillas y lo más importante, mis abdominales cristianoronaldianas (al tiempo que gritaba, con la cabeza debajo de la almohada para no asustar al vecindario con mis baladros y balonazos de oro) y posé el libro sobre las mismas y me encomendé al Altísimo.

A pesar de haber hecho el año pasado media docena de cursos de lectura rápida por el INEM, el libro me ha costado casi dos semanas acabarlo.

Y he sobrevivido, esta es la prueba (!que sí, que no tengo a un negro, escribiéndome las reseñas!).

El ruido y la furia de Faulkner lo dejé a la mitad. Con Jota Erre creía que me pasaría lo mismo, pero no, porque el comienzo diré que no me resultó especialmente alentador. El libro de Gaddis son todo (o casi todo) diálogos, gente que no para de hablar (de hablar, no de comunicarse), mientras les interrumpen constantemente, ya sea en persona o por teléfono, así que las conversaciones se entrecortan, las frases no se acaban, los diálogos son fragmentos, jirones, partes de un todo, que luego en parte se van recomponiendo. Pero a partir de la 400 página lo que leía cobraba vida, los personajes cogían cuerpo, me era imposible no pasar a formar parte del mundo que creaba Gaddis, un mundo por el que veremos pasar más de 100 personajes, todos enfrascados en sus conversaciones, las cuales nos pueden parecer cháchara intrascendente pero no.
Gaddis va soltando de comienzo a fin pullitas todo el tiempo, ya sea criticando el capitalismo salvaje (con toda esa jerga de las hipotecas, los bonos, las exenciones y desgravaciones fiscales, las participaciones empresariales), la política exterior de su país (donde los americanos tumbarían o apoyarían gobiernos en países que no sabrían ubicar sobre un mapa en función de sus intereses económicos), la banalidad de la cultura (donde los jefazos contratan músicos sin importarles una mierda la música, entenida ésta como algo bonito que suena, algo a contraponer ese ruido de fondo), la fe ciega en un ideal que es un espejismo (Jota Erre sólo sueña con ser millonario, en ganar dinero y no entiende nada cuando le hablan de nubes, de amaneceres, de cosas que el no puede convertir en dinero), el ansia de riquezas efímeras. Algunos personajes del libro libran una guerra perdida contra sus sueños que siempre les llevan varios cuerpos de ventaja. No faltan los momentos eróticos como los mantenidos entre Jack y Amy y otros episodios descacharrantes que tienen lugar en un centro educativo donde los jóvenes además de aprender se entregarán a toda clase de vicios, páginas en las que Gaddis eleva el tono de la sátira a cuenta de los aprendizajes significativos y demás elementos pedagógicos hasta cimas insuperables.

Y lo más importante, la pregunta del millón. ¿Es el libro de Gaddis un libro transformador?.

La respuesta es sí.

Hoy, frente al espejo me he visto mmm, eh, sí, co, es como sí, como más alto, sí más eh mmm, guapo, más fue.., sí, ¿quién?, no, no es aquí, qué, es la del sexto piso, sí, sexto derecho, eh, sí creo, que, sí, ¿Crucifixión?, sí, Cruci, sí la de sexto, ¿cómo?, fixión, sí, eh, sí, no, no, que, eh, que sé yo, si tiene perro, adi ….sí más fuerte e incluso tengo cuatro pelos más donde la coronilla pierde su nombre, además mi cerebro se ha dilatado un par de milímetros perimetrales y parpadeo ahora cada vez como si fuera la última (menudencias que no revisten gravedad o eso me quiero hacer creer).

Y en lo espiritual desde que he acabado el libro me he quitado un peso de encima, la verdad, pero cuando cierro los ojos y oigo hablar a un político, oigo voces, lo que he leído por ahí que se conoce como el trauma «Polifonía Gaddisiana» así que en justicia, solo puedo darle las gracias a Gaddis por haberme hecho ¿perder? dos semanas de su tiempo con su obra.

Bromas aparte, Jota Erre es una obra monumental, tan excesiva como subyugante. Hablar de Obra maestra igual es excesivo, y al final lo verdaderamente importante es el resultado. Pues bien, esta lectura ha valido mucho la pena, me lo he pasado en grande y quizás sea que tengo el Síndrome de Estocolmo porque ya echo de menos a Gaddis. No sé que libros vendrán después pero igualar esta cima narrativa será complicado.

Después de Jota Erre (a fin de erradiciar el síndrome antes referido) vienen (ya estoy en ello) Los Reconocimientos, porque una cosa es consecuencia de la otra. Y hablando de reconocimientos, alabar la espléndida traducción de Mariano Peyrou.