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Recuento

Recuento. Antagonía,1 (Luis Goytisolo)

Todos somos nada sin las palabras dime qué nos queda

Xoel López (Tierra)

Recuento -publicado en México en 1973, dado que en España el libro fue secuestrado por el Juzgado de Orden Público, y no se pudo distribuir hasta 1975- es la primera de las cuatro novelas que forman parte de Antagonía, que estoy leyendo en la edición de Anagrama, donde las páginas van muy bien surtidas sin apenas puntos y aparte ni páginas en blanco y con los diálogos insertos en el texto de forma indiferenciada. Podemos hablar del Londres de Dickens, del París de Balzac, del Madrid de Galdós. ¿La Barcelona de Luis Goytisolo?. Es muy posible, porque Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) -suscribiendo lo que se dice en un momento de la novela- se erige como ese fiel cronista de las grandezas y miserias, de los dramas anónimos y cotidianos de sus ciudadanos -o de un puñado de ellos-, confiriendo un importancia crucial al matiz, y ahí Goytisolo va sobrado, donde su mirada va de lo microscópico a lo drónico- y del presente al pasado-, con igual suerte. Algunas páginas sí se me antojan redundantes o reiterativas, pero es tal la maestría de Luis, tal su capacidad para verter sobre el papel un texto que se nutre de mil aspectos, voces, matices, miradas, acontecimientos, descripciones, como si el empeño del autor fuera contarlo todo, cuyo objeto de estudio fuera la realidad y la historia de Cataluña -de Barcelona en concreto- desde 1930 hasta los años previos al fin de la dictadura , aunque creo que la narración hará las delicias no solo de los catalanes, sino de cualquier espíritu curioso, ávido de una prosa de digestión lenta y saciante -no por la cantidad, que también, sino por la sustancia-, pues lo que Luis demuestra, de una manera muy prolija y trabajada desde muchos puntos de vista, es cómo se conforma una nación, una identidad, la cual es un sumatorio de todo lo vivido por las generaciones previas, un palimpsesto de derrotas, conquistas, invasiones, migraciones…, aunque luego vemos cómo el político de turno, rebusque en el arcón de la historia aquello que mejor se adapte a sus intereses partidistas; un pasado que siempre puede ser modificado, reinterpretado, de tal modo que el hálito pretérito, torne en aliento patriótico, en una identidad que se moldea cual arcilla y se cuece luego a fuego lento en los dominios parlamentarios. Luis describe de manera exhausta la sociedad catalana, la burguesía monopolista y no monopolista, los campesinos que llegan a la ciudad, los obreros fabriles, las luchas estudiantiles, las huelgas, los planes de estabilización y de desarrollo, las octavillas, las detenciones (como la que sufre el narrador), las torturas, y antes la primera república, la restauración, la guerra civil, los paseíllos, los ajusticiamientos, banderas republicanas, comunistas, republicanos, anarquistas, burgueses, oligopolios, monopolios, el pueblo a Régimen…Luis aborda distintos aspectos, ya sea la estancia del narrador, Raúl Ferrer Gaminde, en la mili (la disciplina, las novatadas, ese codearse con extraños de toda clase social y origen, ¿unas vacaciones?, los permisos, la visita nefasta de la novia de entonces, las imaginarias…), los veraneos arcádicos en el pueblo, los paseos urbanitas: cartografía de la ciudad de Barcelona (plazas, calles, barrios…), a golpe de talón; la vida de los charnegos en la ciudad, el sexo tan natural y explícito como el comer o respirar, la conciencia de clase. Lenguaje desmedido, totalizador. Un narrar sin prisa, pero sin pausa, drenando la realidad. Es muy posible que se parezcan como un huevo a una castaña, pero a ratos Goytisolo me recuerda al Bernhard de Corrección, en ese ritmo jadeante, enseñoreándose con una prosa torrencial, que te deja exhausto, sin resuello. Luis describe una realidad más intensa de lo que ésta realmente es, expresada a través de la escritura. Se habla mucho sobre la naturaleza (muerta) del amor, ya sea a través del sexo, de los celos, de las infidelidades, los referidos al jade, la yoni, los escritos de Tong-Hiuan-Tsen, que destilan un humor erótico muy jugoso y sublimado. Luis, entre los muchos estilos y maneras de narrar que frecuenta recurre bastante al estilo Homérico y a esa manera de describir a base de metáforas con el «Así como…». Cuando lea las tres novelas restantes, comentaré Antagonía en su totalidad, ahora, tras la lectura de Recuento, cuya narración se ramifica hasta llegar al centro de nuestro ser, sólo puedo esbozar esto al 46%.

Los verdes de mayo hasta el mar. Antagonía, 2

Tropo Editores

Dos olas (Daniel Pelegrín)

Daniel Pelegrín (Murcia, 1973) mezcla dos historias que transcurren en Portugal, una fragmentada y ambientada en el presente y la otra en el siglo XVIII. La presente me resulta deslucida y mortecina donde los sucesos dramáticos que relata la joven Adélia: la soledad y desamparo que ésta siente -a pesar de su familia, sus amigos, sus compañeros de facultad, su novio, su amante, su tesis-, un embarazo no deseado a resultas de un hombre que calcula mal la marcha atrás, el aborto practicado en condiciones muy poco deseables, no acaban de cuajar y la figura del profesor universitario, el novio que sale del armario, y sobre todo la figura de Adélia componen un fresco muy poco vívido, donde lo más interesante me resulta la descripción de la ciudad de Lisboa vista por los ojos de Adélia.
Digo yo que si la idea es mostrar la soledad que siente un personaje, en este caso Adélia, no es necesario estar todo el rato con la palabra soledad a vueltas, sino que debe ser la lectura del relato la que nos permita empatizar con esa soledad que el personaje siente.
Por el contrario, la historia pretérita, la de la tesis en la que trabaja Adélia, la de la vida de Inês do Carmo, acusada de brujería por el Santo Oficio (aunque este tema que parece primordial queda orillado) me resulta más atractiva, más interesante. El lenguaje que maneja ahí el autor es más florido, romancero, exuberante, la ambientación es más rica: Faro, Coimbra, Tavira, Lisboa. El relato de su vida, que Inés referirá a la decumbente Isadora, está muy bien dosificado, tiene más carne, más fluidos (etílicos y corporales) y los personajes, ya sean Inés, Domingos, la Borrachona, Isadora, tienen más mordiente.

Como en el libro se van intercalando ambos momentos históricos, capítulo a capítulo, uno desea ir al pasado una y otra vez, de tal forma que el ceniciento presente acrecienta mi deseo de ir directamente a la crepitante narración pretérita, y conocer así la historia de Inés. No sé qué hubiera pasado si Daniel hubiera dejado el presente y hubiera pergeñado directamente una novela histórica. Parece ser que las historias de Adélia e Inés confluirían en un limbo temporal. No lo veo, porque las dos olas del título son dispares. Una es pura galerna, la otra, calma chicha.

Tropo editores. 2013. 222 páginas.

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Memoria del vacío (Marcello Fois)

Como se dice en la Biblia, hay que dar de beber al sediento. En caso de no hacerlo, atente a las consecuencias. Así Stocchino.

Marcello Fois (Nuoro, 1960) indaga en la figura de Stochino, sardo convertido en leyenda, a consecuencia de sus crímenes y su capacidad para huir reiteradas veces de sus captores. La figura de Stocchino como se refiere al final de la novela, podría ser la de un santo (pendenciero); una existencia llena de luces y sombras.

Stocchino, viene a este mundo a pesar de los deseos de su madre Antioca, que no quiere más hijos. Un nacimiento maldito, como le hace saber, cual vaticinio oracular, una parroquiana a Antioca, pues el niño es un lobo con piel de cordero, en cuyo interior mora la bestia. Stocchino falsea su fecha de nacimiento y así se enrola a los 16 años en el ejército italiano, para luchar en la Primera Guerra Mundial, primero en territorio africano y luego en Gorizia, (en la hoy frontera de Italia con Eslovenia) contra el ejército austriaco. Su valentía o temeridad, ese encararse con la muerte a pecho descubierto lo convierten en un héroe local. Eso en teoría, porque los caciques locales se la tienen jurada. Un odio que viene de antiguo, que comenzó cuando yendo Stocchino con su padre, Felice, al regreso de un bautizo, de noche, piden agua en casa de un tonelero, y este les niega la caridad líquida. Esa falta de humanidad, de solidaridad, prenderá el pedernal en su interior, la llama del odio en Stocchino, que desde ese día solo se alimentará de venganza, en su empeño de hacerle pagar esa ofensa al tonelero y a todos lo que son tan despreciables como él. Esas diferencias no se resuelven hablando, palabras inermes ante el odio mutuo, ancestral, propio de un bucle infernal que solo entiende de cuchillos, de sangre derramada.

Cuando Stocchino deja el frente, la guerra, la suya particular sigue. A su alrededor se acumulan las muertes familiares, ora su padre, ora su hermano Gonario, asesinado, ora su madre. La destrucción se ve compensada por el amor que le tributa Mariangela, aquella niña que le salvó de niño, cuando Stocchino se precipita por un barranco y acaba yendo a parar a un arbusto que sobresaliendo de la vertical lo acoge en su seno, como el nido al polluelo.

Fois pergeña una historia muy entretenida, subyugante, palpitante, muy vívida y embravecida, sumida del espíritu de las tragedias griegas, pero ambientada bajo los cielos sardos, y ya sea en los escenarios bélicos donde uno siente silbar las balas alrededor o la bayoneta sajando un cuerpo -en esas guerras que son máquinas de picar carne humana- o bien en las escenas que transcurren a campo abierto o en el interior de una gruta, donde Stocchino es ya poco más que una fiera acosada y hostigada (por cuya cabeza, el mismísimo Mussolini fijaría una recompensa astronómica), son los abismos interiores, los precipicios sin fondo, la insondable soledad, la imposibilidad sempiterna, el vacío que lo va tomando todo, lo que tan bien explicita Fois, dando vida, exhumando la figura del forajido, bandolero, desgraciado, malhadado, matarife y justiciero Stocchino, a quien no le dieron de beber de chico y esa sed -ulteriormente de venganza-, ya no se aplacaría nunca. Un Stocchino siempre en caída libre, ya desde su nacimiento.

Una figura grande, muy grande la de Stocchino (que dicho sea de paso me trae en mientes, salvando las distancias, la figura de El Canícula Bayalino), la que pergeña Fois en esta espléndida novela.

No he tenido en ningún momento la sensación de estar leyendo un libro traducido, lo cual dice mucho de la labor de Francisco Álvarez.

Hoja de Lata. 2014. 270 páginas. Traducción de Francisco Álvarez Gónzález.

Marcello Fois en Devaneos | Estirpe

Clémence Boulouque

Muerte de un silencio (Clémence Boulouque)

El duelo es ya un género en sí mismo. Estos últimos años he leído, que recuerde, Lo que no tiene nombre, La hora violeta, Idea de la ceniza, Los que miran, Mortal y Rosa. Novelas en las que los que se quedan a este lado recuerdan, sobre el papel, a los que no están: en su mayoría hijos o parejas.

Aquí es Clémence Boulouque (París, 1977) quien rinde su particular homenaje, en este caso a su padre, un mediático juez que acabó quitándose la vida, a finales de 1990, con el terrorismo -contra el que se enfrentaba y que lo tenía en el punto de mira- como una de las causas, quizás no la única, pero sí la que mayor peso tuvo en el devenir luctuoso del mismo. Un terrorismo que como se ve no solo mata directamente, sino también indirectamente, provocando muerte y mucho dolor en los que se quedan.

Clémence va al pasado, organiza sus recuerdos y de una manera muy natural y veraz, se nos ofrece en carne viva, pero ojo, no es este un melodrama que busque convertir al lector en un manantial de ojos que diría Umbral, sino que se nota un trabajo, cierto comedimiento, una selección de las palabras que logran la sintonía perfecta -y aquí creo que la labor de la traductora, Laura Salas Rodríguez, juega un papel decisivo- o quizás no haya tal trabajo y el estilo de Clémence sea este, y a la autora sin mayores alardes, sin efectismo alguno, le broten con esta cadencia los recuerdos, enhebrando una narración que va creciendo hasta el clímax, hasta el suicidio, el momento ya irreversible, aquel que sustituye el presente dolor de la pérdida, por el miedo anterior ante una realidad amenazante.

Hay frases que leídas te arponean, palabras como el Arkanoid que brindan un viaje al pasado, pero prefiero que sea el lector el que las descubra.

Nunca dejarán de sorprenderme las autobiografías de miles de páginas de tantos Funes memoriosos que lo recuerdan todo al detalle. Me reconozco más en lo que hace Clémence. Su pasado son unos pocos recuerdos, simples la mayoría, tan simples como lo es la vida: un tránsito con más sombras que luces, con algunos momentos, pocos, inolvidables, que nos dan algo de relieve, sustancian nuestra memoria y nos afirman y donde la literatura, permita quizás a Clémence darle a su padre otra oportunidad, alzarlo de la alfombra y sentarlo a su lado en el sofá, y darle a través de estas palabras huérfanas, a través de estos recuerdos, un achuchón imposible.

Periférica. 2016. 132 páginas. Traducción de Laura Salas Rodríguez.