Archivo de la etiqueta: Editorial Salto de Página

Polaris

Polaris (Fernando Clemot 2015)

Fernando Clemot
Editorial Salto de Página
2015
185 páginas

Los personajes centrales de Fernando Clemot parecen dar por válida aquella máxima que nos diría que «somos memoria y pasado».

Tanto el Leo Carver de El golfo de los poetas), como el C. de El libro de las maravillas) y ahora este Christian de Polaris, los tres son más pasado que futuro, e incluso que presente. Los tres son pecios humanos, amasijos de carne arrumbada, sentinas decrépitas que apestan a orines, a podredumbre.
Uno alcoholizado (Leo), el otro desmemoriado (C.) y otro, Christian, ansiado, atormentado, medicalizado y desmemoriado.

Si tengo que elegir un párrafo que explique lo anterior y en definitiva la obra novelada de Clemot sería este:

«Ahora ve usted que el dolor y la memoria discurren siempre por un único conducto, como la orina y el semen, placer y excreción, tormento y memoria, son gotas de mercurio atrapadas en un vidrio. El dolor tiene más vitalidad, se revuelve a menudo y chirría como un hierro al rojo, se gira y larga un zarpazo. El dolor tiene instinto y la memoria no. El dolor se defiende, es una alimaña atrapada en una canalera de obra y la memoria es un asesino más sosegado como podría serlo una enfermedad, tal vez no sea más que eso».

Eso es. Dolor y memoria. Y ansiedad, y mucho recuerdo atormentando al sujeto que recuerda, que sueña pesadillas, que convive con la ansiedad. Nuestro Christian.

Si El libro de las maravillas transcurría a lo largo de seis días y El golfo de los poetas en cinco, Polaris transcurre a lo largo de unas horas, en las que el doctor de la embarcación Eridanus, Christian, será interrogado por dos hombres, Vedt y Dodt, a fin de esclarecer lo que ha pasado a bordo del barco las horas previas.

No es una narración lineal sino que hay continuos saltos al pasado, donde se irán fraguando las historias de Christian y de otros miembros de la tripulación, que también aparecen en escena, con la II Guerra Mundial como telón de fondo ensangrentado, un narración que al quebrar el tiempo tiene algo de reflujo, algo de resaca, algo hipnótico, que desasosiega y mucho.

La historia va más allá de saber qué es lo que ha sucedido, de conocer por qué razón Christian está siendo interrogado, de dilucidar qué parte de responsabilidad tiene él en esos aciagos acontecimientos.

Clemot nos va decantando la historia gota a gota, con una narración que requiere mucha atención por parte del lector, dado que los diálogos están embutidos en el texto, sin diferenciación y uno debe asignar cada voz que habla a cada uno de los personajes que ocupan la escena, y hay unos cuantos, con mayor o menos presencia.

Por encima del quehacer cotidiano de los miembros de la tripulación está La Central, que guiará las acciones de todos ellos con unas cartas que contienen unas instrucciones que nadie incumple por muy extrañas e irracionales que puedan parecer a priori. Una Central que se conforma como un ente superior, más allá de la razón (o de la sinrazón) y de las pulsiones humanas, reduciendo a todos ellos a meras cobayas, peones de ajedrez de un tablero nuevo que están por moldear, allá por 1960 y con los efectos de la II Guerra Mundial todavía supurando.

Un presente que se dibuja para Christian como un barco anclado en medio de la nada, y un pasado que vuelve una y otra vez a la mente de éste dándole zarpazos, atormentándolo, devorándolo en sueños, vaciándolo de su ser, si es que aún hay algo ahí en su interior que lo haga humano.

Recuerdos que llevan a Christian a su niñez, a la casa paterna, a su hermano enfermo, a las noches bélicas en Creta, en el bando alemán, bajo aquellas estrellas inasibles que siempre estaban ahí, espectadoras mudas de aquellos que como Christian arrastraban su corona de espinas cada día vivido.

Cada libro de Clemot es para mí un acontecimiento. Merece la pena acercarse a sus historias, compartir su mirada musculada, su prosa potente, sus personajes dolientes (alejados de la geografía local) camino del precipicio.

Con este libro Clemot va del «suspense» al notable alto.

Padres, hijos, primates (Jon Bilbao 2011)

Padres, hijos, primates, Jon BilbaoLa cita que da comienzo a libro de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972), del escritor Graham Greene, de su obra El tercer hombre, dice así:

Un hombre no cambia porque descubras más cosas sobre él.
Sigue siendo el mismo.

Cuando el libro está llegando a su fin leemos lo siguiente.

Esa furia que sientes no es suficiente. No te ha cambiado. Sigues siendo el mismo de antes. (pag. 149)

Si a un personaje le pase lo que le pase siguiera siendo el mismo, si no nos encontrasemos ante un viaje horizontal, vertical, o transversal, lo que leamos puede llegar a importanos un comino, tanto como las acciones que el protagonista, Joanes en este caso, llevara a cabo, en España, México o en Puerto Rico.

Joanes se encuentra en México, en la Rivera Maya, junto a su mujer y su hija, porque su suegro va a celebrar su boda en Cancún, cuando el huracán Gerald les obligará a dejar el hotel en el que se alojan, desplazándolos a otro en el interior, sin posibilidad de volver a España durante unos días. Joanes mientras tanto espera una llamada, un contrato por suscribir, que podría cambiar la suerte de su negocio.

Lo que comienza siendo un cara a cara entre Joanes y su suegro: la manida relación donde uno (el suegro) ya está de vuelta de todo, un hombre hecho a sí mismo, capaz de arreglar la vida (con sus cuadros) de los suyos, con un chasquido, y el otro es un joven de una generación anterior que se encuentra en edad de demostrarlo todo, a quien las cosas no le van bien con su negocio, y quien ha tenido que claudicar varias veces frente al suegro para obtener financiación, enseguida queda fuera de campo y no se aborda posteriormente.

Luego el asunto del libro se centra, o mejor, se ceba, con la relación que Joanes tuvo con un profesor de matemáticas, en la Escuela de Ingenieros, con quien mantuvo una relación especial. Un profesor prepotente, humillador, vanidoso, odiado por su alumnado en bloque, pero a quien Joanes a pesar de todo ello tributa admiración, aunque más tarde llegue a la conclusión de que fue él, el profesor, quien le destrozó la vida (con esas recomendaciones, o no recomendaciones que le permiten a uno encontrar o no el trabajo de su vida). Luego viene el jueguecito de te conozco, no te conozco, tu cara me suena, ahora sí me acuerdo de ti, etc y unas parrafadas que dejan el suspense en suspenso y la novela tocada de muerte, cuando el autor nos instruye sobre la Inteligencia artificial o la comosgonía de Hörbiger (será que a los Ingenieros, como Jon Bilbao, cuando les da por desbarrar echan mano de lo que conocen)

Como en una novela el autor puede o mejor dicho debe hacer lo que le salga de las falanges, Jon consigue que en México, en una carretera secundaria, Joanes se encuentre con su profesor y la mujer de este, en silla de ruedas, quienes a resultas de un motín acaecido en el autobús en el que viajaban han sido expulsados de las vísceras del autocar y abandonados a su suerte y acontezca entonces el resto de la historia, o la historia en sí, en la que cual película de suspense nos encontramos ante sucesivos golpes de efecto, donde aunque el personaje no cambia (al menos en apariencia, porque es evidente que nuestras acciones sí nos transforman), sí que sucederán muchas cosas, dado que si no hay labor de introspección personal (el autor se guarda mucho de desvelar la naturaleza de sus personajes y con eso juega, cimentando el suspense y alimentando la trama), al menos habrá que enganchar a lector de alguna manera, y nada mejor que echar mano de un buen repertorio de explosiones, crímenes, pinceladas gores, falanges amputadas, monos enfurecidos que saldan deudas pendientes, seres humanos sin escrúpulos que evolucionan desde la sapiencia hacia la violencia, un Huracán que puede arrasarlo todo (por fuera y por dentro), etcétera, para meterlo todo en la batidora y darle al play.
Sí, estamos leyendo una película.
Yo, prefiero verlas (Haute Tension por ejemplo), de ahí que este libro no me haya convencido, a pesar de que Bilbao consigue crear expectación y un ambiente hostil y asfixiante con escasos mimbres.

La prosa de Jon en esta novela (no he leído sus libros de relatos) vuela muy bajito. Se deben hacer virguerías con las palabras (hablamos de un escritor, no de un taxidermista): no es este el caso. La lectura me ha resultado lineal y funcional, nada ambiciosa (no le pido a Jon que escriba como Ospina, pero los mexicanos de Los Tigres hablan como si fueran de Valladolid) ni provocadora. El escenario donde transcurre la historia viene a ser lo de menos. A la postre no es relevante su ubicación en México, el Huracán e incluso el mono de marras, tanto como el negro o el suegro, si bien todo ello facilita la bajada a los infiernos del alma humana de Joanes y del Profesor.

Lo importante podríamos pensar que es el concepto. ¿Qué estaríamos dispuestos a hacer para proteger a los nuestros (humanos o primates), o bien para salvar el pellejo?. Sobre esta pregunta, Jon escribe su libro y sus personajes, sus acciones nos ofrecen la respuesta. Si bien no se trata en una primera instancia de una cuestión de supervivencia a vida o muerte, sino más bien de una concatenación de infortunios que mezclados con el resentimiento, los falsos temores, la desconfianza en el otro y la maldad congénita, convierten la naturaleza humana en una bomba de relojería, capaz de todas las macarradas inimaginables.

A pesar de lo escrito aquí, pónganlo todo en solfa y denle una oportunidad a este libro de Jon Bilbao, dado que si buscan otras reseñas en internet, todas ellas, y digo todas, son positivas: no digo más.

Editorial Salto de Página