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Oscar Wilde

La decadencia de la mentira. Un comentario (Oscar Wilde)

Mucho he disfrutado con este breve ensayo de Oscar Wilde (1854-1900), en el que reivindica el papel crucial de la mentira, asociada esta con la capacidad de inventar, de fantasear, dado que la realidad y la verdad le suponen un lastre.

Su defensa se basa en la relación que existe entre la Vida y el Arte. Si la idea común aceptada es que el Arte imita a la Vida, siendo el Arte un espejo en el que la Vida se refleja. Wilde cree que es al contrario, que la Vida imita al Arte, más que lo que el Arte imita a la Vida, tal que por ejemplo el siglo XIX es un invento de Balzac, o hay muchos ejemplos de personas que se vestían y actuaban al igual que los personajes de las novelas, que surgieron de las mentes de los escritores y que no eran otra cosa que ficción. Un gran artista inventa el modelo y la Vida trata de copiarlo y reproducirlo en formato popular, como un editor emprendedor. Los griegos, por ejemplo, mostraban su rechazo por el realismo y a las recién desposadas les ponían en su habitación una estatua de Hermes o de Apolo para que estas engendrasen hijos bellos, como las de las obras de arte.

También cree Wilde que la Naturaleza imita al paisaje y al Arte. Tanto que nadie había reparado en la niebla hasta que pintores y escritores las incorporaron a sus obras, de tal manera que el Arte, nos ayuda a mirar las cosas de otra manera, una mirada que las transforma, las cosas y la realidad de la que forman parte.

Es el estilo lo que nos hace creíble algo, únicamente el estilo. La mayor parte de nuestros retratistas modernos están condenados al olvido. Nunca pintan lo que ven. Pintan lo que ve el público, y el público nunca ve nada.

Wilde arremete contra los escritores realistas y moralistas como Zola, donde las cosas suceden en sus obras -como Germinal- tal como son, tal como suceden, y su obra es un desatino de principio a fin, no en sentido moral sino artístico ya que los personajes tienen vicios anodinos y virtudes más anodinas aún. Una monstruosa devoción por los hechos -en narraciones tan reales que acaban desprovistas de realidad- que harán que el Arte se vuelva estéril y la Belleza desaparezca de la faz de la tierra.

En resumen, lo que Wilde espera de la literatura es distinción, encanto, belleza, y capacidad creativa, y no ser torturados con las andanzas de las clases inferiores.

Según Wilde el Arte no tiene por qué reproducir su tiempo, no tiene por qué reproducir una época. El Arte ha de ser imaginativo y el Realismo es un completo fracaso, tal que el artista debe olvidar la modernidad de la forma y el contenido. Solo lo moderno pasa de moda. Según Wilde las únicas cosas hermosas son las que no nos conciernen, así la tragedia de Hécuba, por ejemplo.

Mentir, mostrar cosas bellas que no existen, es el único objetivo del Arte, y el colofón de este recomendable ensayo.

Lo edita Acantilado con traducción de Javier Fernández de Castro.

Lev Tólstoi

Confesión (Lev Tolstói)

Lev Tolstói
Acantilado
2008
Traducción de Marta Rebón
148 páginas

Lev Tolstói (1828-1910) convertido en una gloria nacional de las letras rusas entra en barrena.

Superados los cincuenta, Lev reniega de su fama, de su gloria, de sus riquezas, dado que se siente vacío. Cree que no tiene nada que enseñar a nadie y que su escritura es pólvora mojada.

Necesita encontrar un sentido a su vida o hay muchas posibilidades de que cualquier día se vuele la tapa de los sesos o se ahorque.

La vida que lleva -a pesar de sus riquezas materiales y espirituales (su esposa, sus hijos)- no le llena; todo le resulta frívolo, impostado; digamos que la vida que lleva es como ver una película, todo falso, cuando Lev lo que quiere, lo que necesita -pues le va la vida en ello- es llegar al meollo de la vida, al hueso y no arañar la piel. A tal fin Lev se embosca en múltiples lecturas -con el fin de saber por qué estamos aquí, de qué va todo esto-: Kant, Sócrates, Schopenhauer, Salomón, Buda... que no le aclaran, ni le solucionan nada, pues ni le dan la fuerza necesaria para suicidarse, ni tranquilizan su conciencia burguesa de tal modo que le arrojasen en el regazo de las corrientes epicúreas.

Al final Lev llega a la conclusión de que hay que despojarse del conocimiento y aprender del pueblo, tal que si éste cree en Dios y ahí encuentra el vulgo un sentido ahí está entonces la verdad que él está buscando y entonces sofocando sus pasiones y dominando el cuerpo será virtuoso y encontrará la paz, amamantado por la fe -su única esperanza de salvación-. La encontró ya que tras estos devaneos existenciales (y mucho circunloquio, a ratos plomizo) sufridos a los cincuenta, Lev, viviría hasta los 82.

Lo publica Acantilado con traducción de Marta Rebón.

No sé si a vosotros os pasa, pero cuando llega el otoño -iba a apostillar, y con él el frío, pero de momento no- me gusta leer novelas de escritores rusos. Recientemente leí La gaviota de Chéjov, ahora ha sido esta Confesión de Tolstói. Estoy leyendo también La isla de Sajalín; luego continuaré con Los demonios, con En vísperas de Turguénev y muy posiblemente otra vez con Tolstói y sus Diarios y Correspondencia. Si tenéis alguna sugerencia, más allá de los clásicos que todos conocemos, me gustaría oírlas.

Devaneos.com

La última hermana (Jorge Edwards)

Jorge Edwards
Acantilado
378 páginas
2016

De esa masa informe que es el pasado, la literatura en ocasiones rescata momentos estelares, gestas, personajes únicos, o no tan únicos, pero que tuvieron su momento de gloria, tal que les permite salir de su anonimato, así María.

María es una chilena burguesa y acomodada que en París, durante la Segunda Guerra Mundial, se descubre a sí misma (algo que es fruto de un ramalazo más que de una convicción) ayudando a salvar (y posteriormente a mantener) niños judíos de los nazis, cuyos padres son enviados a los campos de concentración; se verá entonces colaborando con la Resistencia, y guardando las apariencias, pues mientras Alemania llevaba adelante su plan criminal de exterminio, en París, esos que formaban el grupo de amistades de María ocupaban su tiempo en cocktails, eventos sociales y seguían con sus fastos, sus banquetes, sus frivolidades, ajenos a las bombas, a la guerra que desangraba Europa.

La emotiva y muy interesante novela de Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1938) recoge los años de la Ocupación, la Resistencia, la Liberación; momentos históricos que obran de marco temporal donde se ubica María, la cual va cambiando a medida que toma cierta conciencia social, toda vez que es consciente de que se la está jugando, de que la vida que ahora vive sí va en serio y que la paliza que a poco la ultima, también.

María se verá arropada por Claire (compañera y amiga en la Resistencia), por su fiel sirvienta Brunilda, por el sin par René, protegida por el misterioso agente Canaris. Todos ellos son sombras, figuras veladas, de quienes apenas sabremos nada y esa creo que es la esencia de la novela, que después de casi 400 páginas, apenas llegamos a conocer nada de María (persona real que atendió al nombre de María Edwards MacClure), más allá de sus logros, materializados en haber salvado un puñado de vidas, más allá de ver cómo los años la esculpen, la colman (gracias al contacto con el mundo de la cultura, con personalidades literarias como Colette, Huidobro o del cine como Buñuel, entre otros), la transforman, la llenan de recuerdos, y quien tras dejar París atrás, deja también su alma y cómo el regreso a Chile es más un fracaso, una imposición que un deseo (ella que vuelve con otro paso), doblegando así su libertad ante los sentimientos y afectos familiares, a quienes había dado la espalda toda su vida, abriendo un paréntesis que cerrará con su regreso.

Cartas a Sandra

Cartas a Sandra (Vergílio Ferreira)

Vergílio Ferreira
Acantilado
101 páginas
2010
Traducción de Isabel Soler

En esta novela de Vergílio Ferreira publicada por Acantilado con traducción de Isabel Soler, el autor portugués acomete algo que concierne a cualquier lector, el duelo, pues tarde o temprano todos perdemos algún ser querido cuya ausencia nos sume en la soledad, en el dolor, que aliviamos a través del recuerdo de la persona ausente, luego a través del recuerdo del recuerdo, así Paulo, quien a través de diez cartas a su amada Sandra trata de conjurar su ausencia. Cartas que a Paulo le sirven para exteriorizar sus pensamientos y para ajustar cuentas, pues la figura de Sandra a pesar de que tenga los visos de una divinidad, a quien la muerte preservó de cualquier menoscabo, a Paulo le dolía, le dolía ella y su forma de ser con él, y es a través de las palabras como Paulo formula preguntas sin respuestas, a aquello que le hizo sufrir en más de una ocasión, como el rechazo de ella, en sus comienzos, de una foto suya que él le ofreció. El recuerdo de su amada es un recuerdo sensual, muy carnal y en casi todas las cartas está presente ese momento de comunión, de arribar a lo recóndito, lo insalvable, lo indesvelable de su amada, ese momento donde dos cuerpos son uno y el amor entra en el orden de las esferas, de las constelaciones, una comunión ya imposible donde las palabras, copulativas o no, se reemplazan por los puntos supresivos que escribe el día a día, cuando Paulo en su cama no siga ya ocupando su espacio, su margen en la cama, el mismo que cuando Sandra vivía, sino que ocupe el centro, momento en el quizás Sandra deje de ser una divinidad y devenga algo más real, un rostro que se desdibuja, un cuerpo desleído, que la memoria de Paulo ya no podrá volver a recomponer.