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El abismo verde (Manuel Moyano)

Manuel Moyano (Córdoba, 1963) con muy pocos elementos, a saber: un cura joven español que cada vez está menos convencido de su fe, conducido a Agaré, un poblado en el Amazonas, donde una papelera emplea a todos los hombres, mestizos de la zona, quienes gastan su jornal en alcohol; el empresario, un alemán orondo emparentado con una lugareña, que es la única mujer en todo el pueblo; la autoridad local, un especie de sheriff amorrado al laissez faire, que aconseja al cura que se meta en sus asuntos, lo cual traerá cola como se verá; unos seres femeninos misteriosos a quienes los mestizos, presos de la lujuria y de un porvenir muy limitado se entregan en sus correrías nocturnas e internamientos en la selva y que viene a ser como una ruleta rusa sexual; con estos elementos propios de las novelas de aventuras, otros fantásticos e incluso de índole moral en todo aquello que supone el día a día del cura que, camino de perder su fe, cada día tiene menos clara su misión de encarrilar a las almas perdidas, e incluso de si aquellos parroquianos emputecidos (que me recuerdan llegado el cenit sexual a aquellos de El entenado) llegan a tener alma o no y desplegando buenas dosis de humor, la narración irá creciendo en interés poco a poco, a ratos descolocándome, como cuando el Padrecito, haga aparecer en escena ora una lata de fabada, ora una lata de cocido madrileño, nos sitúa casi de repente ante un final abrupto que se abre ante nosotros como el abismo verde del título y donde buena parte de lo mucho conseguido se acaba despeñando, con los dos últimos capítulos, que a mi entender sobran y malogran una novela que en algún momento me recordaba la exuberancia narrativa de Lord Jim. Uno hablaba de muralla de bosques otro de dosel vegetal

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Cuentos grises (Hugo Argüelles)

De los diez relatos que forman estos Cuentos grises de Hugo Argüelles (Madrid, 1978) destacaría el relato Sólo leen novelas que bien podría formar parte de Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino, pues en el mismo cristaliza todo aquello que en el resto de los relatos deviene anécdota (como ese momento, el final de los viejos tiempos, del que se es consciente a toro pasado) apunte o un gritar en sordina, a saber, un narrador, ora un viajero, ora un funcionario, ora un locutor radiofónico, ora un escritor anónimo (¿el otro es MAH?), vencido por la soledad, la incomprensión, la murria, la incomunicación, víctima de una indolencia vital que imposibilita que sus castillos en el aire enraícen, ante un porvenir cuasi monocromático impreso en un escala de grises; un relato que con mucho humor y buenos ramalazos de sexo, cifra bien la crisis de la pareja, convertida ésta en un monstruo jurásico de dos cabezas lectoras (en papel), que busca su propio espacio, tanto como la compañía del otro y donde la huida de uno mismo consiste en un giro de 360 grados.

En consonancia con lo que se comenta en uno de los relatos y dado que es una información intrascendente, no sé qué pinta poner el currículo laboral del autor (que leo que no tiene ni Facebook ni Twitter. Ya somos dos). Recuerdo que en los primeros libros que publicó un escritor que admiro, figuraba que era funcionario de hacienda, un dato que en los libros posteriores desapareció.

Boria Ediciones, 2017, 96 páginas

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Walden (Henry David Thoreau)

Me sorprende leer en Walden algunas citas de libros de Shakespeare, porque en las biografías de Thoreau que había leído hasta el momento no recordaba que Thoreau lo citara. Sí que aparecen en Walden un buen número de referencias clásicas: Ovidio, Homero, Catón…»¿Qué son los clásicos sino el registro de los mejores pensamientos de los hombres? Son los únicos oráculos que no han envejecido, y en ellos se encuentran respuestas a las preguntas más modernas, que ni Delfos ni Dodona podrían proporcionarnos» y citas bíblicas, que Thoreau adapta, transforma o voltea. Parafrasear las citas bíblicas no deja de ser otra manera de sermonear, y si bien Walden (libro que leo coincidiendo con el segundo centenario del nacimiento de Thoreau) apela a cada cual siga su propio camino y no haga la misma vida que su padre, su madre o sus hermanos, apelando siempre a la independencia y al buen juicio, sin pretenderlo, Thoreau, en ciertos momentos, o en muchos, creo que pontifica, y concreta todo su pensamiento en la Conclusión, donde nos invita a despertar, a abrir los ojos, a desperezarnos e ir al meollo de la vida.

El primer capítulo, el más extenso el que tiene que ver con la economía, podemos cogerlo por los pelos, porque a pesar de que da muchas cifras a fin de demostrarse que (se) puede vivir sin prácticamente nada, el terreno donde instala su cabaña se lo cede su amigo Emerson. Dice que es un okupa cuando está allá asentado legalmente. A veces va a comer a casa de sus padres o de Emerson, luego ese modelo eremítico no es tal, así que todo aquello que tiene que ver con la autosuficiencia habría que tomarlo con muchas precauciones. Thoreau lo sabe, y dice que no quiere ser ejemplo de nada, que lo que él hace sólo le sirve a él, y que si alguien trata de replicar lo que él hace es posible que cuando se ponga a ello, él ya esté haciendo otra cosa. Hablamos de un proceder singular no tanto en sus manifestaciones físicas (más allá de que Thoreau plante unas judías, sandías, maíz y otras semillas que le permitirán elaborar su propio pan -sin levadura- y comer y alimentarse de lo que obtiene con sus manos y su trabajo, viviendo una vida sencilla (que no simple) austera (“No hace falta dinero para lo que el alma necesita”) e independiente, cuyas obligaciones y preocupaciones diarias se verán reducidas por deseo propio a la mínima expresión, y donde bañarse en la laguna cada día lo purifica y renueva con cada alborada, bajo el influjo de sus lecturas hindúes) más bien espiritual (siguiendo el imperativo délfico, a saber, conocerse bien a uno mismo, y querer ser uno mismo, saber qué vida queremos llevar, qué es lo sustancial y qué es lo trivial, si queremos adquirir bienes y propiedades o experiencias y crecer hacia adentro, si la riqueza consiste en tenerlo todo o en tener las mínimas necesidades y poder prescindir de casi todo cuanto nos circunda). Thoreau sabe que lo suyo es un experimento y así denomina su paso por Walden. Cree que la vida hay que vivirla, que es tanto como experimentarla. «Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida…para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido«.

Laguna Walden Pond
Laguna Walden Pond

El problema que le veo a Walden es que alguien lo lea creyendo que este texto es la piedra filosofal o un libro cuyos dictados haya que seguir a pies juntillas, porque Thoreau puede despotricar de los periódicos y ser un ávido lector de los mismos, detestar el café o el té y beberlos, ser vegano y comer animales llegado el caso. Recelar del ruido y de las grandes urbes e irse a pasar una temporada a Nueva York a trabajar como canguro, rehuir el contacto humano que roza el don de gentes y ejercer de conferenciante, detestar lo crematístico pero sabedor de que va a morir mandar a la editorial todos los manuscritos posibles a fin de que su publicación dejara algún capital a su madre y hermana tras su muerte, renegar del ferrocarril y montar en él, apreciar y amar la naturaleza, siempre y cuando la pueda manejar, bajo unas condiciones determinables y tolerables, ya que cuando ésta se vuelve hostil y desapacible, entonces ya no le gustará tanto, como queda constancia en algunas de las excursiones que acomete con escaso aprovechamiento y nulo placer.

Todo lo que Thoreau vierte en Walden lo hace durante los siete años posteriores a su permanencia de 24 meses y dos días en la laguna. En esos años posteriores a su experiencia lagunera Thoreau volvió a la civilización, y se dedicó con ahínco y tesón hercúleo a leer («La lectura no es un arrullo lujoso en el que las facultades más nobles se duermen, sino, por el contrario lo que nos mantiene alerta y nos exige nuestras horas más despiertas«)y escribir (esto se aprecia muy bien leyendo la biografía de Richardson) y deviene escritor e investigador, e incluso aportará innovaciones tecnológicas en la fábrica de lapiceros de su padre.

Me pregunto que experimentaría el autor al ir construyendo -al ir escribiendo- este Walden, a medida que fuera consciente de que algunas cosas que afirmaba en ese texto, ya no eran así, porque él ya no era el mismo, a resultas de las múltiples lecturas encadenadas que iba acometiendo y que le permitirían ir cincelando su Walden, porque la sociedad iba cambiando (la esclavitud se aboliría al poco de su muerte), porque hay un antes y un después de Walden, y quizás ese tiempo de espera y decantación en su escritura fueran claves para que Walden se publicara solo cuando estuviera listo y Thoreau acertara de pleno esperando el momento justo, y por eso 200 años después de su nacimiento y más de 150 años después de su muerte este vigoroso y muy actual ensayo suyo se siga leyendo en todo el mundo con interés y fruición en muchos apartados, por su capacidad para interpelarnos, para ponernos contra la espada y la pared, para obligarnos a replantearnos muchas cosas, ante este árbol literario que ha dado frutos y es semilla de pensamiento, donde Thoreau se erige en un Atlas moderno, que no soportará sobre sus hombros la bóveda celeste, sino toda la incomprensión ajena hacia su espíritu naturalista, salvaje, indomable e insobornable, la de una mente lúcida y precursora, que confiaba en la razón y el pensamiento tanto como en la naturaleza.

Leí la última parte de este libro sentado en un banco verde, bajo la sombra de un árbol, un chopo creo, y me cagó un pájaro en la mano izquierda mientras leía. Si Thoreau hubiera estado a mi lado seguro que se hubiera reído. Se hubiera encogido de hombros, hubiera mirado hacia el árbol, hacia el cielo y hubiera dicho.

-Estos son los dones de la naturaleza.

Errata Naturae. 2017. 376 páginas. Traducción de Marcos Nava García.

Thoreau en Devaneos | El triunfo de los principios. Cómo vivir con Thoreau (Toni Montesinos) | Thoreau. Biografía de un pensador salvaje (Robert Richardson) | Una casa en Walden sobre Thoreau y la cultura contemporánea (Antonio Casado da Rocha) | Las manzanas silvestres (Henry David Thoreau)

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Thoreau. Biografía de un pensador salvaje (Robert Richardson)

Esta biografía publicada por Robert Richardson en 1987, la publica ahora en castellano Errata Naturae, con una traducción impecable de Esther Cruz Santaella.
Si cuando leí la biografía recientemente publicada de Thoreau escrita por Toni Montesinos comentaba que Thoreau me resultaba inaccesible, ahora tras leer esta excelsa biografía de Richardson he de decir que creo que le conozco algo, o mucho mejor, si bien tengo la duda de si la manera de llegar a comprender a un escritor es a través de la lectura de sus biografías, diarios (catorce volúmenes entre 1837 y 1861), autobiografías o a través de sus obras publicadas.

La obra magna de Henry David Thoreau (1817-1862) es Walden, la cual publicó siete años después de haber dejado la laguna, y tras múltiples experiencias y profusas lecturas. Un lapso de tiempo que le permitiría a Thoreau ir debastando el texto, pulirlo, mejorarlo, decantarlo, madurarlo hasta su publicación final.

Richardson estructura su biografía de manera cronológica y seguimos los pasos de Thoreau desde que se gradúa con veinte años en Harvard hasta su muerte a los 44 años, y por medio vemos que a Thoreau le dan calabazas, Ellen Sewall rechaza su oferta de matrimonio y nunca más llega a enamorarse ni a compartir su vida con nadie. Tampoco tendrá descendencia. Pierde a su hermano con poco más de veinte años. Deja su trabajo como profesor por no compartir las bondades del castigo físico como herramienta pedagógica. Surca ríos en la compañía de su hermano, que plasma en Musketaquid. Quiere vivir su propia vida, llevar él las riendas, cultivarse a sí mismo. Una actitud la suya radical, que supone detestar el consumismo, y apostar por la austeridad, por la vida sencilla, por ocuparse en pocas actividades, las menos posibles, y centrarse en ellas.

Lo que más me ha gustado de esta apasionante biografía es que Thoreau lleva sus ideales hasta al final, aunque creo que ciertas circunstancias le ayudaron. El no tener pareja, ni hijos, ni conseguir triunfar como escritor tempranamente, hicieron de Thoreau alguien duro, frío, impenetrable, hosco, incluso grosero. Alguien que siempre apostó por sí mismo hasta al final, alguien que además de traductor ocasional de clásicos griegos como Prometeo encadenado o Antígona, fue un lector -capaz de leer en griego, latín, francés, alemán e italiano- voraz (de escrituras hindúes, del idealismo alemán, de Milton, Goethe, de las Geórgicas de Virgilio, de Catón el Censor, múltiples lecturas de viajes, de Darwin y Linneo, Gilpin…), empedernido, que devino un erudito en múltiples materias, convertido en un filósofo de la historia natural, que destilo lo leído para aportarle en sus escritos sus propias experiencias, su particular forma de entender la vida.

Thoreau nos brinda reflexiones de altura sobre la lectura como esta:
Thoreau

Thoreau sabía que irse a vivir solo a una cabaña cerca de casa, como hizo él cuando se fue a laguna de Walden Pond, estaba al alcance de todo el mundo «era consciente de que lo que estaba haciendo no era desafiar la naturaleza salvaje, sino simular sus condiciones en una suerte de experimento simbólico o de laboratorio. La estancia de Thoreau en Walden fue la comuna reformista definitiva, reducida con fines enfáticos a la unidad constitutiva más simple posible: el individuo». Lo suyo duró dos años y dos meses y luego llevó una vida más o menos normal, dando conferencias, ejerciendo de agrimensor, residiendo en el hogar familiar, ayudando a su padre en la fabricación de lapiceros y aportando unas cuantas innovaciones tecnológicas, y sobre todo construyéndose como escritor, apartándose de Emerson, de quien al principio de su relación fue su pupilo, y carteándose como figuras como Whitman (que publicaría en 1855 Hojas de hierba, y sería un rotundo fracaso comercial, si bien Emerson diría que «es el texto de ingenio y sabiduría más extraordinario que Estados Unidos haya aportado hasta la fecha») o Blake, alzando su voz contra la esclavitud, apelando a desobedecer una ley cuando ésta era injusta.

Thoreau es hoy abanderado de muchas causas pero para mí el más claro exponente del tesón, de la entrega, de la constancia, del duro trabajo diario. Un trabajo que apenas le reportaría ningún capital, sino que lo dejó siempre en manos de la precariedad más absoluta, la cual fue capaz de sortear con estoicismo, reduciendo sus necesidades al mínimo, dedicando todo su tiempo y todas sus energías vitales, a aprender, a formarse, a estudiar cuanto le rodeaba con una constancia sobrehumana, por mucho que no tuviera una salud de hierro.

Dice Richardson que cuando murió Thoreau era ya un escritor conocido. Antes de morir, Thoreau, sabedor de su final, tratará de arreglar sus papeles y mandar a la editorial el mayor número de obras posibles (entre ellas Las manzanas silvestres) para de esta manera dejar a su madre y a su hermana algo de dinero, para cuando él faltara.

Después de haber leído dos biografías y casi mil páginas sobre Thoreau, afronto Walden como el que hace el Camino de Santiago por segunda vez.

Buena parte del libro lo he leído al lado de ríos, lagunas, bajo el cielo, en senderos boscosos, en definitiva: al aire libro.