Archivo de la etiqueta: 2017

Fernanda Melchor

Temporada de huracanes (Fernanda Melchor)

Leyendo esta estupenda novela de la mexicana Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) he experimentado algo similar a lo que sentí leyendo Un mundo infiel de Julián Herbert. Melchor despliega durante más de 200 páginas con una prosa vigorosa, salvaje y huracanada una atmósfera asfixiante de texturas demoníacas, un ambiente viscoso y bárbaro impregnado de olor a semen y a menstruación, un villorrio, un atolladero donde el sexo marca las existencias de todos ellos, sexo que les libera tanto como mortifica, sexo hediondo, destructor y sucio, sexo, drogas y alcohol que los tienen a todos ellos revueltos, empastillados, ebrios y enmarañados por todos sus orificios, donde su realidad, la de todos ellos, es una tela de araña en la que las fallidas vías de escape son la violencia, las drogas, el sexo y la muerte, nunca voluntaria, como la de la Bruja, cuyo exitus dará pie a la historia de su asesinato y el posterior esclarecimiento, desovillando a lo largo de la novela las vidas de los jóvenes (aunque yo me los hacía más adultos) implicados en el crimen.

Leyendo las páginas en las que aparece Norma pienso que bien podría ser esta una más de las miles de mujeres asesinadas que recogía Bolaño en su 2666.

Y como me sucede cuando leo a Yuri Herrera o a Herbert, la consulta en internet para desbrozar buena parte del léxico coloquial es obligada: ñengo, chambota, mayates, güeyes, chimuelo, cuicos, achichincles, cacles, verguiza, yumbina, jaria, cábula, pitiza, gandaya, gatúbelas, bato, piedro, desbrayados, etc.

Literatura Random House. 2017. 222 páginas.

Literatura mejicana en mis Devaneos | Valeria Luiselli, Guadalupe Nettel, Juan Rulfo, Federico Guzmán Rubio, Álvaro Enrigue, Enrique Serna, Yuri Herrera, Verónica Gerber, Juan José Arreola, Julián Herbert.

Meridianos de tierra

meridianos de tierra (hasier larretxea)

No es infrecuente encontrar el ambiente rural en las novelas de Cela, Miguel Delibes, Abel Hernández, Llamazares y tantos otros. Sí me resulta más chocante que un libro como éste de Hasier Larretxea, nacido en el 82, huela a tierra mojada, a escarcha, a rocío, a lana esquilada, a hierba segada, que suene a trino de pájaro, a tajo de hacha, a vuelo de astillas, a cencerros y campanas, a triscar de nubes, que atavíe al lector con bufandas de niebla, con pantalones de ausencias, con gafas de sombras, con linternas de luciérnagas, que pergeñe un texto críptico, que se lee a hachazos, descortezándolo, para ir en pos de su savia, de la sangre derramada; texto poético de lumbre y fogón, de cruces y cunetas, de silencios y esperas, de cicatrices y condenas, de castigos y puños como espinas y también puerta abierta al perdón, a la reconciliación, al futuro, al abrigo y al amparo, bajo una voz salmódica que suena y que son muchas voces, una voz que son ellos o nosotros. Una voz y una escritura, un escribir que es habitar los silencios, un escribir que es otra manera de alargar el vacío.

harpo libros. 2017. 96 páginas.

A través de la noche

A través de la noche (Stig Sæterbakken)

Mi Boris @pistolar particular me puso en la pista de esta novela. Aunque la novela empieza con un capítulo titulado PUTA MIERDA DE LOS COJONES, la novela no es un chorreo de tacos ni nada parecido, sino que más bien es un sentido y muy logrado intento de expresar con palabras ese nudo que atenaza el estómago cuando le toca a Karl arrostrar como padre la muerte en la carretera de un hijo adolescente, el sentimiento de culpa de poner los cuernos a su mujer por otra que resulta ser un espejismo, un error colosal, un volver a casa con el rabo entre las piernas, escaldado, menoscabado y ninguneado y un volver a coger la puerta después para estar a un tris de seguir cometiendo los mismos errores, buscando sin descanso la casa de los horrores en la cual quizás pueda purgar sus equivocaciones o directamente ultimarse, toda vez que sin su amado hijo Ole-Jakob la vida sea una PUTA MIERDA DE LOS COJONES. Rachel, la hermana de Karl, le dice a este que “a menudo se escribe mejor de lo que menos se conoce”. No sé qué hay de cierto en esta afirmación, pero cuando leo párrafos como este:
Una pareja de jóvenes había ocupado los dos asientos delante de mí, la chica apoyaba la cabeza sobre el hombro del chico, mientra que este, de vez en cuando, se echaba hacia adelante para mirarla a la cara. Noté lo mucho que los envidiaba, a ambos. Había en ellos algo bendito y apacible, una despreocupación respecto a un entorno que aún no era lo bastante fuerte como para sacudir los cimientos de su felicidad y su enamoramiento. A estos dos, pensé, el mundo no tiene nada que decirles. Nada puede alterarlos. Está en equilibrio. El amor y el deseo están repartidos por igual, todavía no se cuestionan quién de los dos echa más de menos al otro. Al salir, me di la vuelta y les dije: !Acordaros de este momento!. El chico dio un respingo, parecía aterrado y, cuando el autobús volvió a arrancar, los vi un instante al otro lado del cristal: me miraban como si hubiera intentado hacerles algo, aunque no comprendieran exactamente qué.
Y otros muchos de la novela, no sé si Stig, el autor, conoce o no conoce de lo que habla y si escribe de oído, pero la novela ha conseguido removerme como pocas.

Mármara ediciones. 2017. 296 páginas. Traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Øyvind Fossan.

www.devaneos.com

La grande (Juan José Saer)

¡Saer, o no Saer, esa es la cuestión!. Cuando Shakespeare escribió esto ya intuía que el río de la (buena) literatura pasaría por Serodino. Cuando leí El entenado y La pesquisa tuve claro que iba a Saer que sí. Ahora después de leer La grande no lo tengo tan claro. Se preguntaba EVM ¿Es un delito que una novela no tenga argumento? Y se respondía. Pues sí, entre nosotros, todavía lo es. Me pregunto si La grande tiene argumento. Sí y no. Saer se demora en su narrar, se recrea en los pequeños detalles, los dimensiona y corporeiza, y se permite el lujo en un alarde de mundanidad de poner a sus personajes a vestirse, a comer, a defecar. Personajes que recorren su pasado, para entreverarlo con su presente; un pasado cargado de recuerdos, de muertos, de aquellos polvos y de estos lodos, con ramalazos que me traen en mientes Las ilusiones perdidas en lo tocante al fangoso mundillo literario, prosa también voluptuosa donde el sexo -como motorcillo de la humanidad- está latente o palpitante buscando sin apenas esfuerzo erigirse, erectarse, hendir. Prosa hay que abunda también en lo filosófico:

…a las diferentes etapas o situaciones de la vida corresponden teorías filosóficas o literarias precisas; así, por ejemplo, en la adolescencia el romanticismo predomina sobre todas las otras, se es hegeliano cuando se adhiere a un partido político, presocrático en la infancia, y empirista cuando se acaba de nacer, escéptico en la vejez, estoico en la vida laboral…

No hurta Saer la realidad social más desfavorecida:

pensaban encontrar en las ciudades del litoral algún alivio o alguna esperanza. Para la mayoría, pestañeando todavía de extrañeza y de incredulidad, al descubrir, atontados por la desmesura de la evidencia, que eran carne viva tirada al mundo porque sí, para sobrevivir en él a la placenta que los nutrió durante nueve meses, la pobreza era ya un progreso, la maldición del trabajo un premio, el rancho un abrigo, y la ciudad a la que muchos iban para trabajar, contemplada a lo lejos, desde la periferia, la tierra prometida.

Si la literatura supone pasar la vida a limpio, Saer, creo que vuelca su amplia experiencia vital en este texto, funde su experiencia en él, y en su lectura que ejecuto a sotavento o entras o te quedas en el umbral, no porque la novela no tenga argumento o porque éste no dé mucho de sí -convertido en un sumatorio de recuerdos caprichosos del voluptuoso joven Nula, del retornado Gutiérrez, de Tomatis…- , sino porque en los temas que aborda con su prosa inconfundible ralea mi interés, ante abundantes elementos triviales que conviven con otros muchos hallazgos fulgurantes, donde el lapiz holla el papel para la posteridad.

A pesar de que el texto resulte truncado y a pesar de que ese lunes postrero resulte casi sabático, pues solo contiene una frase, todo esto no importa, porque todo ya ha sido esbozado, referido, dicho, explicado, barruntado, entendido o no, disfrutado o no, porque Saer que murió mientras escribía la novela ha sido abolido y a su vez, gracias a la literatura, ya resucitado, a lo grande, diría si la novela me hubiera entusiasmado. No ha sido el caso.

Coincido con Saer en que el tempus fugit y además es finito.

su patria es el lugar a la vez extraño y familiar, inmediato y remoto, en el que los vivos cargan en sus hombros a los muertos, y únicamente con la muerte se liberan de la carga: y así va a ser hasta el final del tiempo, que no tiene nada de infinito, porque está condenado a apagarse cuando pare de soplar el último aliento humano.