Archivo de la categoría: Miguel Delibes

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La mortaja (Miguel Delibes)

Despido el año en el centenario del nacimiento de Miguel Delibes con la lectura de La mortaja, que recoge nueve relatos suyos escritos entre 1948 y 1963. Visto como un todo podemos entender el libro como una especie de narración de Las edades del hombre. Relatos en los que los protagonistas son niños, como en el caso de La mortaja o El conejo. Un mundo infantil duro, tocado por la muerte, como le sucede al protagonista de La mortaja, El Senderines, niño que al morir su padre, solo en el mundo, ha de contar con los servicios de otro hombre, codicioso, que valiéndose de la situación del moete le echará un cable, no en balde, con el fin de poder vestir al desnudo difunto antes de ser enterrado, y ofrecer de paso al niño algo de compañía en semejante trance luctuoso.
En El conejo un niño recibe un conejo como mascota y sus malos cuidados acaban con la vida de la misma a los pocos días.
Ya como adultos tenemos a los cazadores, habitual la cinegética en la obra de Delibes, y de nuevo otra muerte, la de una perra, en La perra, cuando dos cazadores van de caza y aviene un accidente que no parece tal. Pues siempre parece haber cuentas pendientes. En El amor propio de Juanito Osuna, de nuevo la caza, los dimes y diretes, las habladurías, las inquinas, entre el cazador que narra y el Osuna de marras, un niño bien pagado de sí mismo, fanfarrón, buen cazador y acreedor de las envidias de sus compañeros de cacerías.
La fe, parece la responsable de que una mujer convaleciente en el hospital sane de repente, en plena Semana Santa, recuperación auspiciada por la virgen, se entiende.
Navidad sin ambiente es un relato muy oportuno en estas fechas. Llega un momento en nuestras vidas en que las navidades sirven para reunir a familiares que dirigen la mirada hacia los que ya no están, dando así forma y presencia a la ausencia de los mismos. Antes de las redes sociales existían las cartas o los radioaficionados. En El patio de vecindad un hombre mayor, radioaficionado, entabla amistad con una mujer cubana, de origen español. El día a día, la ganancia en confianza e intimidad, el tiempo compartido y consumido en las ondas, hace que la presencia oral de esta mujer le resulte a nuestro hombre ineludible. Hasta que un día se entera de que su escuchante ha muerto. Y a ese patio de luces de vecindad, aviene el apagón, la esperanza ultrajada.
En El sol, brilla la esperanza, espejea el deseo y la protagonista es una mujer cuyo color de piel, no precisamente obtenido en una piscina o playa, sino a pie de carretera, es la envidia de los circunstantes.

Relatos lo de La mortaja en los que Delibes exhibe su vena más realista, un buen manejo del lenguaje: giros, frases hechas, refranes y un empeño por exprimir el tesauro rural, ofreciendo un buen número de palabras ya arrumbadas por el lenguaje medianero hoy imperante. Diálogos que son como abrir la ventana y escuchar hablar a los vecinos, los de hace siete décadas. El manejo de temas presentes como la perdida de la inocencia, la muerte, la esperanza, la envidia, la fe, la ausencia o el deseo son universales y atemporales. Y por tanto eficaces.

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Cifras y letras

Faulkner escribió Mientras agonizo en 42 días. Leyendo el amenísimo libro del gran crítico literario Javier Goñi Cinco horas con Miguel Delibes, editada por Fórcola, me entero de que Delibes escribió El camino –libro que cuando era estudiante de 8º EGB (ahora 2º de la E.S.O) era una de esas lecturas obligatorias; ahora a los jóvenes les hacen leer Ana y la Sibila, La catedral, Marina, y similares- en tan solo 21 días, a razón de un capítulo por día. Habla de escritura en el sentido material. No desvela cuánto tiempo le llevó pensarla, incubarla en su mente. Afirma también que cuando sus libros comenzaron a ser objeto de tesis y tesinas, aquello le comenzó a cohibir, tal que si tuviera que haber escrito ese mismo libro años después quizás le hubiera llevado también 21 días escribirla, a lo que hubiera que haber añadido el tiempo dedicado a corregirla, fruto de la vacilación, otro año más, dice.

Se ve por tanto que cuando se alcanza cierto estatus en el olimpo literario y pasa a ser uno ya objeto de estudio, cuando un libro se analiza entonces con lupa, no cabe ya la despreocupación. Algo que me recuerda a lo que afirmaba también Francisco Umbral en Mortal y Rosa, cuando sus libros, su obra, pasaron a ser materia prima para estudios lingüísticos y lo que él plantaba sobre el papel sin darle demasiada importancia, en manos de los estudiosos adquiría toda clase de significados que el propio autor desconocía. De esto va la alquimia literaria, de la reciprocidad entre significante y significado.

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Mi vida al aire libre (Miguel Delibes)

Lo que más me sorprende en esta vida o autobiografía al aire libre de Miguel Delibes (1920-2010) es que no se filtre en ningún momento nada que tenga que ver con el quehacer literario del autor. Solo en un momento Delibes cuenta que Santiago Rodríguez Santerbás, se refería a él como un cazador que escribe. Nada más. Me sorprende porque no es habitual una autobiografía en la cual un escritor sea capaz de orillar algo que es consustancial o que simplemente lo conforma como es su oficio de escritor. Aquí Delibes a sus casi 70 años echa la vista atrás para poner negro sobre blanco todas las actividades que ha llevado hasta entonces y que ha realizado al aire libre, a saber, su destreza natatoria en los baños practicados en los ríos, la piscina, el mar, sus pinitos en el futbol y el fulbito, sus tanteos con el pingpong y el tenis, sus palizas encima de una bicicleta (hubo un tiempo, antes de que existieran las redes sociales las cuales le permiten a un novio romper con su novia por guasap, en las que un enamorado como Delibes era capaz de hacerse casi cien kilómetros en bicicleta (entre Molledo-Portolín y Sedano) !por aquellas carreteras y con aquellas bicicletas! para ir a ver a su amada unos días), sus caminatas por la ciudad o por el monte en busca de las cumbres, solo o acompañado de sus perros, y algo que todos los que hemos leído a Delibes conocemos de sobra, su afición por la caza y por la pesca (Diario de un cazador, Las perdices del domingo, Con la escopeta al hombro, mis amigas las truchas), sin que según afirma Delibes no sabría por cual de las dos decantarse. La narración se entrevera con recuerdos épicos de los logros filiales, como ese hijo que en un carrera les dio sopas con ondas a un puñado de profesionales. No todo lo que se refiere son actividades deportivas, Delibes refiere también su relación con las motos, la adquisición de una Montesa, que en aquel entonces brillaba por su ausencia, la autonomía que les otorgaba, la posibilidad de hacer varios cientos de kilómetros en unas pocas horas.

Delibes fiel a su estilo maneja en estas vivencias una prosa precisa, sencilla, un lenguaje rico, que me depara una experiencia fruitiva, vivencias que permiten entender mejor cómo era nuestro país hace apenas seis décadas, y donde ya se va apreciando un cambio, a medida que el progreso lleva aparejado una mejora de la calidad de la vida, Delibes habla, referido a lo cinegético, cómo algo se reblandece, cómo esa caza dura, austera, muda allá en los años 70 en algo más llevadero, menos exigente, más confortable, tal que se madruga menos, no se come al aire libre sino a mesa puesta, se regresa antes para ver el partido en la tele, en definitiva se va enmolleciendo, algo que podría ser extensible al resto de la sociedad. Apela Delibes, en suma, a disfrutar de esas actividades que podemos realizar bajo la bóveda celeste, aunque sea a medio gas, a media ración, pues ahí está, podemos pensar, la fuente de la vida y lo afirma Delibes que cuando escribió este libro contaba casi 70 años, y que todavía viviría otros 20 años más.

Miguel Delibes en Devaneos | Señora de rojo sobre fondo gris, Los santos inocentes , El disputado voto del señor Cayo

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El disputado voto del señor Cayo (Miguel Delibes)

El 15 de junio de 1977 España se enfrentaba a un examen electoral después de casi 40 años de dictadura. Los protagonistas de esta historia ambientada pocos días antes de los comicios son unos jóvenes políticos de izquierda, del PSOE se deduce, que nos permiten un acercamiento a la tramoya de la campaña política desde el interior. Una terna formada por un joven alocado, Rafa, un diputado, Víctor y Laly una mujer progresista que reivindica el papel de la mujer en pos de la igualdad. Su misión consiste en servir al partido y a tal fin deben ir a la busca y captura de los votos de la gente de los pueblos, como Cureña, vecinos a quienes tildan de paletos, a los cuales creen que sería fácil camelar con su retórica y tocando cosas que les conciernen como hablarles del precio del trigo, la colectivización de las tierras, etc. Ganar su voto lo ven fácil, mentalizarlos, no tanto. En ese encuentro entre lo urbano y lo rural, los urbanitas muestran sus aires de suficiencia. En su lenguaje hay una vena dogmática poco pegada a la realidad rural. Camino al pueblo suenan en el radiocasete canciones de la época de Pink Floyd, Leonard Cohen, The Eagles.
Hay críticas hacia al aparato, hacia los cuadros, que viven a cuerpo de rey. Ellos tampoco se sustraen a la autocrítica y al menos Rafa se considera un pequeño burgués que cumple las tres pes: pito, paladar y pereza. Siempre rondándoles la duda de si presentarse a Diputado sirve para cambiar la sociedad o bien para medrar. Hay aires de cambio, la «gente nueva» está por la píldora, aborto, amor libre. Las calles de las ciudades alfombradas de carteles y octavillas. En unas elecciones que ganaría Adolfo Suárez con la UCD.

El cine social italiano, el neorrealismo, se va ya superado por Antonioni. Delibes, como es habitual en sus novelas maneja un lenguaje delicioso. Si en la ciudad estos jóvenes hablan de manera zafia, desastrada, empleando términos como puto, macho… cuando la acción se sitúa en el pueblo Delibes da todo un recital y afloran palabras como: escriña, heniles, cancilla, chiribitas, hornillera, dujos, humeón, tetón, carrasco, cardancha, cárabo, momio, alholvas, chovas, mangar, enterizo, camella, greñura, eríos, almorrón, ringleras, chamosos, restaño, salguera, recial, ejarbe, tolmos, baribañuela, cambera, trashoguero, escañil, taravilla, halda, entre otras.

Cuando los cazavotos llegan al pueblo se encuentran a Cayo, el alcalde, que vive con su mujer y enemistado con el único habitante del pueblo. El antes paleto, en las distancias cortas gana enteros, se muestra eficaz, resolutivo, sabio, conocedor del mundo que lo circunda, sacando provecho y rendimiento de todo cuanto tiene a mano, y no abarata el lenguaje, no lo aligera con palabras huecas, no, porque Cayo habla poco y bien, y si no tiene nada que decir no se entrega en brazos de una cháchara estéril.

Los jóvenes políticos van al pueblo con ideas de redimir a los paletos, de ofrecerles un paraíso a materializar si son votados, y se dan cuenta de que Cayo es el redentor, que no los necesita, que se apaña muy bien sólo, que tiene lo suficiente para vivir, a pesar de que ellos lo consideren pobre, que no depende más que de sí mismo y de la compañía de mujer, una especie de estoicismo que entronca con lo enunciado años atrás por Thoreau en cuanto a reducir las necesidades al mínimo y a no perder el tiempo con aquello que no lo vale.

Esta novela bien nos puede servir como una lección a aprender ante una realidad, la nuestra, cada día más vocinglera y tecnificada, donde se habla de todo sin saber de nada y donde lo que entendemos por cultura es la mayoría de las veces un cascarón vacío.

Sin estar, creo, al nivel de otras novelas que he leído del maestro castellano como Los santos inocentes o Señora de rojo sobre fondo gris, es una novela muy notable, escrita en 1979, que nos sitúa en un momento crucial en la historia reciente de España, y nos permite reflexionar, entre otros muchos temas, sobre las raíces y consecuencias del despoblamiento rural (a Cayo le podría suceder el Andrés de La lluvia amarilla y a éste la demotanasia de la que nos habla Cerdá, en Los últimos. Voces de la Laponia española), sobre si hay alguna necesidad de ser gobernados por políticos incompetentes y sobre qué debemos entender por cultura o el papel que juega la experiencia en nuestra vida interior y social.