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Lo que escucha la lluvia

Lo que escucha la lluvia (Francisco Solano 2015)

Francisco Solano
Editorial Periférica
2015
115 páginas

Como lector, en esto de la lectura todo pasa por comulgar con el texto de distintas maneras: apasionamiento, seducción, interés, entrega, emoción, diversión, entusiasmo.

He puesto lo mejor de mí en la lectura de este libro, pero en esta comunión solo he recibido un par de hostias u obleazos en mi ánimo, con esta expiación que se trae entre manos Solano, con su barquito, tocado y hundido por el tedio, en la plasmación del trauma que supone perder a un padre, con tres años y luego dos décadas después a una madre, en unas páginas de dolor, de expiación, de desdoblamiento, de búsqueda, de vaciado sentimental e improbabilidad como definición existencial donde todo lo leído por obra y gracia de Solano me resulta muy ajeno, muy distante, demasiado frío, un ensayo demasiado racional e inerte, donde las palabras escritas y el ritmo de la narración son flujos paralelos.

No se debe escribir con el freno de mano echado, mirando todo el rato para atrás, ejerciendo una metaliteratura que no lleva a ninguna parte, como no sea arribar a las playas del puro aburrimiento, tras una singladura que tiene más de nadería mineral que de epopeya.

Dice Solano en una entrevista que el 80% de los libros publicados se olvidan a los diez minutos. Para mí este es uno de ellos, quizás porque Solano no es Walser, ni Vila-Matas.

El arte de la fuga

El arte de la fuga (Vicente Valero 2015)

Vicente Valero
Editorial Periférica
2015
101 páginas

Es Vicente Valero dueño y señor de una prosa fragante, andariega, portátil, sugerente, seductora, fértil, un vergel, en definitiva, pródigo en hallazgos. A la lectura de El arte de la fuga me remito. Un libro de 101 páginas que me ha encandilado de comienzo a fin, donde Valero recoge jirones de la existencia de tres poetas: San Juan de la Cruz, Hölderlin y Pessoa.

No hace falta saber quiénes son estos tres poetas que han pasado a la posteridad, y tras los relatos apenas obtendremos unos pocos datos de sus vidas, focalizados estos en aquello que marca esa fuga presente en el título de la novela. Juan, luego San Juan de la Cruz religioso y poeta, a través de la mística y de sus textos, huiría de sí mismo, y nos lo encontramos en sus postrimerías, ya moribundo, en carne arrumbada y serena, con un halo de santidad que convierte sus humores y podredumbre en algo divino.

A Hölderlin el poeta alemán lo encontramos exhausto entre el polvo y el fango del camino, morador de buhardillas y andariego, con el corazón roto tras el no de su amada, a quien la muerte de ésta, referida por vía epistolar lo dejará tocado de muerte.

Acabamos con Pessoa, quien una noche recibe en su escritorio al «espíritu de las letras», tras lo cual escribirá en tropel un alud de versos, desdoblándose en distintas personalidades (centrada aquí en su heterónimo Alberto Caeiro), dando luego rienda suelta a una fértil autodestrucción que no le evitará ni los excesos ni el desasosiego.

Cuando un poeta escribe prosa corre el riesgo de que el lirismo ahogue el texto, que el exceso de significación no deje respirar las palabras, saturándolas.

No es el caso. Este libro breve de Valero recomiendo releerlo con calma, sin prisa, volviendo cuantas veces nos apetezca para recrearnos con los hallazgos verbales que nos brinda el autor, logrando casi un efecto hipnótico y saciante, que la literatura en muy contadas ocasiones logra materializar.

Leo por ahí que Los extraños, la anterior novela de Valero es todavía mejor que El arte de la fuga. No voy a tardar mucho en salir de dudas. Lo que sí puedo decir ahora mismo es que esta obra de Valero es un libro ineludible. Bien por Periférica.

Polaris

Polaris (Fernando Clemot 2015)

Fernando Clemot
Editorial Salto de Página
2015
185 páginas

Los personajes centrales de Fernando Clemot parecen dar por válida aquella máxima que nos diría que «somos memoria y pasado».

Tanto el Leo Carver de El golfo de los poetas), como el C. de El libro de las maravillas) y ahora este Christian de Polaris, los tres son más pasado que futuro, e incluso que presente. Los tres son pecios humanos, amasijos de carne arrumbada, sentinas decrépitas que apestan a orines, a podredumbre.
Uno alcoholizado (Leo), el otro desmemoriado (C.) y otro, Christian, ansiado, atormentado, medicalizado y desmemoriado.

Si tengo que elegir un párrafo que explique lo anterior y en definitiva la obra novelada de Clemot sería este:

«Ahora ve usted que el dolor y la memoria discurren siempre por un único conducto, como la orina y el semen, placer y excreción, tormento y memoria, son gotas de mercurio atrapadas en un vidrio. El dolor tiene más vitalidad, se revuelve a menudo y chirría como un hierro al rojo, se gira y larga un zarpazo. El dolor tiene instinto y la memoria no. El dolor se defiende, es una alimaña atrapada en una canalera de obra y la memoria es un asesino más sosegado como podría serlo una enfermedad, tal vez no sea más que eso».

Eso es. Dolor y memoria. Y ansiedad, y mucho recuerdo atormentando al sujeto que recuerda, que sueña pesadillas, que convive con la ansiedad. Nuestro Christian.

Si El libro de las maravillas transcurría a lo largo de seis días y El golfo de los poetas en cinco, Polaris transcurre a lo largo de unas horas, en las que el doctor de la embarcación Eridanus, Christian, será interrogado por dos hombres, Vedt y Dodt, a fin de esclarecer lo que ha pasado a bordo del barco las horas previas.

No es una narración lineal sino que hay continuos saltos al pasado, donde se irán fraguando las historias de Christian y de otros miembros de la tripulación, que también aparecen en escena, con la II Guerra Mundial como telón de fondo ensangrentado, un narración que al quebrar el tiempo tiene algo de reflujo, algo de resaca, algo hipnótico, que desasosiega y mucho.

La historia va más allá de saber qué es lo que ha sucedido, de conocer por qué razón Christian está siendo interrogado, de dilucidar qué parte de responsabilidad tiene él en esos aciagos acontecimientos.

Clemot nos va decantando la historia gota a gota, con una narración que requiere mucha atención por parte del lector, dado que los diálogos están embutidos en el texto, sin diferenciación y uno debe asignar cada voz que habla a cada uno de los personajes que ocupan la escena, y hay unos cuantos, con mayor o menos presencia.

Por encima del quehacer cotidiano de los miembros de la tripulación está La Central, que guiará las acciones de todos ellos con unas cartas que contienen unas instrucciones que nadie incumple por muy extrañas e irracionales que puedan parecer a priori. Una Central que se conforma como un ente superior, más allá de la razón (o de la sinrazón) y de las pulsiones humanas, reduciendo a todos ellos a meras cobayas, peones de ajedrez de un tablero nuevo que están por moldear, allá por 1960 y con los efectos de la II Guerra Mundial todavía supurando.

Un presente que se dibuja para Christian como un barco anclado en medio de la nada, y un pasado que vuelve una y otra vez a la mente de éste dándole zarpazos, atormentándolo, devorándolo en sueños, vaciándolo de su ser, si es que aún hay algo ahí en su interior que lo haga humano.

Recuerdos que llevan a Christian a su niñez, a la casa paterna, a su hermano enfermo, a las noches bélicas en Creta, en el bando alemán, bajo aquellas estrellas inasibles que siempre estaban ahí, espectadoras mudas de aquellos que como Christian arrastraban su corona de espinas cada día vivido.

Cada libro de Clemot es para mí un acontecimiento. Merece la pena acercarse a sus historias, compartir su mirada musculada, su prosa potente, sus personajes dolientes (alejados de la geografía local) camino del precipicio.

Con este libro Clemot va del «suspense» al notable alto.

Distancia de rescate

Distancia de rescate (Samanta Schweblin 2015)

Samanta Schweblin
Mondadori
2015
124 páginas

Esta novela de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) es tan terrorífica como potente.

Háganse un favor. Apaguen la televisión después de cenar. Siéntense en un sofá orejero, déjense iluminar por la luz que derrama la bombilla, cojan esta novela y durante dos horas no hagan otra cosa que leer/sufrir/padecer/gozar.

Apenas media docena de páginas permiten ya ir leyendo entre jadeos, cuando leemos que un niño deja de reconocerse como tal, como si lo hubieran cambiado, que es lo que sucede, cuando gravemente enfermo sus padres a la desesperada y con el único objetivo de salvarle la vida, la mujer de la casa de verde lo transmigrará, lo sacará de sí mismo, y así vencerá el mal, aunque las consecuencias luego sean irreparables.

El niño se llama David, su madre Carla y ésta se desespera al no reconocer a su retoño en esa figura infantil.
Arranca la novela con Amanda en un hospital, agonizando, a su lado David, preguntándola, de modo inquisitivo, y así Amanda se ve relatando los acontecimientos previos a su llegada al hospital, mientras David, va fiscalizando la narración, evitando que ésta se desvíe, actuando como una voz que le dice a la autora de la novela, qué es lo importante, aquellos detalles que no debe dejar pasar por alto, lo que sintió y experimentó en cada momento, y el recurso funciona porque cada que vez que David habla, lo visualizamos, y la saliva se atraganta, y el ambiente que crea la autora es tan asfixiante, tan sórdido y demencial que una vez que el lector se imagina caminando por este particular «campo del terror», cualquier cosa lo horripilará, ya sean presencias nocturnas, la sola mención de la curandera, la soja que se mueve mecida por el viento, sin animales a la vista, o el deambular de la hija de Amanda, Nina, que en todo momento parece que vaya a correr el mismo infortunio que David a medida que ésta aparece y desaparece de plano.

Samanta aterroriza al lector, lo envenena, lo narcotiza, y se da la paradoja de que uno quiere que acabe ya la novela comprobar si de una vez se rompe ese hilo que materializa la distancia de rescate (aquel vínculo que una a una madre con sus hijos), pero al mismo tiempo que se siga dilatando hasta que la novela implosione de una vez por todas.

Lo dicho. Dejen dos horas para leer esta novela, y luego me dicen si ha valido la pena o no el esfuerzo (en mi caso, deleite)

Quiero seguir leyendo a Samanta. Creo que lo haré con Pájaros en la boca (2009)