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Padres, hijos, primates (Jon Bilbao 2011)

Padres, hijos, primates, Jon BilbaoLa cita que da comienzo a libro de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972), del escritor Graham Greene, de su obra El tercer hombre, dice así:

Un hombre no cambia porque descubras más cosas sobre él.
Sigue siendo el mismo.

Cuando el libro está llegando a su fin leemos lo siguiente.

Esa furia que sientes no es suficiente. No te ha cambiado. Sigues siendo el mismo de antes. (pag. 149)

Si a un personaje le pase lo que le pase siguiera siendo el mismo, si no nos encontrasemos ante un viaje horizontal, vertical, o transversal, lo que leamos puede llegar a importanos un comino, tanto como las acciones que el protagonista, Joanes en este caso, llevara a cabo, en España, México o en Puerto Rico.

Joanes se encuentra en México, en la Rivera Maya, junto a su mujer y su hija, porque su suegro va a celebrar su boda en Cancún, cuando el huracán Gerald les obligará a dejar el hotel en el que se alojan, desplazándolos a otro en el interior, sin posibilidad de volver a España durante unos días. Joanes mientras tanto espera una llamada, un contrato por suscribir, que podría cambiar la suerte de su negocio.

Lo que comienza siendo un cara a cara entre Joanes y su suegro: la manida relación donde uno (el suegro) ya está de vuelta de todo, un hombre hecho a sí mismo, capaz de arreglar la vida (con sus cuadros) de los suyos, con un chasquido, y el otro es un joven de una generación anterior que se encuentra en edad de demostrarlo todo, a quien las cosas no le van bien con su negocio, y quien ha tenido que claudicar varias veces frente al suegro para obtener financiación, enseguida queda fuera de campo y no se aborda posteriormente.

Luego el asunto del libro se centra, o mejor, se ceba, con la relación que Joanes tuvo con un profesor de matemáticas, en la Escuela de Ingenieros, con quien mantuvo una relación especial. Un profesor prepotente, humillador, vanidoso, odiado por su alumnado en bloque, pero a quien Joanes a pesar de todo ello tributa admiración, aunque más tarde llegue a la conclusión de que fue él, el profesor, quien le destrozó la vida (con esas recomendaciones, o no recomendaciones que le permiten a uno encontrar o no el trabajo de su vida). Luego viene el jueguecito de te conozco, no te conozco, tu cara me suena, ahora sí me acuerdo de ti, etc y unas parrafadas que dejan el suspense en suspenso y la novela tocada de muerte, cuando el autor nos instruye sobre la Inteligencia artificial o la comosgonía de Hörbiger (será que a los Ingenieros, como Jon Bilbao, cuando les da por desbarrar echan mano de lo que conocen)

Como en una novela el autor puede o mejor dicho debe hacer lo que le salga de las falanges, Jon consigue que en México, en una carretera secundaria, Joanes se encuentre con su profesor y la mujer de este, en silla de ruedas, quienes a resultas de un motín acaecido en el autobús en el que viajaban han sido expulsados de las vísceras del autocar y abandonados a su suerte y acontezca entonces el resto de la historia, o la historia en sí, en la que cual película de suspense nos encontramos ante sucesivos golpes de efecto, donde aunque el personaje no cambia (al menos en apariencia, porque es evidente que nuestras acciones sí nos transforman), sí que sucederán muchas cosas, dado que si no hay labor de introspección personal (el autor se guarda mucho de desvelar la naturaleza de sus personajes y con eso juega, cimentando el suspense y alimentando la trama), al menos habrá que enganchar a lector de alguna manera, y nada mejor que echar mano de un buen repertorio de explosiones, crímenes, pinceladas gores, falanges amputadas, monos enfurecidos que saldan deudas pendientes, seres humanos sin escrúpulos que evolucionan desde la sapiencia hacia la violencia, un Huracán que puede arrasarlo todo (por fuera y por dentro), etcétera, para meterlo todo en la batidora y darle al play.
Sí, estamos leyendo una película.
Yo, prefiero verlas (Haute Tension por ejemplo), de ahí que este libro no me haya convencido, a pesar de que Bilbao consigue crear expectación y un ambiente hostil y asfixiante con escasos mimbres.

La prosa de Jon en esta novela (no he leído sus libros de relatos) vuela muy bajito. Se deben hacer virguerías con las palabras (hablamos de un escritor, no de un taxidermista): no es este el caso. La lectura me ha resultado lineal y funcional, nada ambiciosa (no le pido a Jon que escriba como Ospina, pero los mexicanos de Los Tigres hablan como si fueran de Valladolid) ni provocadora. El escenario donde transcurre la historia viene a ser lo de menos. A la postre no es relevante su ubicación en México, el Huracán e incluso el mono de marras, tanto como el negro o el suegro, si bien todo ello facilita la bajada a los infiernos del alma humana de Joanes y del Profesor.

Lo importante podríamos pensar que es el concepto. ¿Qué estaríamos dispuestos a hacer para proteger a los nuestros (humanos o primates), o bien para salvar el pellejo?. Sobre esta pregunta, Jon escribe su libro y sus personajes, sus acciones nos ofrecen la respuesta. Si bien no se trata en una primera instancia de una cuestión de supervivencia a vida o muerte, sino más bien de una concatenación de infortunios que mezclados con el resentimiento, los falsos temores, la desconfianza en el otro y la maldad congénita, convierten la naturaleza humana en una bomba de relojería, capaz de todas las macarradas inimaginables.

A pesar de lo escrito aquí, pónganlo todo en solfa y denle una oportunidad a este libro de Jon Bilbao, dado que si buscan otras reseñas en internet, todas ellas, y digo todas, son positivas: no digo más.

Editorial Salto de Página

El bolígrafo de gel verde (Eloy Moreno 2011)

Eloy Moreno El Bolígrafo de Gel verde Al protagonista del libro le clavaba yo dos bolígrafos de gel verde, uno en cada ojo, para que supiera de verdad lo que es el DOLOR, con mayúsculas.

En serio. No usaría un bolígrafo de gel verde, sino un cutter bien afilado, para no fallar. Ahora sí. Primero, felicitar al joven Eloy Moreno, el cual a base de dar la brasa, mover su libro por toda España y gracias a un país entregado a su obra, finalmente Espasa le publicó un libro y así sus padres pueden ahora presumir de tener un hijo escritor. Cierto. Decía Olmos, otro escritor, que su una novela es buena, al final alguien acaba publicándotela. No me parece este el caso, pero yo a Olmos no le llevo la contraria porque le tengo en un pedestal y se gana la vida escribiendo y yo no.
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Alberto Olmos

Ejército Enemigo (Alberto Olmos 2011)

Cuando oigo hablar de la novela perfecta (que a menudo se emplea para calificar una novela) me descojono. Estoy de muy buen humor últimamente y sandeces como esa me llevan a la carcajada. Me pregunto en qué consiste la novela perfecta. Supongo que será algo parecido al polvo perfecto, al amanecer perfecto, a la estocada perfecta, al padre perfecto, a la siesta perfecta, al pareado perfecto, a la misa perfecta. Quién establece los indicadores. Quien fija los baremos. Quien analiza los resultados.

No existe la novela perfecta. Existen palabras en un papel. Negro sobre blanco.

El autor hace lo que puede, lo que roba a la realidad, lo que araña del pasado y añade lo que su cerebro segrega y luego el lector hace el resto, remata la faena. Hay lectores perezosos, indolentes, que no quieren experimentos ni sorpresas, amentes de lecturas grises como sus vidas y otros que se entregan, que se ofrecen, abiertos a experimentar nuevas sensaciones, los gastrónomos literarios para entendernos.

Cuando leo a Alberto Olmos siempre pienso que el hombre lo hace a medio gas, sin darlo todo, conteniéndose, como si escribiera con el freno de mano echado (sin animarse a desplegar esa prosa potente más a menudo, como sí sucedía en El Talento..) y no será porque Olmos no se explaye y explicite a gusto, en algunos momentos del libro, en especial en materia sexual, donde Olmos se despacha agusto creando un paisaje naturalista embutido de pollas, coños, masturbaciones, sexo anal, sexo oral, cintos, carne fresca a granel, rezumante de semen, de oquedades saciadas, donde el protagonista Santiago se nos va por la vía seminal un día y al otro también. Me gustaría leer un libro de Olmos donde el protagonista tuviera la mala leche (y esa prosa magnética) que destila en su blog, Lector Mal-herido, donde ahí si que no hay freno de mano y todo fluye sin mirar atrás.
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El oficinista (Guillermo Saccomanno)

El oficinista Guillermo SaccomannoCrear y describir. Crear un mundo y describirlo, acercarlo al lector. El autor de El oficinista, Guillermo Saccomanno, nos describe un mundo que ha creado con tinta, el cual no dista mucho del real. Suponemos que nos habla de un futuro no lejano, poblado de perros clonados, murciélagos que mueren entre las hélices de helicópteros mientras surcan cielos saturados de lluvia ácida, donde no hay amaneceres, donde no saben sus habitantes si es de día o de noche, calles donde estallan las bombas de terroristas o de suicidas, con zonas de degradación humana, donde la muerte y la vida van de la mano, un escenario en el que se mueven unos personajes innominados, porque sus nombres, sus particularidades son un detalle menor, dado que es la naturaleza la que se ha corrompido ya de tal manera, que El oficinista y protagonista del libro, es un tipo más, vulgar, común, multiplicado, que fantasea con asesinar a su familia y a su prole, a su amante, porque nada de cuanto vive le impele a seguir, sino que más bien lo hunde en el fango del suelo que pisa, un suelo parduzco, poblado de cadáveres, de jóvenes con piercings, drogados, alcoholizados, alineados con la nada más absoluta. Y en ese mundo gris surge la figura de una mujer, ese amor redentor que nos ayuda a ser mejores o al menos a creerlo, durante un tiempo, a menudo breve, en el que la enfermedad del enamoramiento enajena y excita al mismo tiempo.

El Oficinista caerá rendido a los pies de la secretaria del Jefe, la cual es compleja como todos, y lleva endosada varias vidas en sí misma, y a su rol de secretaria se añade el de mujer activa sexualmente, luchadora, trepadora, que quiere ser madre de un hijo luchador de kickboxing no un oficinista de escritorio, como su pretendiente, que se agarra a su puesto de trabajo en la oficina como un naufrago a su trozo de leña, delatando si es menester a otros compañeros, porque lo que importa es no perder el puesto de trabajo, tener una nómina con la que poder dilatar más su existencia gris, vacía.

El autor emplea una prosa ágil, rítmica, con momentos de humor negro, de existencialismo, kafkianos con referencias a la soledad rusa que anega al oficinista, una prosa desbastada que deshoja florituras para ir al busilis, a la esencia y que no da tregua al lector, con capítulos breves, para arrearnos un guantazo en plena jeta. Hace falta luego pues, retraerse, buscar el silencio para analizar cómo se ha llegado a esa situación, en qué se ha fallado, si este presente que es mañana tardará mucho en materializarse o si ya vivimos así y no somos conscientes.
Da miedo pensar que los sueños se hagan realidad cuando estos implican muerte y destrucción.