El talento de los demás

El talento de los demás (Alberto Olmos)

Sigo con Alberto Olmos. Me pasa a menudo. Me da la venada por un autor y me fajo con él hasta que me acaba poseyendo. Un verano me sucedió esto mismo con Tom Sharpe, empecé con Wilt y acabe con Tom después de haber leído una docena de libros suyos cuyos títulos aún recuerdo, así que la impresión o vampirización fue de aupa.

Me inicié con Olmos leyendo El estatus, seguí con Tatami y ahora le ha tocado el turno a El talento de los demás. Si las dos novelas anteriores de Olmos son breves; una fantasmagórica y la otra una vacilada que derrocha buen humor y ofrece al lector unas cuantas carcajadas y una sonrisa sempiterna en el rostro, El talento de los demás, es una obra más densa, de 318 páginas donde Olmos se explaya a gusto.

Aquí no hay recato a la hora de escribir, sino más bien un ataque de verborrea digital que lleva al autor a toca mil asuntos, que le va sirviendo en bandeja, el protagonista Mario Sut, un joven talentoso con el violín que tras relamerse con las mieles del triunfo sufre una bajada de tensión, alejado del dulzor del éxito, para convertirse en un ser más, perteneciente a la masa, que somos la mayoría, para alcanzar algo parecido a la perfección en su siguiente trabajo. Su posterior falta de ambición, su quehacer diario sin altibajos, sin crítica alguna hacia algo o hacia nadie, hace que quienes le rodean crean poco menos que encontrarse ante un santo, una divinidad que no levita pero a quien poco le falta.

Tras conocer a Mario, en la segunda parte del libro, Olmos tiene ocasión para dar su particular visión del mundo de la creación artística, ya sean cineastas, novelistas o músicos. Olmos pertenece a la mesnada artística, alguien que escribe, que lo hace bien, que tiene talento, luego se agradece esa labor de autocrítica, ejercida sin miramientos por ese camarero a quien todos estos artistas le parecen una panda de estómagos agradecidos, quienes creyendo estar dotados de una sensibilidad artística, tocados por una mano invisible que les hace ser especiales, viviendo a menudo del dinero familiar, no alcanzan en su férrea vanidad a ser conscientes de su necedad, estulticia y superficialidad.

Que la prosa de Olmos me engancha es un hecho. Cogí el libro un viernes y lo acabé el día siguiente, tras más de ocho horas de lectura. Me ha gustado, sí. Me gusta como escribe Olmos, las cosas que dice, cómo las dice. Aúna el segoviano talento e ingenio, hondura y persistencia. Eso sobre el papel ofrece una obra que leer y releer, pues hay muchos asuntos impresos a los que vendría bien dedicarlos un tiempito.

Me pasaré por la biblioteca a ver si me hago con A bordo del naufragio, Así de loco te puedes volver, Trenes hacia Tokio. De todos modos si el autor quiere dar una muestra de dadivosidad y enviarme un ejemplar de su último libro, Ejército enemigo, publicado en la potente editorial Mondadori, yo encantado. (A veces lo sueños se cumplen, si bien de momento sigo en Standby, como Iniesta). Dejo una crítica del libro que me ha gustado, porque al menos el autor argumenta.

Ala, y ahí dejo un párrafo, de los muchos leídos en el libro, que me ha gustado. A gozarlo.

«Si mi undécima novela saliera bien, fuera publicada o premiada y mi nombre figurara fugazmente en un periódico, oh, entonces todo el mundo apreciaría mi esfuerzo, les parecía meritorio que yo hubiera pasado los últimos diez años escribiendo para conseguir esto. Sin embargo no he conseguido nada, y el esfuerzo que he hecho es el mismo que si hubiera publicado las diez novelas, no hay diferencia, no hay más horas ni menos horas, no hay más ambición ni menos ambición, pero todo depende de si a alguien ahí fuera le sale de los cojones publicarme. Alguien con dinero, por supuesto».

Esto de la edición de libros es una lotería. La historia está plagada de escritores a quienes les rechazaron sus obras una y otra vez, hasta que un buen día algún editor decide publicar alguna, y a partir de ahí van de la mano el reconocimiento, el éxito, la fama, el enriquecimiento del autor, etcétera.

Pero como dicen en la novela, uno no escribe para hacerse famoso, sino porque es un pasión, como el que va al monte a por setas, o a hacer largos a una piscina. Es la motivación lo que mueve al ser humano.

Alberto Olmos | El estatus | Tatami

La hermana de Katia (Andrés Barba 2001)

La hermana de katia
La hermana de Katia es una historia minimalista; dos hermanas, una madre, una abuela y la pareja de la madre. En la sombra, una difunta, Nuria, que atormenta a la abuela cuando curiosamente ésta comienza a perder la memoria. La voz que narra es la de una joven de catorce años, que no acude al colegio y pasa el tiempo realizando tareas domésticas y viendo documentales de animales, que ve el mundo desde el taburete de sus catorce años. Ella, es la hermana de Katia quien a sus 19 años dejará la frutería en la que trabaja para dedicarse a hacer strip-tease en un local. Una relación tensa la que vive Katia con su madre que hace la calle. Un padre ausente y un hombre, un carnicero, que acompaña a su madre en sus ratos de asueto. Y ahí que Andrés Barba (Madrid, 1975 y finalista con esta novela en el Premio Herralde de novela en 2001) nos va desgranando las historias de Katia (con Giac), de su hermana (con John), de la madre (que busca huir de los apelativos), de la abuela (con sus soldados de plomo y sus amores juveniles), en ese piso, campo de batalla, de encuentros y desencuentros familiares, de algaradas sentimentales, de reconciliaciones y silencios, todo ello descrito con una prosa ágil, creando distintas secuencias que van engarzando, describiendo la «vida», con naturalidad, y avanzando como trenes en silencio que van hendiendo la oscuridad, con sus paradas y acelerones, alterado el silencio con los pitidos del revisor, ya saben, todo lo que implica vivir, que no es poco.
Una novela esta que tenemos entre manos meritoria para alguien que como Andrés cuando la escribió tenía tan solo 26 años (sí ya sé que Larra murió con 28, pero eran otros tiempos), quien no veía el mundo desde un taburete, pero que no tenía el recorrido que dan las noches en vela y los años bebidos. A Barba a pesar de su juventud, en cuanto a premios no le ha ido nada mal de momento (Premio de Novela Ramón J. Sender, Premio Torrente Ballester, Premio Juan March de novela breve, Premio Herralde de Novela), Premio Anagrama de Ensayo)

Andrés Barba | Las manos pequeñas (2008)

Himno Orgullo de ser funcionario

Los funcionarios siguen en pie de guerra luchando por sus derechos que se ven recortados. Ahora ya tienen hasta himno. Como en botica, funcionarios hay de todo, desde el que va a tocarse los huevos durante siete horas y media cada día con el beneplácito de sus jefes que hacen lo propio, hasta el que está desbordado de trabajo y no llega. Está el que trabaja y cumple con su deber y el que se busca la manera de no dar un palo al agua, funcionarios que se han formado estos años y otros que no quieren saber nada ni de promocionar internamente, ni de la «informática«, porque cuando ellos aprobaron no existían los ordenadores, quienes han aprobado una oposición, y a quienes se les ha aprobado una oposición (lo que se conoce como entrar a dedazo), quienes han sido funcionarizados o se han acogido a consolidaciones de empleo, quien se puede sentir orgulloso de ser funcionario y quien estaría mucho mejor callado, quien ante los recortes, trabaja igual que antes y quien se tira tres días en casa sin aparecer por el trabajo porque anda con «molestias«. De todo hay, y quien ha pasado por una administración pública conoce todo esto de primera mano. Todo esto y ver a los sindicalistas pasando por las administraciones, de brazos caídos, vendiendo lotería, diciendo que ellos poco o nada pueden hacer en las negociaciones con la Administración dan ganas de reír, o de llorar.

HIMNO “ORGULLO DE SER FUNCIONARIO”
(Con la música de “A quién le importa» de Alaska)

La gente me señala, me apunta con el dedo
Que soy funcionario, y que no hago ni el huevo
Ya me dirán, ¿quién paga sus pensiones,
Cura sus males y sus lesiones?

Ya sé que me critican, me consta que me odian,
Creen que soy responsable, de toda esta parodia
¿Por qué será? Yo no tengo la culpa,
Si a los que roban los disculpan.

Mi trabajo es el que yo, gané en oposición, nadie a mí me eligió.

¿ A quién le importan los funcionarios, en lo que han quedado sus salarios?
Eso es así, y así seguirá, pero cambiará.

A mí me importan los funcionarios, y como se ganan el salario
Sirviendo a aquellos que sin piedad tiran a matar.

Quizás la culpa es mía, por aceptar las normas
No es demasiado tarde, para la cambiar la historia
No aguantaremos ya ni un sólo insulto
De tanto cerdo, de tanto inculto.

Si quiere ser como yo, estudia mogollón, y hazte una oposición.

¿ A quién le importan los funcionarios, y en lo que han quedado sus salarios?

Eso es así, y a sí seguirá, pero cambiará.

ORGULLO DE SER FUNCIONARIO

De cumplir con mi tajo diario
Y de luchar, para que no me puedan doblegar

¿Ves algo raro?

Aparcabicis fantasma

Ahí tenemos una señal de aparcabicis, sin los aparcabicis de marras.

A ver si la alcaldesa viene a la zona oeste, cuando tenga alguna obra que inaugurar, aunque se trate del asfaltado de la calle mismamente, que está llena de agujeros y baches y deciden o bien poner los aparcabicis que no están desde hace dos años, o bien quitar la señal, que visto la cosa sobra.