Peaje (Julio de la Rosa)

Peaje (Julio de la Rosa 2013)

No sabía que detrás de las Bandas sonoras de películas como Primos, Grupo 7 o After, entre otras, estaba Julio de la Rosa (Jerez de la Frontera, 1972), quien además de hacer rock, también ha escrito poesía y ahora debuta con Peaje, su primera novela. A esto ahora le llaman ser un Hombre del Renacimiento. Gente como Leonardo Da Vinci se cuentan con los dedos de una mano a lo largo de la historia, pero como La Historia Moderna cotiza a la baja y tenemos partidos del Siglo cada semana, pues a un tío que haga varias cosas y las haga mínimamente bien, todas juntas y a la vez se le da esa denominación o etiqueta: cosas del marketing.

Hablemos de Peaje. En el prólogo, Joan S. Luna dice que la novela tiene ¿200 páginas?. En realidad son 140 páginas, descontadas el prólogo. 140 páginas que no se leen, se devoran, con el ansia de quien en la autopista hace kilómetros a lo loco, como si no hubiera peajes.

¿Qué tiene Peaje?. Un puñado de páginas en donde Julio de la Rosa sin querer pasar seguramente a la Historia de la Literatura Española con esta novelita, sí que le permite al lector pasar un buen rato, alcanzando éste altas cotas de ensimismamiento: la comencé ayer al filo de la media noche, leí otro tanto en el almuerzo, otro poco de vuelta a casa de nuevo en el autobús, caminé con el libro en la mano sorteando farolas y bolardos por la Gran Vía, esquivando las gotas de lluvia y las puntas de las varillas de los paraguas azuzando mis pupilas, libé otras páginas en el ascensor, y lo acabé hace nada y me he reído una jartá con las salidas, ocurrencias, reflexiones de Julio de La Rosa, a través de su personaje, José Tudela, quien encerrado en esa cabina de la autopista, donde los automovilistas deben abonar esos 6,40 euros, que dinamizan y mucho la novela, crea una historia para cada uno de ellos. Unas veces acierta, otras no.

El caso es ficcionar esas vidas ajenas, dinamitar el tedio, evitar que haga mella la soledad. Y José charlará consigo mismo, echará mano de los periódicos para ver quién deja el barco, rumbo ¿a la nada?. Obituarios que en manos de José darán mucho juego.
Y si no hay amor, pues una historia deviene en un monolito de papel. Y entre amores y desamores, devaneos, escarceos y pajas mentales, Julio nos lleva y nos trae por un sinfín de parajes y estados mentales, cosiendo microrrelatos a las costuras de esta novela, dándole continuidad, un acertado sentido del ritmo, logrando una novela redonda, que una vez eche a rodar, debería llegar muy lejos.

Nada peor que tomarse a sí mismo en serio, sea la profesión que sea. Julio de la Rosa hace de la despreocupación un arte, de lo cotidiano su cruzada, de la realidad su magma creativo

Además de una policía estética añadiría yo también una policía ética (etílica ya tenemos; bueno no, basta darse una vuelta por parques y plazas para ver las consecuencias del botellón en cualquier ciudad de España los fines de semana. Un paseo por ejemplo el domingo a las 8,3O por el Parque del Ebro Logroño), o bien unos corruptos que en un acto de lucidez se suicidaran todos juntos y a la vez. Una catarsis en condiciones. Por pedir…

Tropo Editores. 2013. Prólogo Joan S. Luna. 140:páginas

Próxima parada: Acantilados de Howth

Semana Santa 2013: La cofradía del lector impenitente

Lecturas Semana Santa 2013

Como uno huye de los Pasos, procesiones y de las cofradías (salvo la del lector que a falta de omnipotente es impenitente) como del demonio, a fin de aguantar esta Semana Santa como buenamente se pueda, qué mejor que aplicarse a la lectura, lejos de los sonidos de los tambores y de los quejíos de las saetas.

Entre mis propósitos está hincarle el diente a los libros de la foto.

1. Billie Ruth de Edmundo Paz Soldán. No he leído nada de un escritor Boliviano, de Cochabamba además. Ya toca. Esto da muchíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo juego cuando en el Parque te encuentras con algún Boliviano. El mismo juego que cuando aquí mentas a escritores como Repila, Gopegui, Olmos, Rosa, Clemot, Grande, Ferrando, Moreno y los caretos de tus interlocutores se convierten en un gesto de extrañeza y encogimiento de hombros de lo más gracioso, hasta que dejas caer un Reverte, un Falcones, una Navarro, una Asensi, unas sombras de Grey, un Follete, un paquete Morton….y la vida vuelve a ser maravillosa…

2. La máquina de languidecer de Ángel Olgoso. Visto que tenemos la lluvia encima y uno también languidece, muy a su pesar, con ese cielo convertido en un sudario, es menester descubrir a ese escritor oculto llamado Ángel Olgoso para propulsionarlo desde aquí con los cientos de miles de visitas diarias que recibe esta blog hasta el infinito y más allá.

3. Saliendo de la estación de Atocha de Ben Lerner. No quiero ser el único español (ni americano interesado en nuestro país) que no haya leído este libro (de moda). Ya puedes leer la crítica.

4. Peaje de Julio de la Rosa. Julio de la Rosa, el ex-El Hombre burbuja, el cantante y compositor de B.B.S.S.O.O (Primos, Grupo 7, After) metido a escritor, o el escritor metido a cantante, o las dos cosas, o ninguna. Si otros cantantes como Llach, Nesbo, Sr. Chinarro o Roberto Iniesta han publicado ¿por qué no iba a intentarlo (y además parece que con éxito a tenor de lo que he leído por ahí) este Leonardo da Vinci moderno, este hombre Renacenista (esto nos dicen los de su editorial) que atiende al nombre de Julio de la Rosa?. Seguro que la nota supera con creces el 6,40.

5. Todo lo que se llevó el diablo de Javier Pérez Andujar. Porque tras haber leído Los príncipes valientes y Paseos con mi madre quiero hacer un hat-trick.

6. Amantes en el tiempo de la infamia de Diego Doncel. Porque me lo han regalado y es mejor leerlo (y a poder ser que te guste) que mentir y decir que te ha gustado.

7. La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera. Porque tras la experiencia nefasta con Ugo Cornia quería darle otra oportunidad a la editorial Periférica, que las editoriales grandes ya van sobradas de publicidad.

8. La otra orilla de Rafael Chirbes. Porque leer a Chirbes es como hacer balance de lo publicado en la prensa durante este último lustro (o más), pero despojada de la ideología partidista, de comadreos e intereses empresariales. Uno quiere saber cómo es el mundo, cómo la sociedad española de estos últimos años, y leyendo a Chirbes te aproximas bastante a entender entre otras muchas cosas, los efectos del pelotazo. Tras el Crematorio, ahora es el turno del rescoldo.

El niño que robó el caballo de Atila (Iván Repila 2013)

El niño que robó el caballo de Atila Iván Repila Libros del Silencio

Iván Repila
Libros del Silencio
2013
136 páginas

La lectura de El niño que robó el caballo de Atila, de Iván Repila (Bilbao 1978) arrolla todo a su paso, como lo hace una tromba de agua al lamer un cauce seco: la piel curtida del lector. Y lo hace con una sencillez solo aparente, porque lo que comienza como un trasunto de Buried, con dos hermanos en lugar de un adulto, cautivos en un pozo de tierra en medio de un bosque, en lugar de un ataúd bajo tierra, va cogiendo consistencia, a medida que se van enhebrando las páginas, porque esos niños, El Grande y El Pequeño son la piel ajada del mundo, la apariencia infantil del universo, en continuo cambio interior, mudando la piel cada hora y a la velocidad de la luz, como si la soledad, el desamparo y la muerte que les ronda, acelerase la madurez, como si soñando la muerte, ésta atendiera a su reclamo.

Se suceden los días y llegan los delirios, el calor, el frío, la sequía, el hambre, la soledad dando bocados a la razón, pensamientos negros, como negra es la noche y el reverso de la esperanza. Y uno avanza en su lectura, reteniendo pero fluyendo, con un quiero y no puedo, porque la prosa de Iván indigesta el ánimo, vela las pupilas de humedad, añurga el espíritu ante esa humanidad descarnada o descuartizada, ensordece nuestros sentidos ante el chirrido de los goznes de esas jaulas que está por ver si se abrirán.
Un libro, el de Iván Repila capaz de destilar el alma humana gota a gota, para que nosotros, lectores ávidos de sensaciones persistentes, nos saciemos de esta literatura hecha fruto, jugosa y alimenticia.
No sé el vuelo que cogerá esta obra, pero los parabienes que obtenga, serán merecidos.

Paseos con mi madre (Javier Pérez Andujar 2011)

Javier Pérez Andujar Paseos con mi madre En su día comenté lo deslumbrante que me pareció el debut de Javier Pérez Andujar (1965) con su novela Los príncipes valientes. Luego de haber publicado Todo lo que se llevó el diablo, en 2011 publicaría Paseos con mi madre, donde el autor retoma la historia autobiográfica donde acababa Los príncipes valientes. Quien haya leído esa obra, sabrá de la presencia del Rio Besòs, de cómo es la vida en esas zonas del extrarradio o periferia de las grandes ciudades, en este caso Barcelona.

Javier ya no es niño, ha franqueado la adolescencia, camino de la edad adulta, pero sigue buscando algo en la literatura: un refugio, un bálsamo, un arma, razones, motivos y necesita los libros como el que necesita una transfusión de sangre para seguir chutando, respirando viviendo. Y seguirá dejándose las púpilas frente a ese mundo de las letras, dejando los cómics para irse a la poesía, al siglo de Oro, para estudiar en la Universidad una filología Hispánica, para entrar luego a trabajar en Ajoblanco y poder publicar allí sus cosas, como haría luego en El País.

Esa autobiografía, que se remonta a los años de la adolescencia, años de Instituto se prolonga hasta el momento presente, y como leemos en la novela, Javier decide contarlo todo junto y a la vez, sin importar el tiempo, mezclando pasado y presente y la cosa funciona porque ese contraste permite al autor hacer juicios, jugar a las siete diferencias, y ver como han envejecido con el tiempo conceptos y organismos como Democracia, Sindicatos, Partidos políticos..

Javier deja muy claro lo difícil que es pertenecer a la Ciudad de Condal, conformada esta como una sociedad de clases, imposible para un inmigrante de padres andaluces a quien le azuzan los policías con sus preguntas acerca de qué hace este en Barcelona cuando pulula por allá, como si la ciudad perteneciese a las Fuerzas del Orden y no a quien se la patea.
A su vez Javier demuestra su anhelo por fluir por no solidficarse y pertenecer a algo en concreto, sino por dejarse abrazar antes por los libros que por las banderas, partidos o ideologías, por pertenecer a una voz más que a un idioma y del brazo de su madre vuelve cuando puede a su barrio, a las vías, a las chimeneas abandonadas, a los barrios poblados de inmigrantes extranjeros, hacinados, de esa multiculturalidad propia de la pobreza y yo leeré este libro no en un autobús o en el metro sino en un bar, tomando una caña, comiendo tortilla de patatas con pimiento verde y perrechicos y lo haré rodeado de gente, con el televisor al fondo del bar sintonizado en La Primera pero sin voz, con los parroquianos en la barra hablando de fútbol y de la crisis, con la música sonando lo suficientemente baja como para no colisionar con lo leído, mientras me empapo de literatura y me doy un baño de vida, y me emociono con la prosa de Javier Pérez Andujar, que tiene la gran virtud de remover cositas ahí dentro, bajo la piel, porque a mí también me pasa como a Javier, que yo no leo para entender lo que dicen los autores, sino para entender a través de ellos.