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Elogio de la imaginación

Elogio de la comunicación

Dentro de los Encuentros de Pamplona 72-22, que se desarrollan del 6 al 18 de octubre en diversas sedes de la capital navarra, esta mañana a las 11 en el edificio Civivox Condestable, en Pamplona, ha tenido lugar la mesa redonda titulada Elogio de la imaginación con Roberto Valencia (Al final uno también muere) como moderador y con Belén Gopegui (La escala de los mapas), Ignacio Echevarría y Juan Tallón (Fin de poema) como invitados.

Descontado el tiempo para las preguntas de los asistentes y la presentación de Roberto, la hora y cuarto restante me ha resultado muy corta.

La mayor presencia de libros de autoficción parece que quita protagonismo a la ficción en las novelas hoy en día. Ficción que hay que reivindicar. No toda, claro está, como ha puntualizado Belén, siguiendo las palabras de Susan Sontag, en la necesidad de hacer categorías en la ficción y no meter todo en un mismo saco. Tallón ha comentado que siente que las novela basadas en hechos reales presentan para los lectores un aval, en relación a aquellas que no lo están.
La ficción fue la manera de hacer ver que las historias de la religión eran falsas, también una herramienta para cuestionar el poder. La ficción no se mueve en términos de verdadero o falso y es capaz de cuestionar cada cosa. Hoy parece que las fronteras entre lo que es ficción y lo que no lo es, se desmoronan porque las novelas presentan elementos de ambas y tienden a confundirlo todo. Gopegui reflexiona acerca del valor del testimonio, acerca de qué me quiere contar el otro, cómo me lo quiere contar, qué espera de ese testimonio, si cae en lo obsceno o no, porque uno tiende más que a contar, a justificarse, a contarse, a contarnos, con un relato capaz de redimirlo, ¿dónde queda la sinceridad? Gopegui busca más el pensamiento que la emoción en la lectura, el leer nos lleva a hacernos preguntas no a embaucarnos. Comentaba también Belén cómo la realidad se convierte hoy en un relato, cuando habría que dar más importancia a los hechos y que esto es así porque no se hace bien la labor política. El ejemplo es la guerra en Ucrania. Lo que nos llega es un relato que impide cuestionarnos nada, cualquier movilización, un No a la guerra, por ejemplo. Asimismo ha comentado Belén la tendencia ombliguista de cierta autoficción masculina, y cómo la autoficción femenina atiende a la necesidad de contar sus historias, porque nadie las había contado antes. Pensemos en Gornick.
La realidad, ha apuntado Tallón es hoy a la carta de cada usuario, donde cada uno se hace su propia realidad, cuando la realidad, ha matizado Belén es una, si bien, cada cual la interpreta a su manera, en un horizonte, como ha señalado Ignacio, más homogéneo, porque la realidad nos entra casi en su totalidad y a todos por igual, a través de los teléfonos móviles.

Una conversación a cuatro bandas muy amena y sustanciosa.

Y como regalo he podido conocer a Roberto Valencia y saludar a J. A. González Sainz (La vida pequeña. El arte de la fuga).

Encuentros de Pamplona 72-22

Encuentros de Pamplona 72-22

La escala de los mapas (Belén Gopegui 1993)

La escala de los mapas Belén Gopegui portada libro

Belén Gopegui
1992
233 páginas
Anagrama

Belén Gopegui con 30 años vio publicada su primera novela La escala de los mapas, que recibió un sinfín de parabienes por parte de otros escritores como Francisco Umbral o Carmen Martín Gaite.

La historia que nos ofrece Gopegui es todo menos comercial, pues su lectura es como una travesía por el desierto o un ochomil, un campo minado donde hay que ir mirando bien el suelo a medida que vamos pisando, leyendo.

El protagonista es Sergio Prim enamorado de Brezo.
Él es geógrafo, ella también.
Sergio está enamorado de Brezo, bebe los vientos por ella, su pasión se ve alimentada al no verse correspondido. Ella le hablaba de sus amores, él encajaba los golpes de esos devaneos amorosos furtivos, fugitivos, ajenos. Porque siempre eran otros, otros, los amores: catarrros mal curados. Pero a veces los sueños se cumplen y los amores no correspondidos se tornan recíprocos y ante esa situación Sergio se devanará lo sesos tratando de conciliar los sentimientos hacia su amada con su obsesión por buscar ese hueco en el que esconderse del mundo exterior.

La idea que Sergio tiene del concepto de hueco lo entendemos mejor a través de estas palabras:

Libro del Tao (XI):

Treinta radios convergen en el centro de una rueda,
pero es su vacío
lo que hace útil al carro.

Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
pero de su vacío
depende el uso de la vasija.

Se horadan puertas y ventanas en los muros de una casa,
y es el vacío
lo que permite habitarla.

Sergio parece un personaje vilamatiano, un ser humano entregado a la renuncia, al ensimismamiento, a la opacidad, alguien empeñado en desaparecer, en escurrir el bulto, en habitar las sombras, en vivir en la oscuridad, en ser el párpado que desaparece, el trozo de arena que la marea tapa en su sempiterno reflujo.

A Sergio le cuesta amar, entregarse, darse, quiere eso sí ocupar los huecos, los orificios femeninos, pero sin compromiso, de su amada Brezo, sin ataduras, sin responsabilidad. Le sobra todo aquello que va después del yo te quiero y yo también, amo y señor de un amor centrípeto, enajenado en su búsqueda de ese hueco perfecto, de ese refugio desde que el protegerse de la realidad que acecha, araña y acosa.

Leemos la historia de un ser excéntrico, a la deriva, que nos hace partícipe de su aventura, de su anti epopeya amorosa, de esa lucha interna por mantenerse fiel a su principios, de pelear a la contra en su desafío de una realidad que se cierne e inmoviliza, de hallar ese hueco-refugio, esa ola perfecta con la que todo surfista sueña, ese verso que da la gloria, esa novela que permita a su autora pasar a la posteridad.

La prosa de Gopegui en este libro logra una cosa: no deja indiferente. O te repele o bien te centrifuga y entonces estás pérdido. No hay pues escapatoria. Resta solo dejarse ir hasta el final, gozar de ese puñado de palabras que logran combinaciones prodigiosas, que obran ese milagro que le dan a uno razones para seguir leyendo.

Belén Gopegui | La conquista del aire

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La conquista del aire (Belén Gopegui)

Al fin. A Belén Gopegui quería leerla hacía ya años, pero por una razón u otra no llegaba el momento. En un comentario de un libro reseñado aquí se habló de La conquista del aire de Gopegui. Decidí leerlo y ahora comentarlo.
Cuando leo un libro de esta características me viene siempre en mente una viñeta del Roto, que dice «ya no hay clases sociales, solo hay niveles de consumo«, porque el libro de Gopegui es lo de que invitan a la reflexión, de los que nos hacen pensar o al menos creo que esta será la pretensión de la autora, más allá de convertir su libro en un mero pasatiempo que se consume al tiempo que se lee.

La relación que Carlos mantiene con Marta y Santiago se adentrará en un territorio inhóspito una vez que el primero les pida a sus dos amigos cuatro millones de pesetas (estamos en 1994 y sí, todavía no había entrado el euro en nuestras vidas). Dinero con el que Carlos podrá mantener en pie su empresa, evitando así echar el cierre.

Algo que en apariencia no debiera tener mucha importancia, ese préstamo, esa deuda a reembolsar, acaba teniéndola, tanto como para hacer estallar no solo amistades que uno creía solidificadas en la rutina, el conocimiento mutuo y el poso de los años, sino las relaciones afectivas, porque algo cambiará en la relación que Carlos mantiene con Ainhoa, Santiago con Sol y Marta con Guillermo.

Es fácil darlo todo cuando no se tiene nada, defender el bien común, universal, anteponer el bienestar ajeno al propio, crecer en el sacrificio, en la renuncia, hacer todo eso cuando uno es joven, valiente, arrogante, inocente y se siente libre. Pero esos jóvenes, Carlos, Marta y Santiago, han crecido y ahora superan los treinta, y tienen sus carreras universitarias terminadas, y se han dejado los codos preparando oposiciones, o han apostado por el emprendimiento personal, o son capaces de moverse bien en cualquier agua, con su ideología convertida en un cazadora reversible y van afianzándose en el escalafón social, progresando, atesorando bienes, propiedades, dinero en sus cuentas corrientes, relaciones en su balances afectivos, y ahora la renuncia (prestar en este caso 4 kilos) les escuece, ya no es un acto reflejo, sino algo que sopesar con calma, conciliar lo que dicta el corazón y el cerebro, conceder ese dinero a regañadientes, sin convicción, a la fuerza, porque la ausencia de ese dinero los hace débiles, frágiles, sometidos a la intemperie de lo contingente ellos que tienen cada vez más cosas atadas. Sigue leyendo