Examen final

Comentaba ayer mi predilección por la prosa de Bayal, Landero y Longares. Me dejé en el tintero a José María Pérez Alvárez, Chesi, el cual publica novela, Examen Final, que presenta el 7 de noviembre en Orense, publicado en la editorial Trifolium, donde también publicó Tela de araña, un libro estupendo, al igual que otros de Chesi como La soledad de las vocales, Un montón de años tristes, Cabo de Hornos o Nembrot.

Hay libros que tienen toda la publicidad del mundo y otros que pasan sin pena ni gloria, incluso en la página web de la editorial Trifolium, que dicho sea de paso es horripilante (una de las peores que he visto hechas con Blogger), es complicado encontrar la portada del libro, o algún dato sobre el mismo, como el número de páginas. La fecha del lanzamiento, según pone en algún post del blog de Chesi, parece que es es el 25 del presente mes.

Dicho queda. A ver si en breve puedo dar cuenta de la lectura de este Examen Final.

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Conversación (Gonzalo Hidalgo Bayal 2011)

Gonzalo Hidalgo Bayal
Editorial Tusquets
2011
páginas 238

Con esta llevo 2.001 entradas. Toda una odisea en el espacio web, sideral.

Leer a Gonzalo Hidalgo Bayal siempre es un placer, literario. Afirmo esto después de haber leído Amad a la dama, Paradoja del interventor, Campo de amapolas blancas, Sed de Sal y Conversación, libro de relatos del extremeño publicado en 2011, que compré hace dos años en la Feria del Libro de Logroño por cinco euros y no me había dignado todavía a leer. Perdón.

Conversación es el primer libro de relatos que leo de Gonzalo. No sé si tiene publicados más. Si sus novelas son espléndidas y recomendables, este libro de relatos lo es también.

Conversación lo forman cinco relatos, algunos con la dimensiones propias de una nouvelle, no sólo en extensión, sino en recorrido y aliento, como ocurre en los relatos Aquiles y la tortuga, Monólogo del enemigo y Reparación.

Si hay libros que desincentivan la lectura, otros como el presente, me animan a seguir leyendo, a seguir devorando libros, a seguir gozando de la página (en este caso) impresa, a disfrutar del lenguaje, del léxico, de los juegos de palabras que se gasta Gonzalo, maestro de la palabra, quien juega con ellas, juegos fonéticos, taxonómicos, extrayendo de ellas tal jugo, tanta carnaza, que leer sus relatos es quedar ahíto, saciado, tras haber gozado previamente con deleite, alborozo y expectación con sus tramas fantásticas y verosímiles, atemporales, en los márgenes de las modas pasajeras, lo que impregna todos estos relatos de cierto clasicismo, donde se respiran aires kafkianos como en el relato Reparación, donde Gonzalo juega con el concepto de los dobles, de la perfección numérica, de la obsesión derivada de una vida contemplativa y solitaria, o de ese ensayo sobre el odio, su génesis y consecuencias y el envés de la misma, la bondad, en el Monólogo del enemigo, o sobre la empresa filosófica de Petrus un alumno brillante que deja la filosofía por la empresa, y a quien su palindrómico amigo de la facultad, Saúl Olúas, no puede menos que visitar, a fin de conocer su más que interesante y adictiva historia, en el paradójico y maravilloso (sin lugar a duda mi favorito del libro) relato Aquiles y la tortuga.

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Los dos relatos más cortos son los dos primeros, el primero Kalé heméra (leer aquí), donde el protagonista, un profesor de griego no puede menos que confesar aquello que lo socava día a día y Corzo, una vibrante intriga rural a costa de una heredad, y las leyendas urbanas que el paso del tiempo y el lenguaje van transformando lentamente.

En todos los relatos esta presente la conversación que da título al libro, ya sea a modo de diálogo, monólogo o soliloquio, y todos ellos son una celebración del lenguaje, un éxtasis de la palabra, una comunión, diría que perfecta, entre significante y significado, porque Gonzalo durante unas horas arrancará al dichoso lector que acometa estos relatos de la realidad y lo zambullirá en otro mundo: vegetal, urbano, mental, claustrofóbico, un mundo, digo, exuberante y enjundioso, del que vuelves renacido a la par que exultante. ¿Exagero?.
Junto a Longares y Landero, Bayal es hoy uno de mis prosistas (vivos) favoritos, así que no es de extrañar, que reseñando sus libros, repare, en que me pongo hiperbólico y me falten adjetivos y loas, pero el lenguaje, sus limitaciones y las mías, me impiden ir aún más lejos de lo que me gustaría en la recomendación de los libros de Gonzalo.

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El cielo de Madrid (Julio Llamazares)

Julio Llamazares
Editorial Alfaguara
2005
264 páginas

Leí con agrado hace un porrón de años La lluvia amarilla, novela del leonés Julio Llamazares. Me gustó también Tras-os-Montes, libro de viajes sobre la frontera norteña entre Portugal y España. Compré El cielo de Madrid (de segunda mano) la semana pasada y a fin de rentabilizar la inversión me decidí a leerlo.

Comparado con La lluvia amarilla, El cielo de Madrid apenas me ha gustado. Las comparaciones son odiosas, sí, La lluvia amarilla es un gran libro, también, pero en El cielo de Madrid Llamazares nos lleva por una senda muy trillada, donde nada nuevo aporta el leonés acerca de esos maravillos años 80, ni a la visión (tópica) que tenemos de los artistas, en este caso, un tal Carlos, de profesión pintor

Carlos, el protagonista, echa la vista atrás, remontándose hasta finales de los 80, cuando tenía ya 30 años y se angustiaba al comprobar cómo dejaba de ser joven, consumiendo sus noches en los bares de Madrid, en compañía de sus amistades, cambiando de piso (en alquiler) con frecuencia, de parejas sentimentales, de trabajo no, porque esta clase o casta bohemia vivía de las fortunas familiares, afirmando que todo tenía que cambiar, que tenía que llegar su momento, sin más afanes que tratar de escribir una novela de éxito o pintar un cuadro vistoso.
La narración en la novela se estructura en cuatro apartados: limbo, infierno, purgatorio y cielo.

El limbo comprende los años de juergas, de farra, de ver amaneceres, de beber, fumar y follar mucho y con ganas, de cambiar de pareja con regularidad, sin reglas ni horarios, tiempo de pasar las horas muertas en los bares, en concreto en uno, en EL LIMBO.

Cambiamos de círculo. Sí amigos, Dante siempre estará presente en nuestras vidas.

El limbo dará paso al INFIERNO. Carlos, que siempre ha querido moverse entre lo bohemio y lo marginal, para quien pintar atiende a una pasión, a un pulsión irrefrenable, un buen día (sin desearlo. !Juas!) tiene éxito y comienza a vender cuadros y se hace famoso y su tren de vida es entonces un AVE a todo trapo (algo poco verosímil pues me juego dos dedos de una mano a que a día de hoy, y hace treinta años lo mismo, no sabríamos dar el nombre de un pintor español vivo y famoso como el que nos presenta Llamazares en la novela). Ya sabéis, nos encontramos ante la teoría de que el éxito es un balancín: cuanto más subes, más se hunde tu vida, más sólo te sientes, más grande es el vacío que te consume y devora. Los amigos de verdad te dan entonces la espalda y tus nuevos amigos/conocidos son arribistas, arrimados a tu persona por el interés, entonces nada te reconforta, el sexo ya no es placentero, el alcohol no sacia la sed, el dinero no da la felicidad, el amor es una utopía, te sientes solo rodeado de gente, rumiando la piel amarga fruto del desencanto …………. (añadan cuantos tópicos, metáforas y frases hechas que os vengan en mente. Seguro que la mayoría los encontraréis en el vientre de esta novela).

Para abundar aún más en lo obvio y previsible, siempre viene bien echar mano, cuando uno está jodido y falto de perspectiva, de una tercera persona (real o parida por la imaginación) que nos cante las cuarenta y/o que nos abra los ojos. Podría ser un elfo, un duende, un espectro, una prostituta, o un mendigo.
Llamazares optará por esta última opción. Un mendigo al que Carlos ve a diario haraganear frente a su casa, será el encargado de sacarlo de ese dédalo vital en el que se encuentra nuestro pintor sumido, triste y sólo, anhelante de una ruptura radical.

Dicho y hecho, Carlos decide dejar el cielo de Madrid y trasladarse a vivir, su particular PURGATORIO a la Sierra de Guadarrama, a un pueblo en el que nunca se sentirá un parroquiano más, absorto en sus pinceles. Allí pasará tres años, largos, duros y bellos, que le harán sentirse más sólo todavía, cuando vengan a reclamarlo con insistencia las SS (silencio + soledad).

Julio Llamazares
Julio Llamazares

Ya purgado toca volver a la civilización, al fragor de la batalla, al caos de Madrid a su CIELO/manto protector. Y sin comerlo ni beberlo Carlos conoce a una chica, tienen un hijo y es a su vástago recién nacido a quien le dedica Carlos todas estas páginas y lo hace ahora porque luego no sabrá decírselo.

La novela podría ser infinitamente mejor de lo que en definitiva es, pues la historia resulta convencional, previsible, poco creíble y además Llamazares escribe como desganado con una prosa sin brillo, tirando de metáforas manidas, de lugares comunes, donde levanta acta de unos años 80 y 90 sin aportar nada novedoso, ni relevante, donde hace un intento de criticar al mundillo del arte y se queda en un amago, donde a su protagonista, Carlos, es imposible ponerle cara y cuerpo, cuyos devaneos y pajas mentales acerca de su labor creadora provocan la hilaridad de quien suscribe. La novela pareciera ser un relato estirado sin necesidad hasta las hechuras de una novela, donde hay tanto relleno, y tanta palabrería hueca y vana, que no veía la hora de acabarlo.

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Pequeño teatro (Ana María Matute 1954)

Ana María Matute
Bibliotex (Las mejores novelas en castellano del siglo XX)
Año 1954
160 páginas

Finalmente he concluido la lectura de un libro cuya lectura anhelaba hacía mucho tiempo. Hablo de Pequeño Teatro de Ana María Matute. Si es cierto que a pesar de publicarlo con 28 años y ganar el Premio Planeta en 1954, el libro lo tenía escrito Ana María Matute con tan solo 17 años, mi sorpresa y reconocimiento es aún mayor.

Acostumbrado a leer (desgraciadamente) libros de treintañeros (cuarentones y cincuentones también) embutidos de naderías y banalidades (vanguardistas o no), en este libro de una joven, sin cumplir si quiera los 18, la autora es capaz de desplegar sobre el papel un mundo rico y prolijo, ubicado en una población del litoral vasco, Oiquixa, durante la posguerra, plasmando una galería de personajes variopintos, dotando a todos ellos de muchos matices, describiendo al detalle las peculiaridades de Oiquixa, y de sus gentes marineras, los diferentes estratos sociales, donde no falta el ricachón local, un Kepa Devar regente de un Hotel, Zazu su hija desnortada y levantisca, sus tías, Mirentxu y Eskarne, dedicadas a la beneficiencia, sin nadie con quien compartir ni catre ni soledad, el chico raro y menudo, Ilé Eroriak, objeto de burlas y desaires por parte de los otros, Marco, el extranjero, rubio, joven y generoso, presuntamente rico, llovido del cielo (es un decir porque llega en velero) a quienes todos darán la bienvenida con expectación, cansados todos ellos de sus vidas grises, sin brillo, Anderea, con su teatro de títeres, divirtiendo (a falta de más ofertas de ocio) con sus historias a sus paisanos..

Cada cual tiene su historia triste, su dolor, su fracaso, cada cual su pasado fangoso y sus heridas abiertas, y por supuesto, sus sueños, como globos huyen, globos de colores que los pájaros pican, que caen, uno a uno hasta la tierra. Un pasado al que volver, como hace Kepa, para arrostrarlo a su presente amargo, sin una hermana, sin una mujer, sin padre ni madre, casi sin una hija, en un casa vacía, solariega, con una jardín marchito, a juego con el interior de él mismo, o Mirentxu tiranizada por su hermana Eskarne, desde niñas, anudada a sus entrañas, lazos que siendo adultas serán incapaces de romper, ahogando los sueños y desvelos en lágrimas, o Zazu, sin madre, con un padre que no siente como tal, enamorada fatalmente de Marco, a quien a su vez detesta, Ilé quien encuentra en Marco un hermano, algo sólido a lo que aferrarse, su globo particular con el que dejar el pueblo y ver mundo y Marco perdido en sus delirios y devaneos, en sus aires de grandeza, en su voz pomposa y ampulosa, en su múltiples aventuras, en su belleza subyugante, en un quehacer huero y vacío…

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Ana María Matute

Ana María Matute en poco mas de 150 páginas compone un libro fluido, dramático, melancólico, sugestivo y muy intenso, que vale la pena leer con calma, libándolo, a lo largo de una lectura que te lleva ya desde sus primeras páginas y sin remisión a la húmeda, salitrosa, asfixiante y brumosa Oiquixa, de la mano de estos personajes/personas/títeres en manos de sus destinos, en este Pequeño Teatro convertido por obra y gracia de esta orfebre del lenguaje en un mundo en miniatura.

«Oiquixa era una pequeña población pesquera, con callejuelas azules, casi superpuestas y unidas por multitud de escalerillas de piedra. Parecían colgadas unas sobre otras, porque Oiquixa había sido construida en una pendiente hacia el mar. Una sola calle, ancha, llana, atravesaba el poblado y recibía el pomposo nombre de Kale Nagusia; avanzaba, avanzaba hasta convertirse en un camino largo y estrecho que se adentraba en las olas. Lo remataba un viejo faro en ruinas, cuya silueta se recortaba melancólicamente sobre el color del mar. Cuando llovía, parecía resbalar un llanto nostálgico sobre sus piedras. Al atardecer, se diría que todo Oiquixa estaba a punto de derrumbarse y caer en las aguas rosadas de la bahía. Era un hermoso espectáculo, tal vez parecido a un sueño absurdo, aquella extraña galería de puertecitas y tejados reflejándose al revés en el agua. Pero en la noche, desde la colina, el muelle de Oiquixa era como un negro pulpo de ojos amarillos que avanzaba sus tentáculos hacia las orillas». (página 13)

La espera, ha valido mucho la pena. A ver si me animo ahora a proseguir con Olvidado rey Gudú, otra de mis lecturas futuribles, que de momento sigue siéndolo.

Algunas escritoras nos llevan al huerto, otras a Bosques fantásticos.

Ana María Matute Ausejo guardó una estrecha relación con mi tierra, La Rioja, con Mansilla en concreto, donde pasó largas temporadas a lo largo de su vida y donde se esparcieron sus cenizas, tras su muerte. Además, Matute y Ausejo, los apellidos de la autora, son dos municipios riojanos. Ahí queda a modo de curiosidad.