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John Steinbeck
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Los crisantemos (John Steinbeck)

John Steinbeck
Nórdica
2016
64 páginas
Traducción: José Manuel Alvárez Flórez
Ilustración: Carmen Bueno

Pieza breve editada por Nórdica, con bonitas ilustraciones de Carmen Bueno, donde John Steinbeck nos detalla con mucha sutileza el mundo opresivo en el que vive la protagonista, Elisa, en un rancho, junto a su marido.

Una opresión que Elisa alivia con el cuidado de las plantas, como válvula de escape.
La entrada en su vida, durante un breve lapso de tiempo de apenas un par de horas, de un afilador, le hará plantearse a Elisa muchas cosas, y llega ésta a verse a sí misma, creo, a pesar de su adultez, como ese niño que en su minoría de edad requiere de la aprobación de sus padres para cada acción que desea acometer.

Algo así siente Elisa, al ver que son los otros, los hombres, los que deciden lo que ella, y el resto de las mujeres, pueden o no hacer, como si cada acto suyo (los que llegan a materializarse), requiriera de un refrendo.

A menudo, la frustración, la impotencia y la castración vital se rumian entre lágrimas. Así Elisa.

Baltasar Gracián

El arte de la prudencia (Baltasar Gracián)

El arte de la prudencia es una lectura interesante, enriquecedora y necesaria.

Baltasar Gracián que escribió este libro a mediados del siglo XVII (en 1647) habla de un sinfín de temas que nunca pasarán de moda y que tienen que ver con nuestra manera de ser y actuar.

Gracián recomienda actuar con prudencia, mesura, decoro, moderación, no dejarse cegar por las pasiones, que nos pierden, y más bien, nos invita a ejercer el autocontrol, a no destacar o singularizarnos, a no alardear de virtudes ni defectos. Siendo la virtud el último parrágrafo que cierra el libro, el número 300.

Algunos temas se repiten con escasas variaciones (mucho se habla de no contagiarse por el virus de la necedad, de mantener reservas en nuestro proceder, de no darlo todo, de dejar siempre a nuestros congéneres con ganas de más, un irnos ofreciéndonos poco a poco, para mantener así el factor sorpresa. Otro punto importante es mantener la coherencia, optar por la seriedad y ser chistoso en contadas ocasiones. Lo crucial es que, un mal paso puede echar todo nuestro trabajo, toda nuestra reputación por tierra. Una carrera ejemplar se viene abajo por una mala decisión) e incluso cae el autor en ciertas contradicciones al recomendar una actitud y luego la contraria (como en lo que ha de ser nuestro proceder respecto a los murmuradores, donde primero aconseja mantenerlos al margen de nuestras vidas, y luego bailarles al algua, conscientes del daño que nos pueden hacer). En este sentido creo que se podían haber eliminado algunos párrafos y haber ofrecido los resultantes con una mayor extensión.

Dejando de lado estos asuntos menores, esta obra de Gracián resulta valiosa como invitación a la templanza y en especial a conducirnos a pensar sobre nuestros actos y las consecuencias que se derivan de lo que hacemos y decimos. Nos dice el autor cómo hemos de ser, en ese irnos puliendo, en nuestro camino hacia la virtud, pero lo complicado, el cómo conseguirlo, el cómo llegar a ser virtuosos, apenas se concreta, a pesar de lo cual esta lectura creo que propiciará nuestras reflexiones sobre un montón de situaciones que todos experimentamos en el día a día ya sea en el ámbito laboral, familiar, académico, parejil, con los amigos; momentos en los que podemos optar por ser virtuosos, afables, respetuosos o por ser faltones, insultantes, desabridos…

En estos momentos que vivimos de suspense y de suspenso político, las muy vigentes palabras de Baltasar Gracián, bien podrían ser un haz de luz, un cordel del que tirar para que los políticos superen la necedad, lo obtuso de sus posiciones y abrir estos sus mentes a la prudencia, al decoro, despojando de su proceder, la soberbia, la cerrilidad, el odio, la furia, el insulto, en pos de una siempre necesaria cordura.

Lecturas periféricas | Sobre la brevedad de la vida (Séneca), De senectute política. Carta sin respuesta a Cicerón (Pedro Olalla), Meditaciones (Marco Aurelio)

Historia secreta del mundo

Historia secreta del mundo (Emilio Gavilanes)

Emilio Gavilanes
Ediciones de La Discreta
248 páginas
2015

Esta historia secreta del mundo como se advierte en la contraportada del libro trata sobre momentos estelares y momentos no estelares de la humanidad. Sobre el primero, sobre los Momentos estelares de la humanidad, ya tenemos el fantástico libro de Stefan Zweig, donde el autor da cuenta de gestas épicas, heroicas, de naturaleza casi sobrehumana.

Aquí, Emilio Gavilanes, opta por esos otros momentos que no tienen ese fulgor, esa relevancia, esos instantes que no quedarán inmortalizados en los libros de historia porque los llevan a cabo gente normal y corriente, que en el tránsito que va de la nada de la que venimos a la nada a la que vemos, apenas dejan huella, o si la dejan es de manera casual. Interesa más la vida de Iván Yakut y su hazaña pasiva (también heroica en su intimidad) que las gestas épicas de sus contemporáneos como Scott o Amudsen. El mundo como paradoja se plasma en la historia de ese asesino que al querer ser quemado por sus ejecutores en una turbera, a razón de sus crímenes (con la esperanza de borrarlo del todo), pasados tres milenios reaparecerá muerto, pero intacto, mientras que sus ejecutores, desaparecen sin dejar rastro.

Es la narración un flujo incesante de relatos cronológicos, algunos reducidos a un instante, a un fogonazo. Desde la creación de la Tierra entre estertores, hasta mediado el siglo XX.

Hay un hilo conductor, o así lo veo yo, que es por un lado la curiosidad humana por descubrir continentes, por surcar mares y océanos, por hollar crestas montañosas, por llegar a lugares recónditos ya sean desérticos o árticos, donde el ser humano encuentra a menudo sus límites al mismo tiempo que levanta su acta de defunción.

Otros ingredientes básicos en este flujo narrativo que da cuenta de la historia del mundo, son el odio, la venganza, la sinrazón, la maldad, las cuales desgraciadamente no son improrrogables, y que desde el comienzo de la vida humana, desde que el hombre cazaba animales para sobrevivir, se vienen repitiendo y justificando, bajo distintas formas de explotación, de aniquilamiento, de genocidio.

Especial relevancia en esta historia tienen las singladuras marítimas, las hazañas bélicas, las guerras mundiales, la guerra civil, donde el ser humano muestra lo más mezquino y lo más propio de su ser, aunque quisiera éste elevarse creo, mediante las artes, pero a quien su vuelo gallináceo, hace aplomar prontamente, tomar tierra, besar el suelo, morder el polvo, y convertirse en seres rastreros, dominados por los instintos más bajos, convertido el hombre en un animal salvaje, al margen del progreso que él mismo faculta.

Asoman en estas páginas personajes conocidos como Alejandro Magno, Hitler, Stalin, Koestler, Eliade, Marie Curie, y otros muchos. Pero no es momento de dar aquí cuenta de todos ellos.

Lo que Emilio Gavilanes nos brinda en este fantástico libro (ganador del Premio Setenil al mejor libro de relatos el año pasado) es un puñado de momentos únicos, irrepetibles, relatados con una prosa directa, transparente, luminosa, apasionada y apasionante, que uno se ha visto abocado a leer de forma compulsiva y que no hurta lo peor de la condición humana, un aviso para que no olvidemos que toda conquista social es reversible y que hace falta muy poco para volvernos bestias, que bastan, como vemos a diario que haya cientos de miles de personas abandonadas a su suerte (para muchos, en su imaginario, los refugiados ya son Los nuevos Bárbaros) para que Europa (nosotros) muestre (mostremos) su (nuestra) peor cara.
Acaso la única que tiene (tenemos) y tendrá.

El respirar de los días

El respirar de los días (Josep Maria Esquirol)

Josep Maria Esquirol
Editorial Paidos
2009
192 páginas

Pocas cosas nos preocupan tanto como todo aquello que guarda relación con el paso del tiempo. Siempre estamos con el tiempo a vueltas. A veces nos gusta acelerarlo, que pasen rápidos los días, otras adensarlo, inmovilizarlo en pos de disfrutar de instantes que quisiéramos eternos. Matamos el tiempo, atesoramos horas muertas. Tenemos hoy la sensación de que todo va muy rápido, que las obligaciones no nos dejan tiempo para hacer lo que nos gustaría, en una sociedad consumista cuyo mercado vomita cada día continuas novedades, donde se nos exige estar al día, estar informados, donde las redes sociales permiten una conectividad que supera las limitaciones del espacio y del tiempo.

Somos presa de nuestros recuerdos, y desde el presente miramos el porvenir, lo venidero, con ilusión y esperanza. El nacimiento se replica cada día con nuevos nacimientos, mientras que la muerte es única y absoluta. Miramos hacia atrás y nos invade la nostalgia, nos gustaría ir allí y quedarnos. Sentimos remordimientos y queremos entonces borrar, diluir, anular.

En nuestro a día son los ritmos los que serenan nuestras existencias, el ritmo circadiano, con sus días y sus noches, la respiración que nos calma, los hábitos alimentarios, ritmos de los que depende nuestra salud basal.

Nuestra afán de perdurar se cifra en nuestra capacidad creadora, artística, técnica. Aquello que hemos hecho nos sobrevive una vez morimos. El tiempo es como un río, una corriente incesante que no se detiene desde que nacemos hasta nuestro final. Es irreversible y ahí le damos vueltas al perdón, dado que esto se acaba, no dura siempre, y a veces el tiempo no lo cura todo, hemos por tanto hacer algo, perdonar. Queremos a menudo apartarnos de ese flujo, quedarnos al margen, perder el tiempo, lo que a su vez nos permite recuperarlo.

Estamos de paso, somos conscientes de nuestra fugacidad, de nuestra inexorable muerte, lo que no implicaría solemnidad ni vanidad, sino más bien tomárnosla en serio, lo cual casa bien con lo humilde, con lo austero. Como dejó bien dicho Virginia Woolf

«No es necesario apresurarse. No es necesario brillar. No es necesario ser nadie más que uno mismo».

Como ya nos advertía Séneca en su ensayo Sobre la brevedad de la vida, vale más la calidad que la cantidad. Montaigne nos dice algo parecido.

«La utilidad de vivir no consiste en el espacio, sino en el uso de la vida, y hay quien vive largo tiempo y ha vivido poco. Lo que viváis está en vuestra voluntad y no en el número de años«.

Es este ensayo de Josep Maria Esquirol un texto para rumiar con calma, casi una manual de consulta que nos puede acompañar siempre, porque en las reflexiones que nos hagamos sobre el tiempo, encontraremos en este ameno ensayo material de sobra con el que reflexionar. Son muchos los autores como Rosenzweig, Lévinas, Arendt, Nietzsche, Sócrates, Montaigne, San Agustín, Cioran, Heidegger, Eliade, entre otros, los que le han dado vueltas a este asunto tan universal, tan humano y al menos para mí, apasionante.

En definitiva, somos el tiempo que nos queda, más lo que hemos ya vivido.

Josep Maria Esquirol en Devaneos | La resistencia íntima, ensayo de una filosofía de la proximidad.