Archivo de la categoría: Editorial Acantilado

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Novela de ajedrez (Stefan Zweig)

Para dormir hace falta sueño, para leer ganas. A esta nouvelle de Stefan Zweig (con traducción de Manuel Lobo), para leerla, hay que dedicarle poco más de una hora, parecido a lo que duran los capítulos de algunas series, menos de lo que dura una película, el 25% del tiempo que los españolitos, según las encuestas, dedicamos diariamente a ver o contemplar la televisión.

A pesar del título esta Novela de ajedrez no es solo para ajedrecistas, sino para amantes de la buena literatura.

Zweig presente el ajedrez como una estrategia, donde cual púgiles sobre un ring, en vez de mamporros, los contrincantes se estrujan los cerebros, sin tocarse, vaticinando y adelantándose a los movimientos del contrario.

Aquí se disputa una partida que tiene lugar en un barco, donde el campeón del mundo de ajedrez, es un joven chulesco que descubre un día, en su mocedad, un don innato que lo elevará hasta la cima. Impermeable a la cultura en todas sus manifestaciones, al campeón no le interesa nada que se aparte de los confines de su tablero. Su oponente es un austriaco de buena familia que tras contarnos lo mal que lo pasó encerrado (él no fue confinado a un campo de exterminio, pero a su manera, según él, también le tocó sufrir lo suyo, pues trataban de hacerle pedazos psicológicamente, deshumanizarlo, sin ponerle una mano encima), cuando Hitler trataba de ocupar Austria, esclavo de la soledad, encontró en la celda un asidero en el ajedrez. Afición que llevada al extremo deviene obsesión (como se ve) y perdición.

Zweig juega con posturas muy extremadas que hacen el relato vibrante, intenso, ameno, a pesar de que no me parece su mejor obra ni de lejos.

Zweig escribió esta novela y envió el manuscrito de la misma, poco antes de suicidarse en 1942.
¿Hemos de entenderla como una despedida? ¿Ganó, quitándose del medio, con su particular jaque mate, la partida a la barbarie rampante, o la perdió?.

Acabo con unas esclarecedoras palabras de André Maurois: Los hombres de bie deberían meditar sobre la responsabilidad y la vergüenza de una civilización capaz de crear un mundo donde Stefan Zweig no ha podido vivir.

Stefan Zweig en Devaneos | Carta a una desconocida, Mendel el de los libros

Stefan Zweig. La dicha de agradecer por Luis Fernando Moreno Claros

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La muerte de Napoleón (Simon Leys)

Se trabaja con todo lo que se recuerda, pero no se crea más que con aquello que se ha olvidado. Esto lo dice Leys, Simon Leys (1935-2014). En los años 50 Leys había escrito en un diario unas líneas en la que decía que Charlie Chaplin acarició la idea de hacer una película sobre Napoleón, contando cómo se evade de Santa Elena y se va a vivir de incógnito a Francia. Esto Leys no lo recuerda, pero luego será con lo que cree esta obra de ficción cuyo argumento es la idea de Chaplin.

Comenta que una vez escrito el manuscrito recibió el rechazo de una decena de editores (esto me recuerda a lo que Lowry contaba en Detrás del volcán) hasta que al final vio la luz y se convirtió en un éxito.

Comenta también Leys que el principio y el final le vino del tirón y que luego lo fue rellenando, eslabón a eslabón. Cuenta que escribía de noche, cuando su familia dormía, unas cuantas palabras cada noche, que luego iría puliendo. Ese trabajo artesanal se nota, pues el texto tiene una musicalidad que resulta absorbente, una prosa que sin caer en el barroquismo resulta muy preciosista, basta leer el párrafo dedicado a esa aurora vista desde el barco o el postrero éxitus. Muertes en el cine estamos aburridos de verlas o de sufrirlas, pero en la literatura creo que no son tan corrientes, ni tan memorables. Recuerdo la de Stoner y creo que ésta que pergeña Leys para su personaje la recordaré, sin duda.

El libro, poco más de cien páginas (sin tener en cuenta el postfacio) las he leído del tirón, es lo propio, cuando la historia te atrapa desde sus primeras palabras (gran traducción de José Ramón Monreal) y no ceja en su capacidad de sorprender, una y otra vez, propiciando la carcajada al ver por ejemplo a Napoleón convertido en un exitoso empresario en la venta de sandías o melones, o percibiendo con intensidad que debía guardarse de las añagazas de la felicidad, cuando el amor llama a su puerta y corre el riesgo de desleerse en lo doméstico. A fin de cuentas, Leys despoja a Napoleón de su aureola, lo baja del pedestal, lo diluye entre el vulgo, le deja destacar (su mente analítica, su don de mando, lo mismo vale para el ejército que para el mundo empresarial, se ve), le da algo de relieve, pero al final, todos nuestras pasiones, afanes, sueños y desvelos acaban en el mismo sumidero, en un espacio muy reducido.
Ya nos contó aquel sabio ruso cuánta tierra necesitaba un hombre: unos seis metros cúbicos.

Simon Leys en Devaneos | La felicidad de los pececillos

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Pasión del dios que quiso ser hombre (Rafael Argullol)

Rafael Argullol (Barcelona, 1949) se acerca a la figura de Jesús no desde el dogmatismo, ni desde el fervor religioso. Tampoco desde el ateísmo, sino más bien desde la incertidumbre, desde el interrogante, como queda expresado en la confesión que cierra el libro. La lectura de las Sagradas escrituras sin imposiciones, leídas de forma voluntaria le permiten a Argullol formularse unas cuantas preguntas acerca de la naturaleza de Jesús, aquel dios que como Aquiles renunció a la inmortalidad y quiso ser hombre, vivir, emocionarse, sentir el amor y la soledad y morir como tal, sin sustraerse al sacrificio, al dolor, a toda la tragedia de la Pasión. Sorprende que si esta representación macabra, es obra de Jesús, él su guionista, una vez en la cruz le preguntara a su padre por qué le había abandonado, si dicho abandono ya estaba escrito y abonaría el camino para la resurrección de la carne.
Jesús podría ser concebido como un mago, como un loco, como un visionario, como un Mesías. El relato comprende desde la Anunciación a María, su embarazo, con un sorprendido José a su lado, el nacimiento y un extracto de los 33 años, pasando por los distintos momentos que todos conocemos, hasta acabar crucificado sin que Poncio Pilato pueda hacer nada por evitarlo. Argullol se pregunta qué es la verdad, cuál es la verdad de Dios.

El arte pictórico y escultórico, los distintos cuadros y esculturas que han ido recogiendo las distintos momentos cumbres en la vida de Jesús y de sus allegados, a pesar de que todos estos cuadros, esculturas y retablos de Velázquez, Leonardo da Vinci, Grünewald, Lehman, Bellini, Rafael,Giuseppe Sanmartino mienten, en conjunto, todos dicen la verdad, según Argullol y suponen un acercamiento a la figura de Jesús, mucho mayor, mucho más potente, que el que proporcionan los teólogos o los propaladores de la palabra de Jesús porque «Los artistas han captado la carne del sacrificio de un modo que las palabras, por mucho que se transmitieran con exactitud, no podían hacerlo».

Me ha gustado tanto este relato de Argullol como en su día lo hizo El evangelista de Adolfo García ortega.

Editorial Acantilado. 2014. 88 páginas.

Rafael Argullol en Devaneos | Transeuropa

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El perdón de los pecados (Antonio Fontana)

Mi manera de comprometerme fue darme a la fuga, canturreaba Sabina en una de sus canciones. Ángela hace lo propio. Después de ver, cuando es una niña, cómo su padre se da a la fuga, tras encomendarle que cuide de su hermana Tecla, tras conocer que su hermana sufre parálisis cerebral y una vez llegue a la edad adulta, abandonará el hogar familiar comprando billete de ida, por que no le volverán a ver más el pelo.
Lo que Ángela gana huyendo lo pierde por la vía de los remordimientos y el peso de la culpa que la lastrará para siempre.
Una llamada de teléfono rompe la noche a tajazos, para hacerla volver, para arrostrar, quiera o no, su pasado y volver a recordar a su hermana Tecla, a su anegada madre, a los vecinos que entre dimes y diretes se alegrarán de volver a ver a la hija pródiga, la cual no encontrará el abrazo filial, sino dos féretros indistintos ante los que pedir perdón por sus pecados. Un Dios que está muy presente, pero no para pedirle milagros, sino para rendirle cuentas, para cantarle las cuarenta.
Las preguntas que se formula la madre de Tecla siempre son las mismas en estos casos. ¿Qué ocurrirá cuando yo falte? ¿Qué culpa tiene Tecla?
Una novela muy triste esta de Antonio Fontana (Málaga, 1964) y también purificadora. Sin ceder a lo sentimentaloide creo que el autor con mucha precisión va desentrañando esa madeja de sentimientos morales y punzantes que convierten el día a día de todos ellos en un porvenir funesto, encadenados a una enfermedad que no les da ni tregua ni respiro.
El suicidio, el asesinato, la muerte en definitiva, repartirá las cartas que ellos juegan. Todos pierden.

Acantilado. 2003. 156 páginas