Archivo de la categoría: 2009

Wislawa Szymborska
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Lecturas no obligatorias. Prosas (Wislawa Szymborska)

Szymborska (1923-2012) comenta que cuando le propusieron reseñar libros en el periódico donde trabajaba, en lugar de decantarse por novelas, ensayos o reediciones de clásicos, se decidió por abordar otro tipo de literatura: guías, libros de divulgación, calendarios, manuales…

Respecto a reseñar, Szymborska decide que lo suyo no serán reseñas al uso, porque ella es un lectora amateur y quiere seguir siéndolo, sobre la que no recaiga el apremiante peso de la constante evaluación.

Y dice cosas que comparto sobre la lectura y los libros como esta:

Soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado. El homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad.
Lo que asoma en estas reseñas -o no reseñas- es una manera de entender el mundo -el de las letras también, incluyendo una posible soledad galáctica- una mirada que resta pomposidad y gravedad a la literatura, pero que no la trivializa, y que mediante un humor muy sutil y reflexiones muy jugosas y agudas, nos vemos leyendo lo que Szymborska tiene que contarnos sobre lo que a ésta le deparan lecturas con títulos tan apasionantes como: Arte floral, Cuando los manzanos echen flor, Accidentes domésticos, El alfabeto chino, Vademecum del turista a pie, El ciervo, Aves domésticas, Cuando el perro enferma, Empapelando la casa, La infancia de los animales, Los pájaros de Polonia, El botón de la literatura, etc. La retranca de Szymborska llega al punto de dedicarle un espacio al Calendario de pared del año 1973.

Entre mis artículos preferidos -por citar algunos- pues hay muchos, citar: Viejos amigos, El mito de la poesía, Lo que queda atrás, Realidad y ficción, ¿Qué es soñar?, Disneylandia. En estos ensayos bajo el aspecto de (no) reseñas la autora trata asuntos muy interesantes, me gusta lo que dice de la poesía (la visión que tiene de la misma); ella que fue poeta, además de editora, traductora y columnista.

Hay veces en las que te alegras especialmente de visitar un país, una ciudad, de conocer a alguien en persona, o bien -como en este caso- de dejar que una escritora como Szymborska entre en tu vida, ya para quedarse.

Lecturas no obligatorias. Prosas, Wislawa Szymborska, traducción del polaco por Manell Bellmunt Serrano. Ediciones Alfabia, 2009.

Honoré Balzac

Tratado de los excitantes modernos (Honoré de Balzac)

Honoré de Balzac
Menoscuarto
84 páginas
2009
Traducción de Julio Baquero Cruz

Menoscuarto -con traducción de Julio Baquero Cruz- pone a nuestra disposición este minúsculo e hilarante ensayo de Honoré de Balzac, escrito en 1839 como un apéndice a la obra Fisiología del gusto de Brillat-Savarin.

Balzac diserta, con mucho humor, pero sustenándose en la ciencia, sobre sustancias relativamente recientes que han supuesto una maldición para la salud de la humanidad, a saber: el alcohol, el café, el tabaco, el té y el cacao.

A día de hoy -casi 200 años después de que Balzac escribiera su tratado- sabemos que el tabaco mata, como leemos en las cajetillas- lo que no impide su consumo, al tiempo que alimenta tanto al fisco como engorda el gasto público sanitario- sabemos que el alcohol aniquila tomado en grandes dosis y con regularidad; respecto al cacao, el té y el café, se toma hoy de manera tan moderada que no tiene un efecto considerable sobre la mortalidad.

Lo mejor del ensayo me resultan los jocosos chascarrillos que suelta Balzac, su comicidad, los ejemplos que emplea para armar sus argumentos, y cómo no, sus axiomas y también y por último timo ese espíritu paternalista que según él debe adoptar la política, toda vez que los pueblos son niños grandes y la política debería de ser su madre, entendida la alimentación pública como una parte de la política.

George Perec

Un hombre que duerme (Georges Perec)

Georges Perec
Impedimenta
Traducción: Mercedes Cebrián
2009
130 páginas

Un hombre que duerme es mi primera aproximación al universo de Georges Perec (1936-1982), y no será la última. La novela es lo suficientemente breve como para, si es posible, leerla del tirón, a fin de que el impacto de la lectura sea mayor.

El protagonista de la novela es un joven que tiene: veinticinco años, veintinueve dientes, tres camisas y ocho calcetines, algunos libros que ya no lee, algunos libros que ya no escucha. No tiene ganas de acordarse de nada, ni de su familia, ni de sus estudios, ni de sus amores, ni de sus amigos, ni de sus vacaciones, ni de sus proyectos. Ha viajado y no ha traído nada de sus viajes.

Sirva esto como declaración de principios o de precipicios, porque viendo su manera de afrontar el presente, de arrostrar su realidad, uno no sabe si acabará defenestrándose, haciendo puenting sin cuerda, o convirtiéndose en un nini francés más.

El caso es que imbuido de un espíritu que me resulta muy Cosseryano y Bartlebyano el joven no quiere hacer nada, ser nada, más allá de acumular tiempo, convertirse en una masa de tiempo inerte, alejada de la ambición, de las pulsiones humanas, del mundanal tráfago circundante, reducido a ser algo que se alimenta para vivir y cuyo corazón late por inercia.

En una buhardilla de la última planta de un edificio parisino se amorra al tedio, al aburrimiento, siendo el no hacer nada su quehacer principal, su única ocupación. Y mientras cierra los ojos sueña, y no sabemos si sus visitas al pueblo son reales o mentales. No importa.
El joven echa un órdago al mundo, y no lleva malas cartas: la soledad, la indiferencia, su pasotismo, su juventud. Pero acaba la partida y comprueba que su indiferencia es inútil, su soledad también, que da igual lo que haga, o diga, o piense, por que el mundo, que es más listo por viejo que por mundo, se las sabe todas, y pone el contador a cero a diario para que cada empeño humano, cada desafío sea aniquilado, y todo se renueve, y el pasado, el presente y el futuro, se funden en un punto, cordel del que tirar hasta la eternidad, o hasta la Explosión final.

Todo esto son elucubraciones de quien lee, porque el texto de Perec, da para eso y para mucho más, pues está abierto a toda clase de interpretaciones, y se me antoja ese uno de sus dones más preciados, porque el significado, el mensaje del libro, no es tan diáfano como las ristras de enumeraciones que Perec desparrama en su narración.

Seguiré con 53 días, su última novela, inacabada, porque ha sido un placer llegar a Perec, leer esta novela y dar pie (o tomarlo) para seguir abundando en su obra.

Me gusta que Impedimenta, editorial que edita esta novela, ponga el nombre de la traductora, en este caso, Mercedes Cebrián en su portada.

La novela fue llevada a la pantalla grande y obtuvo el Premio Jean Vigo en 1974

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En tierras bajas (Herta Müller)

Herta Müller
Siruela
184 páginas
2009

Leo que este libro de relatos de Herta Müller estuvo censurado en Rumanía. Salvo en Crónica de un pueblo, donde se evidencia que los puestos de mando de las empresas estatales se los reparten entre el Alcalde y sus familiares, el resto no lo veo como una crítica al régimen de Ceausescu -siempre la opción más fácil es buscar culpables en el Estado, en los Otros- sino como una crítica demoledora hacia los habitantes de una aldea rumana, hacia Los Suyos.

La voz que narra, la de una joven, la de la autora, es a quien le zurran la badana tanto el padre como la madre, donde todo se resuelve a golpes (si lloras sin motivo te zurran, si hablas comiendo te zurran…), mientras los hombres cuando no están trabajando, están alcoholizándose en el bar, donde los jóvenes ven el sacrificio de los animales como el pan suyo de cada día, un pan que por supuesto no es candeal, sino gris, ceniciento, incomestible, como el horizonte que los constriñe.

Müller no escamotea nada y su relato más extenso, el que da título al libro, En tierras bajas es sórdido, tétrico, desolador, brutal, violento. No hay un resquicio para la esperanza, para el consuelo, para la piedad: todo es brutal, amargo, desolador, visceral, infernal.

No hay intimidad en el hogar, así que la narradora sabe por ejemplo identificar a cada miembro de su familia por el ruido que cada pis hace en la bacinilla a la hora de mear. Una falta de intimidad y una pobreza (que me recuerda mucho a lo referido por Szilárd Borbély en su libro Los Desposeídos) que genera odio, malestar y una furia ciega.

Acaba el relato así. «Creen que aquello de lo que uno se niega a hablar, tampoco existe».
El propósito de Müller y donde para mí reside el valor de este libro es en dejar un testimonio, para saber que lo que nos cuenta Herta, lo que ella vivió, sucedió, existió.

El resto de los relatos ya no resultan tan salvajes y caen abruptamente en lo anodino, cuyo cenit se alcanza con el relato Día laborable con una prosa plomiza acorde con el tema del relato.