Archivo de la etiqueta: Editorial Impedimenta

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Henry y Cato (Iris Murdoch)

Decepcionado. Murdoch plantea unos personajes que son siluetas, poco más que holografías, personajes que los tocas y los traspasas porque no hay nada de nada en ellos, son una ilusión. Murdoch plantea para Henry y Cato, dos amigos de la infancia que vuelven a encontrarse de adultos pero con la misma mentalidad infantil, la posibilidad de la redención, ya sea despojándose de toda riqueza material por parte de Henry o renunciando, en el caso de Cato, al sacerdocio para arrancar del mal a Joe, un joven rubiales del que se ha prendado. A esto se suman dos vacuos personajes femeninos (tres contando a Gerda, la madre de Henry) de trazo grueso, una de las cuales, Stephanie, no ambiciona nada más que comer, beber y comprarse vestidos y la otra, Colette (hermana de Cato) entregar su virginidad al hombre que tiene idealizado desde su más tierna infancia, Henry, para pasar a ser posesión suya.
Los diálogos son en su mayoría irrisorios, casi todo acontece cogido por los pelos, todo es azaroso y finalmente deviene mascarada y farsa, tanto que acabo más que harto de tanta nadería, amor perruno y devaneo diletante.
Henry y Cato la publicó en 1981 Alfaguara. Impedimenta la reeditó en 2013 manteniendo la traducción de Luis Lasse.

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Solenoide (Mircea Cărtărescu)

…este libro que se escribe solo, que no guarda parecido con nada excepto con la vida misma, que se vive solo….

Mircea Cărtărescu (Solenoide)

Toda la literatura consiste en un esfuerzo por hacer la vida real.

Fernando Pessoa (Libro del desasosiego)

Escribir no significa convertir la realidad en palabras sino hacer que la palabra sea real.

Augusto Roa Bastos (Yo el Supremo)

El personaje que narra, alter ego del autor, sobrevive afincado en su soledad infinita, en su tristeza abisal. Labura como docente en una escuela de Bucarest –la ciudad más triste que se haya erigido jamás sobre la faz de la tierra, proyectada y creada como una ruina, según el narrador- la número 86, denominación tan impersonal como presuntamente gris es el personaje, lector compulsivo: Strindgberg, Hamsun, Camus, Thomas Mann, Lagerkvist, Rousseau, Anatole France, Kafka, Voynich…, profesor de rumano que escribe en la sombra, en su viscoso anonimato, que estuvo a un tris de ser algo en los cenáculos literarios cuando les dio a probar sus poemas, La caída, que resultó ser una profecía autocumplida y alumbró un mundo dual, el renacimiento a los 21 años y desdoblamiento del narrador en dos seres, uno el escritor de éxito que hoy en día es Cărtărescu y el otro el escritor en la sombra, anónimo, con un único lector, él mismo, que escribirá sus diarios, vomitando ahí sus delirios, sus pensamientos, sus experiencias oníricas, durante 13 años, que luego cribará al transcribirlo en su manuscrito, con un escritura que no se quiere ficción, ni poesía, ni novela, sí ensayo del yo, sí zapador de sí mismo, sí exploración del algoritmo del ser, sí conciencia del tiempo, sí flâneur de su ciudadela interior, sí escritura como una puerta a dibujar, como punto de fuga, como una huida, como el cric que nos hace trascender, como sustracción: la tercera dimensión que le permita a él y a nosotros escapar de las dos dimensiones del cerco del papel, de la pegajosa y gravitacional realidad, en su lucha sin cuartel contra el tedio baudelaireano, la de una existencia que sería más consumición que consumación, convertido el narrador en aquel fotógrafo que en su cuba de revelado hace aparecer de forma ora realista ora fantasmagórica imágenes mentales de su deplorable pasado que se principia con su mísera niñez -evocando a su hermano gemelo Victor, cuya temprana muerte lo convertirá en un medio hombre (Victor ya aparecía en el libro estupendo de relatos El ojo castaño de nuestro amor), a su padre, tan presente como inexistente, con el cual solo hablará de fútbol y que alguna vez ejercerá su rol paterno haciendo restallar su cinturón sobre la piel no amada de su hijo, a su madre a la que desconoce y deberá parir de nuevo para volver a ser un solo ser y no alguien confabulada con los médicos y enfermeras torturadoras, siempre con agujas en ristre- de su atormentada y enfermiza adolescencia escalando su particular montaña mágica en Voila, de su tediosa época adulta por donde desfilan sus compañeros de claustro, sean Irina, Caty, Goia, Radulescu, Eftene… y con ellos el sexo levítico, el movimiento piquetista, la aventura febril de la visita a la Fábrica, los ajustes de cuentas de un rosario de odio con su sello de oro e ira que marcará en las coronillas infantiles caligrafías de puntos que no suman nada, la sensual Florabela en el límite de la belleza soportable.

Al nacer viene el miedo a lo desconocido, luego arremete el terror a lo conocido: el padre que pega, el colegio convertido en centro de tortura, la soledad como una segunda piel, los sueños de los que se regresa no con una sonrisa sino con una mueca y el rostro demudado, la enfermedad, las jeringuillas, el olor a moho de la penicilina. Un clamor universal sintetizado en una sola palabra: ¡socorro¡. La escritura es aquí topografía de un miedo que es sustrato y sustancia de la realidad, un narrar que es ir más allá de lo evidente, de la cárcel del cuerpo, de la existencia como anomalía de la nada, hacia el no lugar, hacia la utopía de la cuarta dimensión, hacia un mundo de mundos, universos de universos, donde la imaginación demuestra aquí su infinidad.

Este puñado de palabras aquí vertidas son poco más que la sombra desvaída que proyecta este edificio colosal que ha levantado Cartarescu en ochocientas páginas de poética del yo metamorfoseada, de experiencia desnuda y verdadera, de prosa tricotadora, arborescente, pletórica, alucinada y alucinante, la que nos brinda este majestuoso Solenoide, hacedor de un campo magnético subyugante y levitante por cuyo interior circula -una literatura muy poco- corriente.

Mucho tiene que ver en todo esto la hercúlea traducción de Marian Ochoa de Eribe, que creo que le tiene muy bien cogida la medida a Cărtărescu.

Editorial Impedimenta. 2017. 800 páginas. Traduccion de Marian Ochoa de Eribe. Posfacio de Marius Chivu.

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El libro y la hermandad (Iris Murdoch)

La primera sensación que tuve cuando comencé esta novela de Iris fue de apabullamiento. En un mismo lugar (Oxford) se reúnen más de una docena y media de viejos amigos, donde todos parlotean y el apabullamiento deviene aturdimiento. Luego Iris de manera muy sutil irá tirando de cada hilo, desflecando la madeja, concediendo su espacio a los distintos personajes, refiriéndonos sus historias y las relaciones que durante estas últimas décadas se han ido creando, fortaleciendo o menguando entre ellos. Me gusta poco la narración cuando Iris fija su atención en lo externo, en detalles triviales: todo lo que tiene que ver con el vestuario, la decoración o los atributos físicos personales y me interesa mucho más -y ahí radica en mi opinión el gran valor de la novela- cuando el relato pasa de lo estético a lo ético y abundando en la introspección Iris pasa a todos ellos por el cedazo de la experiencia y la batidora de la moral, los sube al escenario que viene a ser una suerte de ring, donde todos ellos reciben su merecido, y las victorias, en la pugna contra el destino, si las hubiera, son pírricas, o a los puntos. Una experiencia concebida como un sumatorio de actos humanos de distinta índole que van, entre otras muchas, desde la aventura fuera del matrimonio al aborto repentino, pasando por tentativas de suicidio, duelos a pistola, muertes accidentales, el dolor del duelo ante la pérdida de una mascota o la muerte de un ser querido, las confesiones de un amor arrebolado y no correspondido, el gran vacío o fin de ciclo que experimenta el escritor ante el libro ya acabado -un libro convertido en un fascinante macguffin, pues de la hermandad del título aún sabremos algo, pero del libro de marras muy poca cosa- el perdón cauterizador, la felicidad como un objeto de consumo más, la religión emancipadora, los lazos filiales convertidos en cadenas, la transición del idealismo al conservadurismo, el pasar de querer salvar el mundo a querer preservar su pequeño mundo, a cualquier precio.

Los humanos son aquí seres dolientes, indolentes, inseguros, insatisfechos, aburguesados, que al echar la vista atrás y contrastar sus sueños y esperanzas de su juventud con su realidad adult(erad)a y presente comprueban que la argamasa de su día a día, las relaciones, ya sean de amistad o de pareja tienen los huesos de cristal, que la distancia entre la teoría y la práctica, entre el pensamiento y la acción se nutre de impotencia, de resentimiento, que los héroes están en las calles y los cobardes como ellos en sus casas entregados a una verborrea estéril y a un hedonismo a medida.

Podemos pensar en este manojo de vidas folletinescas con el que Iris describe al detalle y con gran agudeza la condición humana como meteoritos del espacio exterior fuera de nuestra órbita. O puede ser que mirar hacia el cielo sea sentir un escalofrío y un ramalazo de melancolía recorriendo nuestro cuerpo, cuando al pensarnos, lo leído nos incumba, desmantele y quién sabe si incluso colisione.

Impedimenta. 654 páginas. Año 2016. Traducción de Jon Bilbao. Postfacio de Rodrigo Fresán.