Archivo del Autor: Francisco H. González

Meridianos de tierra

meridianos de tierra (hasier larretxea)

No es infrecuente encontrar el ambiente rural en las novelas de Cela, Miguel Delibes, Abel Hernández, Llamazares y tantos otros. Sí me resulta más chocante que un libro como éste de Hasier Larretxea, nacido en el 82, huela a tierra mojada, a escarcha, a rocío, a lana esquilada, a hierba segada, que suene a trino de pájaro, a tajo de hacha, a vuelo de astillas, a cencerros y campanas, a triscar de nubes, que atavíe al lector con bufandas de niebla, con pantalones de ausencias, con gafas de sombras, con linternas de luciérnagas, que pergeñe un texto críptico, que se lee a hachazos, descortezándolo, para ir en pos de su savia, de la sangre derramada; texto poético de lumbre y fogón, de cruces y cunetas, de silencios y esperas, de cicatrices y condenas, de castigos y puños como espinas y también puerta abierta al perdón, a la reconciliación, al futuro, al abrigo y al amparo, bajo una voz salmódica que suena y que son muchas voces, una voz que son ellos o nosotros. Una voz y una escritura, un escribir que es habitar los silencios, un escribir que es otra manera de alargar el vacío.

harpo libros. 2017. 96 páginas.

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Nuestra historia (Pedro Ugarte)

Diez relatos conforman Nuestra Historia por el que Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) recibió el XIV Premio Setenil 2017. Premio literario que siempre suscita mi curiosidad, tal que hasta el momento he ido leyendo algunos de los libros premiados en ediciones anteriores: Alberto Méndez (Los girasoles ciegos), Fernando Clemot (Estancos del Chiado), Emilio Gavilanes (Historia secreta del mundo) y Daniel Sánchez Aguilar (Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino).

Estos jugosos relatos beben de lo cotidiano, de lo actual, así el primer relato, Días de mala suerte, nos habla de la crisis, de las ejecuciones hipotecarias, de los encajes de bolillos que debe hacer un pareja con dos críos pequeños para llegar a final de mes, lo cual hace que -paradójicamente- esa austeridad autoimpuesta se convierta en algo saludable para todos los miembros de la familia, que despojados de tanta morralla tecnológica, de tanta extraescolar sinsentido, pasen más tiempos juntos dedicados a actividades que no cuestan un euro pero que les satisfacen igual o más que otras que conllevan un desembolso y que las más de las veces no acarrean retorno emocional alguno. Hay ahí cierta moralina que no me acaba de convencer del todo.

Hoy que muchos de los regalos recibidos son vendidos, por indeseados, acto seguido, en webs como Wallapop, Ebay o similares, el segundo relato, Verónica y los dones plantea el modo en el que algo tan trivial como unos regalos pueden hacer mella en una pareja, cuando él siempre yerra con lo que regala, mientras que ella siempre acierta de pleno, siempre atina con los deseos de los regalados, dándoles aquello que quieren aunque no lo hayan manifestado de forma explícita, merced a su agudo sentido de la observación o a algún don oculto, a saber. Un regalo, un presente, vemos que puede devenir en un no futuro, o en un futuro distinto, ya enlodado, contaminado por el virus del orgullo parejil, por no conseguir estar a la altura.

En Vida de mi padre, me gusta comprobar cómo los padres siempre quieren lo mejor para los hijos y magnifican sus hazañas, intempestivas, al margen del correr del tiempo, una hazaña lingüistica, que siempre volverá en las reuniones familiares, pues ese niño de antaño, y sus proezas, a ojos de su progenitor nunca crecerá, petrificado en aquellos recuerdos de antaño.

En La muerte del servicio tenemos un reencuentro de tres amigos y un título que se explica la final. Sin que el desarrollo me diga nada, hay cierta atmósfera de melancolía, de vinilos que suena trayendo el pasado de vuelta, que acaba cuajando.

Enanos en el jardín, me recuerda el relato Formentera, de Paco Inclán, donde de nuevo una isla les sirve a una pareja, una vez los hijos ubicados en un campamento, disfrutar de una semana insular para ellos dos solos, para ir en busca del tiempo perdido, sustraídos a las obligaciones familiares y las responsabilidades, tiempo vacacional para tirarse a la bartola y quien sabe si a alguien más.

Mi amigo Böhm-Bawerk me parece inverosímil, pero a pesar de todo mantiene cierta coherencia `postrera que resulta hilarante.

El hombre del cartapacio me ha parecido el relato más flojo con diferencia. Muy extenso y con muy poca chicha.

En Para no ser cobarde, me las prometía muy felices viendo por ahí Ayabarrena, una aldea de mi tierra, próxima a Ezcaray, que al final es tan sólo un decorado, no sabemos si propicio o no para que un escritor pueda cumplir su objetivo de sacar adelante su novela. En estos casos siempre me viene en mente el poema de Bukowski, Aire, luz, tiempo y espacio.

Voy a hacer una llamada explica el proceder de estos facilitadores que vemos a menudo en los telediarios calentando las sillas en los juzgados frente a un juez. Gente dada a hacer favores a transformar el mundo con unas cuantas llamadas, removiendo hilos, quitando a unos para poner a otros, pues aunque no lo parezca, al final, esto es un juego de suma cero.

En Opiniones sobre la felicidad asistimos a la posibilidad o más bien imposibilidad de romper con los lazos filiales, de acabar radicalmente con todo lo que no gusta de una madre, de un hermano. Relato donde un niño de corta edad actúa de puente entre dos hermanos enemistados, enfangados en un odio recíproco, pues al final todos vienen de lo mismo, corren caminos distintos pero corren el riesgo de acabar los dos hermanos en la yunta arando su desdicha compartida, atávica, genética.

Páginas de espuma. 2016. 168 páginas.

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Los hermosos años del castigo (Fleur Jaeggy)

Leo que Fleur Jaeggy es una mujer muy tímida. No le impide escribir una autobiografía y rememorar sus años de mocedad, aquellos años que pasó en un internado. Los mejores años de su vida que pasó allá presa. El título ya nos informa en cierta manera de que el castigo fue hermoso. Leo que Jaeggy está muy interesada en el misticismo. Esa vida que llevó de niña, esos años de infancia y de adolescencia vividos en aquel ambiente tan limitado, en aquellos paisajes tan espectaculares, siempre rodeada de lagos y montañas, a pesar de su dureza, de su aislamiento, de perderse un montón de cosas, de privarla de tener un padre y una madre, o hermanos, no la carga de odio ni de rencor. Lo vivió, no tuvo otra opción y a toro pasado su mirada en indulgente. Lo único que aviva su mirada y su corazón es lo que siente por una chica algo mayor que ella, con la que llega a intimar, hasta que ésta, una vez que se muere su padre, abandona el internado. Una vez fuera, la vuelve a ver, pero ya no hay futuro, solo pasado, y si se habla es de lo que se vivió entonces, cuando eran más jóvenes. Jaeggy no se anda por las ramas y creo que transmite muy bien lo que fueron aquellos años de soledad y abandono que pasó en el internado, la curiosidad hacia el sexo y hacia el mundo que la rodeaba, hacia una realidad aquejada de acromía, empleando para ello un lenguaje preciso, a ratos bello y punzante, jugando con las contradicciones como esos hermosos años de castigo o la infancia vetusta, como si cada cosa y su contraria fueran de la mano en muchos momentos.
Su lectura me traído ecos de la novela Jacob von Gunten de Robert Walser, al que nombra al comienzo de la novela (A los catorce años yo era alumna de un internado de Appenzell. El lugar por el que Robert Walser había dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio, en Herisau, no lejos de nuestro instituto. Murió en la nieve. Hay fotografías que muestran sus huellas y la posición del cuerpo en la nieve. Nosotras no conocíamos al escritor) y también de Bernhard, cuando éste relata, no sus años de internado, sino de ingreso hospitalario en ambientes similares a los de Jaeggy, en su novela El aliento.

Tusquets. 2009. 120 páginas. Traducción de Juana Bignozzi