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El escudo de Jotán (Rafael Sánchez Ferlosio)

El mejor tributo, si no el único, que se le puede rendir a un escritor (vivo o muerto) es leer su obra. Dicho y hecho. Disfruté ayer de lo lindo leyendo el relato El escudo de Jotán de Rafael Sánchez Ferlosio, recientemente fallecido. No se le puede pedir más a un texto breve, apenas 22 páginas, que aúna una prosa muy potente, sugerente y evocadora al servicio de una empresa aventurera en la que un pueblo, con el único ánimo de sobrevivir, resultará aniquilado de un plumazo.
Relato que demuestra a la perfección la maestría narrativa de Ferlosio. Cuenta con ilustraciones de Ricardo Bustos.

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El fantasma de Canterville (Oscar Wilde)

El fantasma de Canterville, publicado en 1887, supone una vuelta de tuerca en la fantasmagoría libresca, por obra de Oscar Wilde (1854-1900), que nos presenta a un fantasma por el que acabaremos sintiendo lástima.
Una familia burguesa americana compra un castillo con fantasma incluido en la campiña inglesa, cuya presencia fantasmal no les arredra en absoluto, más bien al contrario, les resultará un entretenimiento, pues el centenario fantasma de Canterville tendrá que lidiar con toda clase de obstáculos, chanzas, afrentas físicas y psíquicas por parte de esta familia que se pitorreará de él a la cara y que no se lo tomará nada en serio. Un fantasma que a pesar de tener dones como la capacidad de atravesar muros y cualquier otro objeto, y la inmortalidad, también sufre el achaque de los huesos y las asechanzas, por ejemplo, de la humedad.
Superando el humor que recorre todos los acontecimientos del relato, el broche lo pone un final donde el amor está por ver si es lo que media entre la vida o la muerte, o si es lo que remeda a esta última, cuando Virginia, una de las inquilinas, con toda su pureza, juventud, bondad y amor, logre devolver al fantasma a manos de la muerte, a fin
de que esté alcance de una vez por todas el descanso que anhela.

Oscar Wilde en Devaneos
El Niño Estrella
El arte de conversar
La decadencia de la mentira. Un comentario

Stendhal

Ernestina o el nacimiento del amor (Stendhal)

Es esta novela mínima un gozoso pasatiempo que concierne, casi, a cualquier lector, pues de lo que nos habla Stendhal (1783-1842) es del amor, o más bien, del paso previo, del enamoramiento, o de esas siete fases que nos hacen pasar de la indiferencia al apasionamiento, así Ernestina, una joven acaudalada y heredera que se agosta en un castillo hasta que un día, inopinadamente, pasa a ser el objeto del deseo de un desconocido, de quien ella, a su vez también se va enamorando.

Siendo el enamoramiento un terreno fecundo para la especulación, Ernestina se entrega a múltiples devaneos amatorios mentales de todo tipo.

Stendhal describe sucintamente esa nobleza que hace el juego al clero, que no precisa trabajar para vivir, que sigue acordando los matrimonios de sus herederas a fin de mantener o aumentar sus patrimonios y su estatus.

El autor juega con nosotros como comprobará quien llegue hasta el final.

Es curioso leer como hace 200 años, a los cuarenta, el hombre ya se sabía viejo, casi transparente para la mujeres enamoradizas, en un declive que lo apartaba de la circulación amatoria, aunque en este caso nuestro Don Juan, aún parezca guardar algún as en la manga.

En 1993 la editorial Alianza publicó libros muy cortitos, o como en este caso, un relato extraído del libro Del amor (1822), de Stendhal, que se vendían a 100 pesetas, de ahí el título de la colección: Alianza Cien.

Viaje por Italia: Alto Adige, Trento, Bolzano, Brunico, Bressanone

Uno de los viajes que queríamos hacer desde hacía tiempo era conocer el norte de Italia, más en concreto ese territorio llamado SüdTirol o Alto Adige, fronterizo con Austria.

Mirando vuelos de bajo coste, Ryanair permite volar hasta el aeropuerto de Bérgamo. Una vez allí con cualquier compañía de alquiler de coches tienes la posibilidad de moverte cómodamente en coche. Volamos pues desde Santander hasta Bérgamo (Orio al Serio) y llegamos a las 20h. Tras los trámites pertinentes para coger el coche, a las nueve, ya anocheciendo, nos pusimos en ruta rumbo a Brescia, donde haríamos noche. Dimos cuenta de unos cuantos envases de embutido de la tierra que llevábamos y eso nos permitió capear el temporal unos minutos. Porque a los niños la música no sé si los calma, pero la comida sí.

A la salida de la autopista unos carabinieri nos hicieron parar, pues el desconocimiento del auto hacía la conducción un tanto irregular y esto no les debió pasar desapercibido a los agentes de la ley. Al comentarles que el coche era de alquiler, nosotros españoles y ver a nuestra prole en los asientos de detrás dando guerra, nos dejaron continuar.

Hicimos noche en un hotel de carretera, Ai Ronchi Motorhotel. El hotel es tétrico. En el banco de la entrada había dos hombres bebiendo, aletargados, pero no lo suficiente como para inclinar sus testas a nuestro paso. Tras dar los datos en la recepción nos dieron la llave de la habitación. El hotel era perfecto para rodar una película de Dario Argento: una mezcla entre tétrico, cutre y fantasmagórico.

Los rigores del mes de julio hacían que la habitación fuera un horno. Abrir las ventanas no proporcionaba alivio alguno, salvo evitar la sensación de sofoco y asfixia. Si en el exterior hacía 30 grados, dentro habría un par de grados menos. Como no es recomendable irse a la cama sin cenar nada, demandamos información acerca de donde podíamos comer algo. A unos 100 metros del hotel había un edificio que resultó ser una cervecería casi centenaria (en 2015 celebrerá su centenario), Antica Birreria Alla Bornata. Además de tener una carta de cervezas maravillosa, daban de comer, y allí cayeron unas cuantas pizzas, bien elaboradas, tamaño txapela y baratas (menos de 7 euros por pizza).

Con el estómago aliviado, pero todavía con la sensación de estar viajando, nos fuimos a nuestro horno con camas a tratar de dormir algo, sin demasiadas expectativas, que no se cumplieron. Tras estar toda la noche dando vueltas sobre la cama, sudando, yendo al baño a ver si refrescaba algo, contando ovejitas, minutos y horas, mientras se oía con nitidez el ruido de los coches, camiones y motos al pasar, así como de los trenes que estaban al otro lado del hotel.
La albordada y una buena ducha tuvieron efectos balsámicos. Sigue leyendo