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Trilogía de Auschwitz

Trilogía de Auschwitz (Primo Levi)

En su novela, Si esto es un hombre, que junto a La tregua y Los Hundidos y los Salvados conforman la Trilogía de Auschwitz del Piamontés Primo Levi sobre los campos de concentración, el autor afirma que de no haber pasado por Auschwitz, no hubiera sido luego escritor y que éste se hubiera dedicado a la química, que era su profesión.

Una vez es internado en el campo de concentración de Buna-Monowitz, Levi, a pesar de saber que se la está jugando, decide anotar todo cuanto ve y le sucede. Saben que la mayoría abandonan los campos “por la chimenea” o bien mueren tras alguna enfermedad, al tocar una valla electrificada, tratando de escapar o por el antojo de algún SS de gatillo rápido. A pesar de esto, Levi siente la necesidad de dejar constancia de lo que ve, para que en el caso de lograr sobrevivir, como así sucedió, poder ofrecer al mundo su testimonio.

Hemos visto imágenes sobre los supervivientes de los campos de concentración; personas famélicas de poco más de treinta kilos que apenas podían resoplar. No nos son tampoco extrañas las pilas de cadáveres, ni las fosas comunes de todos los ejecutados. Lo que sorprende de este libro es la forma de narrar de Levi. El autor es consciente de ello, de su estilo. En las páginas finales de novela, Levi, responde a una serie de preguntas que le fueron formulando tanto adultos como estudiantes después de haber leído estos su libro; en ellas comenta que optó, no por un lenguaje lamentoso o iracundo, sino por algo más mesurado y sobrio; el del testigo que analiza la situación, para que el juez, en este caso el lector, con lo expuesto, lo leído, se forme su propia opinión.

Levi da testimonio de la llegada al campo en trenes de transporte para el ganado, su posterior acomodo en barracones inmundos, para luego ir contando con todo lujo de detalles el funcionamiento de los Lager, campos de exterminio donde los más aptos, los que las SS consideraban útiles, aún podrían realizar alguna labor, la cual los libraba directamente de los hornos, dándoles alguna esperanza de supervivencia.
El libro finaliza con los soldados de las SS abandonando el campo a todo correr, ante la llegada del ejército Ruso. La tregua, la segunda novela, comienza donde acaba Si esto es un hombre.

Como decía antes, los alemanes se ven obligados a dejar los campos de concentración a todo correr, ante el avance ruso. Así, Levi y muchos otros se encuentran en los campos, abandonados a su suerte, expuestos al frío, muchos de ellos enfermos de disentería, sin apenas alimentos, pero al fin libres, sin el yugo exterminador de los nazis. Es entonces cuando tras dejar el campo, uno de los muchos existentes, habitado por más de mil personas, entre los que se encontraba Levi, inician el regreso a su patria; en el caso de Levi a Italia. No les será fácil. La Guerra aún no ha terminado, las infraestructuras son precarias y tardarán unos cuantos meses en cubrir los cientos de kilómetros que separan Buna de Turín. En este peregrinaje Levi nos refiere un montón de anécdotas hilarantes.

Levi no hace más que testimoniar lo que ve; la forma de ser de los rusos, tan distintos a los nazis en cuanto a disciplina y orden, su quehacer en horas muertas en ciudades en donde todo es objeto de compra y venta. Reina un caos controlado. Europa renace de sus cenizas tras la muerte de Hitler y la caída del ejército alemán. No hay aquí personajes, sino personas de carne y hueso, figuras que perdurarán en mi memoria por su carga de profundidad, personas como Hurbinek, Mordo Nahum, El Moro de Verona, Cesare, Cantarella, y muchos otros.

Levi logra en este libro de algo más de 300 páginas lo que otros libros de historia no logran, que no es otra cosa que brindarnos un retrato subyugante de esos momentos históricos, en esa travesía (que se torna casi eterna) que conducirá a Levi en tren por media Europa a través de Polonia, la URSS, Hungría, Rumanía, Austria, Alemania y finalmente el regreso al hogar.

Hay momentos desternillantes, vitales, chispeantes y otros en los que uno siente la angustia del protagonista o bien su aburrimiento abonado de tensa espera.
Vidas tan sufridas y tan traumadas, que si a algunos luego esta circunstancia les haría en el futuro apreciar más si cabe sus nuevas vidas y en especial la libertad, otros muchos, saldrían vivos, sí, pero no ilesos, y como Primo Levi tras una lucha interior feroz durante décadas, al final acabaron quitándose la vida.

Cierra la trilogía Los hundidos y los salvados, escrito en 1986, un año antes de su muerte, ensayo donde Levi va comentando y respondiendo a las preguntas que durante los años posteriores a la publicación de Si esto es un hombre, le fueron formulando en las charlas y conferencias que fue impartiendo por todo el mundo. Viene a ser como este libro como cerrar el círculo.
Levi reconoce que lo suyo fue algo excepcional, dado que la inmensa mayoría de los que fueron en los vagones desde Italia murieron. Al hilo de esto, en la muy recomendable novela Trieste de Daša Drndic, viene una relación con todos los judíos italianos que fueron enviados a los campos de concentración.
Sobrevivieron sólo 20 de 650. Se salvaron unos pocos, un porcentaje ínfimo, unos, porque eran protegidos de alguien, otros pura casualidad. En su caso, según cuenta Levi el tratar de aprender algo de la lengua alemana de cualquier manera, sacrificando su pan o su potaje, para ser capaz de interpretar los gruñidos de sus superiores, le evitaría unas cuantas palizas de más, y a su vez, sus conocimientos de química, le permitieron mejorar notablemente sus condiciones, y finalmente le respetaron las enfermedades y no le venció el hambre, ni el cansancio ni el frío.

En la parte final del libro, Levi expone algunas de las cartas que le han ido llegando tras publicar sus libros. Muchas son de alemanes, pero prácticamente ninguna le convence. Son disculpas que le resultan demasiado tibias, sin apenas convencimiento. Ese parece ser la conclusión que Levi saca. Que durante el holocausto muchos miraron para otra parte. Después, cuando todo se desveló, resultó ser una verdad incómoda, donde muchos tenían mucho que callar, como plasmó muy bien Patricio Pron en su novela El comienzo de la primavera. En la novela antes citada, en Trieste, también comprobamos como los responsables y empleados en los campos de exterminio, lejos de cualquier arrepentimiento, se reafirman en lo que hicieron, cuando son juzgados, o bien se escudan tras la jerarquía castrense, convencidos de que hicieron lo que había que hacer. Terrorífico.

Levi habla del suicidio de otros compañeros que conoció en los campos, gente que salió de allí como muertos vivientes y que al final se quitaron la vida. Levi, optó por contar su historia a todo aquel que quisiera escucharla, con el propósito de que al menos la gente tomara buena nota de las barbaridades que podían llegar a cometerse, incluso en un país como Alemania, un país de gente culta y refinada, que auparía a Hitler al poder, a sabiendas de que este odiaba a los judíos, pues era algo que no ocultaba, para después ser ya incapaz de poner freno a la barbarie. La biografía que Peter Longerich escribió sobre Heinrich Himmler, explica a la perfección el estado de terror que a través de la SS, la SA y la Policía, de tal modo que la única disidencia posible fuera el suicidio o el exilio.

Si al final se suicidó quizá fuera porque como había comentado en su obra, a menudo el superviviente tiene un estigma, un peso encima, algo parecido a la vergüenza, con la eterna pregunta, irresoluble ¿por qué yo he sobrevivido y no otros?, rondándole en la cabeza, pregunta que se desvanece cuando todo acaba.

Levi como humano que es, habla de otros supervivientes como él, y ahí aparecen las comparaciones, los distintos puntos de vista, y es lo que menos me gusta del libro. No obstante es inevitable. Cuando Levi escribe este ensayo ya es una figura pública, un superviviente del holocausto, al que muchos conocen y han leído, y ahí es cuando otros supervivientes también cuentan su historia, o la maquillan o la tergiversan, donde la memoria entonces traiciona y acuchilla.

En Fin de poema, Juan Tallón nos cuenta como Primo Levi ofreció el manuscrito de «Si esto es un hombre» al poco de regresar Primo Levi a Turín, en 1946, a Cesare Pavese, quien trabajaba entonces para la editorial Einaudi, y como éste se la rechazó, pues era una historia que Pavese creía que la gente no estaría interesada en leer. Se publicaría luego en otro editorial minúscula y en 1956, Einaudi, al ver el creciente éxito de Levi, decide publicarla en su sello, así como todas sus obras posteriores.

Esta trilogía creo que debe ser de lectura obligatoria.

Leonardo Sciascia

Una historia sencilla (Leonardo Sciascia)

Leonardo Sciascia
Editorial Tusquets
80 páginas
2002

Una novela breve. 69 páginas.

Un muerto, Giorgio Roccella, inopinadamente regresado a Sicilia. Al principio se cree que se ha suicidado, luego se confirma que se trata de una asesinato.
En escena un comisario, un inspector, un sargento, un coronel, un profesor, el hombre del Volvo, un cura, un juez, la mujer y el hijo del muerto.

Por medio, un cuadro sospechoso y unas cartas de Pirandello y Garibaldi. También asuntos de drogas.
Un duelo a muerte, no al sol sino en una oficina, que nos arrebatará la confesión del sospechoso.
El golpe de efecto final, consumado por las comunes ganas de un testigo de no buscarse más líos.

Leonardo Sciascia (1921-1989) condensa la trama, mantiene el suspense, reduce su prosa a la mínima expresión, marcada ésta por la precisión, creando personajes de cierta entidad con apenas dos pinceladas, como en el caso del hijo y la viuda del asesinado.

Respecto a si fue este el último libro de Sciascia, no parece, dado que tras su muerte se publicaría A futura memoria.

Giani Stuparich

Un año de escuela en Trieste (Giani Stuparich)

Giani Stuparich
Editorial Minúscula
2010
94 páginas
Traducción: Francesc Miratvilles Salvador

A comienzos del siglo XX en Trieste, una joven, Edda Marty, decide matricularse para cursar el que será el último año del liceo clásico, antes de su ingreso en la universidad, en una clase únicamente poblada por varones.

Jóvenes estudiantes que se declaran seguidores de escritores como Carducci, Pascoli, D´Annunzio, o que incluso recuperan fuerzas leyendo fuera de la escuela a Tácito, Dante, Maquiavelo, a la par que preocupados por la situación política, abordan en sus conversaciones el problema adriático o el irredentismo.

En una clase en la que hasta el momento todos los jóvenes comparten el paraíso de la postinfancia, la llegada de Edda, su presencia femenina, obliga a cada uno de ellos a actuar.

El que se lleva la mejor o peor parte es el joven Antero, que cae fulminado ante Edda. Se prenda de ella. Se enamora. Es algo mutuo, y surgen los besos, interminables, los días de excitación febril, de reencuentros con el corazón encabritado, de separaciones breves y desgarradoras. Stuparich plasma con minuciosidad ese estado casi de enajenación que supone el enamoramiento, máxime si es la primera vez.

El enamoramiento es decir adiós al mundo de ensueño. Edda y Antero en su vivir anhelante ganan unas cosas pero pierdan otras por el camino. Amar duele. El firme que pisan deja de ser firme, el horizonte se cubre de nubarrones. El amor amamanta los celos, nubla el entendimiento, dispara el egoísmo. Saca lo mejor y lo peor de cada cual.

La tragedia se ceba con Edda, que ve como su hermana mayor regresará a casa a morir. Una tragedia que pone a Edda en la picota, toda vez, que esta no quiere oficiar ningún ritual religioso ligado a la muerte de su hermana. Ahí la sociedad, «los otros», son implacables, no admiten la discrepancia, el pensar distinto, tener iniciativa, en suma, tener ideas propias.

Si Edda no tiene ya bastante con sus sentimientos convulsos hacia Antero, otro joven de clase trata de suicidarse sin éxito, y postula que sólo Edda puede salvarle de la persistente llamada de la Parca, la única que puede oficiar como esa ancla que lo fije a tierra, su razón de seguir vivo, en definitiva.
El pobre Antero se deja llevar por los celos, por construcciones mentales donde su novia, o exnovia, se entrega al goce con todos los varones, al tiempo que a él lo orilla.

El paso de Edda, ha sido el paso de un vendaval, que ha desmantelado las certezas de todos sus compañeros de pupitre, iluminando zonas de su interior que desconocían albergar. Saben ahora que el monstruo de la madurez está ahí, agazapado. Saben que la vida es una pugna, una lucha, que fuerzas de todo tipo obrarán sobre ellos, que tras dejar la escuela, ese juguete para niños, vendrá la VIDA con mayúsculas.

Un obra breve deliciosa, delicada, tormentosa, apasionante, introspectiva, donde Giani Stuparich (1891-1961) quien ejerció como docente, capta a la perfección los vientos que arrecian en el corazón de esos jóvenes alumnos.

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La virtud de Checchina (Matilde Serao 2015)

Matilde Serao
92 páginas
Editorial Ardicia
Traducción: Pepa Linares
2015

Matilde Serao escribe esta pieza breve en 1883, casi 30 años después de la publicación de Madame Bovary por Flaubert, con la que guarda ciertas similitudes.

La protagonista, Checchina, vive en Roma junto a su marido, médico, del que desprecia su orondez, sus toscas maneras, su tacañería, su capacidad para dormitar en cualquier parte, los olores que éste se trae a casa, propios de su oficio como médico y del trato con personas de toda condición, etc.

Un buen día un Marqués, es invitado a comer a casa de la pareja, y el marqués, sólo como está, y conquistador como parece, le tira los tejos a Checchina, animándola a tener con él una aventura.

Checchina, deslumbrada, descolocada por ser ella el objeto del deseo de un Marqués (entendido más como una condición social que como una singularidad especial), decide dar ese paso hacia el adulterio y cometer una infidelidad, pero la realidad no se le pondrá nada fácil.

Checchina, más que desesperarse por la grisura o monotonía de su existencia, cifra su desesperación cotidiana en cosas materiales, en todo aquello que su burguesía ramplona no le permite tener, a saber: abrigos de pieles, perfumes caros, prendas de vestir elegantes. Así, la opción de ir a visitar al Marqués se le antoja como una aventura, como un acto más pueril que adulto, pues da la sensación que podría ser una aventura con un Marqués, o un viaje al extranjero, o tomarse un café en un bulevar engalanada con las mejores pieles, aquello que a Checchina la haría feliz, más que el hecho de buscar el amor, o la felicidad, en el regazo ajeno.

Si Bovary llevaba su apasionamiento febril y su despecho delirante hasta el punto de poner fin a su existencia, Checchina va en sentido contrario, pues cualquier pormenor, ya sea la lluvia, o su falta de espíritu, arrojo o simpleza, será aquello que la conducirá finalmente de nuevo a la placenta del hogar, a la nada cotidiana de la que se fue y a la que regresará y que podemos entender como otro drama (que la autora reviste de un patetismo cómico), como un suicidio en vida, al sufrir Checchina la imposición de tener que vivir una vida con desgana, sin apasionamiento, sin horizonte, ni ilusiones, una vida más, en definitiva, doméstica, banal y trivial.

Recomiendo leer el posfacio de Natalia Ginzburg, que obra como reseña y da las claves de esta obra, no tan menor, como su extensión pudiera hacernos presuponer.