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Antártida (Claire Keegan)

Antártida es un libro de relatos de Claire Keegan (1968, Irlanda), escrito en 1999 y traducido al castellano en el 2009 por Jorge Fondebrider, publicado en Eterna Cadencia.

La relación de relatos es esta: Antártida. Hombres y mujeres. Donde el agua es más profunda. Amor en el pasto alto. Tormentas. Suba si se anima. La cajera que canta. Quemaduras. Nombre raro para un niño. Hermanas. El olor del invierno. Las palmeras en llamas. Sopa de pasaporte. Siempre hay que tener mucho cuidado. El sermón de Gingers Rogers.

Los quince relatos tienen un denominador común: el fatalismo. Keegan nos aboca a situaciones límite. En el relato que da título al libro, una mujer acude a una cita sin que su familia lo sepa y acaba secuestrada. En Hombres y mujeres, una mujer harta de su situación decide plantar cara a su marido. En Donde el agua es más profunda, un niño se salva de morir ahogado por los pelos, gracias a su niñera. En Sopa de pasaporte una mujer le recrimina continuamente a su marido que éste perdiera a su hija de vista, para siempre cuando estaban los juntos en un prado anejo a la casa. En Nombre raro para un niño, una mujer decide seguir adelante con el embarazo a pesar de que su pareja no parezca tenerlo muy claro. En Siempre hay que tener cuidado, un fulano recibe la llamada de un conocido para hacer una excursión fluvial, para poco después descubrir que está compartiendo embarcación con un asesino. En El sermón de Ginger Rogers, un hombre, poco después de acostarse con una niña decide ahorcarse. En Amor en el pasto alto, el trío protagonista vive una situación parecida a la de la canción Turnedo, sin que nadie tenga valor para marcharse, permanecen los tres juntos, pero separados, pues el equilibrio es imposible. En Tormentas, una hija trata de absorber algo de la férrea naturaleza materna, como vacuna para lo que pudiera avecinarse. En Suba si se anima, una mujer a la desesperada trata de volver a la vida, de la mano de un hombre desconocido. En La cajera que canta, la chica protagonista está a un tris de caer en las manos de un asesino en serie local. En Quemaduras, un hombre acude con su nueva pareja y sus hijos a vivir en el ojo del huracán: la casa de la que se fueron, con la idea de coger así el toro por los cuernos y afrontar el pasado como terapia de choque. Las Hermanas del título del relato se llevan a matar y se masca la tragedia, aunque todo se resolverá sin que la sangre llegue al río. En El olor del invierno, un hombre trata de arrostrar la violación de su hija entregándose a los cantos de sirena de la venganza. En Las palmeras en llamas un niño verá morir a su madre de la manera más absurda, por una desobediencia suya.

Como se ve Keegan no se priva de nada: asesinatos, violaciones, venganzas, muertes absurdas, reyertas filiales, secuestros, amores imposibles, separaciones…

A pesar de la temática, los relatos, instilados en lo trágico, no llegan a saturar, que es el riesgo que se corre. La traducción no ayuda demasiado a la lectura y algunos relatos se me antojan de redacción muy simplona. El gran acierto del libro, por contra, son las situaciones que plantea Keegan. En la mayoría de los desesperanzados relatos cunde el suspense, y aunque uno podría pensar que estos puedan resolverse de cualquier manera y en cualquier dirección, hay una especie de destino, de camino prefijado, de entropía (la costumbre, la tradición, la religión, la fatalidad, etcétera), que les impide cualquier extravío.

Entre mis favoritos, Antártida, Hombres y mujeres, Amor en el pasto alto, Siempre hay que tener mucho cuidado, Hermanas, y El sermón de Ginger Rogers.

Eterna Cadencia. 2009. Traducción de Jorge Fondebrider. 206 páginas.

Antigua luz (John Banville 2012)

John Banville Antigua Luz Alfaguara 2012Del escritor irlandés John Banville (1945) no había leído nada hasta que cayó en mis manos (mejor dicho, atrapé) su libro El Mar. Me gustó muchísimo y disfruté de lo lindo con la envolvente y fragante prosa del irlandés.

Ahora finalmente he podido hacerme con el último libro publicado por Banville, Antigua Luz, que figura en las listas como una de las mejores novelas del difunto año 2012. Más allá de premios y reconocimientos, que los tiene, el libro vale y mucho la pena. Ha sido una muy buena manera de dar comienzo al año lector 2013.

El protagonista es un actor de teatro, Alexander Clave, (Banville cierra la trilogía iniciada con Eclipse e Imposturas), de 65 años, quien recibe la oferta de actuar en una película, La invención del pasado, interpretando a Alex Vander, el protagonista de la novela Imposturas.

Esta novela le pone al lector al día de la relación que Alexander mantiene con su actual pareja, Lydia, así como con el pasado aún sangrante que vuelve, con la muerte hace una década, de su hija Cass en Portovenere, esa cicatriz que no acaba de cerrar y que barrena el sueño de Alexander con desvelos, y sobre todo la relación mantenida por este cuando contaba quince años con la treintañera y madre de familia, la Señora Gray.

Banville va intercalando el presente, que se va filtrando hacia al pasado (inventándolo o reinventándolo), para interpelar al futuro.

Ahora como las Sombras de Grey están hasta en la sopa, ya algunos se aventuran a establecer comparaciones con el libro de Banville -!Sacrilegio!- para decirnos que lo que hace Banville es otra cosa, mejor, más sutil, erotismo de altura (es como comparar un late de paté la piara con una de foie gras micuit de Martiko por ejemplo). Si bien para gustos…. Basta mirar cuales son los libros más vendidos (Sombras de Gray, Jorge Javier, Maxim Huerta..) para hacerse una idea de los gustos de los lectores patrios o al menos de que libros compran, que otro cantar es leerlo.

No he leído (ni leeré) la trilogía de marras, pero lo que hace Banville lo hace bien, y hay ciertas secuencias en las que es imposible no imaginar el cuerpo de la señora Gray, su voluptuosidad, su apetito sexual, tanto como las embestidas del joven Alex, sus nalgas en ese afán de sube y baja, su ansia por derramarse, su angustia si no tiene ese cuerpo-refugio femenino cerca, la incandescencia del deseo, las finas tablas sobre las que uno pisa cuando todo es tan ardiente, provisiorio e irreal que pende de un hilo. Es fácil visualizar la piel de la señora Gray, la marca que deja y dimensiona la cinta de la braga sobre su carne nívea y mullida, su abundante pecho, ese regazo en el que morir, su pelo húmedo refrescando sus pezones, esas acometidas gloriosas formando un amasijo de carne, etc. Quien es varón y haya tenido quince años, ponerse en la piel del joven Alex no puede menos que provocarle palpitaciones y envidia también, porque lo que hace Axel con su amante, no es otra cosa que morder la vida a dentalladas, beberla a grandes tragos hasta quedar ahíto y roto: el sexo mata. El no-sexo también.

Es interesante a su vez el tratamiento de la memoria, ver como Alexander confunde las estaciones, los episodios, como va viendo que esos recuerdos, son fragmentos, piezas de puzzle que no tienen porque encajar a la perfección, porque a pesar de lo que uno cree el pasado también se desmorona con el paso y peso del tiempo, los recuerdos se reinventan o se reolvidan, y aquello que nos pareció evidente, hechos consumados, no fueron tales, y devienen postreras imaginaciones, sospechas, sobre las que ir articulando nuestras propias acciones, aciertos y fracasos.

Banville busca la palabra justa, en párrafos muy largos, que se degluten con fruición, al tiempo que va reclamando nuestra atención, interpelando al lector en algunos momentos determinandos, debastando con su pluma el pasar de las estaciones con sus características inherentes, y lo más importante la descripción de esa naturaleza humana contradictoria, frágil, atormentada y provisional (se pueden añadir unos cuantos adjetivos más)

«Fue como al final de la interpretación de una orquesta. Todo lo que nos había mantenido embelesados y en suspenso durante tanto tiempo, toda esa violenta energía, esa concentración y extensión, todo ese espléndido estruendo, ese momento se detuvo de repente, y no dejó nada más que el lento apagarse del sonido en el aire». (pag 265)

El mar (John Banville)

John Banville El mar
¿A que alma sensible y entregada a la voluptuosidad no le pone ver un delicado hombro femenino al aire, mientras el camisón que lo acaricia busca tierra, como si fuera una hoja otoñal de tez ocre. Esto se ve en la portada del último libro del irlandés John Banville, Antigua Luz. Como este libro no lo tenía disponible, me hice con otro más antiguo, El mar. Sumerjámonos pues en sus aguas oceánicas.

Me ha gustado la cadencia que tiene el libro, su suave oleaje, a pesar de que por debajo hay mar brava. Nada descoloca tanto como la muerte de un ser querido, pocas cosas obligan a uno a replanteárselo casi todo, a tomar consciencia de nuestra insignificancia, de nuestra irrisoria fatuidad y engreimiento. Esto es lo que le sucede a Max cuando pierde a su mujer Anna. Tras su pérdida vienen las preguntas. En ese presunto duelo, que acompaña a los difuntos, Max, hará autocrítica para plantearse hasta que punto la quería, o conocía, de qué manera trataron de ser otros, no lo que otros querían que fueran, como el compartir techo no hizo su amor más fuerte ni verdadero, porque estaban juntando cuerpos vacíos.

Max se traslada a Los Cedros, donde acudía de niño con sus padres, en verano. Ahora en su adultez, echa la vista atrás, para rememorar esos años, la relación especial que mantuvo con los miembros de otra familia; con el padre, Carlo, con la madre, la Sra Grace, con dos niños gemelos de su edad; Myles y Chloe.

A esas tiernas edades, el mundo se hace y deshace cada día, se moldea como arcilla, todo es evanescente, divertido, trágico, envolvente, desolador, amargo, dulzón, todo al mismo tiempo. Después uno crece y viene la paz, la serenidad, la marejada interior se transforma en calma chicha, y entonces uno busca de reojo el calendario, buscando la estocada final en la manecilla puntiaguda de cualquier reloj.

Banville maneja con soltura su prosa, una prosa envolvente, de largos párrafos que pergeñan imágenes de gran calado (donde Banville nos habla del dolor de una muerte a través de una enfermedad terminal, la iniciación al sexo en la adolescencia en la figura de Grace y luego de Chloe, la dominación complaciente, la necesidad de ser otro, el pasado como refugio uterino -un pasado fragante- donde Max rememora oliendo,…) , con un léxico rico, variado, que permite avanzar la historia con suavidad, acertado el Irlandés con esos continuos saltos temporales, donde la infancia y la adultez presente de Max (un personaje que el autor no se molesta en hacérnoslo caer en gracia, sino más bien patético, y ahí humano y carnal) se hermanan, sin fisuras, sin digresiones, como si todo fuera una masa uniforme, como de hecho es la vida de todos nosotros: un jirón de tiempo, un poso de muchos días, antes del soplido final que se lleve lejos nuestras cenizas, hacia el olvido.

Me ha gustado El Mar y volveré a Banville (peco de recurrente con ciertos autores), para beber de su prosa. Leer a Banville es darte para el cuerpo una cena frugal. Te levantas de la mesa, con hambre, con ganas de más.

De regalo un entrante.

Vergüenza, sí, una sensación de pánico de no saber qué decir, dónde mirar, cómo comportarte, y también otra cosa que no era del todo cólera sino una suerte de hosca irritación, un hosco resentimiento ante la apurada situación en que tristemente nos encontrábamos. Era como si nos hubieran revelado un secreto tan sucio, tan desagradable, que casi no pudiéramos soportar la compañía del otro, aunque sin ser capaces de separarnos, los dos sabiendo que esa cosa nauseabunda que el otro sabía y unidos por ese mismo conocimiento. A partir de ese día todo sería disimulo. No habría otra manera de vivir con la muerte. (pag. 27)

John Banville | Antigua luz