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Los demonios del lugar

Los demonios del lugar (Ángel Olgoso)

Poner el broche a un estupendo año de lecturas es despedir el 2017 leyendo a Ángel Olgoso. En Los demonios del lugar, publicado hace diez años, se reúnen 49 narraciones, algunas son microrrelatos, otras cuentos breves y otras relatos más extensos.

Todo los textos tienen algo en común y es la capacidad de sorprenderme, asombrarme y subyugarme con una prosa tan potente, un estilo tan portentoso y un léxico tan rico y oportuno que la lectura deviene continuo regocijo.

Los cuentos, de lo más variopinto (lo cual es otra de sus virtudes, pues es imposible acusar cansancio o reiteración en su lectura), están ambientados en distintas épocas y lugares, sin trasladarse al futuro, yendo más al pasado, mostrando toda clase de aberraciones, miedos, acechanzas, cuerpos deformes, situaciones alucinantes, escarceos metaliterarios como en La primera muerte de Kafka, los ocasos carnales de las guerras, misterios asombrosos, los destrozos de la pasión y el deseo y muchas sorpresas finales que dotan de sentido algunos cuentos casi en su último aliento, en sus últimas palabras y son su remate perfecto.

En distancias tan cortas como las que maneja Olgoso, la alquimia a lograr creo que es aunar fondo y forma, que la estilosa prosa se ponga al servicio de lo que se quiere contar, y creo que en este libro el resultado es sobresaliente.

2666

2666 (Roberto Bolaño, 2004)

Roberto Bolaño
Editorial Anagrama
2004
1119 páginas

Amalfitano, uno de los personajes de la novela constata con desagrado que un joven y leído farmaceútico prefiere leer La metamorfosis a El proceso, Bartleby a Moby Dick, Un corazón simple a Bouvard y Pécuchet, Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades, etc, porque según Amalfitano ya ni los farmaceúticos ilustrados se atreven con las grandes obras imperfectas, torrenciales, las que abren caminos en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.

Dicho esto, a la hora de leer algo de Roberto Bolaño (1953-2003), el camino más fácil para mí era leer Los detectives salvajes, obra que todo el mundo me recomendaba, anteponiéndola a esta. Pero una vez leída 2666, no me arrepiento de haberme dejado prendar por esta obra maestra, de más de 1.119 páginas, tan absorbentes, tan torrenciales y nutritivas, que de buen grado hubiera seguido leyendo hasta las 2666 páginas o más, porque la prosa de Bolaño resulta tan fluida y magnética, tan sugerente e imaginativa, que no quieres que se acabe, porque al final, después de tantas páginas, todo queda abierto, suspendido, como si todo esto no fuera más que un paréntesis, que en el caso de la parte de los crímenes (que recoge el alud de asesinatos de mujeres sucedidos entre 1992 y 1997 en la ciudad mexicana inventada de Santa Teresa, espejo de Ciudad Juárez), parece tratarse de un bucle, pues todo se repite, y ahora leo, que 4.737 mujeres guatemaltecas han desaparecido en territorio mexicano en los últimos dos años.

En esa parte de los crímenes que bien se puede prestar al sensacionalismo, al amarillismo, a la exaltación dramática, a la truculencia desmedida, Bolaño opta por el comedimiento con una prosa analítica, que va dando cuenta durante casi 400 páginas de todas las mujeres asesinadas, la mayor parte de ellas también violadas, tanto anal como vaginalmente, algunas de ellas de poco más de diez años. Los asesinatos se suceden desde 1992 hasta 1998, donde finaliza el relato, casi cada día, sin que nadie pague por esos crímenes, más allá de poner entre rejas a Klaus, un tipo de origen alemán. Las mujeres aparecen tiradas en zanjas, al lado de contenedores, entre los arbustos de las carreteras, en ranchos. Las pruebas de semen casi siempre se pierden por el camino, los asesinos, la mayoría de las veces los novios, o amantes, desaparecen tras cometer los crímenes, o los ponen a la sombra para soltarlos pocos días después. La forma de narrar de Bolaño surte efecto, porque crimen a crimen, página a página, nos presenta con todo lujo de detalles, un panorama brutal, dantesco, demoledor, infernal, y lo peor de todo , aparentemente, irresoluble.

Otro de los ejes de la novela es la figura del escritor Archimboldi, de quien se prendan cuatro profesores de literatura. Tres hombres y una mujer: un francés, un español, un italiano y una inglesa. Cuatro seres unidos por su devoción hacia Archimboldi, a quien tratan de poner cara, de ubicarlo sobre el mapa, toda vez que Archimboldi, al estilo Pynchon, hace de su invisibilidad su razón de ser. Las pistas hacia Archimboldi mueren en México donde finaliza el relato de estos adoradores de Archimboldi, conscientes de que no van a encontrarlo, adoradores que descubren a través de diferentes permutaciones amorosas, en el caso del italiano y de la inglesa algo parecido a la felicidad.

No sé cuanto tiempo vamos a durar juntos, decía Norton en su carta. Ni a Morini (creo) ni a mí nos importa. Nos queremos y somos felices. Sé que vosotros lo comprenderéis.

La última parte del libro, resulta divertidísima, frenética. Se nos describe la figura del menguante Archimboldi, nacido como Hans Reiter, su infancia en un pueblo de Austria, su participación en la Segunda Guerra Mundial en el ejército alemán, el nacimiento de su vocación como escritor, su afán por pasar desapercibido, su amor hacia Ingeborg, su continuo deambular, una vez que consigue jugosas cantidades económicas como adelanto de las novelas que irá publicando, cómo retoma el contacto casi al final con su hermana, la cual está haciendo todo lo posible por liberar a su hijo encarcelado en una prisión mexicana.

Son muchos los personajes que aparecen, muchas las historias que tienen cabida en esta monumental novela, no solo por su extensión, sino también por la cantidad de temas que se tratan en estas cinco novelas condensadas en una sola. Una novela desbordante, que empapa al lector, sin remisión, que no puede hacer otra cosa, al menos en mi caso, que solazarme y dejarme llevar con el ingenio de Bolaño, con su sentido del humor, con su estilo, con su punto canalla, con su sabiduría (fruto de la experiencia) sobre la naturaleza humana, un humanismo presente en todas las páginas de esta bellísima novela que resulta conmovedora y desarmante.

Una lástima que Bolaño nos dejara tan pronto.

instante

El instante de peligro (Miguel Ángel Hernández 2015)

Miguel Angel Hernández
Editorial Anagrama
223 páginas
2015

Tras Intento de escapada, Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977), ha publicado recientemente esta novela, con la que quedó finalista del Premio Herralde.

En su anterior novela, Marcos, el protagonista, era un joven que se veía transformado tanto por Helena como por su contacto con el artista Jacobo y donde el autor planteaba jugosas reflexiones sobre el papel del arte, acerca de sí lo estético debe ser ético, si un artista puede ser un hijo de puta sin dejar de ser artista, si el arte debe siempre ser ético o incluso legal, cual es el valor de una vida, si todo tiene un precio, si la dignidad humana es algo intrínseco o es un atributo más que viene conformado o impuesto desde fuera, etc).

Ahora el protagonista se llama Martín, su vida hace aguas, se ha divorciado de su mujer y quiere un cambio, poner tierra por medio, y se traslada a los Estados Unidos, a la ciudad de Williamstown, en Nueva Inglaterra, donde ya estuvo hace diez años como becario.

No se debe volver a los sitios donde fuimos felices, nos dicen.
Pues Martín, vuelve, entre otras cosas porque su plaza de interino en la Universidad se la quitan, al no estar acreditado, e ir al Clark Art Institute, y atender la invitación (semestral) que le hace la artista Anna Morelli, le parece lo más acertado en esos momentos.

Anna conoce la novela que ha escrito Martín sobre el mundo del arte, así como sus ensayos, y en el proyecto que se trae ésta entre manos «Fuisteis yo«, con el que pretende recordar las historias que ya nadie recuerda, necesita que Martín le proporcione una historia a las seis películas que Anna ha encontrado, donde se muestra un muro, un bosque, una imagen fija, seis películas de igual duración, 46 minutos, donde una imagen se repite sin apenas variación en cada película.

Al igual que Cercas en su novela El impostor, Martín, también se siente tal, ya que tras publicar su novela, el mundo del arte, e incluso su labor docente en la universidad le resulta ahora impostado, y no le interesa nada de todo aquello, si bien todavía ejerce sobre él este mundo del arte el influjo necesario como para tenerlo por ahí dando charlas y conferencias.

La tensión sexual entre Martín y Anna es inevitable, solo que Martín lo intenta y es el suyo un intento de empalmada, sin éxito. Pero todo cambia una noche en la que Rick, sodomiza a Martín y mientras este experimenta una satisfacción extraña, y siente que se llena, !llega la erección! y la posterior cópula con Anna, de quien toma posesión física, penetración mediante.
Así, que si necesitáis ayuda, pedirla, siempre.

Lo que escribe Martín lo escribe para Anna, pero lo escribe también para él, y lo escribe para Sophie, la mujer de quien se enamoró cuando estuvo de becario, ya casado con Lara, intentando algo parecido a un triángulo amoroso que a Lara nunca acabó de convencer.

En la narración, se mezcla el sexo, la aventura(hay un viaje hasta el lugar donde se rodaron las imágenes de marras, e incluso una entrevista con el hijo del filmador de las mismas), el misterio (Anna no sabemos si está zumbada o es que las artistas de verdad son así), reflexiones Walterbenjaminianas (sobre el pasado), y esto hace que la misma me resulte fluida, a ratos divertida y me libre incluso de estar cabeceando cada quince minutos. Me gusta Martín porque es un perdedor, y escribe para cerrar heridas o para abrirlas, para escribirse y comprenderse, o simplemente para tratar de decirnos que cuando busca en el espejo el rostro de su padre muerto, allí ya no ve nada.

A los seis meses todo acaba y Martín se vuelve para España, con su libro escrito y Miguel con su flamante novela finalista del Herralde.

Me gustó bastante más Intento de escapada, pero si sois de los que os van las listas de los mejores libros del año (que publican por ahí), tanto como los libros premiados, con esta novela podéis hacer doblete.

Farándula

Farándula (Marta Sanz, 2015)

Marta Sanz
Editorial Anagrama
2015
231 páginas

En Daniela Astor y la caja negra (reseña), la anterior novela de Marta Sanz (Anagrama, 2013), las niñas protagonistas, Catalina y Angélica, soñaban con ser o parecerse a las actrices Daniel Astor y Gloria Adriano.

En Farándula, el título ya avisa que los tiros, de nuevo, irán por ahí. Farándula, síntesis de faralaes y tarántula como dice uno de los personajes, Ana Urrutia.

Los personajes de la novela son actores y actrices de teatro y de cine. La mirada de Marta Sanz es despiadada, centrando su atención en el debacle físico de actrices, mermadas, menoscabadas, quienes en su día fueron glorias de la interpretación, a merced ahora de ictus, enfermedades, incontinencias urinarias, de todo aquello que convierte el cuerpo humano en un contenedor de podredumbre. Y no sólo el derrumbe físico, que si no es asumible, sí es inevitable, sino el espiritual, el no reconocimiento por parte de un público que si antes aplaudía hasta dejarse las palmas de las manos en carne viva, ahora no quiere ver pellejos sino jóvenes actrices sobre el escenario, a quienes adorar, a quienes jalear y retratar con sus móviles de última generación. Un público que al no conocer el original, se queda muy satisfecho con la copia, para quienes ésta tiene el estatuto de algo nuevo y original como sucede por ejemplo con la puesta en escena de Eva al desnudo, que supondrá la consagración de una de esas jóvenes actrices que cotizan al alza, Natalia de Miguel, que triunfa en la Santísima Trinidad Actoral del teatro, cine y televisión.

No falta tampoco el actor consagrado, ganador de la Copa Volpi, un tal Daniel Valls, que se ha ido a vivir fuera de España para huir del acoso de la prensa. No se ha ido a Los Ángeles, sino a París, Un actor progre que a pesar de su vivir burgués firmará manifiestos, que lo comprometen políticamente y por los que recibirá hondonadas de hostias virtuales, e incluso le harán unos huevos rotos en la jeta como si ésta fuera una sartén, una rúbrica, un posicionamiento que le cerrará las puertas del mercado, de su oficio, que no solo no acepta la disidencia, para quien el actor debe ser algo neutro, aséptico, la suya una ideología tan camaleónica que no tenga relieve, ni presencia alguna. Un Daniel Valls, débil mental, perdido en sus contradicciones, dispuesto a emprender un viaje vertical.

Presentes también las figuras de esos actores y actrices que nunca cotizaron y que ahora se las ven y se las desean para llegar a fin de mes, siempre en el filo de la navaja, en un vivir no nómada, pero si precario, que se acentúa una vez que sus discontinuos ingresos que les depara su oficio, no se ven respaldados por pensión alguna, sin más sostén que los, a menudo, exiguos ahorros.

Sanz no quiere dejar pasar la ocasión, como hace al comienzo de la novela, para tomar unas instantáneas de lo que se cuece cualquier día en la Puerta del Sol, tras los movimientos 15M, ni tampoco para explayarse sobre ese cajón de sastre de lo que entendemos por “gente”, que resulta tan mundano como soporífero.

Hay más personajes en la novela, pero ninguno con entidad suficiente, ni si quiera el que lleva la voz cantante, una tal Valeria Falcón, maestra de actores y actrices, camino del ocaso. La equidistancia que Sanz traza con respecto a sus personajes es la misma que he sentido yo respecto a su novela. Esa mezcla de lucidez, desamparo y causticidad, no permite asideros en la lectura y ni siquiera el humor corrosivo sirve como desahogo o alivio, más bien como una sonrisa, con alma de mueca, que no llega a ser tal.

Todo el texto es tragedia, artificio, devenir, grisura, patetismo, medianía. Y el teatro, el cine, es esto, pero no sólo esto, creo. Sanz, muy pesimista, no da opción a la esperanza, a la ilusión, que siempre ha alimentado (y alimentará) cualquier expresión artística.