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El material humano (Rodrigo Rey Rosa)

A los que escriben las contraportadas de los libros tenían que pasarlos por el polígrafo. Leo «thriller sobrecogedor«. No me lo ha parecido, en absoluto. Sobrecogedor y mucho, era en mi opinión la parte de los crímenes de 2666 de Roberto Bolaño. Cito el libro de Bolaño porque el comienzo de esta novela de Rodrigo Rey Rosa (RRR) me traía ecos de la anterior, en ese empeño por denunciar la injusticia, cuando RRR maneja unas fichas policiales en las que se identificaba a los detenidos tras ser detenidos en muchas ocasiones por majaderías y cosas que leídos nos parecen un sinsentido. A RRR le permiten acceder al Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala, y ahí ve el escritor un filón, sustancia narrativa para su novela. El caso es que se pone a escribir y como la novela ve que no avanza, entre quedadas y encuentros que se van posponiendo, RRR muda la novela en diario autobiográfico (Sábado 8 de junio. Día prácticamente perdido, en familia.), y cuando hay que remontar la realidad se recurre a lo onírico, a sueños que son otra forma de narrar y de explicarse a sí mismo. El macabro telón de fondo al que hace mención también la contraportada, va referido a las más de 100.000 personas que fueron muertas por miembros del Ejército guatemalteco entre 1960 y 1996 y de unos 10.000 por miembros de los varios grupos guerrilleros en el mismo período, a la limpieza étnica de indígenas (Miguel Ángel Asturias soltaba perlas como esta: que el indígena era un grupo degenerado y que debía mejorársele cruzándolo con europeos), al secuestro de la madre de RRR durante seis meses, implicado el escritor en su liberación (con el depósito del dinero) y la posibilidad de que las pesquisas que lleva a cabo Rodrigo le permitan poner cara al secuestrador más de dos décadas después, a la angustia que experimenta RRR a medida que investiga, según va jugando con fuego como le dice su padre, pues ya sabemos que al poder no le gusta que los ciudadanos remuevan el pasado y es mejor dejar la cosas quietas, fosilizadas, tanto en Guatemala como aquí. Angustia (miedo dice que llegó a sentir el autor escribiendo esta novela) que ve alimentada por ese teléfono que suena sin que se profiera luego ninguna palabra más, cuyo único objetivo es amedrentar al telefoneado. Esto se despliega en toda la narración y es muy parecido a lo que refería Eduardo Halfon, también guatemalteco en su Biografía bizarra, el cual sufre el acoso más allá de una llamada o un anónimo al recibir la presencia de un hombre en su domicilio que le recomienda que es mejor no andar hablando demasiado. Una invitación para que Halfon dejara su país, idea que también acaricia RRR, que ya se exilió voluntariamente años atrás.

Lo que más he disfrutado son las citas de Voltaire (La necesidad de hablar, la dificultad de no tener nada que decir, y el deseo de tener ingenio son tres cosas capaces de poner en ridículo al hombre más grande) y de Bioy sobre Borges. Decía Mallarmé que «el mundo solo existe para llegar a un libro» o en este caso, como se ve, para llegar a una cita (o varias).