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Berenice

Tus dos nombres (Roberto Villar Blanco)

Si leemos lo que figura en la portada del libro: «Salma fue una niña robada. María fue criada por la familia de un teniente coronel del ejército argentino. Salma y María son la misma mujer», nos podemos hacer una idea bastante clara de qué va el libro, tan clara, que a las primeras de cambio se desvela todo el pastel.

La novela de Roberto Villar Blanco es un quiero y no puedo. Queda muy bonito sobre el papel hablar de perdón, de amor, de esperanza, etcétera. El tema es cómo sustanciar todos estos conceptos.

La protagonista, Salma o María anota en su cuaderno rojo todos sus pensamientos, aquellos pensamientos más personales, de contenido sexual en su mayoría. Un buen día María decide trasladarse a España a una aldehuela pequeña de Galicia (poblado de viudas -alguna trastornada cuya locura le llevará a dilapidar su razón orinando sobre una tumba- y de hombres solos, arrumbados en las mesas de la cantina) a fin de conocer a sus parientes. Una vez allí María queda prendada de su primo Ramón, pierde la virginidad, descubre el sexo en todas sus variantes y ya no quiere oír nada de regresar a Argentina. Dice María en su cuaderno, al final, que ella no condena a sus padres adoptivos, eso es falso, porque todo el rato, sobre todo cuando está en España, lejos de ellos, su actitud es hostil, tanto hacia su madre (cuando María conozca la trágica historia de su madre adoptiva, ésta no experimentará cambio alguno en su frialdad, en su distanciamiento) como hacia su padre (a quien mandará a paseo cuando éste vuele a España y vaya a la aldea para asistir al funeral de un familiar).

Los personajes son todos a cual más plano, y la historia daría para un relato y poco más. Da la impresión de que el autor no sabe a qué carta jugar y el resultado me ha parecido nefasto.

Berenice. 2016. 144 páginas.

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Cada día es del ladrón (Teju Cole)

La última novela publicada de Teju Cole (Kalamazoo, Michigan, 1975), autor del que había leído sin demasiado entusiasmo Ciudad abierta, Cada día es del ladrón, (escrita antes que Ciudad abierta y publicada gracias a la repercusión que tuvo ésta), me recuerda a Asco: Thomas Bernhard en San Salvador. Teju vive en Estados Unidos y regresa a su país natal, a Nigeria y sus reflexiones nos permiten hacernos una idea sobre el paisaje y el paisanaje de la ciudad de Lagos (la ciudad más grande de Nigeria). No es el de Teju un regreso bañado en melancolía, más bien teñido de amargura, pues aquello que ve, casi en su totalidad le desagrada (Bernhard diría que es repulsivo, abyecto, vil….), en especial esa corrupción rampante que afecta a los funcionarios, a la policía, a los comercios. Todas las actividades diarias de los ciudadanos se ven sometidas a mordidas, a pagos que hay que realizar ya sea para que la policía no te detenga, para poder sacar cosas del país en el aeropuerto, en las gasolineras para llenar el depósito, a las bandas callejeras para no ser herido o ultimado.

Teju ve la desidia de sus ciudadanos explicitada en el personal de un museo o de una tienda de cedés que dormitan en su puesto de trabajo. Charla con antiguos amigos, como un médico que le cuenta que gana unos 700 dólares mensuales, una miseria de sueldo. Los que se llevan la pasta son los que trabajan en la banca y en el petróleo. Los médicos y los maestros cobran sueldos míseros. Toda una señal de los nuevos tiempos, ya que con el despegue del país, proliferan los proyectos faraónicos, los multimillonarios derrochones, al tiempo que se acrecientan aún más las desigualdades.

Teju recurre a sus familiares. A su padre no, porque éste murió con 16 años, a su madre tampoco, porque al morir su padre se fue a los Estados Unidos a estudiar una carrera y rompió los lazos con ella. Sus familiares le refieren anécdotas graciosas unas, trágicas otras, con la violencia siempre ahí, latente o patente. Una violencia que Teju, que se declara pacifista sentirá como una voz que no puede acallar cuando se las vean con una panda callejera que quiere robarles mientras hacen una mudanza.

El narrador fantasea con volver a Nigeria, pero es esta una idea fugaz, sin raíces, porque habría que preguntarse qué entendemos por “mi país” cuando solo quedan del mismo unos pocos recuerdos que el presente va arrinconando, cada vez más mortecinos, cuando en su país se ve fuera de lugar, cuando en sus deambuleos por las calles (más dédalo que laberinto), constata que salvo algún rayo de esperanza, como alguna tienda de libros y discos bien surtida, o alguna escuela de música (privada) apenas hay nada que lo afinque al terreno.

Ese sentimiento de distanciamiento, de desnortamiento, de un pasado que ya no es tal, recorre y alimenta toda la narración, con un estilo el de Cole, que no busca alarde alguno, ninguna frase rimbombante, sólo una mirada, la suya la de un testimonio franco y valiente al criticar aquello que ve y no le gusta, a riesgo de ser considerado (como todos aquellos que osan abundar en los detalles y apartarse de la idea central) un antipatriota.

Acantilado. 2016. 144 páginas. Traducción de Marcelo Cohen.

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Tuyo es el mañana (Pablo Martín Sánchez)

18 de marzo de 1977. Día en el que nace Pablo Martín Sánchez. Aficionado a las palabras. Escritor. Ese mismo día suceden unas cuantas cosas. Un lapso de tiempo, conservado en una gota de ámbar. Joyce lo hizo con su Ulises. 16 de junio de 1904. No le fue nada mal. Los que lo hemos leído, lo sabemos, lo disfrutamos y lo padecimos. ¿Nos permite esta novela de Pablo hacernos una idea que cómo era España en 1977?. Tanto como conocer la España de 1942 que describe Camilo José Cela en La colmena.

Pablo me parece un escritor ambicioso. Lo demostró en su anterior novela, El anarquista que se llamaba como yo. Donde otro escritor joven debutante no iría más allá de la novelita de ciento y pico páginas, de generosos interlineados y abundantes páginas en blanco intercaladas entre una alud de mínimos capítulos, Pablo fue a por todas, con una novela torrencial, ambiciosa y desmedida, de la que ya hablé hace un tiempo. Aquí Pablo se contiene algo más, pero la ambición está ahí, se palpa. La portada, ese galgo que corre que se las pela, puede ser Pablo escribiendo con la lengua fuera, desbocado. No es así del todo, porque esta novela dista cuatro años de la anterior, así que ese ímpetu, esa fiereza que transmite la novela, está aplacada, sofocada, antes de ser vomitada en el papel.

Pablo me parece un escritor ingenioso, no por los chascarrillos como ese “Co(g)ito ergo sum”, que también, sino porque trata de ofrecer algo diferente. Así me lo parece dar la voz a un galgo (aunque Wajdi Mouawad hizo algo parecido en Ánima, que Pablo tradujera al castellano) o poner voz a un retrato colgado de una pared, donde una anciana del antiguo régimen desde el más allá echará pestes de eso que llaman democracia. Las demás voces (una joven universitaria que estudia para periodista y su profesor (entregada a otras actividades, que no desvelo), con el que se acuesta, una niña de doce años acosada en un colegio que hará pellas, un viudo adinerado con muy pocos escrúpulos, padre de cinco hijos y sin haber cambiado nunca un pañal…) nos dan perspectiva, relieve y profundidad, aunque tampoco podemos pedir la luna en una novela de poco más de 200 páginas.

He disfrutado bastante leyéndola casi de una sentada. Si las historias se hubieran contado cada una de ellas del tirón, la novela hubiera sido creo mucho más floja, ya que creo que la disgregación, ese ir alternando las seis historias, dosificando así lo lúdico, lo lúbrico, lo trágico, y ese miedo, un miedo que se irá superando y desmenuzando haciéndose miguitas que el viento barrerá sin ofrecer ningún camino de vuelta a estos personajes varados en la incertidumbre – siempre tan humana y siempre tan jodida- hacen la narración más fluida y sugestiva, con un final sumidero donde todo confluye.

Tengo mucha curiosidad por ver lo que Pablo será capaz de hacer el día que deje de lado el pasado, no el suyo, porque estas dos novelas se ambientan antes de su nacimiento -aunque sea por los pelos- y se encare con el presente. Seguro que tendrá cosas interesantes que contarnos, y nosotros, que leer.

Acantilado. 2016. 220 páginas

Laura Ferrero

Piscinas vacías (Laura Ferrero)

Cuando te tiras de cabeza en una piscina vacía tienes todas las de perder. Cuando coges un libro que es un cascarón vacío tienes todas las de perder. Cuando un libro comienza ya en parada cardiaca y cada nuevo intento de reanimarlo, cada relato sucesivo no hace otra cosa que demorar la agonía, tienes todas las de perder. Cuando coges un libro y a falta de faja o de recomendaciones de otros escritores para leer el libro que tenemos entre manos, la editorial, en este caso Alfaguara, tiene que recurrir a frases como estas: Vale la pena, !Un libro fascinante!, Muy recomendable, Extrema sensibilidad. Como la vida misma, breve pero intenso, cuando leemos sentencias de este pelo, decía, que son las opiniones de lectores que puntuaron con cinco estrellas este libro, que la autora, Laura Ferrero, se autopublicó en megustaescribirlibros.com con tan buena acogida que más tarde Alfaguara decidió incorporarlo a su catálogo, me asaltan todas las dudas del mundo.
Lo he acabado por inercia.
No encuentro literatura en ningún relato, más bien es un folleto publicitario plagado de separaciones, divorcios, infidelidades, niños muertos, intentos de suicidio, niñas muertas, ancianos teleasistidos tirados por los suelos: todo un cúmulo de fatalidades ante las cuales el lector debería implicarse, desgarrarse por dentro, verterse en lágrimas, arrancarse la piel a jirones. Pues no. Nada de esto me sucede porque todas las historias y conflictos se agotan en el título, en la frasecilla lapidaria, sobre la que crecen -es un decir- los relatos, que abundan en lo tópico y manido, con unos personajes emborronados, de nula entidad, que se ven obligados a decir algo para saber que son humanos y no ositos de peluche, y cuyos problemas son casi los mismos en todos los relatos. ¿Cuántas historias de infidelidades hay? ¿Cuántos matrimonios rotos?. Podemos decir. «Es que esto que nos cuenta Laura está a la orden del día». Sí. Pero abordar lo cotidiano no garantiza nada cuando se hace de una manera tan epidérmica y tan insulsa.

Si un libro de estas características abre la puerta a otros productos similares, tenemos todas las de perder, cuando hablamos de literatura, porque hablamos de literatura y no de productos.

Una amiga comentaba el otro día en GR «a todos nos iría mejor si la gente fuese más lectora y menos escritora«.

Pues eso.

Alfaguara. 2016. 197 páginas.