Adán y Eva en el paraíso

Adán y Eva en el Paraíso (Eça de Queirós)

Eça de Queirós
Periférica
Traducción: Juan Sebastián Cárdenas
2011
78 páginas

A pesar de los cuarenta versículos que la Biblia dedica a Adán y Eva, la vida de esta pareja primigenia siempre les lleva a los escritores a especular, a fantasear sobre cómo fue todo aquello. Giaconda Belli abordó este asunto en El infinito en la palma de la mano. Eça de Queirós (1845-1900) hace lo propio en Adán y Eva en el Paraíso.

Ambos libros comparten una imagen del Jardín de las Delicias parecido; el de un paraje ubérrimo donde la flora y la fauna se hermanan en feracidad y donde Adán, nuestro Padre venerable, alucina con lo que ve, al tiempo que se libera del acoso de dinosaurios residuales como el ictiosaurio y cuando se desespera y pasa hambre, porque las aves son inalcanzables, los peces inasibles y las liebres son más rápidas que él, mata un oso de chiripa con un cayado afilado que le dará una idea de lo que luego será una lanza que le permitirá cazar y matar, y alimentarse mejor, cuando ya con Eva a su lado descubran ambos el fuego arreando golpes a una piedra y descubriendo poco después las bondades de la carne al fuego chorreando grasilla y coman ambos de la fruta del Árbol Prohibido y les entre el juicio, les ilumine la razón y progresen en lo técnico, hasta que llega un momento en que Adán se plantee si todo esto ha valido la pena, si no hubiera sido mejor dedicarse al ocio y al recreo como hace su primo el orangután, sustraído éste a los afanes, pulsiones y problemas humanos. Grosso modo, esto nos cuenta Queirós en esta breve narración que comienza cual lectura de un anaquel, tal que así: «Adán, Padre de todos los hombres, fue creado el día 28 de octubre a las dos de la tarde…», en este cuento fantástico, descriptivo e hilarante de una prosa muy bella.

Nada había leído de Queirós hasta el momento. Después de esta lectura tan gozosa, creo que le ha llegado ya el momento a Los Maia. Creas o no creas, libros así te devuelven la fe en la literatura. No digo más.

Podéis ir, a leer, en paz.

Pedro Mairal

El año del desierto (Pedro Mairal)

El año del desierto de Pedro Mairal es la historia de una amenaza; la intemperie -un desierto que avanza- va cercando la Capital (Buenos Aires), lo que obliga a su población a tener que adaptarse a las nuevas circunstancias. Una amenaza que no es solo climatológica, sino que se ve agravada por la violencia generada por las bandas de la Provincia, que tratan de entrar en la Capital, y la respuesta también violenta del ejército, lo que se traduce en algaradas callejeras y muertos en las calles.

Lo que sucede lo vemos a través de los ojos de la joven María, quien vive con su padre, el cual morirá tras pasar éste varios meses en coma catódico (este es un momento absurdo y muy posiblemente lo mejor de la novela). El novio de María desaparece en una manifestación, es obligado a colaborar con su país tras ser alistado contra su voluntad en el ejército y finalmente acaba desertando y desapareciendo del mapa.

A medida que la intemperie avanza todo se complica; aumentan las dificultades, surgen las tensiones y la carestía hace aflorar los instintos más violentos. A María ya sin su padre y sin ningún familiar cerca, le toca buscarse la vida, después de perder su trabajo como secretaria en una de esas Torres que son como ciudades verticales. María debe reciclarse; como ella son muchos los que a consecuencia de la intemperie (que bien podría ser la Crisis) han perdido sus trabajos y sobreviven como pueden trabajando en lo que se les ofrece, así María, que encontrará empleo haciendo de enfermera en un hospital hasta que le obligan a marcharse a fin de no contraer la enfermedad, limpiando luego camas en hangares de un puerto, oficiando de cantante y barragana en un lupanar, ya bajo el apelativo de Molly, donde la vida de las chicas que trabajan con ella no vale nada, en manos de un Obispo despótico, una María siempre en movimiento, dejando más tarde la Capital, rumbo hacia Luján y finalmente a la deriva ante un horizonte azul monocromático: solo agua y cielo alrededor.

La imaginación de Mairal se cifra en dar cuenta de una ciudad asolada, en crisis, convulsionada, histérica, ante una amenaza que al comienzo de la novela avanza a buen ritmo pero que luego se queda en suspenso, pues uno imagina un escenario mucho más apocalíptico, abocado al precipicio, pero esto no es así, pues a pesar de todo la Capital aguanta, y la gente mejor o peor sigue haciendo su vida (más allá de la Intemperie, y más allá de la Política), incluso como dice alguien en la novela, la desgracia va por barrios y lo que sucede doce cuadras más allá no les concierne, porque cada barrio es un mundo propio. Esto despista, porque sin transición pasamos de vislumbrar el fin de la humanidad a algo que tiene las características propias de una crisis: carestía, manifestaciones violentas, hambrunas, enfermedades, hospitales bajo mínimos, las fuerzas del orden campando a sus anchas, el caos enseñoreándose por las calles, etc.

A las novelas como la presente les encuentro un pero, y es que o se escribe algo radicalmente nuevo o bien todo son ecos, interferencias de películas vistas y libros leídos que se cuelan en la narración. Así, leyendo la novela pensaba en La constelación del perro, en Brilla mar del Edén o en películas como Los últimos días, por citar algunas. Películas y libros, en los que los humanos se enfrentan ante una amenaza, ante lo desconocido, ante algo que decolora su porvenir y ante una situación donde el único afán es ya sobrevivir y en donde las conductas humanas a fin de cuentas siempre son clónicas y donde lo único que pudiera ser para el lector vivificante, subyugante y atractivo, sería una prosa radical, febril, enfermiza, delirante que en Mairal -tirando éste de manual y en una línea muy clásica, a pesar de algunos ribetes gore en las postrimerías- no la he encontrado, más allá de ser la novela un desplazar a María, su personaje, por distintos lugares y escenarios que languidecen, no por la intemperie, sino porque la novela no da mucho más de sí, una vez que las cartas están sobre la mesa y uno anhela entonces más “que acabe ya” que el “que dure sine die”.

El no haber pisado yo nunca Buenos aires y el no ser argentino, implican que mucho de lo que Mairal nos refiere, algo parecido a un palimpsesto en descomposición donde asoman los estratos, tanto a modo metafórico como mediante correspondencias históricas, a uno se le escapen y sólo capte lo arriba enunciado, lo cual tiene algo, o mucho que ver, presumo, con mi valoración de la novela.

No cantaremos en tierra de extraños

No cantaremos en tierra de extraños (Ernesto Pérez Zúñiga)

Ernesto Pérez Zúñiga
Galaxia Gutenberg
2016
298 páginas

Podríamos entender la última y magnífica novela de Ernesto Pérez Zúñiga, No cantaremos en tierra de extraños, en clave Homérica. Donde un héroe, no griego sino ibérico, tras librar una guerra, la civil española, y perderla, cruza los pirineos vencido y acaba, primero en un campo de concentración y más tarde en un sótano, bajo el yugo de un vejestorio que lo mantiene cautivo durante un tiempo. Así, nuestro héroe, que atiende al nombre de Manuel o Quemamonjas (en su pasado fue anarquista), no cruzará los mares en barco durante diez años, rumbo a Ítaca -que aquí son Las Quemadas, en el sur de España- sino que lo hace a pata. Abandona Francia y junto a Montenegro, sargento jefe, ex soldado republicano, perteneciente al grupo de los Nueve, a quienes De Gaulle dejó tirados -no cumplimendo éste su promesa de dirigir sus fuerzas hacia España sustrayéndola así del fascismo- al que conoce en un hospital en Toulouse, emprenden su éxodo a dos hacia España, no digo hacia su país, porque para ellos ahora España es también una tierra de extraños. Y el retorno que acometen es una Odisea.

Estamos en 1945, en los estertores de la Segunda guerra mundial. Manuel dejó su pueblo a la carrera, y allí a una mujer embarazada, Ángeles, su Penélope, que no sabe si sigue viva y un hijo en proyecto que tampoco sabe si llegó a ser tal. Su afán, su objetivo, su razón de vivir en definitiva pasa por ir al encuentro de lo que hasta el momento solo son sombras, fantasmas, fantasías, que pueblan sus sueños y lo trastornan. En ese afán es determinante Montenegro o Monteperro, pues para éste, ya sin ejército, sin gloria y sin país, venido a menos, secundar a Manuel se convierte en un objetivo noble que alimentará su porvenir y fortalecerá su quehacer. Y ambos, como dos almas en pena, malnutridos, mal vestidos y con las fuerzas justas se ponen en marcha, y cruzan los pirineos por Navarra, bajan a Soria, cruzan la Mancha, llegan al Sur y el país que vemos a través de sus ojos es el de un país miserable, también en lo moral, algo parecido al lejano oeste de las películas (otra de las claves de la novela), donde todo se sigue resolviendo a tiros, donde la violencia y el odio son el pan suyo de cada día, donde los vencedores lo son en un país apagado y los perdedores son fantasmas que deambulan sin sombra.

La narración cambia a menudo de narrador, enriqueciéndola, a lo que hay que sumar los flujos de conciencia de personajes contradictorios y sustanciosos como Manuel y Montenegro y de cuantos personajes van surgiendo, e incluso la voz de los huesos del padre de Montenegro que pasan a ser un personaje de peso más de la novela, la cual me resulta a ratos lorquiana cuando aparecen en escena Leonor la Loca, el resto de las mujeres, el Amo, el Torero, el Cura y cuyo final te desarma de tal modo que solo puedes decir entre lágrimas eso de: siempre nos quedará Toulouse.

La novela, merced al ingenio y al talento de Ernesto es muchas más cosas de lo que aquí se enuncia, porque el texto es muy capaz de sugerir (la prosa que se gasta EPZ raya a gran nivel), de evocar, de inducirnos a la reflexión (sobre la libertad, los ideales, la violencia, la sinrazón, ¡y sobre tantas otras cosas¡), de divertirnos en grado sumo, pues la narración es una aventura épica, suma de muchas peripecias, un cúmulo de afanes y de mal fario, de penurias y de desamparo, de intemperie y también de lágrimas calientes capaces de vivificar cualquier corazón, donde el amor, el desamor, la ternura, la esperanza, la tragedia, el rencor, la envidia y el odio, se unen y se solapan, se confunden y se aniquilan, en un teatrillo sentimental, en un carnaval de máscaras, que nos lleva a pensar en un Demiurgo, titiritero tal que se entretiene con sus marionetas -nosotros los humanos- haciéndonos pasar las de Caín.

En la portada del libro vemos a un hombre corriendo, jugándose la vida, cruzando un puente con un bebé en brazos mientras silban las balas, que no vemos. La literatura no salva vidas. La literatura no hace un mundo mejor. Pero novelas como la presente, sí que creo que hacen mejor el mundo de la literatura, y quizás -digo quizás- sí que hagan también un mundo mejor, si el pasado y la memoria de ese pasado nos permitiesen aprender de nuestros horrores y ser a su vez menos mostrencos y cazurros.

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La hora del diablo (Fernando Pessoa)

Fernando Pessoa
Acantilado
Traducción de Roser Vilagrassa
2003
79 páginas

Desconocía esta vis cómica o humorística, de Fernando Pessoa (1888-1935) que no había encontrado ni en su poesía ni en su Libro del desasosiego.

Sea como fuere esta novela me ha encantado.

El título, La hora del diablo, editado por Acantilado con traducción de Roser Vilagrassa, ya da la pista. El protagonista es el diablo, no un diablo al uso, no un ente diabólico asociado a lo satánico, sino algo más terrenal, más humano valga la contradicción, dado que el diablo se nos presenta como la encarnación de la nada, un ente angelical, que está más asociado a aquello que le hace al humano fantasear, soñar. Ahí donde se sueña está el diablo, ahí donde surge la duda está el diablo, así se explicita la tentación diabólica. Un diablo que conoce a una mujer embarazada en una fiesta de disfraces, la cual quiere que sea la transmisora de su estirpe.

Este es el diablo de Pessoa, el cual se quejará de que los escritores, primero Milton y luego Goethe no le han hecho justicia en sus escritos. Un diablo que se ve a sí mismo como la otra cara de Dios; uno es el sol, el otro la luna, es más un complemento que un contrario. Un diablo que está cansado del rol que le han asignado y que envidia de los humanos su fugacidad, el calor humano al lar del hogar donde las familias rumian su presente, a su paso por la tierra. Todo lo cual vale más que la metafísica de los misterios a la que los dioses y los ángeles están condenados por esencia, se lamenta el diablo.

Felices los que duermen en su vida animal, que es un sistema peculiar de alma, velado con poesía e ilustrado con palabras.

La narración es poética y filosófica, y a pesar de su brevedad, apenas cuarenta páginas, es un texto jugoso, fértil (en todo lo tocante a lo que entendemos por religión y la idea que tenemos de Dios), abierto a muchas lecturas e interpretaciones, y un final, que se completa con otro posible final. Vale la pena leer también el apéndice Historia y alcance de «La hora del diablo» de Teresa Rita Lopes donde se abunda en la interpretación de la novela y la enriquece con otros textos de Pessoa en los que éste aborda temas parejos.