Marceline Loridan-Ivens

Y tú no regresaste (Marceline Loridan-Ivens)

Transcurridos más de 70 años del holocausto judío hay un sinfín de películas, documentales, novelas y relatos autobiográficos que lo han abordado en profundidad. La pregunta que cabe hacerse es qué aporta este libro de Marceline Loridan-Ivens (Épinal, 1928) publicado en 2015 al relato de esta historia genocida. Aporta mucho, porque este testo tiene el valor del testimonio, sintetizado y puesto sobre el papel 70 años después de que Marceline saliera con vida de los campos de exterminio y de concentración, al contrario que su padre, al que le va dedicado el libro, que no es otra cosa que una carta de amor muy poderosa, sentida y emotiva que se lee con un nudo en la garganta.

El padre y la hija son enviados, él a Auschwitz y ella a Birkenau, en abril de 1943. Él le dice «Tú podrás regresar porque eres joven, pero yo ya no volveré«. La profecía desgraciadamente se verá cumplida. Marceline en el campo de exterminio quiere vivir, no abdica y regresa a la vida acabada la guerra, si bien después de tanto empeño por sobrevivir en las condiciones más adversas, luego como le sucedió a Primo Levi y a tantos otros supervivientes, le viene muchas preguntas en mente, ¿por qué sobreviví yo? ¿mereció la pena sobrevivir?. Muchos se formularon estas preguntas y anduvieron dándole vueltas a las mismas hasta el momento de su suicidio, como en el caso de Levi.

Marceline comprueba que tras abandonar los campos, en Pilsen donde será repatriada no le permiten montar en un tren porque ella es judía y no es considera como una prisionera de guerra. Al final logra subir porque los prisioneros se posicionan a su favor. No le faltan tampoco manifestaciones antisemitas después de haber salido de aquel infierno, al tiempo que descubre que la gente a su alrededor solo quiere mirar hacia adelante, que sus recuerdos en caso de manifestarlos molestan, pues como le pasó a Levi cuando trató de publicar su novela autobiográfica Si esto es un hombre en 1946, hubieron de pasar 10 años hasta que se viera la luz, pues los editores como Einaudi estaban convencidos de que era una historia que la gente no estaba interesada en leer.
Los que salen de los campos, regresan a la vida como resucitados, como fantasmas cuya presencia molesta e incomoda a los que no estuvieron allí, como afirma Marceline de su hermano Michel, que no le perdonó a su hermana que volviera ella en lugar de su padre y que sufría la enfermedad de los campos sin que hubiera estado en ellos.

Algo a destacar es el momento en que el gobierno francés da por desaparecido a su padre. La madre se convierte entonces en la viuda de un héroe y la hija va a ser reconocida por las autoridades (que no quieren oír hablar de Auschwitz) como la hija de alguien que murió por Francia. Marceline puntualiza. No moriste por Francia (se refiera a su padre). Francia te envió a la muerte. A su vez comenta que a la Francia colaboracionista le faltó tiempo para quitarse de en medio a los judíos ante la primera requisitoria de los nazis.

Marceline describe su estancia en el campo de exterminio en los mismos términos que podemos ver en la película El hijo de Saúl, en la cual seguimos el día a día de un Comando (también se citaba en la película al comando Kanada, del que supongo que Bárcena tomaría el nombre para su novela) encargado de llevar a los recién llegados a las duchas, luego a las cámaras, la posterior limpieza, el transporte de los cuerpos a los hornos crematorios…

Marceline confiesa a su padre «Te quería tanto que estoy contenta de haber sido deportada contigo«. Luego lo que le marcó no fue tanto su paso por los campos, sino la ausencia de su padre «Es haber vivido sin ti lo que me pesa«, al que perdió a sus 15 años. Su padre con el que podía haber compartido sus recuerdos, el peso de su existencia, aquello que vivió y no podía compartir con nadie.

Volviendo a la pregunta antes citada. Marceline espera que si alguien le formula algún día la pregunta, espera poder decir que sí, que valió la pena.

Ediciones Salamandra. 2015. 94 páginas. Traducción de José Manuel Fajardo.

9788416542741_Me acuerdo-1

Me acuerdo (George Perec)

Perec recupera aquí recuerdos comprendidos entre 1946 y 1961, de los 10 a los 25 años algunos de los cuales habían sido ya publicados en Cahiers du Chemin entre 1973 y 1977.
En total son 480 recuerdos, después de los cuales se encuentran unas cuántas páginas en blanco por si el lector quisiera hacer algo parejo a lo que hace Perec, es decir, poner por escrito algunos de sus recuerdos.
Los recuerdos se acompañan de unas cuantas notas, en esta edición de Periférica (con traducción de Mercedes Cebrián) a partir de la cita número 5 ya van descuadradas.

Los recuerdos de Perec registran los eslóganes publicitarios, los títulos de canciones, el nombre de los actores, actrices, compositores, acontecimientos bélicos, juegos infantiles, estrenos teatrales, declaraciones de guerra, Argelia, hambrunas, Biafra. Algunos recuerdos son tan breves como simples, tales como me acuerdo de Xavier Cugat, me acuerdo del bebé Cadum, me acuerdo del Andréa Doria, me acuerdo de Walkowiak. Otros tienen que ver con cosas muy cotidianas: Me acuerdo de las cajas de coco, me acuerdo de las radio-gancho, me acuerdo de la superficie útil, me acuerdo de haber ganado un torneo de canasta, me acuerdo del algodón dulce de las ferias…

Leyendo estas particulares memorias y después de haber leído un par de novelas de Perec, el cual dista mucho de ser Funes el memorioso, creo que gasta más inventiva que memoria.
Unos van en busca del tiempo perdido y regresan con siete libros bajo el brazo, o pergeñan sus memorias de ultratumba y se explayan durante casi 3000 páginas y otros como Perec van en busca del tiempo perdido y regresan con apenas 408 fragmentos de memoria, colectiva, parece ser, al menos para los franceses

Vidas a la intemperie

Vidas a la intemperie. Nostalgias y prejuicios sobre el mundo campesino (Marc Badal)

Cuando seas mayor busca un trabajo donde no te mojes, le decía a Manuel Rivas su madre cuando éste era pequeño. Podemos distinguir dos oficios: aquellos en los que te mojas y en los que no. O las vidas de aquellos que transcurren a la intemperie y las que lo hacen a buen recaudo.

Marc Badal en este ameno ensayo que invita a la reflexión, editado por Pepitas de calabaza y cambalache afronta las vidas a la intemperie del campesinado y afirma que si hoy preguntamos por la calle a la gente por los acontecimientos más significativos del siglo XX, nadie mencionará la desaparición del campesinado.

Ese podría ser el punto de partida de este ensayo, el poner cara al campesinado, ya casi extinto. Para ello Marc recurre a buen número de citas de escritores, filósofos, etnógrafos, historiadores que han ido dando forma a la idea de campesinado que ha quedado grabado en nuestro imaginario colectivo. Personas catalogadas, entre otros muchos términos despetivos como palurdos, catetos, cotillas, egoístas, zoquetes, insolidarios… y como afirmaba George Sand «Nada hay más pobre y triste en el mundo que este campesino, que no sabe hacer otra cosa que rezar, cantar y trabajar, y que nunca piensa«.

Tratar de definir al campesinado hoy, o a través de la historia parece una cuestión imposible. Podemos hacer igual que cuando clasificamos a las personas como burguesas o proletarias y sacamos de ahí unas características generales. Me pregunto qué tiene que ver un agricultor iraní con uno del baztán, o dentro de un mismo país, un agricultor catalán con uno andaluz. Dentro de cada comunidad autónoma también hay diferencias sociales, económicas, culturales que afectarían a su vez al campesinado e incluso dentro de un mismo pueblo por pequeño que fuese, unos tendrían cuatro ovejas y otro tendría una explotación agrícola. Hablar por tanto grosso modo de campesinado es hacer un ejercicio de abstracción imposible.
Marc lo sabe y por tanto apunta hacia cuestiones históricas objetivas, centrado parte del libro en el campesinado ruso de Aleksandr Vasílievich Chayánov, que podría ser Víktor Pávlovich Shtrum, el personaje de la portentosa novela de Vasili Grossman Vida y destino, y el devenir de dicho campesinado ante el afianzamiento de un capitalismo en las sociedades occidentales que lo acabaría arrollando. Una vida rural que como afirma Adolfo García Martínez en Alabanza de aldea «es dura porque se ha desprestigiado, porque el trabajo del agricultor y el ganadero están mal pagados y porque no tienen compensaciones por la labor de conservación del patrimonio cultural y natural«.

Hoy el pueblo, lo rural, el campo, dice Marc que es entendido por los urbanitas como un decorado, que esto se ve bien en aquello que se denomina turismo rural, el cual transforma el paisaje pero no al turista. Esto que dice Marc lo comparto. Pernocté en un camping asturiano en el que encontré en la globosfera algunos comentarios negativos del mismo, porque «olía a mierda de vaca«. El camping estaba próximo a una pequeña explotación ganadera, pero este olor se entendía como algo negativo, lógico, cuando uno quiere encontrar en el campo lo mismo que en la ciudad, con mejores vistas y sin nada que afecte a su olfato o vista.
De igual manera muchos de los peregrinos del camino de Santiago leía el otro día que a la hora de elegir un albergue se decantan por el que tiene wifi. Esa desconexión, la búsqueda interior y ensimismamiento que parece que debe acompañar al peregrino en su caminar, no siempre es tal, pues hay quien le falta tiempo para llegar al albergue y compartir en cualquier red social, su caminar diario, compartiendo así su solitaria experiencia, alimentada de selfies.

La naturaleza como comenta Marc siempre ha sido objeto de la literatura ya sea a través de la oda bucólica pastoril, donde el campo no pasaba de ser un decorado arcádico, o bien con algo más de profundidad, como tuve ocasión de comprobar recientemente con la lectura de Las Geórgicas de Virgilio, donde el poeta latino además de loar la naturaleza, agradecía con sus poesías, en estas «campesinadas«, a los agricultores y ganaderos que permitían al resto de los ciudadanos disfrutar del vino, del aceite de oliva, del pan, de las frutas, legumbres y verduras que se les ofrecían a diario como viandas. Esto era posible porque había alguien que se encarga de ello, si bien estos campesinos casi siempre pasaban desapercibidos, hasta extinguirse sin hacer ruido.
Sin irnos tan atrás en el tiempo, otros escritores contemporáneos como Abel Hernández en El canto del cuco. Llanto por un pueblo y jóvenes como Hasier Larretxea, también nos sitúan a través de la prosa o la poesía en plena naturaleza, como he tenido ocasión de comprobar leyendo meridianos de tierra, donde la escritura sirve para reconocer y sacar lustre a la vida rural y a sus gentes, donde el campo ya no es un decorado, sino un continente lleno de contenido y de significado.

Habla Marc aquí de etnocidio y podemos sumar esto a su consecuencia, la demotanasia de la que hablaba Paco Cerdà, en Los últimos, voces la Laponia española, dando testimonio de esa España rural que se vacía a marchas forzadas y sin remisión.

La vuelta al campo, a pesar de que haya quien la ha hecho como Badal, que leo que vive por ahí en un caserío escondido del pirineo navarro, u otros casos como los que recogía Cerdà, parece que son una muy pequeña minoría, porque creo que hemos superado un punto de no retorno. En El disputado voto del señor Cayo de Delibes, ambientada en las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, unos políticos en busca de votos iban a un pueblo y allá descubrían a un aldeano, aparentemente tosco, inculto, lento, si bien al poco comprobaban estos jóvenes que aquel anciano era testimonio vivo de una cultura ancestral, de una sabiduría que no estaba en los libros, fruto de un empirismo enriquecido a lo largo de muchas décadas de existencia. Para estos jóvenes aquello suponía un descubrimiento, un fogonazo, pero pasajero, sin efectos prácticos, porque el veneno de la ciudad ya iba impreso en su ADN. Y de esto hace ya 40 años, así que hoy en día…

Pepitas de calabaza & cambalache. 2017. 216 páginas.

www.devaneos.com

Vida y destino (Vasili Grossman)

Vida y destino (con traducción de Marta Rebón) la comparan con Guerra y Paz y dicen que su lectura marca un antes y un después. Hasta que no lea el libro de Tolstói con traducción de Lydia Kúper no podré decir nada del mismo,lo que sí puedo afirmar que esta novela de Vasili Grossman es una excelente novela. No se trata aquí de hacer un resumen de libro ni nada parecido. El libro son poco más de 1.100 páginas así que resumirlo me llevaría al menos otras cien. Grossman quería formar parte del Ejército Rojo, pero su sobrepeso y su mala vista no se lo permitieron. Finalmente pudo estar en el frente como corresponsal del diario Estrella Roja.

Hay un libro muy recomendable del historiador Antony Beevor, Un escritor en guerra, donde se recogen todas las notas que Grossman recopiló en el frente. Esas anotaciones le permitirían luego pasar de hacer crónicas en el periódico a ficcionar todo aquello que había vivido en carne propia.

Antes de Vida y Destino, Grossman publicó algún otro libro como El pueblo inmortal, que tuvo mucho éxito entre el Ejército Rojo y le granjeó cierta popularidad entre los escritores rusos. Los soldados disfrutaban de las palabras de Grossman porque se reconocían en ellas. Grossman tras sus cuatro años como corresponsal, llevado por un sentimiento de honradez profesional y personal se vio obligado a contar lo que había visto, algo que no gustó a Stalin, que lo desahució. Su obra Vida y Destino, que escribió en 1960, se publicó de chiripa, porque alguien consiguió microfilmar el manuscrito y sacarlo del país.

Podemos felicitarnos que esto sucediera porque gracias a ese acto ahora podemos disfrutar y aprender historia con Vida y Destino, que no entrará dentro de esa categoría de novela histórica, donde se meten todos esos bestsellers que hablan del Santo Grial, Los templarios, Occitanos, Orígenes de Cristo y temas varios. Al contrario que los anteriores que crean en el lector la ficción de que aprenden algo de historia con su lectura, Vida y Destino, sin pretenderlo, es lo que nos ofrece: una lección de historia con mayúsculas. La historia del libro transcurre durante las semanas previas y posteriores a la batalla de Stalingrado, donde los alemanes finalmente se rindieron.
Se dan cita más de doscientos personajes. Es por ello una historia coral, una polifonía de voces, donde cada personaje aporta algo al todo común. No sólo hay rusos, sino también alemanes, soldados y altos mandos, encargados de cerrar las cámaras de gas, de pretar el botón aniquilador, militares rusos encargados de torturar a los desleales al régimen, prisioneros de campos de concentración, eminentes científicos, mujeres viudas o con sus maridos en el frente luchando por sobrevivir…

Grossman pone los pelos de punta en el capítulo destinado a esos judíos que tras bajar de un vagón de tren, minutos después morirán en una cámara de gas, visto desde los ojos de un niño y de su madre. Grossman se ganó la enemistad de Stalin porque a través de sus personajes carga las tintas contra el régimen. Cuestiona los métodos de Stalin, su totalitarismo, la falta de libertad, la represión y las torturas, las atrocidades cometidas en el 1937, las penurias hechas pasar al pueblo en beneficio del Estado. Se habla también de Lenin de La Revolución Rusa, el ajusticiamiento de los zares y el movimiento obrero, de Trotski y de los grandes escritores rusos como Chejov o Dostoievski. La gran virtud de Grossman es la de dotar de profundidad a sus personajes, el minucioso análisis de la geografía humana capaz de lo mejor y de lo peor, máxime en una situación de guerra donde la naturaleza humana queda reducida a su esencia, para bien o para mal. Así los personajes de la obra, no son buenos ni malos, sino que como un cuarto iluminado por el sol, sobre la alfombra, la gama de claroscuros es granada.

Hay bondad, rencor, envidia, odio, amor fraternal, heroísmo, infidelidad, traición en los personajes de la obra, condicionados por sus circunstancias. Sea como fuera Grossman no justifica ninguna barbarie. Así dice en boca de uno de sus personajes que la única de forma de sobrevivir a tanta barbarie es con la muerte. Es lo que afirma con respecto a esos que estaban al cargo de las cámaras de gas (perfectamente registrado en toda su crudeza en la película El hijo de Saúl), que formaban parte del sistema de aniquilación de judíos (Grossman era judío y su madre fue ejecutada por serlo) aportando su granito de arena, que se creían arrastrados a ello sin que nada pudieran hacer para evitarlo o para no contribuir a ello. No busca el autor el espectáculo ni el morbo, ni nada parecido. Reina la serenidad en la obra, la tranquilidad.

No hay odios encarnizados. Grossman reparte leña a uno y otro lado. Los nazis fueron unos asesinos y así serán recordados y Stalin mató a su pueblo o a buen número de sus ciudadanos, convertido en otro dictador, al que la historia le reserva un papel destacado por su lucha contra el Nazismo pero que al mismo tiempo es un claro exponente de los totalitarismos de izquierdas.

Lo publica la editorial Galaxia Gutenberg y es la primera vez que ha sido traducido directamente del ruso por Marta Ingrid Rebón Rodríguez, porque había una versión ya publicada en otra editorial, traducida ésta del Francés.

Háganse un favor. Léanlo.