el+movil

El móvil (Javier Cercas)

El reciente estreno de la película El autor, de Manuel Martín Cuenca, ha avivado mi interés por leer el relato de Javier Cercas, titulado El móvil, en el que se inspira. Cercas lo escribió con 24 años. Detalle a considerar a la hora de ponderar lo leído.
En parte la novela es una reflexión sobre el ejercicio de escribir, sobre la manera en la que el escritor y narrador de la historia quiere captar la realidad o parafrasearla en su texto, poniendo para ello todos los medios disponibles a su alcance, en la creencia de que su novela tendrá tirón si logra escanear o pasar a limpio la realidad, volcando sobre el papel conversaciones, comportamientos y demás actividades humanas ajenas, que el escritor cosificará y suturará.
Los quebraderos de cabeza y los devaneos del autor en su relación con la materia prima de su obra -los vecinos de la comunidad- consumen la narración y en parte el interés del lector, pues creo que lo que se aquí se enuncia no es nuevo y he tenido la sensación de escuchar un estribillo que me suena manido. El final, juega con lo metaliterario, con la idea de que su quehacer será una réplica de lo que luego irá a parar a la novela, donde los demás personajes serán poco menos que marionetas en las manos de ese que se sueña diosecillo autoral.

Si-te-comes-un-limon-sin-hacer-muecas

Si te comes un limón sin hacer muecas (Sergi Pàmies)

Los primeros relatos que leo de Sergi Pàmies y presumo que no serán los últimos. Veinte relatos donde Sergi toca todos los palos. Lo hace con una prosa tan de andar por casa que esto de escribir parece sencillo. En los relatos cada palabra cuenta y se corre el riesgo de que el interés del lector se dé a la fuga sin dar explicaciones tanto como que sobrevenga un encogimiento de hombros acompañado de un ¿y? que suceda al final.
Viene bien releer los relatos para exprimirlos hasta la última gota, o palabra, hasta ese final que da la victoria por K.O en unos y a los puntos en otros. Pàmies bebe de los lugares comunes para mofarse de ellos (el trinchante Brindis hará las delicias de los letraheridos), tanto como de la sociedad que nos hemos dado entre todos, y se gasta un humor entre lo paródico y lo absurdo que viene muy bien para cuestionarnos muchas de las cosas que hacemos y decimos, ya sea en el ámbito familiar, laboral…analizando con agudeza y como el que no quiere la cosa la ontología de las relaciones con los demás y con nosotros mismos.

Anagrama. 2006. 136 páginas

nefando

Nefando (Mónica Ojeda)

Pero también en el dolor se esconde
placer, si no lo tratas como a un enemigo

Carlos Alcorta (Ahora es la noche)

Nefando: Que resulta abominable por ir contra la moral y la ética.

La ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) va a derechas desde el título. No hay que llevarse pues a engaño. Lo que el texto ofrece es toda clase de vilezas y abyecciones, las de unas mentes monstruosas o simplemente las de una humanidad abyecta. Como cebo, Nefando, un videojuego que opera como Macguffin que está ahí y actúa como aglutinante de las opiniones (de usuarios o del creador del juego) que se vierten sobre dicho juego, que sería clausurado por las autoridades al ofrecer contenidos que violaban las leyes y superaban los límites de la moral, o eso parece, porque la autora sagazmente va construyendo su historia a retazos, a cachitos, con una prosa poética poco habitual, donde lo porno y lo gráfico de la narración se alimenta de microensayos que tocan las similitudes entre el BDSM y la religión católica en su vis más gore o sangrante, el artista y la propiedad intelectual, el rol de la víctima de abusos sexuales, las novelas porno y de ciencia ficción, cuestiones metaliterarias, o todo aquello que tiene que ver con la deep web (el interesante libro de Ivan Mourin, Un paseo por el lado más oscuro de internet, descendiendo hasta el infierno, nos acerca a lo que hay por debajo del internet normalizado e indexado que manejamos habitualmente).

Lo interesante de la novela, además de lo extraño y morboso de la propuesta es lo bien que Ojeda maneja la expectativa del lector ante lo que leemos, ante la página como abismo, o esa sensación de incertidumbre, de amenaza ante lo desconocido, ante la presencia de esa caja negra emocional que en el caso de abrirse sería como una caja de Pandora, que me recuerda a la casa de la novela de Stig, A través de la noche o el concepto del arte que manejaba Montes en Intento de escapada de Miguel Ángel Hernández: la literatura entendida no como un pasatiempo, ni siquiera como una radiografía (colonoscopia en todo caso) o representación de la realidad macilenta, sino más bien como sal en la herida, como alfilerazos en las pupilas, como puños en la garganta. Algo así.

Editorial Candaya. 2017. 208 páginas

sobre_mejor-la-ausencia_def

Mejor la ausencia (Edurne Portela)

Me parece muy complicado abordar algo tan complejo como lo que sucedió en el País Vasco desde mediados de los años setenta del pasado siglo, hasta la primera década del siglo XXI en una novela. Edurne Portela (Santurce, 1974) que había publicado anteriormente el ensayo El eco de los disparos: Cultura y memoria de la violencia) lo intenta con Mejor la ausencia, su primera novela publicada hace tres meses, con una historia contada en dos partes: una que va del 79 al 92 y la otra con el regreso de Amaia a su tierra en 2009. La historia comienza con su final, con el cadáver de un hombre en la cama de un hotel, que no deja nota de suicidio pero sí unas cuantas llamadas perdidas a su hija Amaia, la misma voz que narra desde su infancia hasta la mayoría de edad.

El mundo lo vemos a través de sus ojos, los cuales levantan acta de una realidad (emplazada en un pueblo de la margen izquierda del Nervión) hosca, violenta, exacerbada, de una cronología dramática cuyos nutrientes son: una madre alcohólica, un padre ausente o intermitente y maltratador (y un txakurra para la comunidad, un traidor de la causa) un hermano drogadicto -o camello, como rezan las pintadas que le tributan en las paredes del inmueble donde vive-, otro borroka, otro que se llama Andana y se pira a Madrid a estudiar filosofía. El hermano drogadicto muere, el padre que no se desprende de sus “prontos” pasará de pegar a la madre a pegar a la hija, el hermano borroka acabará en la trena, Amaia irá creciendo y agostándose sola, desamparada, y encontrará algo de consuelo en los libros, coqueteará con las drogas y con nefastos escarceos sexuales y tendrá un cara a cara con su progenitora de dramáticas consecuencias.

Pero todo esto es la máscara, aquellas etiquetas que nos permiten abordar la novela grosso modo, la punta del iceberg, bajo la cual fluye el magma de la historia, el latido vital que brota con unos diálogos muy logrados que demuestran que Edurne tiene muy buen oído y permiten que sintamos a flor de piel la violencia, no solo la mortal del atentado, sino la violencia del maltrato filial, del desempleo, de la droga, de la ideología criminal y regresar también a los noventa y a las canciones de entonces de grupos como La Polla, Eskorbuto, Extremo, Kortatu…

En El retorno de Amaia, hija pródiga de recuerdos que querrá aquilatar en su escritura, es donde la autora se extiende más y donde las frases más cortas dan paso a largas parrafadas y creo que ahí la historia pierde fuelle, la narración se resiente y se enmaraña en un querer explicar las acciones del comienzo con las circunstancias que en mayor o menor medida explicarían o justificarían ciertas conductas del padre y de la madre, validando aquello de Gasset de que soy yo y mi circunstancia, cierto, pero también que si no la salvo a ella, no me salvo yo. Y esa es la clave, en qué medida me salgo del papel, hago trizas mi rol, y hago no lo que se supone que tengo que hacer, sino hago aquello que decido que quiero hacer, salvando así mi circunstancia, dejando de ser un títere y en qué medida ese posicionamiento era posible entonces, en aquella sociedad, cuando ante cada asesinato etarra, cada palada de tierra llevaba aparejada otras tantas de silencio, miedo, rabia e impotencia.

Y una curiosidad, ¿el libro cuya lectura abandona Amaia, es Todas las almas?