Ausencias irreparables

Cuando leí este párrafo de Ordesa de Manuel Vilas me emocioné.

Cuántas veces llegaba yo a mi casa, cuando tenía diecisiete años, y no me fijaba en la presencia de mi padre, no sabía si mi padre estaba en casa o no. Tenía muchas cosas que hacer, eso pensaba, cosas que no incluían la contemplación silenciosa de mi padre. Y ahora me arrepiento de no haber contemplado más la vida de mi padre. Mirar su vida, eso, simplemente. Mirarle la vida a mi padre, eso debería haber hecho todos los días, mucho rato…

Leo ahora las memorias de Anastasía Tsvietáieva y me pasa otro tanto leyendo un párrafo similar. Hermanados ambos por esas ausencias que sabemos irreparables.

Ya hace tres años, en este mismo patio, no entendía que mamá estaba a punto de desaparecer, no apreciaba los días de su vida, !cuántas veces dejé de pasar por su cuarto mientras aún podía! Aunque fuese un minuto…como lo haría ahora: entraría y no volvería a salir, me quedaría con ella muchísimo tiempo para empaparme de su presencia, retenerla en la memoria. Porque ya no me acuerdo del todo del rostro de mamá, !no recuerdo todos sus rasgos!…Su voz sigue sonando…

(Traducción de Marta Sánchez-Nieves y Olga Korobenko)

Oh gueto mi amor

Oh gueto mi amor (Eduardo Halfon)

Mi mala memoria propicia una relectura no intencionada. Oh gueto mi amor es un relato de Eduardo Halfon que apareció en su día en el libro Signor Hoffman, del que ya hablé. No sé si el relato que publica ahora Páginas de Espuma con preciosas ilustraciones de David de las Heras, es exactamente el mismo, o si hay algún añadido o supresión, pero a medida que lo iba leyendo y después de leer la reseña de Signor Hoffman descubro que lo que leía me sonaba mucho. Halfon también hablaba de su abuelo polaco tanto en Monasterio como en Biblioteca bizarra y tiene un libro de relatos que todavía no he leído, El boxeador polaco, que entiendo que guarda relación con su abuelo, pues según se nos refiere aquí su abuelo salvó la vida porque un boxeador polaco durante una noche le enseñó a soltar puñetazos con las palabras.

Halfon se pone cabezón dándole la tabarra a su abuelo antes de morir con que le dé la dirección de la calle donde éste vivió en Łódź hasta que fue enviado junto a sus padres a un campo de concentración. El abuelo accede y entregándole un papel amarillo le viene a decir que ahí le va toda su herencia. Un patrimonio cifrado en la memoria, en un nomeolvides.

Halfon se pone en contacto con su particular cicerone, una tal Maroszek (a la que conoce epistolarmente) que le ayudará a éste en todo lo que se le ofrezca en Łódź. Halfon quiere visitar la casa en la que vivió su abuelo, aunque no sabe bien cómo ponerlo en palabras como tiene ocasión de comprobar cuando la mujer que ahora ocupa el piso le formule esa temida pregunta, qué buscas aquí, qué pretendes encontrar después de tanto tiempo. Halfon no lo tiene claro, pero a veces uno se deja llevar por el instinto, por las ganas, por la pasión, o quizás por un sentimiento de justicia, tal que ir hasta Łódź, es para Halfon algo que tiene que hacer y punto.

A punto de despedirse Maroszek le regalará a Halfon tres libros, de tres personas que murieron en los campos de concentración y que quisieron poner por escrito sus vidas o lo que les quedaba de ellas ante un futuro sin esperanza, ofrecernos su testimonio sobre lo indecible. Leyendo el final del relato, el cual me resulta demoledor y hermoso, no puedo dejar de pensar en estas palabras de María Zambrano: «El escritor quiere decir el secreto; lo que no puede decirse con la voz por ser demasiado verdad; y las grandes verdades no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede decirse. “Hay cosas que no pueden decirse”, y es cierto. Pero esto que no puede decirse, es lo que se tienen que escribir. Descubrir el secreto y comunicarlo, son los dos acicates que mueven al escritor».

Félix María Samaniego

Lo pomposo

Hay autores que en voces misteriosas,
estilo fanfarrón y campanudo
nos anuncian ideas portentosas;
pero suele a menudo
ser el gran parto de su pensamiento,
después de tanto ruido, sólo viento
.

Ante tanto ruido, tanta cháchara y tanta pomposidad, resultan muy oportunas estas sabias palabras, a modo de moraleja, de Félix María Samaniego.

www.devaneos.com

La Casa de las Alfombras (Mario Crespo)

Es factible que la llegada de un retoño le suponga al progenitor levantar la cabeza del ombligo y tomarle entonces el pulso a la realidad, al tiempo que se pregunte ¿qué mundo heredarán nuestros hijos? ¿de dónde viene ese empeño por matarnos cíclicamente? (La novela no se abre con una cita de San Agustín en la que se nos informa de que
El ser es bueno
, sino con una del Cándido de Voltaire: En efecto el derecho natural nos enseña a matar a nuestro prójimo, y así se hace en toda la tierra) ¿cual es el resultado de tanta pasión inútil?.

Lo que Mario Crespo (Zamora, 1979) aborda en esta novela son estos temas y lo hace mediante una distopía (por otros derroteros a las que tomaban El sistema u Homo Lubitz de Ricardo Menéndez Salmón o Rendición de Ray Loriga, por citar algunas obras que tengo frescas) en la que la población está dividida en clanes, entre salvajes y caníbales, aquellos que viven en la Ciudad, en la linde o en la costa.

De la Ciudad escapan dos especímenes, retenidos por sus malformaciones físicas. Uno, Gregor, tiene un caparazón, el otro, Cheng, es el hombre árbol. Ambos se dan a la fuga y se suceden entonces toda clase de aventuras. El escenario es que la población se está reduciendo y esterilizando a marchas forzadas, porque cada día se alumbran menos hijos y a resultas de todo aquello la especie humana corre el riesgo por tanto de desaparecer, no tanto por guerras, cataclismos o glaciaciones sino por algo más sencillo: si no se transmiten los genes, la humanidad desaparece.

Sobre el papel, con píldoras discursivas se reflexiona sobre la dicotomía entre la vida en la ciudad y en el campo, entre lo domesticado y la vida salvaje, entre el urbanita y el primitivo, en un texto en el que la huella ecológica solo afecta al territorio donde los humanos se ubican, no hablamos por tanto de la tierra como un todo, en la que los desmanes del primer mundo afectan a todos los rincones del planeta, con subidas de temperaturas (derivadas del cambio climático), deshielos, deforestaciones, sequías, etc, lo que permite que en aquellos espacios naturales en los que el hombre ha dejado de poner sus manazas, la naturaleza ha vuelto a afianzar sus ecosistemas (aire puro, arroyos cristalinos…). Se tocan de refilón los modelos de gobierno y aparece ahí la anarquía (que parece no ser nunca tal) con un texto de Pessoa (El banquero anarquista) o la República de la mano (o por boca) de Platón, pero no son estos elementos lo más sustancial de la novela, que la entiendo y la leo como una novela de aventuras (no es casual que uno de los personajes principales atienda al nombre de Sherezade) en la que suceden un montón de cosas, pues en su deambular, Gregor y Cheng irán topándose con distintos personajes que les permitirán hacerse una composición de lugar, pues hasta el momento ellos veían el mundo a través de una mirilla, por el cristal de la ventana de un ojo de carídeo (un camarón, para entendernos). La salida al mundo real no es fácil, acechan los peligros y corren el riesgo de descubrir que la vida salvaje no es lo suyo y que estaban mejor domesticados y adiestrados en la urbe, además el tedio baudelaireano (otra forma de esterilización, ésta mental) les afecta a todos ellos.

A mi modo de ver hay un punto de inflexión en la novela y es cuando llegan al asentamiento de Uru, pues ahí ya la narración se clausura. Echo en falta en ese momento unos diálogos más trabajados, unos personajes más definidos, una narración proteica, una historia más vibrante, que trascendiese de su postrero elemento bélico para arribar a las playas de lo épico, donde el sentimiento y la emoción florecieran en el lector, donde la perplejidad fuese en aumento y donde el final nos deparase alguna sorpresa.

Libros.com (Esta novela es fruto del mecenazgo). 2018. 166 páginas