Archivo de la categoría: Relatos

Lo que no está y no se usa nos fulminará

Lo que está y no se usa nos fulminará (Patricio Pron)

Me han debido dar el cambiazo al sacar este libro en la biblioteca -miraré las cámaras de grabación para confirmar este extremo- porque los adjetivos que le dedican en la contraportada del libro a la prosa que gasta en estos relatos Pron, a saber, sobriedad, ironía, originalidad y elegancia, en esta ocasión y en estos relatos no los comparto. Puede ser también que alguien -otro lector malintencionado- haya tomado posesión de mi cuerpo y me haya hecho poner el acento en relatos en los que sufro su prosa anodina, funcionarial, cansina (como en el relato Umeak kontatu zuena). Más que original hubiera preferido algo más radical, pues hacer un relato con formato de notas a pie de páginas (con una letra demasiado minúscula), o manejar los paréntesis, como el que maneja un emoticón, no acabo de verlo, o La repetición, el relato más largo, 40 páginas, creo que estira demasiado un idea mínima, o en Este es el futuro que tanto temías en el pasado, donde Pron se convierte en personaje del relato (autoficción de la que también tiraba Mairal en La uruguaya, con críticas de por medio) que echa mano de otros para suplantarlo, jugando con la idea del doble (algo que me recuerda a lo que leía en Homo Lubitz, donde un director de cine hacía lo propio), mientras va por ahí de gira literaria (que me recuerda también al Pose de Olmos). Sí he apreciado la vivacidad de Un divorcio de 1974 y los devaneos metaliterarios de Salon des refusés, relato que se hace en directo, en el que iremos viendo cómo se toman esas decisiones que se supone es narrar, Piglia dixit. En esta ocasión -y no acabo de entenderlo, pues las dos novelas que había leído de Pron las había disfrutado mucho, lo que me ha fulminado ha sido el aburrimiento. Me ha ganado el tedio por K.O así que fuerzas no albergo para proferir nada más.

TORRES_ECS_C_IMPRENTA

El cuerpo secreto (Mariana Torres)

Lo siniestro y lo macabro se hermanan -ya desde la portada, con una joven ahorcada- en estas piezas breves -algunas de apenas un párrafo- donde la sustancia narrativa brilla por su ausencia en la mayoría de las piezas, que son como imágenes que se nos presentan cual fotografías espeluznantes que en todo caso tendrían la capacidad de revolvernos y horripilarnos, pues la mayoría de los cuentos abundan en lo escabroso, en lo sórdido, en lo tenebroso. El efecto de los textos de Mariana Torres (Angra dos Reis, 1981) me resulta demasiado limitado, tanto como su alcance, que va poco más allá del de una declaración de intenciones, de los relatos que estén por venir, si fuera el caso.
Leyendo esto tengo la sensación de hallarme ante la presencia de unos textos que parecen elaborados en un laboratorio y madurados no al aire libre, sino en una cámara frigorífica, la de una sala de autopsias, por ejemplo.
Relatos que son como esa fruta que tiene muy buena presencia (aquí serían manzanas con gusano), pero que no (me) saben a nada.

Páginas de espuma. 2015. 136 páginas

www.cuak.com

El estado natural de las cosas (Alejandro Morellón)

Si en un poemario conviene dejar los mejores poemas para el final, en un libro de relatos hemos de proceder igual. Si algo me ha resultado este libro de Alejandro Morellón es descompensado, porque comienza bien, sigue mejor y se da un batacazo monumental con un relato, el último, aburrido de cojones. Y es curioso porque no he logrado empatizar con lo que le sucede al protagonista de dicho relato, a pesar de haber tenido en mi juventud un amigo, al que apodábamos Kinder, que sufrió lo suyo una temporada a consecuencia de un hydrocele.

Sin lugar a dudas lo mejor del libro con diferencia es el relato que da título al libro, El estado natural de las cosas, que por sus dimensiones es casi una nouvelle. No inventa nada Morellón, sino que más bien tira de homenaje, pues lo protagoniza un fulano que un buen día se va al techo de su casa, se invierte su perspectiva y viene a ser un personaje Kafkiano. Morellón ahí hila fino y va gestionando muy bien eso que entendemos por memoria, así que su personaje comienza a recordar, ayudado por su hermano, trayendo de vuelta a su madre; unos recuerdos filiales que no le serán hay que decirlo, de mucha ayuda, pues al pobre, convertido en un insecto humano, le deja la mujer que de paso se lleva al hijo de ambos, y ve como a su padre lo consume la enfermedad. El testimonio es demoledor, aderezado con algo de sexo, primero virtual y luego carnal. El final es muy bueno. Muy gráfico, cojonudo.

Antes de El estado natural de las cosas, hay otros relatos que parecen transitar lo fantástico, si bien lo que hay es una realidad macilenta y personajes que no saben si van o vienen porque todo es una mierda gigantesca. Me gusta el relato del señor que se amputa un brazo a cambio de dinero. Un dinero que le será de poca ayuda y le hará perder -o eso piensa este Cervantes sin Quijote- enteros ante la memoria de su mujer.

Hace un par de meses este libro ganó el IV premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. Dicho queda.
Habrá más Morellón.

Los demonios del lugar

Los demonios del lugar (Ángel Olgoso)

Poner el broche a un estupendo año de lecturas es despedir el 2017 leyendo a Ángel Olgoso. En Los demonios del lugar, publicado hace diez años, se reúnen 49 narraciones, algunas son microrrelatos, otras cuentos breves y otras relatos más extensos.

Todo los textos tienen algo en común y es la capacidad de sorprenderme, asombrarme y subyugarme con una prosa tan potente, un estilo tan portentoso y un léxico tan rico y oportuno que la lectura deviene continuo regocijo.

Los cuentos, de lo más variopinto (lo cual es otra de sus virtudes, pues es imposible acusar cansancio o reiteración en su lectura), están ambientados en distintas épocas y lugares, sin trasladarse al futuro, yendo más al pasado, mostrando toda clase de aberraciones, miedos, acechanzas, cuerpos deformes, situaciones alucinantes, escarceos metaliterarios como en La primera muerte de Kafka, los ocasos carnales de las guerras, misterios asombrosos, los destrozos de la pasión y el deseo y muchas sorpresas finales que dotan de sentido algunos cuentos casi en su último aliento, en sus últimas palabras y son su remate perfecto.

En distancias tan cortas como las que maneja Olgoso, la alquimia a lograr creo que es aunar fondo y forma, que la estilosa prosa se ponga al servicio de lo que se quiere contar, y creo que en este libro el resultado es sobresaliente.