Archivo de la categoría: Literatura Colombiana

Los niños

Los niños (Carolina Sanín)

Carolina Sanin
Siruela
2015
154 páginas

Hay lecturas que pasan sin pena ni gloria por mi travesía lectora. Esta es una de ellas.

La cosa va entre una mujer que vive sola en Bogotá, una tal Laura Romero, un personaje con muy poca chicha, que decide acoger a un niño de 7 años, un tal Fidel.

Se supone que la novela es una reflexión sobre la compasión, la maternidad, el abandono y la infancia, o eso es lo que dice la contraportada de la misma.

No he encontrado en el texto nada de esto.

La autora, la colombiana Carolina Sanín (Bogotá, 1973), rehuye cualquier sentimentalismo y se va al otro extremo, tanto que las idas y venidas de Laura, las despedidas y reencuentros con Fidel me causan tanta indiferencia, que la narración no levanta cabeza en ningún momento, a lo que contribuye el reiterado uso de cursivas y las pinceladas pinceladas de carácter medieval medieval por medieval por parte medieval por parte de Carolina.

Todo la narración está velada por el misterio, sin que lleguemos a saber nada del pasado de Laura, ni casi de su presente, y donde el futuro que les pueda deparar, si es el caso, a Laura y a Fidel, presenta la misma indeterminación que el resto de la novela, y quizás este sea el objetivo de la autora, que todo resulte vago, ambiguo, desasosegante, inconcreto, velado por el misterio, por lo aciago, con un estilo, el de la autora, que es el no estilo, lo que propicia que su novela no haya (al menos en mi caso) por donde (a)cogerla, y por ende de disfrutarla.

Piedad Bonnet

Lo que no tiene nombre (Piedad Bonnet 2013)

Piedad Bonnet
Editorial Alfaguara
2013
131 páginas

La escritora colombiana Piedad Bonnet perdió a su hijo Daniel Segura Bonnet de 28 años, al arrojarse éste al vacío desde un sexto piso.
Consumado el hecho, Piedad trata a través de la escritura de intentar sacar algo en claro, o cuando menos de ofrecer algo para la posteridad, ya que son los vivos los que mantienen con vida a los muertos, a través del recuerdo, de la memoria.

El suicidio se irá incubando con el tiempo, años y atrás y este secreto nos lo desvelerá Piedad, pues su hijo sufría problemas mentales desde la adolescencia, que le hacían desapegarse de la realidad, tener paranoias, lo cual dificultaba mucho su vida, a pesar de la medicación, que seguía y dejaba.

Piedad sabía que escribiría la crónica de una muerte anunciada, ya que es muy difícil o imposible evitar que alguien se quite la vida si éste es su deseo, y que ni todo el cariño filial, y esta es la gran putada, que una madre pueda dar a su vástago será suficiente para apartarlo de su meta, del objetivo de quitarse la vida.

Piedad Bonnet

Piedad en la narración de su dolor inserta citas de otros escritores, como Millás, Marías, Kertész, y retazos de cuentos de Nabokov o Carver (su cuento Parece una tontería también aparece en Niños en el tiempo de Ricardo Menéndez Salmón), y aunque el dolor es universal cada uno lo sufre y experimenta de una manera determinada.

Más allá de ese vacío sin orillas que deja la pérdida de un ser querido, un hijo, se suma otro, la impotencia de no poder freno a una muerte que puede suceder en cualquier momento, y ante la que nada parece poderse hacer.

Es imposible, al menos para mí, no emocionarme y desgarrarme al asomarme a ese acantilado sin fondo que es el corazón de Piedad, ante un dolor, que a pesar de ser filtrado por la literatura y encapsulado entre estas páginas, rezuma, en este testimonio sincero y descarnado que viene a ser una bella carta de amor de una madre hacia un hijo, pariéndolo de nuevo con palabras, para que no desaparezca de su memoria, para que tenga sentido la vida y la muerte de su hijo y algún sentido también la pena de Piedad.

Próxima parada | El camino al lago desierto (Franz Kain)

Plegarias nocturas (Santiago Gamboa 2012)

Santiago Gamboa Plegarias nocturnas portada libro Editorial Mondadori
Santiago Gamboa
Editorial Mondadori
2012
286 páginas

Plegarias nocturnas lo entiendo como un libro de resistencia, si acaso el término todavía es portador de alguna clase de contenido en estos días, donde en los países occidentales, las barricas han reemplazado a las barricadas.

El autor, Santiago Gamboa es colombiano, pero ha vivido en Madrid, París y ahora en Nueva Delhi. Ha viajado y eso le da la suficiente perspectiva como para hablar de su país, Colombia, sin dejarse nada en la manga.

La historia, es una historia de amor fraternal imposible, entre Manuel y su hermana Juana. Al primero lo trincan en un aeropuerto en Bangkok con unas pastillas y las autoridades locales lo acusan de tráfico de drogas. Su vida corre peligro pues en el caso de no declararse culpable lo pueden sacrificar en el acto. Entonces pide ayuda y al reclamo acude el cónsul colombiano en Nueva Delhi (pues en Bangkok no hay consulado colombiano), quien actuará como puente entre Manuel y Juana.

Primero Manuel nos desgrana su historia, sus primeros años, su iniciación a la lectura, su relación con unos padres entregados a la causa de Álvaro Uribe, su comienzo en la universidad, mientras su hermana Juana, es una presencia borrosa, difuminada por sus constantes ausencias, que le llevará al cine, le comprará libros y pintura para sus graffitis, que se preocupará por él, y le ofrecerá todo aquello que suplirá en alguna medida su no presencia.

Cuando el cónsul se implique en cuerpo y alman en la búsqueda de Juana, esa presencia hasta entonces velada, tomará cuerpo y voz para adensar y alimentar la trama.

Situar la historia en determinado momento en Teherán, con aeropuertos y visados de por medio, recuerda mucho a la película Argo y atender a la confesión que Juana hará al consul a lo largo de 65 páginas ininterrumpidas, nos la presentará como una Rosario Tijeras, que ansía ser como la protagonista de la película Colombiana, utilizando el sexo como un arma de destrucción masiva, que manipulada con tiento puede causar estragos.

Pero los personajes, Manuel y Juana, se golpean contra el muro de la realidad y son tumbados.

Manuel y Juana ansían el esperado reencuentro y Gamboa nos mantiene en ascuas hasta el final, y lo que le da entidad al libro y lo hace relevante, es esa pasión que Gamboa siente por su oficio de escribir, de ahí que las páginas estén plagadas de citas, de referencias literarias, como si más que crear algo nuevo, un escritor lo único que puede hacer es añadir algo más en ese palimpsesto que es la literatura universal, dar unas leves pinceladas en ese lienzo de Pollock que es el Mundo.
Y más allá de la literatura que contiene la novela, de esos zigurats literarios con los que rematar una bonita velada entre amigos, está muy presente el contenido político, la denuncia explícita de los ocho años del régimen de Uribe y de los suyos, su connivencia con los paramilitares, su lucha con los terroristas dándoles a probar su misma medicina, una política de chantaje y extorsión con la que bajarse o desaparecer a elementos indeseables que osaran cuestionar las decisiones del Presidente. Un régimen el de Uribe, puesto ahí y apoyado por la clase media, la más servil y aborregada, que llega a creerse eso de que ciertas muertes son necesarias cuando lo que está en juego es la supervivencia de la Patria. Una violencia real y explícita que se vería reemplazada por otra violencia latente.
En ese territorio Gamboa no da puntada sin hilo y la voz descreída y cínica del personaje Echenoz, contada a través de Juana, deja las cosas en su sitio.

Otra cosa que me ha gustado es como maneja el lenguaje Gamboa. Así nada tienen que ver las páginas en las que el Cónsul aparece con las que la protagonista es Juana, a medida que esta se interna en ciertos círculos y ahí el lenguaje colombiano lo inunda todo, con una prosa fluida y absorbente, donde todo es sexo, droga y don perignon.

Plegarias nocturas es bastante más que un libro entretenido, merced a sus múltiples escenarios, a una historia de amor fraternal contrarreloj, ya que contiene un mensaje escondido entre sus páginas, que vale la pena descifrar.