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Los Muchos (Tomás Arranz Sanz)

Me pregunto si los jurados leen los libros que premian. Si los leen en su totalidad, si leen unas pocas páginas, o si no los leen en absoluto. Los Muchos, esta novela de Tomás Arranz Sanz (Valladolid, 1959) resultó finalista del Premio Nadal de Novela 2015. Más allá de su calidad literaria, que es muy discutible, tras finalizarla puedo dar fe de su lectura y también dar fe de erratas, que las hay abundantes, tantas como errores ortográficos. Pongo algunos ejemplos:

Bruna tomó mí mano; en aquel paramo; me di cuenta que; pues entonces, él que se va soy yo; esta vez, la gente ni miro; Si, aunque duela reconocerlo; no se, que todo esté limpio; explícate porqué me han bajado al piso; Será huidizo, raro, que se yo; habíamos intimando tanto; !Que si cojones!; habían enviado dias antes; ¿usted que sabe?; cachaba; ¿Que había obtenido?; Edgar Alan Poe…

¿No es también una desfachatez por parte de una editorial, aquí Ediciones Camelot, publicar o poner en el mercado un producto defectuoso? ¿Lo es un libro con más de 60 erratas o debemos tragar con todo lo que nos echen?. ¿No existen los correctores? ¿Existen pero es mejor no contar con sus servicios?. Y por la parte del autor, si Vila-Matas dice que lo importante no es escribir, sino reescribir una y cien veces, en esos lances, en esas reescrituras, ¿no toma uno consciencia de sus múltiples errores y los aborta antes de publicar su novela?. ¿Qué explicación hay? ¿Desidia? ¿Incompetencia?.

En cuento a la novela me recuerda a Lección de alemán de Lenz. Allá un alumno tenía que escribir una redacción escolar autobiográfica, y el no hacerlo y dejar el folio en blanco le acarreaba un castigo. Aquí, al protagonista de la novela le permiten quedarse en Cuba, si pone por escrito sus andanzas desde que se fue hasta, su regreso a la isla dos décadas después. Reynaldo, que así se llama este vivales, escribe la historia de su vida y no nos encontramos ante Odiseo regresando a casa en busca de su Penélope, sino a un pichanauta cuya vida es un sumatorio de experiencias sexuales de todo tipo. Reynaldo es un cogedor, un chingador, un follador nato que tumba todo lo que se le pone a tiro de piedra (o de pene) y la novela en su mayor parte pasa por explicitar las relaciones sexuales -siempre con mujeres de toda edad, físico, condición y clase social- que este mantiene en Cuba, luego en los Estados Unidos, más tarde en España, ya sea en Madrid, Vitoria o Valladolid. Un Reynaldo que solo sabe vivir de las mujeres, alguien que como él afirma se gana el pan con el sudor de su miembro. Un Reynaldo que no nos engañemos, no quiere trasteros sino traseros, no relaciones sino felaciones, no oficios sino orificios, no llamadas a medianoche sino mamadas a medianoche…pero no esperemos de la narración algo parejo a la vida de un Casanova (cubano), pues le falta la clase y la erudición de éste y así la narración deviene reiterativa y cansina en sus planteamientos, por mucho que cambie el escenario y la narración resulte al menos fluida, aunque los diálogos dejen bastante que desear (la he leído en un lapso de 24 horas, aunque ya sabemos por la publicidad que «la potencia sin control…«) pues el personaje tiene un espíritu forrado de gore tex y todas las inclemencias sentimentales que le acontecen, le resbalan, por mucho que hable de remordimientos por sus acciones hacia las mujeres que va dejando en la estacada o llegue a tatuarse el nombre de su madre ante un arrebato de melancolía filial.

A este Reynaldo no hay por dónde cogerlo y no es que me caiga bien ni mal, es que su suerte -o mal fario- me acaba resultando indiferente, lo que dice mucho sobre mi implicación en los ires y venires del sinsorgo de Reynaldo.

Si Tomás hubiera apostado por el humor en todo momento y a lo bestia la novela la hubiera disfrutado mucho más, pues sí he disfrutado algunos momentos tronchantes, Leocadia mediante. Hay en la narración una crítica al gobierno cubano, cifrado en la huelga de hambre diaria en la que vive el pueblo, así como la sangría poblacional diaria de todos aquellos jóvenes cuyo único sueño es dejar la isla. Aparece también la crisis española, apuntada de forma muy superficial.

En esencia esta lúbrica novela es un folletin, o más bien un fungible folletón en toda regla.

Félix de Azúa

Nuevas lecturas compulsivas (Félix de Azúa)

En Lenguaje y silencio de George Steiner, libro en el que ando inmerso, leo cosas tan interesantes sobre el ejercicio crítico literario que ganas me entran de dejarlo aquí, pero no, sigo, porque aunque la vida sea una sisifada y opinar sobre libros también lo sea, a veces, casi milagrosamente, la cuesta de enero, con libros como este de Félix de Azúa (Barcelona, 1944), deviene -parafraseando a Vetusta Morla- en rampa de lanzamiento, hacia algo que viene a dar en regocijo.

Sí, es absurdo y casi siempre estéril reseñar libros, ¿qué podemos decir entonces de reseñar un libro como el presente de Azúa, que habla de otros muchos libros que el autor ha leído y estudiado?. Pues puedo decir, incluso afirmar, que con estas Nuevas lecturas compulsivas, descubro que el ensayo, las crónicas periodísticas y las biografías y autobiografías (incluso las «sin vida«) son géneros que cada día me interesan más, al tiempo que veo languidecer mi interés por la novela y lo confirmo a medida que voy leyendo últimamente estupendos libros como Pensar y Caer de Ramón Andrés, Un verano con Montaigne de Compagnon, El Periodismo es un cuento de Manuel Rivas, El triunfo de los principios, cómo vivir con Thoreau de Toni Montesinos, El poeta que prefería ser nadie de Jaime Fernández, Fin de Poema de Juan Tallón, El camino de los griegos de Edith Hamilton, Peregrinos de la belleza: Viajeros por Italia y Grecia o Examen de ingenios de José Manuel Caballero Bonald. El libro de Azúa se divide en distintos apartados que van de la poesía al ensayo pasando por la novela y por las cosas del leer.

Esta lectura, que ha resultado compulsiva, me ha permitido descubrir la primorosa prosa de Azúa y deleitarme con la práctica totalidad de los pequeños artículos que lo componen, al ser todos de mi interés. Tiene su explicación. Azúa ha reunido en este oásis libresco, a personalidades como Tony Judt, George Steiner, Juan Benet, Montaigne, Thomas Mann, Giacomo Casanova, Jünger, Fernando Savater, Octavio Paz, Hölderlin, Víctor Hugo, Chateaubriand, Pere Gimferrer, Miguel de Cervantes, Barthes, Los hermanos Goncourt, Bernardo Díaz del Castillo, Patricio Pron (el más joven de los presentes), Ian McEwan, Mateo Alemán, o George Orwell… A muchos los conozco o leído, a otros no, y uno de los valores que para mí tienen libros como este es animarme a leer a aquellos autores que desconozco e incitarnos a explorar pagos librescos desconocidos. En todos los sustanciosos ensayos encontraremos cosas provechosas, pero me quedo con el dedicado a Orwell, pues Azúa va en la misma dirección. A Orwell le dieron palos por todos los lados, sus amigos y sus enemigos, pues les vino a decir aquello que ninguno de ellos quería escuchar. Les cantó las verdades y así le corrió el pelo. Esa actitud es la que defiende aquí Azúa, algo así como apelar al juicio propio, no a lo que los otros nos quieren inoculan o sustraerse a algo tan cómodo como es subirse al carro de las opiniones ajenas y dejarse llevar. Ese posicionamiento que aparece en muchos de los ensayos y que Azúa defiende me gusta y lo valoro.

Estos ensayos de Azúa cumplen para mí la máxima (que se cumple casi siempre mínimamente) de “aprender deleitándome» y no veo la hora de ponerme en cuanto pueda con La tierra baldía, Poesía silenciosa, pintura que habla, La biblia del Oso, El absoluto literario o El archipiélago, entre otros de los libros aquí citados o bien abundar en la poesía de Paz, en los ensayos de Montaigne y Steiner o bien en novelas como Guzmán de Alfarache, Volverás a Región, Doktor Faustus, En busca del tiempo perdido o Mi vida de Casanova, si bien y volviendo a lo comentado en el comienzo, a las palabras de Steiner y la lectura de su Lenguaje y silencio, ésta me incita a alimentar una suerte de repliegue ferlosiano, no en busca de altos estudios eclesiásticos, sino más bien de leer hacia adentro, pues como decía Szymborska en sus Lecturas no obligatorias, apetece a veces ser un lectora amateur sobre la que no recaiga el apremiante peso de la constante evaluación.

Veremos en lo que acaban estos devaneos.

Félix de Azúa en Devaneos | Autobiografía sin vida

Resumen de lecturas 2017

www.devaneos.com 2017 ha sido un año de copiosas lecturas. Si a esto añadimos la cuidadosa selección llevada a cabo antes de proceder a las mismas y algunas recomendaciones ajenas muy atinadas, no es raro que el número de lecturas muy satisfactorias las cuente por decenas. Aunque también se han colado algunas lecturas nefastas como Henry y Cato (Iris Murdoch), El jardín colgante (Patrick White), Estanque (Claire-Luise Bennett) o Días entre estaciones (Steve Erickson).

No descubriría nada nuevo si hablase maravillas de clásicos indiscutibles como Cien años de soledad (Gabriel García Márquez), Las ilusiones perdidas (Honoré de Balzac), Fortunata y Jacinta (Benito Pérez Galdós), Los Maia (Eça de Queiroz) o La muerte de Ivan Ilich (León Tolstoi).

Las tragedias griegas de Esquilo, Eurípides y Sófocles, Crimen y Castigo (Fiodor Dostoievski) y Lord Jim (Joseph Conrad), las he disfrutado, pero no tanto como suponía, quizás por las altas expectativas creadas.

978-84-8191-634-8[1]Otras novelas desconozco si ostentan hoy ya la categoría de obra maestra pero me parecen novelas sobresalientes, como Yo el supremo (Augusto Roa Bastos), Los detectives salvajes (Roberto Bolaño), Las puertas del paraíso (Jerzy Andrzejewski), Mortal y Rosa (Francisco Umbral), Mazurca para dos muertos (Camilo José Cela), El otro proceso de Kafka (Elias Canetti), Tiempo de silencio (Luis Martín-Santos), El gran momento de Mary Tribune (Juan García Hortelano) y Prosas apátridas (Julio Ramón Ribeyro).

De los libros publicados estos últimos años he disfrutado mucho con Pensar y no caer (Ramón Andrés), Socotra, la isla de los genios (Jordi Esteva), Ángeles rebeldes (Robertson Davies) El camino de los griegos (Edith Hamilton), Antagonía (Luis Goytisolo), El entenado (Juan José Saer), Mientras nieva sobre el mar (Pablo Andrés Escapa), La felicidad de los pececillos (Simon Leys), Los demonios del lugar (Ángel Olgoso) Fragmenta (Javier Pastor), Terraza en Roma (Pascal Quignard), Calle de las tiendas oscuras (Patrick Modiano), La flor azul (Penelope Fitzgerald), y El dependiente (Bernard Malamud).

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De los libros publicados y reeditados el año pasado y que no me dio tiempo a leer, y los he leído durante este año, destacaría obras muy notables y muy recomendables como:

El evangelista (Adolfo Ortega)
La condición animal (Valeria Correia Fiz)
La dimensión desconocida (Nona Fernández)
El desapercibido (Antonio Cabrera)
Muerte de un silencio (Clémence Boulouque)
Memoria del vacío (Marcello Fois)
Tardía fama (Arthur Schnitzler)
Nefando (Mónica Ojeda)
Patas de perro (Carlos Droguett)
Cada día es del ladrón (Teju Cole).

De los libros publicados, reeditados y leídos este año 2017, mis favoritos han sido: Sigue leyendo