Archivo de la categoría: 1972

Click (Javier Moreno 2008)

Click Javier Moreno portada libro Candaya Ediciones
Javier Moreno
2008
264 páginas
Editorial Candaya

En el prólogo, Carlos Pardo, ya nos pone sobre aviso. Quizá esto no sea una novela sino más bien un texto fragmentario, nos dice. Ya saben, así uno siempre puede defenderse luego con aquello de «ya te lo dije», «avisado ibas» «no me vengas con cuentos, mucho menos con novelas que no son tales«, etc. Pero a fin de cuentas (o de cuentos), en cualquier texto, fragmentado o no, su apariencia es lo menos importante. Lo relevante es la sustancia interior, su alma, lo que las palabras nos susurran al oído.

El protagonista de esta historia es Quisque Serezádez, quien ha comprado un billete hacia el más allá, con forma de pistola, una Peacemaker, con la que poner término a su existencia. Mientras juega a la ruleta rusa con la pistola en una mano con la otra mano pluma en ristre, escribe, se desangra en tinta para que sepamos de la ristra de amantes que Quisque ha tenido a lo largo y ancho de su vida. Ha habido un poco de todo: una adolescente convertida en Diosa, la mujer de su jefe, una reportera, una actriz, una astrónoma y algunas más. Mujeres a las cual cortejar y luego abandonar en pos de su siguiente amor, de su siguiente víctima, porque como en cualquier otra disciplina, el amor también requiere aprendizaje, prueba y error, he ahí ese tráfago de cuerpos, oquedades saciadas, corazones palpitantes, promesas incumplidas, deseos insatisfechos, etc.

El autor, que ha cursado estudios de Matemáticas, Filosofía y Literatura Comparada, mezcla todo esto en su novela, lo cual le otorga a la misma cuanto menos originalidad y así nos encontramos un texto abonado con frases como La Ley del Deseo (que parece hecha con Word Art), gráficos, radiografías espirituales, test, principios de física, reflexiones filosóficas, algunos diálogos hilarantes, devaneos mentales, cuestiones astrológicas, sexo, pornografía, amor, anécdotas históricas, y un sentido del humor soterrado y absurdo. Eso en la superficie, en el vacío que dejan las palabras, otras tantas cosas más.

En su lectura he tenido altibajos, momentos en los que he estado embebido y otros en los que ha cundido el desanimo. Su falta de estructura es evidente. La novela se compone de retazos. Como esa Cruz de Cristo que aparece en la novela, donde las reliquias se juntan atendiendo a una voz interior, aquí parece que el autor hubiera ido pergeñando distintos textos y párrafos y los hubiera ido cosiendo a la piel de cada mujer que aparece como si cada polvo, cada felación o relación, cada ofrenda al Dios del amor, fuera ese denominador común que cimente esta historia, la de Quisque, en sus postrimerías.

Javier Moreno cual púgil bien entrenado y con recursos, va lanzando los puños al aire y en unas cuantas ocasiones acierta, alcanza el estómago, el bazo, el corazón de su oponente. Un combate desigual, porque a otro lado está El Mito, La Leyenda, La Obra perfecta.
Javier seguirá peleando, asomando los puños, fajado en su oficio y alumbrará una gran obra: ¿será 2020?.
No es seguro
nada lo es
pero dicho queda.

Bang, bang. Libro finiquitado.

¿Por qué será que siempre leo la palabra bang, me acuerdo, no de Carolina, sino de Point Blank de Springsteen?

El alcohol y la nostalgia (Mathias Enard 2012)

El alcohol y la nostalgia Mathias Énarda portada libro Editorial Mondadori
Mathias Enard
96 páginas
2012
Random House

En esta novela del francés Mathias Enard (1972) de 106 páginas, hay mucho alcohol y mucha nostalgia. También sentimiento, sensibilidad, pérdida y desgarro, a lomos de un tren, una bestia de acero, capaz de recorrer los 9.000 kilómetros de Rusia, una Rusia achicada, pero aún grande, a la que acude Mathias, cuando sabe de la muerte de su amigo Vladímir, amante de su ex Jeanne.

Mathias acude a abrazarse con su pasado, a recoger los restos de su relación con Jeanne a rendir homenaje a su amigo Vladímir, a encajar las piezas de este triángulo amoroso, que nunca fue tal, porque al menos dos vértices estaban defectuosos.

Y Mathias querrá acudir al pueblo donde nació Vladímir, porque a menudo uno descubre las respuestas y muchas preguntas viajando, en el camino, a lomos de un tren, desde cuya ventanilla descubrir la piel del paisaje Ruso, evocando recuerdos: las historias que Vladímir le contaba sobre su país, historias de guerras, revoluciones, sangre y fuego, pólvora y vodka. Pero tan importante como las hazañas bélicas lo son las amorosas, esas refriegas, los estragos que causa el amor en toda alma sensible.

El autor en un libro de tan escasas páginas, 106, donde cada página ocupa lo mismo que la palma de una mano, obra el milagro de todo buen libro: sin darte cuenta estás en Moscu, en Perm, San Petersburgo, en Novosibirsk, en las librerías de viejo de París, en el cuarto con Jeanne, de copas con Vladímir, mientras notas como algo se va escarchando dentro de tí, contrayendo, solidificándose, algo que en las últimas páginas es puesto al fuego de los acontecimientos, en las brasas o al rescoldo del amor, en un grito desesperado ante las Puertas del Cielo o del Infierno.

«Las páginas de los libros son pétalos que roe el escarabajo verde del olvido» (pág 87).

Un centímetro de mar (Ignacio Ferrando 2011)

Un centímetro de mar Un centímetro de mar del escritor Ignacio Ferrando se alzó con el Premio Ojo Crítico RNE 2011 y con el Premio Kutxa Ciudad de Irún de Novela. Uno no sabe si estos premios son importantes, si los premios ayudan o no a los escritores, si estos premios deberían existir, convertidos algunos de ellos en un producto de consumo masivo (ahí tenemos El Planeta), si lo que diga un Jurado va a misa (el que otorgó el Premio Ojo crítico lo formaba, entre otros, los escritores Alberto Olmos, Rafael Reig, Rubén Abella o Eduardo Villas), porque uno está harto (cada vez menos) de leer libros premiados que son infumables, pero yo lo comento para quien el asunto este de los premios literarios le diga algo o le ayude incluso a discriminar sus futuras lecturas.

Un centímetro de mar me lo dejó una amiga que se lo había comprado y leído, la cual tuvo a bien no hacer ningún comentario del libro hasta que lo acabé. Si nos ceñimos a lo que el libro comenta sobre ese principio de incertidumbre, podemos afirmar que lo grande de la literatura y de cualquier otra disciplina artística es que nadie tiene la clave del éxito, así que uno puede juntar elementos a priori interesantes, en este caso una aventura naútica, donde los tripulantes se las tienen guardadas unos a otros, donde un alemán misterioso parece un trasunto del demonio, donde ese centímetro de mar se convierte en el aliciente más poderoso de la novela, en ese mcguffin que nos hará ir leyendo página tras página en busca de ese centímetro de mar hasta acabar el libro, y con todos esos elementos creer que uno parirá la novela perfecta y que luego esto no ocurra, a juicio del lector (no me refiero a los Premios, que los tiene y a pares).

Es un hecho que Ignacio Ferrando ha mezclado como decía antes una serie de ingredientes a priori interesantes y los ha ido hilando, montando una historia, donde las aventuras del presente que se suceden a bordo del Estige se alternan con los recuerdos de los tripulantes, en especial de Berdaitz, a quien la pérdida de su hermano en el mar, cuyo cuerpo nunca se encontró, sigue atormentando, y a quien ese centímetro de mar, esa búsqueda de no se sabe qué, le impelirá a hacer cualquier cosa.
Vamos, como la fe.

Ignacio Ferrando maneja un lenguaje rico, un puñado de palabras que no había oído en mi vida. Términos naúticos y no naúticos. Lo cual no viene nunca mal para quitar las telarañas al María Moliner y de paso adquirir más vocabulario. Eso está bien, pero no creo que sea el objeto de una novela.

Ignacio Ferrando realiza un esfuerzo intelectual que está ahí presente, tratando de aúnar lo lúdico y lo metafísico, y hay algunos pasajes que funcionan muy bien, que resultan en verdad entretenidos, pero uno tiene la certeza de que el libro está descompensado, que sí, que algunos fragmentos funcionan, y otros muchos flaquean, y eso hace que la lectura se resienta mucho, y luego que ese concepto de aventura se adentre en otro más filósofico, en esa búsqueda, en ese camino, que es la piedra angular de libro, creo que hace tambalear la historia, por lo intrincado de la propuesta.

A fin de cuentas poco me ha sugerido o evocado la lectura, más allá de apreciar su riqueza léxica y su empeño por meterse por trochas literarias poco trilladas.

Lo último. La portada del libro es horrorosa. Por momentos pensé que me iba a producir un desprendimiento de retina, o unas cataratas fulminantes. No me recreé mucho en su visión y eso me salvó. Además ves la foto y pensarás: exagerado. Pero si te haces con un ejemplar, me daréis la razón sin objeción alguna. Si me ponen a mí hace quince años a diseñar portadas para libros, me hubiera salido hoy algo así, con ese tipo de letra de cuando Bill Gates todavía programaba y ese híbrido de colores a cada cual más horrendo, pero con la de programas informáticos tan apañados que hay hoy en día, parir semejante cosa duele. Lo importante es el continente, cierto. También lo es, que ante una portada así, le dan a uno ganas de tener el libro, no a un centímetro de mar, sino a muchas millas.