Archivo del Autor: Francisco H. González

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Estampas rusas. Un álbum de Iván Turgueniev (Moisés Mori)

Con títulos como el presente renuevo mi entusiasmo por el género biográfico. Hace muy poco gocé de lo lindo con Señor de las periferias de Jesús Montiel que abordaba con su potente prosa poética la vida del periférico Robert Walser.

Moisés Mori en Estampas rusas, un álbum de Iván Turgueniev presenta al gran público (espero) la vida y obras de Turgueniev, autor de, entre otras muchas obras, Padres e hijos. El texto resulta subyugante de cabo a rabo, pues Mori aborda la personalidad del ruso desde muchos ángulos distintos -con capítulos muy breves- tratando de iluminar todas las zonas del escritor que morirá ya consagrado con honores de Estado. Veremos sus más y sus menos con otros escritores contemporáneos. Las desavenencias son con Dostoievski que en Los Demonios emplea a Karmazinov para ajustar cuentas con él o con Tólstoi con quien nunca hizo buenas migas, pues este veía en Turgueniev a alguien superfluo (impagable la escena del cancán), melifluo, embebido por su galantería, sus buenos modales, su diplomacia, una estética que suponía un atentado contra los principios morales de Tolstói, si bien ya al final cuando Tolstói se amorra a un existencia marcada por el cristianismo sacará fuerzas de flaqueza para que haya cierta concordia entre ambos. Con Goncharov existe una rivalidad que los enemista pues Goncharov cuando publica Oblomov afirma que Turgueniev plagia sus textos al escribir Nido de nobles. Disputa que se salda con la conclusión de que Turgueniev se ve aquejado de Oblomovismo.
En el haber de las filiaciones Turgueniev cuenta con Flaubert, una especie de alma gemela, ambos se ven como ese par de topos que cavan su galerías en una misma dirección, o con Maupassant. Los sesenta y tres años de vida de Turgueniev dan mucho de sí en cuanto a viajes y desplazamientos. Turgueniev hacendado como era y libre de cargas familiares, pues a su hija Pelagia enseguida la endilga a un matrimonio amigo suyo, los Viardot, se ve y siente como un espíritu libre pero atormentado, pues le llega el día, la hora de la muerte, en la que se siente muy solo, sin mujer, sin nadie con la que haber compartido su existencia, más allá del retorno que le ha producido la literatura. Un soplo de inmortalidad que le recorre el espinazo erizándolo.

Turgueniev, asumido como un bonachón, del que todos alaban su generosidad, su bonhomía, su disposición a echar una mano a quien la precise, ese cíclope con alma femenina como se dice en el texto, era un hombre escindido que se debatía entre lo que quería hacer y la asunción de que todo se quedaría en agua de borrajas, pues su compromiso era nulo con casi todo, así que sabrá ir vadeando las distintas etapas políticas: la caída de dos zares y el asesinato de uno de ellos, el auge de los nihilistas, los actos terroristas, y todo esto lo irá plasmando en sus novelas creando personajes que se ganarán el desprecio de unos y de otros. Algo que no pueda resolverse tras la muerte del autor, muerte que todo lima y concilia. Autor que será motivo de orgullo para Rusia a pesar de que este pasase la mayor parte de su vida fuera, en Francia o curándose de la gota en Baden-Baden.

El drama de Turgueniev pasa por enamorarse de una actriz, Pauline García, una mujer casada con Louis Viardot y llegar a una especie de acuerdo, que se mantendrá durante cuatro décadas, un estéril triángulo sexual. Así Turgueniev se debate toda su vida entre lo fácil que le resultaría encamarse con cualquier doncella y la necesidad de fustigarse con aquello que le resulta tan escarpado, esas cumbres amorosas inaccesibles, consumiendo así su existencia bajo un fuego que apenas calienta.

KRK. 2007. 350 páginas

Yo tuve un sueño. El viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos (Juan Pablo Villalobos)

Yo tuve un sueño. El viaje de los niños centroamericanos a Estados Unidos (Juan Pablo Villalobos)

Hace poco más de un mes Eduardo Halfon y Juan Pablo Villalobos pasaron por la ciudad de Logroño, y dentro del festival de narrativa Cuéntalo estuvieron charlando, frente a un público entregado, moderados por Cristina Hermoso de Mendoza, acerca del desarraigo, en una charla que llevaba por título Partirse en dos.

Juan Pablo habló de un libro que había escrito recientemente de crónicas de niños centroamericanos que habían emigrado a los Estados Unidos. Un libro de no ficción que empleaba técnicas narrativas de la ficción, fruto de las entrevistas a diez niños que habían tenido suerte y habían podido quedarse definitivamente en los Estados Unidos. Un libro que le había acarreado problemas, pues la ficción es algo que da impunidad, mientras que tocar temas reales y denunciar una realidad sangrante provocó, como tuvo la ocasión de comprobar, la ira de muchos manifestada con insultos, amenazas, etc.

Los niños migrantes protagonizan también, cierta parte de la última y espléndida novela de Valeria Luiselli, Desierto sonoro y que Luiselli ya había abordado como ensayo en Los niños perdidos.

Las diez historias son muy representativas -mediadas por el buen hacer de Villalobos- del infierno al que se ven sometidos estos niños. Primero en el origen, en sus países centroamericanos que como explica Alberto Arce son fosas comunes donde el ciudadano es un ente de extracción, esquilmado por las pandillas, el estado, el ejército, la policía, que sacarán de él todo aquello que tenga algún valor. De esta manera muchos niños visto el percal y con familiares, madres o padres en los Estados Unidos se despiden de las abuelas y deciden emprender un viaje incierto, donde sufrirán el sol inclemente del desierto, el frío y la humedad de los ríos que deben cruzar, los viajes extenuantes a lomos de la Bestia expuestos a toda clase de amenazas. Si logran llegar a los Estados Unidos, en los centros de detención, en las hieleras, ateridos de frío, sufrirán el hacinamiento de no tener ni un trozo de suelo en el que poder cuando menos dejarse caer como un fardo y descansar. Si les dejan quedarse algunos logran estudiar, acceder a la universidad, tener un futuro, cumplir un sueño. Los menos afortunados serán devueltos, deportados, regresados a los países de origen, a la boca del lobo pues. Otros muchos se quedarán por el camino. Su rastro, su no rostro, será quizá unas floras agostadas dejadas en un poste, junto a unas rocas. Allá donde yacieron, solos, carne de estadísticas luctuosas.

El epílogo de Alberto Arce no es nada alentador, porque las crisis migratorias parecen que lejos de remitir van a más. Los muertos y la violencia van en aumento en todos estos países (Honduras, Guatemala, El Salvador), en los que las pandillas cada vez tienen más presencia, (totalizadora) ocupando por ejemplo a 70.000 jóvenes en El Salvador. Huyendo de estas pandillas se calcula que han huido al menos 190.000 menores de edad centroamericanos en los últimos cinco años rumbo a Estados Unidos.

La lengua madre

A pesar de la globalización uno a veces lamenta no poder leer los libros de algunos autores centro y suramericanos por no encontrarse editados ni disponibles en España.

De todos modos es de agradecer a las editoriales, algunas de muy reciente creación, que ponen (y la tendencia parece que pasa por fortalecer los lazos con los países que están cruzando el charco) a nuestro alcance títulos de autores centro y suramericanos cuya lectura he disfrutado mucho tales como:

Eisejuaz (Sara Gallardo; Malas Tierras Editorial), Cometierra (Dolores Reyes; Sigilo Editorial), El amor es más frío que la muerte (Ednodio Quintero; Candaya), Nefando y Mandíbula (Mónica Ojeda; Candaya); Seres queridos (Vera Giaconi; Anagrama); El desierto sonoro (Valeria Luiselli Sexto Piso editorial); La perra (Pilar Quintana; Random House), La condición animal (Valeria Correia Fiz; Páginas de Espuma), La mucama de omicunlé (Rita Indiana; Periférica), Cuentos completos (Evelio Rosero; Tusquets), El boxeador polaco (Eduardo Halfon; Pre-Textos), Cuántos de los tuyos han muerto (Eduardo Ruiz Sosa; Candaya), Los mejores días (Magali Etchebarne; Las afueras); El trabajo de los ojos (Mercedes Halfon; Las afueras), Madre mía (Florencia del Campo; Caballo de Troya), La uruguaya (Pedro Mairal; Libros del Asteroide), Teoría de la prosa (Ricardo Piglia; Eterna cadencia); Yo tuve un sueño (Juan Pablo Villalobos; Anagrama), Temporada de huracanes (Fernanda Melchor; Random House), Degenerado (Ariana Harwicz; Anagrama), etcétera.

Eisejuaz

Eisejuaz (Sara Gallardo)

Acabo el año con una de las mejores novelas que he leído en el mismo. Hablo de Eisejuaz de la argentina Sara Gallardo (1931-1988), feliz recuperación de la editorial Malas Tierras.

Manuel Múgica Lainez en una carta dirigida a Sara le decia: !Qué libro extraño y bello has logrado… qué audacia…ójala la gente deje atrás la sorpresa de las primeras páginas y se interne en su singularidad alucinante.

Comparto lo que dice Lainez. De entrada el libro desconcierta pero si uno decide recorrer sus doscientas páginas tendrá la sensación de haber leído muchas más y de haber habitado el subyugante mundo creado por Sara, en cuyo centro sitúa un personaje, Eisejuaz, de los que es difícil desprenderse.

Un Eisejuaz que me recuerda al Christmas de Luz de Agosto de Faulkner aquel blanco de sangre negra repudiado por todos aquellos que no admiten mestizaje alguno.
Eisejuaz es indio mataco y estos lo repudian tras haber permanecido en una misión católica y haber entrado en el tráfico de los blancos laburando como capataz. Y los blancos ídem, porque ven en los indios como Eisejuaz a salvajes, bárbaros, caníbales.

Eisejuaz muerto su mujer está más solo que la una. Es un animal solitario que corre el riesgo de comerse a sí mismo. Pero Eisejuaz tiene una misión, un llamado, algo que cumplir. Está en comunicación con el Señor y sus mensajeros. Una comunicación mediada por la naturaleza con la que Eisejuaz se trata de tú a tú, sin altivez, ni posesión, cogiendo solo lo necesario para subsistir, de forma precaria, pues Eisejuaz pasa las de Caín, pasa hambre, sed, rumia la soledad, el cansancio agotador del rechazo, las constantes provocaciones, pero él resiste a todo y a todos y encuentra la manera de ocupar su tiempo cuidando de Paqui, un hombre al que se ve en la obligación de cuidar, no porque le apetezca sino por cumplir su llamado y dar sentido a su ser. A su alrededor no hay alegría ninguna, ninguna risa, todo es funesto, trágico, violento, descarnado, una mísera existencia tan desposeída que lo iguala a las piedras del camino, al adobe de las casas, a los guijarros del río. Pero Eisejuaz en su empeño, en su capacidad de sacrificio solo quiere hacer el bien, por mucho que les pene a quienes logra ayudar, sin estos saberlo, e incluso granjeándose un odio infinito, voraz, implacable, letal. Ayuda a Paqui como ayudará a una joven a la que le dará la posibilidad de otra vida, sacándola del infierno en la tierra.

Como sucede al leer a Bernhard que inocula en el lector un desasosiego que no cesa ni tras haber acabado la lectura de sus novelas, Sara Gallardo hace aquí lo propio al ir desvelando las andanzas del Atalante Eisejuaz, del Sísifo Eisejuaz, con un lenguaje primigenio, extraño y poderoso preñado de sabiduría y experiencia que se manifiesta bien en los diálogos, con una gramática dislocada, libérrima, que resulta uno de los muchos atractivos de esta novela audaz, sí, genial también.