Archivo de la categoría: Moisés Mori

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Stendher en Santandal. Un cuento cantábrico (Moisés Mori)

Estos últimos años voy leyendo con gozo los libros de Moisés Mori y pienso en Estampas rusas. Un álbum de Ivan Turgueniev, No te conozcas a ti mismo. Nerval, Schwob, Roussel o César Aira y la silla de Gaspard.
Como vemos todos ellos son ensayos sobre escritores. Stendher en Santandal es otra vuelta de tuerca. Un ensayo acompañado de un cuento cantábrico. Texto híbrido que incardina lo ensayístico con lo novelesco.
El objeto del estudio aquí es Stendhal, sus obras más conocidas como La cartuja de Parma o Rojo y negro (no he leído ninguna de las dos), sin desdeñar otras obras autobiográficas como Vida de Henry Brulard. Y ampliando el círculo también hablará Mori de Henry James, Michaux, Proust y también la recepción y estudio de la obra de Stendhal en escritores como Balzac, Mérimée, Leys, Julian Barnes, Zola o Menéndez Pelayo.

Stendhal es todo un personaje, una personalidad la suya construida con muchas máscaras, subyugante, o así se me antoja después de leer a Mori. Es de traca que hoy a muchos les suene Stendhal, no por su producción literaria, sino por el síndrome, que aquí también tiene su presencia e importancia. Síndrome que es artificio, ficción, literatura.

El cuento cantábrico le permite al autor expresarse a través de su narrador y presentarnos este a su tío Kike, hombre y nombre que dan mucho juego pues la literatura ha encumbrado a un buen puñado de Henry(s). No olvidemos que Stendhal nació como Henri Beyle.

El texto, tanto el ensayo como el cuento, abunda en las referencias literarias, así desfilan, presumo, las filas del autor: Vila-Matas, Belén Gopegui, Jordi Soler, Artaud, Tavares, Michaux, Álvaro Enrigue, Mariana Enríquez

Aquí la literatura lo impregna todo. Las conversaciones, pensamientos y reflexiones de los personajes, también el tiempo de recreo que Kike emplea en sus triángulos e imperfectos futuros.

Lecturas que para Kike pueden ser transformadoras, literatura aquí manifestada como juego, e imaginación, ya desde su título, y que es también ofrecimiento y promesa.
No sé si hay libros que vamos buscando o si son ellos los que se encargan de encontrarnos. Recuerdo caminar por el paseo marítimo de Peñíscola y a Luis hablándome de este libro, enhebrando mi curiosidad.

Sea como fuere, un libro tan libresco y literario y humoroso e ingenioso como este de Mori, me depara una lectura gozosa, muy capaz de sumirme de tal manera en el texto que ni las curvas de la sinuosa carretera que por el Camero Nuevo conduce hacia Soria me han producido mareos.

En mi última visita a Santandal comprobé que la mítica Librería Estvdio de la calle Burgos había cerrado sus puertas, para abrir La Casa del Libro en su mismo emplazamiento.

Stendhal en Devaneos; Ernestina o el nacimiento del amor

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No te conozcas a ti mismo (Nerval, Schwob, Roussel); Moisés Mori

Llevo desde que comenzó este año paseándome por la España de comienzos del Siglo XIX de la mano de Benito Pérez Galdós y sus episodios nacionales. Pero hay algo que ejerce una especie de movimiento centrífugo que me aboca, en esta ocasión, a otros autores contemporáneos (alguno por los pelos) de Galdós (1843-1920). Moisés Mori escribe tres fascinantes biografías sobre tres figuras señeras (bastante desconocidas por la península ibérica) de la literatura francesa del siglo XIX y comienzos del XX. Hablo de Raymond Roussel (1877-1933), Marcel Schwob (1867-1905) y Nerval (1808-1855). Ojeando las cifras vemos que el estambre de la vida se agostó pronto para ellos, pues murieron entre los 38 y los 56 años y no se trató en el caso de Roussel y Nerval de algo involuntario, sino que fueron ellos los que buscaron la muerte por la vía del suicidio.

Hace poco leí otro ensayo de Mori que versaba también sobre Roussel, pero no hay que lamentar duplicaciones. En aquel libro se hacía hincapié en la novela “El doble” a consecuencia de su publicación en castellano por la editorial Wunderkummer, con traducción de María Teresa Gallego Urrutia. Aquí también se habla de su método, su procédé, y el libro que se aborda es Locus Solus, porque aquí las biografías abundan en la obra literaria, para acercarse así al escritor desde su quehacer principal, lo que es su razón de ser: la escritura. Los tres casos que se nos presentan cifran ese espíritu para el que la literatura lo es todo, unos márgenes convertidos en núcleo, las máscaras en una segunda piel, un corazón a medida.

Afirmaba Richard Holmes que entre biógrafo y biografiado se llegaba a un relación de confianza. Leyendo estos textos se percibe una transformación, una especie de comunión que va más allá de la confianza llegando a la usurpación, de tal manera que cuando uno lee los textos de Nerval, Schwob y Roussel y luego sigue con las explicaciones, disecciones, reseñas y análisis perpetrados por Mori es como si éste hubiera alcanzado ese trance en el que se logra escribir por mano del biografiado, registrando así sus distintos mundos interiores, azotados estos por turbamultas de toda clase, pues todos ellos se ven asolados por la literatura, aherrojados a la escritura, la rueda de molino que vivifica y condena. En el caso de Roussel éste actuará como un mecenas de sí mismo, publicándose sus obras, poniendo todo el dinero de su bolsillo para cubrir los gastos de sus obras teatrales, muriendo en Palermo rodeado de los suyos, una familia numerosa: doce ejemplares de Locus Solus. Nerval por el contrario nunca lo tuvo tan fácil, sabedor de lo complicado que era vivir de la escritura: Si un joven se dedicaba “al comercio o al sector manufacturero” podía esperar “todos los sacrificios financieros posibles” de su familia; e incluso si no tenía éxito en un primer momento su familia se quejaría pero seguiría ayudándolo. Un hombre que decidiera ser “médico” o “abogado” debería contar con varios años en que no tendría suficientes clientes o pacientes para obtener beneficios, y su familia se “sacaría el pan de la boca” para que seguiría adelante.“Sin embargo, nadie considera que el hombre de letras, haga lo que haga, por mucha ambición que tenga, por muy dura e incansablemente que trabaje, necesite el mismo apoyo en la vocación que ha seguido. O que su carrera que puede acabar siendo tan sólida desde un punto de vista material como las otras, probablemente tendrá -como mínimo en nuestros tiempos- un período inicial que es igual de difícil”.

Schwob es otro escritor enfermo, abatido, postrado, que vive (o muere) para escribir. Sangro en cada página decía Roussel. De Schwob se nos habla de sus Vidas imaginarias, La cruzada de los niños, Cartas parisinas, El libro de Monelle, del que procede el título del libro. A pesar del ensimismamiento inherente a la escritura la sociedad también se filtra por los intersticios de la biografía, como le sucede a Schwob ante el caso Dreyfus, abriendo dos bandos: a favor y en contra. El antisemitismo sobre la mesa. Posicionamiento que a Marcel lo aleja de Daudet. O las relaciones que surgen con otros escritores de la época como Renard, Zola, los hermanos Goncourt, Huysmans…

De Nerval, Mori centra su atención en Viaje a Oriente. Y así el lector viaja y se embriaga de olores y colores de ciudades, folclore, mitología. Se habla en el libro de que la literatura debe ser energía, la de un corazón latiendo, un esfuerzo sístole-diástole.

Las tres biografías convertidas en fluidos ensayos resultan subyugantes porque parecen textos segregados por Nerval, Schwob y Roussel, aunque quien mueva los hilos sea Mori, en cuyos textos cristalizan la fiebre, el delirio, la locura, la mística, el simbolismo, lo grecolatino, la pasión, la fe ciega, la enfermedad, la herida, en suma, que supura y anega cada página.

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César Aira y la silla de Gaspard (Moisés Mori)

Nada había leído de Moisés Mori (Cangas de Onís, 1950) hasta que a finales del pasado año cayó en mis manos las Estampas rusas. Un álbum de Ivan de Turgueniev. Ahora voy en busca del tiempo perdido y lo hago con el presente libro, o mejor, libropresente, pues este ensayo no deja de ser una dádiva que se nos ofrece.

Si resumir o reseñar un libro es degradarlo, reseñar un ensayo que es una hiperreseña ¿qué será?.

Comenta Moisés antes de pergeñar este ensayo que apenas sabía nada de César Aira, más allá de haberse leído alguna de sus novelas. Moisés andaba dándole vueltas a Raymond Roussel (ya le había dedicado Mori otro ensayo, compartido con Nerval y Schwob, a lo Zweig (por lo de las ternas), titulado No te conozcas a ti mismo), tratando de reseñar su libro El doble (obra que creía el galo, muy consciente de su genio y de su capacidad para crear un arte nuevo- lo encumbraría en la gloria literaria y que obtuvo nulo reconocimiento pero sí le granjeó una depresión de por vida, hasta acabar suicidándose en Palermo en 1933), que la joven editorial Wunderkammer ha tenido a bien verter al castellano gracias a la traductora María Teresa Gallego Urrutia.

Un buen día Moisés descubrió que César Aira hacía mención a Roussel y a quien consideraba como uno de sus inspiradores, de sus maestros, un referente expreso El resto vino solo. Hete ahí el título, César Aira y la silla de Gaspard (Gaspard es uno de los personajes de El doble). Moisés elabora una doble reseña, tanto de El doble como de otras obras de Roussel y de Aira, en especial de El Mago, Varamo, Prins, Un episodio en la vida de un pintor viajero (de las cuales ya di cuenta por estos lares).

Como todo ensayo, aquí escribir es probar, tentar, incluso ir dando palos de ciego, pues Moisés de César Aira sabe lo justo que hay que saber. Lo que le mueve no es el conocimiento exhaustivo, académico, enciclópedico del artista (filias, fobias, bibliografía…) sino algo más intuitivo, como el apasionamiento, la devoción que le suscita Aira a Mori.

El título consta de dos capítulos, Doble o Nada y César o Nada. En cuanto a Roussel, Mori nos habla de su procédé, del método que puso en marcha el autor francés, algo parecido a una máquina automática capaz de generar literatura, yendo por derroteros distintos al del sentido, lo autobiográfico, las enseñanzas, los sentimientos, la psicología; una especie de despojamiento del yo. Una escritura que se erige en relacionar palabras homónimas, la polisemia, el juego de palabras… aunque como afirma César intentar explicar el procedimiento de Rousell es «tiempo perdido«.

Cuando Aira aborda a Roussel para desentrañarlo, este cree que su método de escritura consistía simplemente en ocupar el tiempo (mucho y bien ha escrito Baudelaire sobre el tedio), escribir para llenar un tiempo vital que de otro modo habría quedado vacío; que es esto y no otra cosa lo que le lleva a escribir. Da igual según César Aira escribir bien, lo importante es escribir, porque escribir es una decisión de vida, que se realiza con todos los actos de la vida.

Quien haya leído a César Aira sabe bien que lo suyo es la imaginación desbordante (hermanado en esto con Roussel, que decía que Chez moi l’imagination est tout), lo singular, la extrañeza, la improvisa, el delirio, bajo un principio rector que para Aira es “la verosimilitud”. Un estilo que Moisés resume así: las novelas de Aira carecen voluntariamente de suspense, de emociones, tampoco aspiran a un alto estilo, y sus personajes poseen la misma profundidad psicológica que un champú o un cepillo de dientes; de modo que la historia o resulta creíble o es solo efecto, un destello, se despeña por el abismo del arbitrario ¿Y qué discurso sustenta lo arbitrario?

No lleva bien Aira la autoficción, lo autobiográfico: la actual tendencia dominante entre los novelistas, ese dar vueltas sin cesar en torno al círculo autobiográfico […] Acogerse a algún procedimiento narrativo conlleva por una parte disponer de un sistema para generar historias, pero consiste asimismo en una manera de cerrar la puerta a lo autobiográfico.

Y ya aprovecho para introducir un párrafo que leí en el ensayo La huida de la imaginación de Vicente Luis Mora al hilo de esto, recurriendo éste al ensayo En la confidencia de Eloy Fernández Porta.

Eso es justo lo que sucede en la autoficción subjetivista egocéntrica, forma extrema de agresividad contra el lector, quién, incluso en la más morbosa de sus versiones, se encuentra frente impudicias, desnudeces y exhibicionismo no pedidos ni necesitados puesto que la persona que compró el libro lo que esperaba era una novela. Deseosa de salir de su propia intimidad para encontrar algo más importante que el uno mismo, se ve atrapada de súbito en el uno mismo inclemente del escritor autoficcional, que viene a gritarle al oído sus miserias, sus secretos familiares o sentimentales, sus coitos y, por supuesto, sus autoelogios.

Todos conocemos novelas que parecen autofelaciones. Nada raro, por otra parte, cuando el impudor es la divisa.

Se me han pasado las más de 300 páginas del ensayo en un suspiro muy fruitivo. No sé cuál es el método de Mori pero funciona, vaya que si funciona.

KRK Ediciones. 2019. 320 páginas

César Aira en Devaneos:

Los fantasmas
El mago
Prins
Varamo
Diario de la hepatitis
Un episodio en la vida del pintor viajero
La pastilla de la hormona
Cecil Taylor
Los dos payasos

www.devaneos.com

Estampas rusas. Un álbum de Iván Turgueniev (Moisés Mori)

Con títulos como el presente renuevo mi entusiasmo por el género biográfico. Hace muy poco gocé de lo lindo con Señor de las periferias de Jesús Montiel que abordaba con su potente prosa poética la vida del periférico Robert Walser.

Moisés Mori en Estampas rusas, un álbum de Iván Turgueniev presenta al gran público (espero) la vida y obras de Turgueniev, autor de, entre otras muchas obras, Padres e hijos. El texto resulta subyugante de cabo a rabo, pues Mori aborda la personalidad del ruso desde muchos ángulos distintos -con capítulos muy breves- tratando de iluminar todas las zonas del escritor que morirá ya consagrado con honores de Estado. Veremos sus más y sus menos con otros escritores contemporáneos. Las desavenencias son con Dostoievski que en Los Demonios emplea a Karmazinov para ajustar cuentas con él o con Tólstoi con quien nunca hizo buenas migas, pues este veía en Turgueniev a alguien superfluo (impagable la escena del cancán), melifluo, embebido por su galantería, sus buenos modales, su diplomacia, una estética que suponía un atentado contra los principios morales de Tolstói, si bien ya al final cuando Tolstói se amorra a un existencia marcada por el cristianismo sacará fuerzas de flaqueza para que haya cierta concordia entre ambos. Con Goncharov existe una rivalidad que los enemista pues Goncharov cuando publica Oblomov afirma que Turgueniev plagia sus textos al escribir Nido de nobles. Disputa que se salda con la conclusión de que Turgueniev se ve aquejado de Oblomovismo.
En el haber de las filiaciones Turgueniev cuenta con Flaubert, una especie de alma gemela, ambos se ven como ese par de topos que cavan su galerías en una misma dirección, o con Maupassant. Los sesenta y tres años de vida de Turgueniev dan mucho de sí en cuanto a viajes y desplazamientos. Turgueniev hacendado como era y libre de cargas familiares, pues a su hija Pelagia enseguida la endilga a un matrimonio amigo suyo, los Viardot, se ve y siente como un espíritu libre pero atormentado, pues le llega el día, la hora de la muerte, en la que se siente muy solo, sin mujer, sin nadie con la que haber compartido su existencia, más allá del retorno que le ha producido la literatura. Un soplo de inmortalidad que le recorre el espinazo erizándolo.

Turgueniev, asumido como un bonachón, del que todos alaban su generosidad, su bonhomía, su disposición a echar una mano a quien la precise, ese cíclope con alma femenina como se dice en el texto, era un hombre escindido que se debatía entre lo que quería hacer y la asunción de que todo se quedaría en agua de borrajas, pues su compromiso era nulo con casi todo, así que sabrá ir vadeando las distintas etapas políticas: la caída de dos zares y el asesinato de uno de ellos, el auge de los nihilistas, los actos terroristas, y todo esto lo irá plasmando en sus novelas creando personajes que se ganarán el desprecio de unos y de otros. Algo que no pueda resolverse tras la muerte del autor, muerte que todo lima y concilia. Autor que será motivo de orgullo para Rusia a pesar de que este pasase la mayor parte de su vida fuera, en Francia o curándose de la gota en Baden-Baden.

El drama de Turgueniev pasa por enamorarse de una actriz, Pauline García, una mujer casada con Louis Viardot y llegar a una especie de acuerdo, que se mantendrá durante cuatro décadas, un estéril triángulo sexual. Así Turgueniev se debate toda su vida entre lo fácil que le resultaría encamarse con cualquier doncella y la necesidad de fustigarse con aquello que le resulta tan escarpado, esas cumbres amorosas inaccesibles, consumiendo así su existencia bajo un fuego que apenas calienta.

KRK. 2007. 350 páginas