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Los ingrávidos (Valeria Luiselli)

Hasta la fecha había leído dos libros de Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983): Papeles falsos y La historia de mis dientes.

Los ingrávidos es con diferencia el que más me ha gustado de los tres.

Una lectura apresurada de esta novela puede llevarnos a considerarla como una divertida fantasmada, con personajes que se difuminan, pierden cuerpo y gravidez hasta su desaparición. Bajo esa apariencia superficial, si dedicamos algo más de tiempo a releer ciertos fragmentos, podemos apreciar entonces el humor gamberro y desinhibido que impregna la narración, la prosa filosa e intersticial, las jugosas reflexiones sobre el acto de escribir y sobre la literatura; «escribir novelas es tratar de congelar el tiempo sin detener el movimiento de las cosas«, como escribir sirve para afirmar su existencia -en el caso de la narradora, quien reconstruye su pasado transformándolo: una ficción que infecciona la realidad, cuando su pareja lea lo que su mujer escribe y la ficcion actúe entonces como acicate para tomar decisiones y también en el caso de Owen- como si posar las palabras sobre un papel equivale a fijar nuestro cuerpo sobre una balanza que acredite nuestra corporeidad, el juego de espejos que permite la dilatación espacial y temporal, donde el tiempo se repliega, tal que los dos narradores de la novela, a pesar de haber vivido en décadas distintas puedan confluir -siempre con el metro como espacio de encuentro, transición, descubrimiento y ocultamiento-, en ese espacio que construye Luiselli, un espacio real, irreal y verosímil, fantástico y subyugante, porque lo que la autora perpetra, logra lo que muy pocas novelas materializan, que es nada menos que dejar perplejo -perplejidad (pareja a la experimentada por mí al leer a Yuri Herrera) que aboca a la fascinación- al lector, no porque Luiselli invente un lenguaje nuevo, que no es el caso -donde aquejada del buen espíritu Vila-Matiano no faltan un buen número de referencias literarias: Federico García Lorca, Emily Dickinson, Ernest Hemingway, Walt Whitman, Francisco de Quevedo, Ezra Pound, William Carlos Williams, Louis Zukofsky, Herman Melville, Roberto Bolaño…, sino porque la lectura de estos fragmentos narrados en primera persona, vividos, fantaseados, ficcionados, friccionados, tamizados por el talento de Luiselli, deparan una lectura gozosa.

Aparecen en la narración niños y mascotas y hay ahí algo esencial que puede pasar desapercibido en los breves diálogos que los niños mantienen con la narradora, su madre, o con el padre menguante. Ahí vemos cómo en la labor de educar por parte de los adultos, sus continuas correcciones, no hacen otra cosa que lastrar o castrar la imaginación de sus hijos.

Editorial Sexto Piso. 2011. 144 páginas.

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