Archivo de la etiqueta: Romanticismo

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Don Juan Tenorio (José Zorrilla)

Don Juan Tenorio es la obra más representativa del teatro romántico español. Según el propio Zorrilla su Don Juan es una refundición de El burlador de Sevilla y del Convidado de piedra de Zamora, leo en la introducción.

La obra resulta divertida de principio a fin, merced a su chispeante fraseo, si bien hemos de poner en solfa su credibilidad. Don Juan es un personaje que alardea tanto de los hombres que ha matado como de las mujeres que ha conquistado. Y así mide sus proezas con otro personaje similar: Luis Mejía. En estas correrías, el punto de inflexión viene cuando Don Juan Tenorio, en una de sus apuestas se cree capaz de seducir a la joven Inés, a la que llegará a sacar del convento.

Un tema relevante en la obra es la posibilidad de redención para Don Juan Tenorio. Ya en las postrimerías y a petición del espíritu de Inés, Don Juan pide perdón, que le será concedido, obteniendo de esta forma la salvación eterna.

Entre los muchos denuestos que le dedicó Miguel de Unamuno, este dijo que el defecto principal de la estética de Zorrilla es la falta de universalidad. La razón, el no haber ahondado ni en sí mismo ni en el pueblo. Su poesía es, estéticamente, superficial, los sentimientos que quiere expresar son superficiales y están superficialmente expresados.

Compartiendo o no las palabras de Unamuno, la obra de Zorrilla merece ser leída. Hay una adaptación teatral con Paco Rabal, Fernando Guillén y Conchita Velasco que reproduce fielmente el texto de Zorrilla, y puede verse aquí.

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Hyperion (Friedrich Hölderlin)

Leer a Hölderlin ha sido toda una experiencia.

Hölderlin inflamado de romanticismo recrea en este texto, por voz de su personaje Hiperión, esa Grecia arcádica, tan fragante y luminosa que uno leyendo este texto, la huele y la visualiza. Y dan ganas de coger un vuelo, seguir los pasos de esos Peregrinos de la belleza y perderse eremíticamente en una de esas islas…

Hiperión se debate entre el amor que le ofrece su amigo Alabanda y el de su amada Diotijma, un amor que no le impide vivir, a ratos, como un eremita, alejado del mundanal ruido, en plena conexión con la naturaleza, coleccionando puestas de sol, cultivando sus pensamientos, nutriéndose con el alimento que le proporciona el mar, en el que su mirada se pierde.

La duda y la angustia que Hiperión siente le propulsionan, le alzan sobre su inacción e incluso desatan su espíritu belicoso, a través de una guerra, en pos de la libertad de Grecia, que purifica y barbariza a partes iguales.

En la recreación de esa Grecia mítica, Hiperión se centra en la figura mítica del pueblo ateniense, resultando como contrapunto su pueblo alemán (al que regresa) bastante peor parado.

Me gusta lo que leo sobre aquellos pueblos que maltratan a los artistas, «!ay!, donde la naturaleza divina y sus artistas son tan maltratados, desaparece el mayor encanto de la vida, y cualquier otro astro es preferible a la tierra. Allí los hombres, a pesar de haber nacido todos en la hermosura, se vuelven cada vez más salvajes y yermos; crece el espíritu de servidumbre y con él, el zafio envalentonarse; con las preocupaciones aumenta la borrachería; y con el lujo el hambre y el temor por la subsistencia».

Hiperión es la búsqueda de la belleza, ensalzada, a través de la poesía, la cual media entre el hombre y lo sagrado, entre el hombre y sus sueños, un lirismo inflamado convertido en obra de arte.

El siguiente paso sería hacer una nueva lectura más profunda, a fin de validar lo que dice el traductor de esta obra, Jesús Munarriz, «si profundizamos en el libro, si se tiene la suerte, como yo la tuve, de desmenuzarlo palabra a palabra y frase a frase, de releerlo infinidad de veces puliendo y afinando mi versión, uno va descubriendo que además de la historia amorosa, hay en Hiperión una multiplicidad de sentidos y significados que trascienden la narración para entrar en el mundo de la filosofía, de la reflexión histórica y política, de las grandes preguntas del hombre ante el mundo.»

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La flor azul (Penelope Fitzgerald)

Antes de pasar a la posteridad como Novalis, el romántico Friederich von Hardenberg, se enamoró de una joven de doce años. No sabemos si Hardenberg se enamoró de la niña, del concepto del amor, de su juventud, de su inocencia, de su aura virginal o de todo ello. La narración no es erótica, ni hay ningún asomo de voluptuosidad. Lo que Hardenberg siente por Sophie es algo más platónico. La chica, como le hacen ver los allegados de él no tiene nada extraordinario, sino más bien una belleza distraída y la naturaleza de una niña de doce años. La autora, Penelope Fitzgerald (Lincoln, 1916) mediante capítulos muy breves nos presenta a Herdenberg, a su familia y sus innumerables hermanos, sus padres, sus amistades, el círculo de Jena, del que forma parte, y por ahí pululan Goethe, Fitche, lecturas del Robison Crusoe del Wilhelm Meister. De fondo, las consecuencias de la revolución francesa, el auge de Napoleón, los estertores del siglo XVIII. El ritmo de la narración es endiablado, sumamente ameno, la autora apenas se impone y su narración resulta límpida, subyugante y trágica. Personajes como Bernhard surgen y perduran con apenas dos trazos. Aquellos que conozcan algo de la vida de Novalis sabrán la mala suerte que corrió Sophie y buena parte de los hermanos de Novalis. Tras la muerte de su amada (Sophie muere al poco de cumplir los 15 años) Novalis sabe que tendrá una vida interesante (y desgraciadamente muy corta, pues murió a los 29 años), a pesar de lo cual, preferiría estar muerto, dice. La figura de Hardenberg antes de ser un poeta reconocido, fama que le vino tras morir Sophie, combinará su labor como poeta, con la de ingeniero empleado como director de minas de sal, algo que a él le resultará de lo más natural.¿Podría alguien que no fuese un artista, un poeta, comprender la relación entre las rocas y las constelaciones? se pregunta.

Mondadori. 230 páginas. 1998. Traducción de Fernando Borrajo.

Don Álvaro o la fuerza del sino

Don Álvaro o la fuerza del sino (Duque de Rivas)

Don Álvaro o la fuerza del sino es un muy buen exponente del teatro romántico español del siglo XIX. En apenas 100 páginas Ángel de Saavedra -Duque de Rivas (1791-1865)- erige sobre el equívoco una tragedia descomunal, que nada tiene que envidiar a las tragedias griegas, y ya sea por mala suerte, por venganza, o por que los sentidos nos traicionan y sacamos fatales y erróneas conclusiones, en la obra palma todo pichigato.
Por medio se mezcla lo humorístico y lo trágico, el verso y la prosa, un lenguaje coloquial y florido, múltiples escenarios: ya sean estampas rurales, frentes de batalla, o lo recoleto de un convento.
Todo es llevado al último extremo, a la muerte que lo toma todo, ya sea por accidente, o por ensañamiento, pero el caso es que a pesar de que esta obrita de teatro la he leído con cierto regocijo, no sé bien la razón, no me ha llegado y removido tanto como por ejemplo Bodas de sangre, o Antígona, porque no he llegado a ser parte activa de la obra, sino un mero testigo de los acontecimientos, como el si aciago destino de todos los presentes en la obra no llegara a encarnarse.