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Los santos inocentes

Los santos inocentes (Miguel Delibes)

A Delibes lo leíamos en el colegio. Así cayeron El camino, La hoja roja. Luego por mi cuenta leería La sombra del ciprés es alargada, Las ratas, Diario de un cazador, Diario de un emigrante, Mujer de rojo sobre fondo gris, 377a madera de héroe y su última novela, El hereje, novela histórica de calidad, obra de uno de los mejores escritores españoles del siglo XX.

Los santos inocentes será recordada por muchos gracias a la fantástica película que dirigió en 1984 Mario Camús con Paco Rabal en la piel de Azarías y de Alfredo Landa como Paco el bajo. Inolvidables ambos.

Delibes en poco más de cien páginas muestra a las claras esa España de señoritos latifundistas y de lacayos serviles. Señoritos cómodos en esa situación feudal en la que dan por hecho que siempre tiene que haber unos que manden y dirijan el cotarro y otros serviles, analfabetos, que obedezcan.

Pedro e Iván son los primeros, señoritos de vida regalada que se entretienen cazando, dilapidando su tiempo y su fortuna entre naderías, dando cera a los Ministros y otras personalidades. Azarías, Quirce, Paco el bajo, su mujer Régula y sus hijas Nieves y la niña chica son los humillados, donde la miseria y el retraso mental son el caldo de cultivo del que se alimentan, a su pesar.

El cortijo en el que viven en una fortaleza, un castillo, del que parece imposible escapar. Paco el Bajo y su mujer quieren para su hija Nieves una vida mejor, que le permita salir de allá, ver otro mundo, y en definitiva prosperar. Los personajes encarnados por los señoritos, son orgullosos, vanidosos, prepotentes, despóticos, donde su egoismo antecede cualquier otra consideración, para quienes sus sirvientes, son poco más que mascotas, obligadas a la adulación y a reirles las gracias, útiles en cuanto atienden a sus fines, y material de deshecho en cuanto dejan de servirles. Piezas de recambio fácilmente reemplazables.

Delibes es un maestro construyendo personajes describiendo la España rural de los primeros años sesenta. La figura que crea de Azarías es soberbia. Un personaje de los que te acompañarán ya para siempre. Él y también su cantilena, «ay milana bonita».

Dedicar tres horas a leer este libro, no es perder el tiempo, es ganarlo.

La pecera

La pecera (Juan Gracia Armendáriz 2015)

Juan Gracia Armendáriz
Editorial Demipage
2015
400 páginas

Miguel es alcohólico. Vive en una pecera etílica, el alcohol es la cota de malla, que le protege de la intemperie, de la realidad, la bebida es el velo que emborrona el presente, hace imposible el futuro y deja el pasado convertido en algo fangoso. Miguel ha escapado siempre de los compromisos que devienen en matrimonios, en parejas formales, en hijos, en tardes frente al televisor. Hasta que se topa con Ana. Los dos juntos, amarran entonces sus soledades, sus tragedias personales, sus borracheras, sus heridas abiertas y brindan por el futuro, por la esperanza, por los puentes que ella está decidida a crear para los dos, con un perro, a falta de un hijo, como testigo, pero Miguel sigue bebiendo, porque ve vida en la bebida, y de ahí no sale, se enroca con la botella en alto, mientras Ana va perdiendo la paciencia hasta que acabe dejando ambas adicciones, el alcohol y a Miguel. Y Armendáriz, el autor de esta novela, se despacha a gusto durante cuatrocientas páginas, con las andanzas de Miguel, profesor universitario de literatura, acogido a una baja por enfermedad, depresión mediante, sublimada como un limbo laboral durante el cual colmar su pasión etílica. El sentido del humor, el patetismo de Miguel, sus pensamientos, o delirios, arrojan páginas apabullantes, inflamadas, exacerbadas, delirantes, explicitando un desencanto que resulta encantador, subyugante, sin componendas, sin censuras, todo dicho a las bravas, con una prosa que muerda, araña, patalea y embiste, ya sea con el moro euskaldun, con el comando contra la literatura y la diatribas sobre todo lo que esta, la literatura, supone y acarrea, con una Vargas Llosa como víctima de la saga Saw, con dedos, pero sin dientes, acerca de las mujeres que leen a Bukowski pero follan como robots, para quienes el sexo es un trueque de calambres, mientras Miguel sigue en caída libre y donde Ana ve en él un casteller con el que salvarse y salir de ese bucle de alcohol, vómito y degradación, toda vez que sienta o llegue a creer que la pérdida de la dignidad es un camino de no retorno. Es Miguel un espejo deformado, pero un espejo en definitiva, que refleja nítidamente la realidad en la que nos movemos, la hipocresía rampante, la mediocridad en todos los ámbitos, donde el presente es algo tan contingente y precario que vivir o morir a veces es cuestión de horas, de minutos.

Años luz

Años luz (James Salter 1999)

James Salter
1999
Editorial Salamandra
384 páginas

Un libro te lleva a otro, una lectura a otra, una reseña a otra, un autor a otro.

Hace más de dos años leí este artículo de Antonio Muñoz Molina en El País, donde decía cosas como estas:

«Qué importancia puede tener una literatura que no induzca al insomnio y no nos deje en un estado de vehemencia parecida a la fiebre. Estuve leyendo Light Years (Años luz) a lo largo de toda una noche y sólo cuando alcé los ojos tras la última página me di cuenta de que había empezado a amanecer».

Finalmente, hace tres semanas, compré este libro de la editorial Salamandra, en bolsillo, por ocho euros lo leí y muy complacido quedé.

Algo, o mucho de lo que dice Molina hay en la prosa de Salter, la cual sin apenas estridencias te mete de lleno en ese arroyo que fluye, que borbotea, que se ralentiza y luego se remansa a lo largo y ancho de dos décadas, con una prosa de frases cortas como latigazos, con la que el autor nos va contando una(s) historia(s) que mete(n) el dedo en la llaga en lo tocante a las relaciones de pareja, a la asunción de la paternidad, al encaramiento de la adolescencia de los hijos y el posterior abandono del nido, a la fuga del deseo, al aburrimiento parejil, a esa anhelada libertad y la conquista de otros mundos, de otros territorios, de otras zonas de la personalidad eclipsadas e imposibilitadas por el matrimonio, una prosa exuberante, unos párrafos que inundan esta preciosa novela que vale la pena remontar varias veces, releerlos, fruta madura a la que ir sacando el jugo.

Personajes los de Salter que superados los cuarenta años parecen estar ya casi en su ocaso, en sus postrimerías, esperando un final, la muerte quizás, la cual lo cura toda, incluso la enfermedad de vivir.

Libros como este convierten la lectura para mí en un pasatiempo ineludible. Lean a Salter, está a Años luz de casi todos los escritores.

Los extraños

Los extraños (Vicente Valero 2014)

Vicente Valero
Editorial Periférica
2014
176 páginas

Indagar en el pasado es como recorrer un largo túnel con una linterna. Algo aflora, algo vemos, pero todo lo demás permanece en la oscuridad. Está ahí, sí, pero nunca sabremos qué se esconde bajo el manto negro que es el pasado.

Vicente Valero saca a cuatro familiares muertos a pasear. Familiares que para él tienen el estatus de extraños; rostros que nos miran desde un cuadro, desde fotografías descoloridas, como presencias inasibles, que forman parte de su familia, pero cuyo enunciado es una cáscara vacía.

Los cuatro familiares elegidos son figuras con historia, personajes únicos, singulares, muy viajados todos ellos. Un militar que hará las campañas coloniales africanas y morirá joven, quién coincidirá en tierras africanas con el aviador y escritor Saint-Exupéry. O un artista que dejará Ibiza y la sotana por el transformismo. O un jugador de ajedrez profesional desorientado más allá de los confines de un tablero. O un comandante republicano castrense y bondadoso a quien el nacionalcatolicismo vencedor orillará a tierras francesas hasta el olvido, hasta su muerte.

Valero pregunta a sus familiares vivos, colecciona y atesora anécdotas, postales, recortes de periódicos de esos extraños a los que sigue la pista de ultratumba, con varias décadas de retraso y con los pocos datos de los que dispone, brindándonos Valero un fascinante viaje sentimental al pasado, un pasado que nunca acaba de pasar, en unas páginas impregnadas de sensibilidad, y en donde las figuras de las fotografías cogen cuerpo y relieve, siendo exhumadas gracias a la portentosa prosa y mirada de Valero, que nos lleva a Marruecos, a Buenos Aires, a Madrid, a Albacete, o a Barcelona, ciudades donde esos extraños quieren cumplir sus sueños, siempre truncados estos por la soledad, el desamparo, el fracaso, las enfermedades, o las guerras.

Seres tan extraños como fascinantes son los que integran la familia de Valero, que podrían formar parte de la tuya o de la mía, porque el deseo de llevar una vida digna va más allá de insularidades, uniformes, lugares de residencia u ocupaciones.

Si la literatura es emoción y sentimiento, Los extraños, ya en su recta final, me deja tan abatido, tan colmado, tan reconciliado, tan sereno, tan plácido, tan melancólico, tan desgarrado, tan taciturno, que sabiéndome presa de tal cúmulo de sensaciones no puedo menos que recomendar la lectura de esta fabulosa novela, de este magnético y vívido fresco del siglo XX.

Una de mis mejores lecturas de lo que llevamos de año.