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El viento en las hojas

El viento en las hojas (J.Á. González Sainz, 2014)

J.Á. González Sainz
Anagrama
2014
140 páginas

Hoy toca hablar de El viento en las hojas libro de relatos del soriano J.Á González Sainz publicado este año.

El primer relato Unos pasos aún ante el umbral (el aire de su sonrisa) juguetea con el concepto de la libertad, aplicado a un niño que puede elegir el helado que quiera y quien tras probarlos todos siempre elige el mismo helado, el de sabor a limón, que para él significa la libertad. Y sí, el niño es libre para elegir, aunque siempre elija lo mismo (y lo bueno es que los adultos dándonos cuenta o no, también al ejercer nuestra libertad a menudo nos limitamos y censuramos, impidiéndonos crecer). Mientras esto sucede, su padre se exaspera y fantasea con la heladera y con una madre del parque al que acude a jugar su hijo, imaginando como sería disfrutar de su compañía (de las dos) en la intimidad, cómo sería el roce de sus cuerpos, si así colmara su deseo, su arrebato. Un relato que se cierra al compás del azar de nuestras existencias -tan veleidosas éstas como lo son nuestros afanes y deseos- tan caprichosas como el soplar del viento entre las hojas.

www.devaneos.com

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En Los ojos de la cara una pareja de ancianos mientras caminan por la acera agarrados uno junto al otro, bamboleándose, se ven increpados, injuriados y agredidos primero verbalmente y luego, casi caninamente, por un perro tan irascible como su amo, un joven broncíneo y musculado que se autoafirma y (pone en) evidencia denigrando a los demás. Ese acto de agresión genera diferentes posicionamientos morales en los videntes de tal escena. Unos pasan de largo como el que oye llover, otros se quedan mirando como el que ve una película violenta, que repela y atrae al mismo tiempo, antes de ponerse de nuevo en movimiento, hay quien se indigna y sin mover un dedo increpa al resto al grito de “pero hagan algo” y finalmente queda la pareja de ancianos restablecidos tras el empellón y la agresión, fortalecidos en su dignidad, al constatar que los dos solos se bastan y se sobran, a la “vista” del apoyo real, efectivo y eficaz que pueden recibir de esa masa informe que entendemos por ciudadanía. Un relato pues acerca del punto ciego de nuestra hiperbólica (in)humanidad, valga el pleonasmo.

El tercero es La línea de la nuca (la curvatura de la espalda). Un café es el paraíso del voyeur. Allí parapetado tras un periódico o manoseando una revista uno puede ver el fragor del mundo, y su representación, ser testigo de lo cómico que puede llegar a resultar una puerta giratoria, osarse a lanzar miradas a mujeres afanadas entre sus papeles, recorriendo palmo a palmo su cuerpo, su nuca, su espalda, merced a cristales que amplían los horizontes del voyeur. Un café que si es (o puede serlo) sinónimo de vida, de ajetreo (ahora que no se fuma no faltarán los niños, dando guerra), también puede ser el escenario trágico de una despedida, la de un usuario asiduo al café que se despide de sus amigos de café toda vez que una enfermedad es muy posible que les prive para siempre de su presencia.

En La amplitud de la sonrisa (la dirección de la corriente), tenemos a una pareja con su hija pequeña. La niña haciendo gráciles pompas de jabón apoyada en el murete de un puente, pompas tan precarias y contingentes como parecen serlo las relaciones de pareja. Donde antes hubo amor, pasión, sonrisas, hay ahora otra cosa -una rutina mortecina- donde la presencia de una hija lejos de fortalecerlos, los debilita, y si ya dijo Heráclito que todo fluye, que todo cambia, a veces la pasión, el amor, los proyectos comunes, se van corriente abajo y no queda otro que dejarlo correr, dejarlo todo fluir río abajo, hasta que desaparezcan.

En Durante el breve momento que se tarda en pasar. Un hombre camino de la oficina se queda prendado de una imagen que ve de refilón cada día, una imagen que se convierte en obsesión. Una imagen que es la visión de un maniquí. Sobre esa obsesión se articula un discurso acerca de la función del observante, de la creación de la realidad circundante a través de nuestra mirada, o de nuestra imaginación, de la concreción de los pensamientos a través del lenguaje.

En La ligereza del pecíolo, dejamos los cafés, los espacios cerrados y nos vamos al monte, de excursión donde se lleva a cabo un relato misterioso, puro suspense, donde el protagonista quiere dar alcance a quien tiene unos pocos metros por delante, el cual de la misma manera que surge, desaparece. Es este el relato que menos me ha gustado, habida cuenta de su corto recorrido, mas allá de que el protagonista ande mucho.

En Como más tarde tuve ocasión de comprobar volvemos de nuevo a un café, que para algunos jubilados es el paraíso de la Posibilidad, ese oásis donde uno es libre de hacer lo que quiera, sin más obligaciones que pasar allá las horas muertas, enfrascado en las lecturas de los periódicos, liberado de las obligaciones laborales y ahora esclavizado de otras rutinas: fotocopiadora de días clónicos. De nuevo sentado en un café somos testigos de las manías de cada cual, de la fiereza y mala educación de algunos jóvenes, de un final trágico, de una vida que es difícil de cuadrar se mire por donde se mire.

En los relatos está muy presente el tiempo, siendo esa urdimbre, ese cañamazo que da consistencia junto al espacio a esta realidad en la que vivimos, relatos en los que se respira una sensación de sorpresa, de contingencia, de precariedad, de deseo y pasión soterrada, relatos en los cuales el autor pone el acento en lo cotidiano, en actos simples, diarios y nada trascendentes, donde una mirada si no es capaz de transformar la realidad, sí al menos la enriquece, porque el buen escritor, J.Á González Sainz lo es, es alguien que «sabe» mirar.

Editorial Anagrama 2010

Ravel (Jean Echenoz 2010)

Jean Echenoz
128 páginas
Editorial Anagrama
2010

Uno de los propósitos lectores que me había hecho para este año era leer algo de Jean Echenoz (Orange, 1947). Dicho y hecho: leído.

Ravel es la décima novela escrita por Jean Echenoz y como el nombre del título indica versa sobre Ravel. A muchos les sonará el nombre, asociado al Bolero, de Ravel. En 128 páginas el autor francés acomete la tarea de presentarnos los últimos diez años (1927-1937) en la vida del afamado compositor.

Jean no opta por el elogio, por la exaltación, sino que todo es muy analítico, y está presidida la novela, por el distanciamiento entre el escritor y la figura pública sobre la que escribe y en algunas ocasiones el autor se cuestiona si ciertas cosas ocurrieron como se contaron entonces o si bien habría que ponerlas en tela de juicio.

Ravel se nos muestra como un hombre solitario, achacoso, fatigado de tanto trabajar en sus composiciones musicales, al cual no se le conocen amores, ni excesivas amistades, un hombre, decía, atildado, coqueto y pionero en el vestir, fino, delicado, áspero en el trato, dueño y señor de la fama que gestiona con agrado, acomplejado por su reducida altura y peso, que casi le impide participar en la I Guerra Mundial, para al final lograrlo, conduciendo un camión cerca de Verdún, en el ojo del huracán diariamente, de donde saldría ileso.

Lo veremos dejando su país, Francia, haciendo una travesía en un crucero de lujo hacia los Estados Unidos, recibiendo la bienvenida de la Estatua de la Libertad y realizando luego un viaje frenético por los distintos estados americanos, en un ferrocarril de lujo, recibiendo aplausos, ovaciones, halagos, reconocimientos y embolsándose en su periplo americano un buen puñado de dólares.

Jean Echenoz

Después regresa a su tierra, vacaciona en San Juan de Luz, descansa, sigue componiendo obras, como su famoso bolero, en 1928, aumentando su éxito, recibiendo el doctorado honoris causa en Oxford, hasta que llega el punto de inflexión: el derrumbe, la pérdida de facultades y el dominio de sí mismo, un accidente de tráfico, la senectud, las intervenciones quirúrgicas, la muerte, toda la nada infinita por delante.

Si al principio el libro no me encandiló demasiado, una vez que Ravel llega a suelo americano, el libro de Echenoz comienza a interesarme, la figura de Ravel también. Ravel, un músico de éxito, cuya soledad es similar a la del resto de los mortales, que nos llega al lector por obra y gracia (y fino humor) de Echenoz que logra una gran obra minúscula.

Reincidiré con Echenoz.

Intento de escapada (Miguel Ángel Hernández 2013)

Miguel Ángel Hernández Intento de escapada portada libro Anagrama marzo 2013 Jacobo montes
Editorial: Anagrama
Año de publicación: marzo 2013
Autor: Miguel Ángel Hernandez (Murcia 1977)
Páginas: 237

Miguel Ángel Hernández (Murcia 1977) había publicado hasta la fecha libros de relatos, microrrelatos, ensayos y crítica de arte. Intento de escapada es su primera novela. Se la publica Anagrama. Acaba de salir al mercado el mes de marzo.

Al final del libro el autor nos explicará por qué en esta ocasión optó por escribir una novela en lugar de un ensayo. Por qué usar un personaje a quien, cual ventrilocuo, hacer hablar, poner en su boca, las ideas que uno tiene sobre el arte, tema que controla, dado que Miguel es profesor de Historia de Arte y ha reflexionado y escrito mucho sobre el tema en sus ensayos y artículos, a pesar de su edad.

El protagonista es Marcos un joven de 21 años que viste de negro, alto, fondón y prealopécico, de esos que leen las revistas con las dos manos sobre la mesa. Se entiende, porque en lugar de porno, Marcos consume revistas y libros de arte. Marcos que es un crack en lo suyo, en sus estudios de Bellas Artes, tiene la gran suerte, a través de una de sus profesoras, Helena, la típica profe que está buena (o que directamnte te pone) a más no poder y con la cual uno se dejaría los cuernos que no ha puesto, tan solo por oír de su boca (de ese pozo de miel) una palabra de reconocimiento, de ponerse en contacto con un artista total. Si bien lo que Marcos anhela, como el resto, más que reconocimiento será darle a su profesora un buen repaso, de la pe a la pa, un reconocimiento a fondo, exhaustivo. Esas ITVs que te dejan exhausto con la mirada perdida y la lengua colgando.

Helena le propone a Marcos trabajar junto a Jacobo Montes, un artista que tiene un peculiar visión del arte (transgresor, escatológico..), que no deja nunca indiferente con sus trabajos al límite, quien va a organizar una perfomance en la ciudad y que contará con Marcos para que éste le haga el trabajo de campo, la recogida de información: esa materia prima sobre la que luego Jacobo pergeñará su obra de arte.

Lo interesante del asunto, es que si las palabras que leemos fueran las del autor, a sus 35 años, brillaría quizá demasiado el desencanto, la pantomina que es el arte, pasto y forraje para el comadreo y el mamoneo, para la recomendación de artistas, que nada tienen de tales, allá donde el marketing es el brazo armado del arte como producto de consumo y donde las grandes firmas recurren a artistas globales para hacer aún más globales sus empresas.

Miguel y esto me parece el gran acierto de esta novela (junto a la sutil evolución que experimenta Marcos) recurre a Marcos, quien a sus 21 añitos todavía está tierno y es moldeable y virgen. Y así todas esas ideas abstractas que el joven estudiante tiene en la cabeza y sobre las que uno podría estar una vida y dos, dándole vueltas, al final deben tomar tierra, coger forma y volumen y hete ahí que las ideas, ya no sobre el papel, sino potencia convertida en acto, apestan, huelen, contaminan, hieren o reconfortan, como afecta y trasciende cualquier acción humana que se ejecuta, para bien o para mal.

Será entonces cuando Marcos advierta la sima bajo sus pies, porque debe entonces posicionarse, tomar decisiones, coger el toro por los cuernos o a Helena por los pelos, o mirar para otro lado, dejarse la voz gritando u optar por la callada, luchar por una idea o dejarse arrollar por ella. En definitiva, meterse en harina y llenarse de mierda: ser juez y parte de las acciones de Montes, quien siempre en el filo, se servirá de cualquier cosa que tenga a mano, inmigrantes sin papeles como Omar también, para llevar a cabo sus performances, su concepto del arte llevado al extremo, con el que remover cuerpos y mentes, en ese momento en el que lo estético deja de ser ético para devenir otra cosa.

El libro de Miguel me ha gustado por cuanto invita a la reflexión y uno se formula unas cuantas preguntas al leer su novela (el papel del arte, sí lo estético debe ser ético, si un artista puede ser un hijo de puta sin dejar de ser artista, si el arte debe siempre ser ético o incluso legal, cúal es el valor de una vida, si todo tiene un precio, si la dignidad humana es algo intrínseco o es un atributo más que viene conformado o impuesto desde fuera, etc).

Al final, a mí me sucede con el arte (moderno), lo mismo que con la religión, que me parece una broma mayúscula, donde alguien te puede escribir 1.300 páginas acerca de lo que representa un lienzo en blanco y habrá un coro de palmeros y otro de asentidores, alabando y defendiendo como suyas las palabras del Autor de la Obra.

Las manos pequeñas (Andres Barba 2008)

Las manos pequeñas
Se publican un aluvión de libros en España cada año. 103.000 libros en 2011. El tiempo es limitado y esto al lector le obliga a seleccionar las lecturas.
A tal fin, me inicio en la lectura de la obra de Andrés Barba con su libro Las manos pequeñas, publicado por Anagrama en 2008. Es un libro de 112 páginas. Su extensión me lo hizo recomendable para esas horas muertas que cobran vida con un buen libro entre las manos. En este puñado de páginas el autor, dando muestras de su habilidad con las palabras, logra cimentar un universo claustrofóbico, donde vive Marina, una niña que tras perder a sus padres en un accidente de tráfico, ira a vivir junto a otras niñas en un orfanato, donde marcará las diferencias, siendo fruto de las envidias del resto de sus compañeras de viaje. La violencia soterrada está ahí, cociéndose a fuego lento hasta aflorar.

El libro perturba, desasosiega, toca la fibra. Como el anciano que en una residencia recibe atención pero no cariño, Marina en el orfanato recibe asistencia pero no besos, caricias, abrazos, y eso la va vaciando al tiempo que crece. De ahí esa busqueda por la piel ajena, ese aliento ajeno que le insufle vida, como las pilas a una muñeca.

Andrés Barba | La hermana de Katia (2001)