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Estrella distante (Roberto Bolaño)

Como en Los detectives salvajes o en 2666, en Estrella distante también hay una absorbente trama detectivesca y una búsqueda. Allá eran la de la poeta Cesárea Tinajero y del escritor Archimboldi, aquí la de Carlos Wieder: poeta, piloto, militar, asesino. Bolaño especula sobre la dictadura en Chile, recreándola, tras la muerte de Allende, sobre uno de aquellos magos de la muerte ajena que desaparecían a los enemigos del Régimen.
Bolaño, muy dado a reescribir sus novelas (como hiciera empleando un fragmento de Los detectives salvajes para su novela Amuleto), amplía aquí, como explica en el pórtico de la novela, lo que aparecía al final de La literatura nazi en América, para centrarse en esa figura poliédrica de alguien capaz de conciliar sus aspiraciones estéticas, como los talleres literarios, y las sentencias o versos descabalgados que el poeta Wieder caligrafía en el cielo a lomos de su avión, con un ética (o falta de ella), que no le impide borrar del mapa sin miramientos incluso a personas hacia las que podría sentir algo, como las hermanas Garmendia.
La búsqueda de Wieder alimenta el juego literario (a los que Bolaño era muy dado), convirtiendo la narración en el juego del gato y el ratón.
Bolaño se explica por boca de sus personajes y nos lleva a Concepción, a Barcelona, a Blanes: territorios que conoce. Procede al estudio del mapa de la literatura chilena: Neruda, Gabriela Mistral, Huidobro, Jorge Cáceres, Lihn, Teillier, Nicanor Parra, etc, ejerce su espíritu crítico para analizar someramente la obra de todos estos poetas, algunos de los cuales, como Nicanor Parra, fueron maestros confesos para Roberto. A otros como a Octavio Paz, a pesar de su (reconocido) buen quehacer poético, Bolaño, en su época de infrarrealista lo vilipendiaría.
Pasado el tiempo la pregunta es si vale la pena llevar ante la justicia a los criminales de guerra. El protagonista cree que no, que llega un momento en el que estos monstruos, estos genocidas, quizás no se convierten en abueletes entrañables, pero sí en personas inofensivas, incapaces ya de hacer daño a nadie.
Ese es el desenlace hacia el que nos aboca el final de esta trepidante novela: no hacer nada o ajusticiar y reparar el daño ajeno con más muerte.

El deseo de leer y de follar es infinito

[…] entonces ella me guió fuera de las consultas externas hasta un ascensor de grandes proporciones, un ascensor en donde había una camilla, vacía, por supuesto, pero ningún camillero, una camilla que subía y que bajaba con el ascensor, como una novia bien proporcionada con -o en el interior de- su novio desproporcionado, pues el ascensor era verdaderamente grande, tanto como para albergar en su interior no sólo una camilla sino dos, y además una silla de ruedas, todas con sus respectivos ocupantes, pero lo más curioso era que en el ascensor no había nadie, salvo la doctora bajita y yo, y justo en ese momento, con la cabeza no sé si más fría o más caliente, me di cuenta de que la doctora bajita no estaba nada mal. No bien descubrí esto, me pregunté qué ocurriría si le proponía hacer el amor en el ascensor, cama no nos iba a faltar. Recordé en el acto, como no podía ser menos, a Susan Sarandon disfrazada de monja preguntándole a Sean Penn cómo podía pensar en follar si le quedaban pocos días de vida. El tono de Susan Sarandon, por descontado, es de reproche. No recuerdo, para variar, el título de la película, pero era una buena película, dirigida, creo, por Tim Robbins, que es un buen actor y tal vez un buen director pero que no ha estado jamás en el corredor de la muerte. Follar es lo único que desean los que van a morir. Follar es lo único que desean los que están en las cárceles y en los hospitales. Los impotentes lo único que desean es follar. Los heridos graves, los suicidas, los seguidores irredentos de Heidegger. Incluso Wittgenstein, que es el más grande filósofo del siglo XX, lo único que deseaba era follar. Hasta los muertos, leí en alguna parte, lo único que desean es follar. Es triste tener que admitirlo, pero es así […]. Los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz. (pp. 139-140, 146.)

Roberto Bolaño. El gaucho insufrible. Anagrama. 2003. 177 páginas.

vía | Nexos

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En el café de la juventud perdida (Patrick Modiano)

Van cinco con esta las novelas que leído de Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt), el cual a medida que lo leo me va demostrando que tiene un estilo propio, muy reconocible y para mí, deleitable.
Se dice a menudo que algunos escritores siempre escriben la misma historia una y otra vez, hablaríamos de un eterno retorno, como el experimentado por Roland, el protagonista de la novela, el cual como Walter Benjamin hacía con los pasajes de Paris, éste hace lo propio con el registro de esas zonas neutras parisinas en las que se asienta, tratando así de conjurar los fantasmas del pasado, las heridas y llagas de su juventud, los rostros que no quiere volver a ver, las infaustas experiencias que quiere desterrar, ese pasado que nunca acaba de pasar y sí de posar, pues como una piedra en el corazón cuesta mucho despojarlo de uno mismo, y por mucho que cambie de domicilio, de barrio, París es como un tablero de ajedrez donde los peones como él tienen movilidad reducida y la realidad les viene cercada o enmarcada por unos límites que parecen imposibles de superar, salvo quizás a través de la muerte, que sería la liberación definitiva, que le permitiría a Roland y la joven que conoció en un café en su juventud, una tal Louki, cortar con la maroma umbilical que la liga a una realidad de la cual siempre estar huyendo, donde su estado ideal, el de Louki es la huida, el tránsito, el deambulamiemto, y aquí el despeñamiento. Y como en sus otras novelas encuentro aquí una prosa notarial que levanta acta de un mundo extinto, un registro topográfico de un París que se metamorfosea, un intento siempre vano de dejar constancia de nuestro paso por la tierra, a fin de dejar de ser simples so(m)bras del pasado.

Anagrama. 2008. 132 páginas. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia

Patrick Modiano en Devaneos | Un circo pasa, El callejón de las tiendas oscuras, La hierba de las noches, Accidente nocturno

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84, Charing Cross Road (Helene Hanff)

¡Qué grandeza de libro contenida en tan poca extensión¡. Había leído alguna novela anteriormente como Contra el viento del norte basada también en un intercambio epistolar (en aquella ocasión era un intercambio de correos electrónicos), pero allí lo que se dirimía era si al final los dos tórtolos epistolares llegarían a verse las caras y los cuerpos. Aquí no media el amor, sino el afecto que surge entre una americana amante de los libros y de las palabras y los distintos empleados de una librería de segunda mano sita en Londres. Surge un intercambio de misivas avivado por el genio y descaro de ella, Helene, la cual va construyendo una relación con buena parte de los destinatarios de sus cartas, al ir estas secundadas por viandas que son muy bien recibidas en el Londres racionado de la posguerra.

Lo jodido es que la vida pasa, las cartas van y vienen como los años, la parca va haciendo su trabajo y al final solo quedan los buenos recuerdos y la añoranza de lo que no llegó a consumarse. Novela que me ha resultado muy triste, a la par que luminosa, porque Helene nos muestra la vida sin edulcorantes, una realidad aderezada con humor y mucho empuje.

Un valor añadido es lo relacionado con lo libresco: los subrayados que Helene Hanff (1916-1997) lleva a cabo en los libros que le gustan para los posibles futuros lectores, los libros malos de los que se desprende sin miramientos, los comentarios sobre las novelas -como las de Austen- que lee, las traducciones que cercenan libros dejándolos sin sustancia alguna, el no comprar un libro que no haya leído antes (algo que a mí me resulta muy difícil de cumplir), y su amor hacia el libro como un objeto imperecedero y de culto, ahí quedan las descripciones de las encuadernaciones, del tacto de las portadas, de los lomos de piel…; unos cuantos detalles, en suma, que me han complacido enormemente.

Anagrama. 2002. 126 páginas. Traducción de Javier Calzada.