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Alberto Olmos

Ejército Enemigo (Alberto Olmos 2011)

Cuando oigo hablar de la novela perfecta (que a menudo se emplea para calificar una novela) me descojono. Estoy de muy buen humor últimamente y sandeces como esa me llevan a la carcajada. Me pregunto en qué consiste la novela perfecta. Supongo que será algo parecido al polvo perfecto, al amanecer perfecto, a la estocada perfecta, al padre perfecto, a la siesta perfecta, al pareado perfecto, a la misa perfecta. Quién establece los indicadores. Quien fija los baremos. Quien analiza los resultados.

No existe la novela perfecta. Existen palabras en un papel. Negro sobre blanco.

El autor hace lo que puede, lo que roba a la realidad, lo que araña del pasado y añade lo que su cerebro segrega y luego el lector hace el resto, remata la faena. Hay lectores perezosos, indolentes, que no quieren experimentos ni sorpresas, amentes de lecturas grises como sus vidas y otros que se entregan, que se ofrecen, abiertos a experimentar nuevas sensaciones, los gastrónomos literarios para entendernos.

Cuando leo a Alberto Olmos siempre pienso que el hombre lo hace a medio gas, sin darlo todo, conteniéndose, como si escribiera con el freno de mano echado (sin animarse a desplegar esa prosa potente más a menudo, como sí sucedía en El Talento..) y no será porque Olmos no se explaye y explicite a gusto, en algunos momentos del libro, en especial en materia sexual, donde Olmos se despacha agusto creando un paisaje naturalista embutido de pollas, coños, masturbaciones, sexo anal, sexo oral, cintos, carne fresca a granel, rezumante de semen, de oquedades saciadas, donde el protagonista Santiago se nos va por la vía seminal un día y al otro también. Me gustaría leer un libro de Olmos donde el protagonista tuviera la mala leche (y esa prosa magnética) que destila en su blog, Lector Mal-herido, donde ahí si que no hay freno de mano y todo fluye sin mirar atrás.
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El talento de los demás

El talento de los demás (Alberto Olmos)

Sigo con Alberto Olmos. Me pasa a menudo. Me da la venada por un autor y me fajo con él hasta que me acaba poseyendo. Un verano me sucedió esto mismo con Tom Sharpe, empecé con Wilt y acabe con Tom después de haber leído una docena de libros suyos cuyos títulos aún recuerdo, así que la impresión o vampirización fue de aupa.

Me inicié con Olmos leyendo El estatus, seguí con Tatami y ahora le ha tocado el turno a El talento de los demás. Si las dos novelas anteriores de Olmos son breves; una fantasmagórica y la otra una vacilada que derrocha buen humor y ofrece al lector unas cuantas carcajadas y una sonrisa sempiterna en el rostro, El talento de los demás, es una obra más densa, de 318 páginas donde Olmos se explaya a gusto.

Aquí no hay recato a la hora de escribir, sino más bien un ataque de verborrea digital que lleva al autor a toca mil asuntos, que le va sirviendo en bandeja, el protagonista Mario Sut, un joven talentoso con el violín que tras relamerse con las mieles del triunfo sufre una bajada de tensión, alejado del dulzor del éxito, para convertirse en un ser más, perteneciente a la masa, que somos la mayoría, para alcanzar algo parecido a la perfección en su siguiente trabajo. Su posterior falta de ambición, su quehacer diario sin altibajos, sin crítica alguna hacia algo o hacia nadie, hace que quienes le rodean crean poco menos que encontrarse ante un santo, una divinidad que no levita pero a quien poco le falta.

Tras conocer a Mario, en la segunda parte del libro, Olmos tiene ocasión para dar su particular visión del mundo de la creación artística, ya sean cineastas, novelistas o músicos. Olmos pertenece a la mesnada artística, alguien que escribe, que lo hace bien, que tiene talento, luego se agradece esa labor de autocrítica, ejercida sin miramientos por ese camarero a quien todos estos artistas le parecen una panda de estómagos agradecidos, quienes creyendo estar dotados de una sensibilidad artística, tocados por una mano invisible que les hace ser especiales, viviendo a menudo del dinero familiar, no alcanzan en su férrea vanidad a ser conscientes de su necedad, estulticia y superficialidad.

Que la prosa de Olmos me engancha es un hecho. Cogí el libro un viernes y lo acabé el día siguiente, tras más de ocho horas de lectura. Me ha gustado, sí. Me gusta como escribe Olmos, las cosas que dice, cómo las dice. Aúna el segoviano talento e ingenio, hondura y persistencia. Eso sobre el papel ofrece una obra que leer y releer, pues hay muchos asuntos impresos a los que vendría bien dedicarlos un tiempito.

Me pasaré por la biblioteca a ver si me hago con A bordo del naufragio, Así de loco te puedes volver, Trenes hacia Tokio. De todos modos si el autor quiere dar una muestra de dadivosidad y enviarme un ejemplar de su último libro, Ejército enemigo, publicado en la potente editorial Mondadori, yo encantado. (A veces lo sueños se cumplen, si bien de momento sigo en Standby, como Iniesta). Dejo una crítica del libro que me ha gustado, porque al menos el autor argumenta.

Ala, y ahí dejo un párrafo, de los muchos leídos en el libro, que me ha gustado. A gozarlo.

«Si mi undécima novela saliera bien, fuera publicada o premiada y mi nombre figurara fugazmente en un periódico, oh, entonces todo el mundo apreciaría mi esfuerzo, les parecía meritorio que yo hubiera pasado los últimos diez años escribiendo para conseguir esto. Sin embargo no he conseguido nada, y el esfuerzo que he hecho es el mismo que si hubiera publicado las diez novelas, no hay diferencia, no hay más horas ni menos horas, no hay más ambición ni menos ambición, pero todo depende de si a alguien ahí fuera le sale de los cojones publicarme. Alguien con dinero, por supuesto».

Esto de la edición de libros es una lotería. La historia está plagada de escritores a quienes les rechazaron sus obras una y otra vez, hasta que un buen día algún editor decide publicar alguna, y a partir de ahí van de la mano el reconocimiento, el éxito, la fama, el enriquecimiento del autor, etcétera.

Pero como dicen en la novela, uno no escribe para hacerse famoso, sino porque es un pasión, como el que va al monte a por setas, o a hacer largos a una piscina. Es la motivación lo que mueve al ser humano.

Alberto Olmos | El estatus | Tatami

El estatus (Alberto Olmos 2009)

Alberto Olmos El estatus portada
Un puñado de personajes: Claramadre y Clarita, un portero mudo, Ichvoltz el apuesto agente inmobiliario y una mucama, dentro de un hogar al cual se acaban de mudar las primeras, le permiten al segoviano Alberto Olmos pergeñar una historia que bascula entre lo real y lo fantástico, jugando con el arte de la sugerencia, los silencios y los sobreentendidos, mostrando la especial relación entre esa madre entregada a la lectura y poco cariñosa con su madre y esa niña pizpireta y parlanchina que encuentra en Jesualdo, el portero sordo, un perfecto oyente en quien volcar sus desazones y sentimientos. La madre y la hija esperan la llegada del marido-padre, el cual no acaba de llegar y esa espera desespera a la pareja, desquicia sus actos, las crispa, engrandecido todo ello con hechos extraños, fantasmagóricos que llevan a Claramadre a la desesperación.

Un habitat de cuatro paredes y mucho espacio, la típica casa fantasmagórica donde uno no sabe bien cuántas habitaciones la componen, cuántos recovecos y túneles subterráneos la surcan, en una ciudad de un país que no se nombra, salvo algunos detalles sin importancia, como los cambios de gobierno, la agitada situación del barrio en el que viven, que contribuyen a cimentar ese estado de pesadilla y alucinación en el que se mueven los personajes por obra de la prosa vigorosa de Olmos, que trama una historia de buenas hechuras, con diálogos concisos que buscan la sucintez sobre la expansión verborreica, con un logrado clima de asfixia y desazón humana, para una vez leído el final, comenzar de nuevo con la primera página en esta historia circular.

Para quienes gusten de fechas y anécdotas, indicar que El estatus lo escribió Olmos antes que Tatami aunque se publicara después.

Alberto Olmos

Tatami (Alberto Olmos 2008) Lengua de Trapo

Tatami transcurre en un avión. Una chica de buen pecho ha de sufrir las aventuras que le contará su compañero de asiento. El vuelo dura unas cuantas horas, va desde España hasta Japón. La joven que dará clases de castellano en el país nipón, además de tetona es virgen, y aunque le cueste reconocerlo se deja seducir no por su acompañante, sino por la historia que éste le cuenta. Lo mismo que le puede suceder al lector, que se puede plantear qué diantres le pueden interesar los devaneos de un onanista, pajillero y dominador. La victoria de Olmos reside , si es tal, en lograr que acabemos su libro.
Cuando los ingredientes son una tetona, un onanista que es capaz de masturbarse frente a una japonesa adolescente parapetado en la oscuridad, seres humanos que quedan en las cunetas por culpa de esa guerra silenciosa que es el cáncer, truncando amores incipientes y todo eso se mezcla con sentido del humor, diálogos briosos y finales como estaciones de paso, el resultado es Tatami, un libro que si te lo coges para ir a Japón te lo puedes leer varias veces de atrás hacia adelante, pero que te lo puedes ventilar perfectamente yendo en autobús de Logroño a Frías.

Tatami: una comedia ligera con pespuntes de drama, con seres nada agraciados que iluminan sus días con la linterna de sus fracasos y miserias.