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La luz de los lejanos faros. Una defensa apasionada de las humanidades

La luz de los lejanos faros. Una defensa apasionada de las humanidades (Carlos García Gual)

Esta colección de ensayos publicada recientemente por Ariel se construye sobre otro libro publicado en 1999 por Península, titulado Sobre el descrédito de la literatura y otros avisos humanistas. Esto lo comenta el autor en el prólogo. Es de agradecer porque ahora se lleva mucho coger un libro antiguo editarlo en otra editorial y hacerlo pasar por nuevo.
Comenta Gual que la mitad del libro son ensayos nuevos, que recogen tanto artículos publicados en El País como artículos publicados en revistas especializadas. Comento esto, porque el libro me ha resultado muy descompensado y deslavazado.
La editorial ha cogido un libro anterior, ha metido unas cuantas cosas de más y le ha puesto un título rimbombante que guarda poco relación con lo que el libro contiene. Esa defensa apasionada de las humanidades y la degradación de la educación universitaria es un discurso que Gual agota a las primeras de cambio en la onda de Ordine en La utilidad de lo inútil. Gual resulta reiterativo y cansino y su discurso si se salva es porque recurre a lo que otros han dicho, con mayor agudeza y profundidad. En este libro abundan las citas (algunas muy buenas como esta de Nietzsche: la filología es un arte venerable, que pide, ante todo, a sus adeptos que se mantengan retirados, que se tomen tiempo y se vuelvan silenciosos y pausados, un arte de orfebrería, un oficio de orífice de la palabra, un arte que requiere un trabajo sutil y delicado, y en que nada se consigue sin aplicarse con lentitud. Precisamente por ello es hoy más necesario que nunca; precisamente por eso nos seduce y encanta en medio de esta época de trabajos forzosos, es decir, de precipitación, que se empeña por consumir rápidamente todo. Ese arte no acierta a concluir fácilmente; , enseña a leer bien, es decir a leer despacio, con profundidad, con intención penetrante, a puertas abiertas y con ojos y dedos delicados), o párrafos en ocasiones de una página, de otros autores. Me fastidia que nadie antes de publicar el libro se haya dado cuenta de que muchas de las cosas que Gual dice se repiten, como aquello que dice Borges sobre leer la Odisea en distintas traducciones al inglés «La Odisea, gracias a mi desconocimiento del griego, es para mí una librería internacional de obras en verso y en prosa«, que aparece hasta en tres ocasiones. O la labor y reconocimiento del traductor, que Gual defiende a capa y espada. Según él cuando citemos algo de la Odisea, de la Ilíada o de textos parejos deberíamos citar al traductor que hizo la traducción. Esta apreciación la hace el autor en tres ocasiones. O la traducción de la Odisea (Ulixea) a cargo de Gonzalo Pérez, que se comenta dos veces. A mí todo esto me resulta muy chapucero y el libro deviene un cajón de sastre, donde un artículo en El País, que resulta escrito para salir al paso, a la vista de su escaso alcance, se codea con otros textos más especializados, eruditos y farragosos.
Dedicar tanto espacio para enterar al lector el número de veces que Borges (en su relación con los clásicos que tan bien recogió Gamerro en su Borges y los clásicos) citó a Homero, o a Platón o Heráclito en sus obras, me parece forraje para dormir ovejas. O convertir un artículo en un listado bibliográfico me parece muy poco serio y de nulo interés. Lo que procede aquí, al modo de las normas jurídicas, es hacer un texto refundido que evite las duplicidades.
Gual, escritor, crítico, conferenciante, traductor, tiene hoy peso específico como divulgador del mundo clásico y da gusto oír sus conferencias, y leer sus libros sobre mitología, pero este libro en concreto me parece poco atinado, a pesar de lo cual encontraremos cosas interesantes, sin duda, como lo dicho por Gual sobre Montaigne o La Fontaine, unos cuantos títulos de libros que podemos anotar para una posterior lectura, pero muy poco más para aquellos que seguimos la pista a Gual desde hace ya un tiempo.

Lecturas periféricas | Literatura griega en Devaneos

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No he salido de mi noche (Annie Ernaux)

Recientemente he leído algunos libros cuya sustancia narrativa es el alzheimer. Primero La presencia pura de Bobin. Muy recomendable. Luego Manual de pérdidas de Javier Sachez. Muy interesante. Podríamos coger la novela de Sachez y en su término final coger con el dedo pulgar e índice y hacer un zoom (como si estuviéramos sobre la pantalla de un móvil) sobre la relación de Abdón y su hija Virginia. Aquí cambiaríamos al padre, por una madre, la de la autora. Ernaux (autora de Memoria de chica), recuerda a su madre y no lo hace en los términos en que lo hace por ejemplo Peixoto o Javier Gomá, cuando evocan a sus padres muertos. Ernaux aborda los dos últimos años de su madre, enferma de alzheimer. Ahí se concentra la degradación corporal y mental, el olor a orina, los excrementos olvidados en una cómoda, un masticar de papeles, una decrepitud que es un volver a la infancia (volver a ser lavada, peinada, las uñas recortadas…), pero con olor a mierda, a carne arrumbada y fláccida. Ernaux lidia con esa situación como puede. Ve ese devenir, ese derrumbamiento, sin poder oponer nada. Quiere a su madre viva, aunque cada día sea un zarpazo sobre una existencia menguante. El relato, a modo de diario, es triste, deprimente, sórdido, punzante. Radica ahí el valor de este testimonio. Donde otros emplean la literatura para edulcorar, para preservar en el ámbar de las letras los buenos recuerdos, Ernaux, se confiesa, y emplea la pluma a modo de cilicio. Es fácil reconocerse en lo que Ernaux piensa y tiene el valor de escribir, cuando aquellos que amamos están tan mal que deseamos verlos morir, tanto, como verlos vivir. Una disyuntiva que es una PUTADA en mayúsculas.

Cabaret Voltaire. 2017. 129 páginas. Traducción de Lydia Vázquez Jiménez.

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Perla (Frédéric Brun)

Si ayer comentaba el libro de José Luís Peixoto, quien dedicaba su particular homenaje a su padre muerto en Te me moriste, Frédéric Brun (París, 1960) hace lo propio con Perla, su madre. Perla sobrevivió al campo de concentración de Birkenau y su hijo la recuerda después de su muerte, haciéndose un montón de preguntas sobre el paso de su madre por el mismo, muchas sin respuesta, sin llegar a entender cómo los nazis fueron capaces de aunar su gusto por la cultura con el exterminio a sus manos de millones de seres humanos que a sus ojos no eran otra cosa que, como recoge Daša en Trieste, una «carga«. No descubre Brun nada nuevo, pues sus preguntas ya se las han hecho muchos otros antes y durante todo este tiempo. De hecho el autor, sin buscar ninguna originalidad, recurre a las palabras recogidas en otros libros de Levi, de Semprún, quienes intentaron aportar en sus escritos algo de luz con sus testimonios, y como dice uno de los supervivientes, pasadas ya tantas décadas, víctimas del extrañamiento, pensar en aquello y calificar lo vivido como una «realidad inverosímil«.

Brun concibe su libro como un puente hacia su madre, un ir hacia ella y al mismo tiempo la posibilidad de evocarla, de recordarla, de aproximarse a su pasado, a su dolor, dado que en vida de ella, el silencio hizo de cortafuegos del pasado y quedaron muchas preguntas sin hacer. Una madre construida a retazos.

Como quiera Brun que su libro no sea triste, el recuerdo de la madre muerta se combinará con la llegada al mundo de su hijo, lo cual siempre es motivo de alegría y esperanza y el nacimiento a su vez de esa angustia que experimenta todo padre ante la posibilidad de morir y dejar a sus hijos truncados.

Editorial Comares. 2017. 104 páginas

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Te me moriste (José Luís Peixoto)

Si leyendo Saturno de Eduardo Halfon podríamos decir: te acompaño en el resentimiento, ante esta breve obra de Peixoto (publicada en Portugal en 2001, y anteriormente en 2005 en España en La Gaveta, colección de narrativa breve de la Editora regional de Extremadura) diremos lo contrario: te acompaño en el sentimiento. Un texto que funciona como una confesión. Peixoto pierde a su padre tras una enfermedad y ya huérfano, se siente solo. Extraña a su padre, mucho. Recuerda los momentos pasados juntos, de niño y de adulto. Su padre, como un Rey Sol, no despótico, sino todo lo contrario. Un sol que le calienta y conforta. Ese sol que creemos va a seguir saliendo siempre, hasta que un día ya no sale. Enfermedad, hospitales, tratamientos… Eclipse. Fundido a negro. Su dolor es el propio del duelo, de la ausencia, de la habitación vacía, de la voz ya apagada. Leí a Peixoto ante un té bien colmado porque sabía que debía ir bien hidratado. El dolor de Peixoto es compartido, porque todos arrostramos los zarpazos que nos da el vacío en el que nos dejan aquellos que quisimos y que ya no están entre nosotros.

Minúscula. 2017. 64 páginas. Traducción de Antonio Sáez Delgado.

José Luís Peixoto | Galveias