Archivo de la etiqueta: 2017

El mapa del tesoro escondido

El mapa del tesoro escondido (Mo Yan)

Cuando Mo Yan (Gaomi, 1955) recibió el Nobel dijo haberlo recibido por sus cuentos, se proclamaba cuentista y en dicho discurso además de hablar de su vida y de sus novelas, las dos caras de una misma moneda según él, intercaló también unos cuantos cuentos y en esta novela, mi primer acercamiento a Mo Yan, cuyo nombre traducido al castellano significa No hables -aunque hable por los codos- nos ofrece aquí una narración que irá anidando cuentos de todo tipo y de todas las épocas.

Aflora la escatología, ese cacaculopis que se plasma en pedos nauseabundos en un autobús, excrementos albardando unos intestinos para darles sabor antes de ser degustados, excrementos que han de ser ingeridos a modo de castigo, pelos de tigre que aparecen en una jiaozi, etc. Mo Yan se pitorrea tanto de los cuadros del gobierno como del funcionariado inoperante y mediante la conversación de dos amigos que se vuelven a encontrar pasados los años frente a un plato de jiaozi hablan de lo humano y de lo divino, y deviene puro disparate (todo lo que se cuenta es verdad y nada de lo que se cuenta es verdad, se nos avisa al comienzo) y se consuma al final el absurdo, hasta traer por los pelos -del tigre- el mapa del tesoro escondido del título.

Tendré que leer algo algo más de Mo Yan para cogerle el punto. No me veo capaz de afirmar que la lectura me haya dejado un buen sabor de boca, pero sí tengo claro que me bajo ahora mismo al japonés de la esquina a echarme a la buchaca media docena de gyozas.

Kailas editorial. 2017. Traducción de Blas Piñero Martínez. 113 páginas.

Un invierno en Sokcho

Un invierno en Sokcho (Élisa Shua Dusapin)

Hay novelas como Muerte de un silencio, Kanada o Tardía fama, por citar algunas novelas muy buenas leídas estos últimos meses, que validan a la perfección aquello de menos es más. Algo muy difícil de conseguir, pues la línea entre lo banal y lo trascendente o entre aquello que nos emociona o aburre es siempre tan fina que a la mínima pasamos de un estado a otro casi imperceptiblemente.

La narración de la joven Élisa Shua (Còrreze, 1992) es mínima, transcurre en Sokcho, un pueblo costero surcoreano muy próximo a la frontera con Corea del Norte, tanto que se refiere la anécdota fúnebre de una bañista que pasó sin darse cuenta a aguas norcoreanas y recibió un balazo letal a modo de saludo.

Es invierno y éste parece que no fuera a acabar nunca. Pocos parajes nos son tan tristes y desangelados como los lugares costeros desiertos y nevados. Allá está una joven trabajando como recepcionista en un hotel, aburrida como una ostra de 60 kilos, aherrojada a la figura materna, la única pescatera con licencia para manipular el potencialmente letal pez globo. La joven, franco-coreana, se siente interesada por la figura de un huésped, un ilustrador gráfico francés que viaja solo por el mundo, poblándolo de figuras que surgen de su mano, como esas figuras femeninas de las que la joven se siente envidiosa, por no ser ella la retratada, por no ocupar los pensamientos del artista.

Shua se vale de frases cortas, tanto que a veces parece hablar el lenguaje de los indios. Nada importante, porque Shua logra con muy pocas pinceladas retratar la vida de la joven: la relación con su madre, con su tía, con su novio (que dejará de serlo), con el ilustrador, sus masturbaciones, su hastío, su deseo de sentirse deseada, sus atracones, su viajar con la imaginación… viviendo ésta en un ambiente de pesadilla, de guerra encubierta bajo una aparente normalidad. A la espera estoy (estaba) de consumar la lectura La acusación, de Bandi.

Rocinante era una jaula de huesos porque Don Quijote le alimentaba con sueños en vez de con alfalfa. Libros como el de Shua hacen lo propio. Lo que recibimos aquí como alimento no es forraje, es otra cosa, quizás porque para decirlo con la joven de la novela, la he leído más con el corazón que con la cabeza. Ha de ser eso.

Alianza editorial. 2017. 126 páginas. Traducción de Alícia Martorell.

La hipótesis de Saint-Germain

La hipótesis de Saint-Germain (Manuel Moyano)

Esta novela de Moyano se me antoja como esos episodios pilotos que se hacen y que en el caso de tener buena acogida, luego viene la serie. No tanto por la brevedad, poco más de 250 paginas, sino por su planteamiento que me resulta simplón y no va mucho más allá de esbozar sus líneas maestras. Daniel, el director de una exitosa revista de temas esotéricos recibe la visita de un hombre, Koblin, que le pone tras la pista de un millonario que parece ser el guardián del secreto de la piedra filosofal, del elixir de la eterna juventud o de ambas. Quiera que Daniel y Koblin investigando determinen que el millonario pudiera tener un pasado nazi y eso haga que éste ponga todos los medios a su alcance para que lo investigado no vea la luz y no se hundan así sus negocios, y lo que acontece en el tiempo presente deviene anodino, con temas fiscales y tensiones sexuales no resueltas de por medio. Ya en las postrimerías el libro se vuelve interesante, cuando el multimillonario, un tal Muram, se explique audiovisualmente y es ahí cuando echo mucho en falta pasar del enunciado a meterse de lleno en la historia, pues lo que despacha Muram, sus encuentros con Einstein, la manera en la que se selecciona a aquellos que logran escapar de una muerte segura antes de que la tierra estalle, no pasa del enunciado y así todo resulta poco más que anecdótico y episódico, lo cual en una novelas de estas características no se explica. Dicho sea de paso, en la serie Estoy vivo también venía un fulano del futuro (no como Muram en calidad de historiador), sino a matar a todas las investigadoras que habían descubierto una energía capaz de hacer que los humanos colonizaran otros planetas y aniquilaran a los colonizados, como el enviado.
Me recuerda esta novela de Moyano, del que hace unos meses leí El abismo verde, a El Monte Análogo de René Daumal. Aquella me gustó bastante más que esta.
En la faja panegírica leo que Moyano puede llegar a convertirse en nuestro Julio Verne contemporáneo. ¡Ay, qué bueno es hacer al humor a diario¡

Examen de ingenios

Examen de ingenios (J. M. Caballero Bonald)

    La generosidad es el único egoísmo legítimo

    J. M. Caballero Bonald

    Examen de ingenios de José Manuel Caballero Bonald habría de ser de observancia general. Sé que es pedir peras al olmo, pero que quede constancia de la propuesta. Bonald nos acerca un centón de personalidades famosas, en el buen sentido de la palabra, aquellos que lo son pues sus obras han obtenido el debido reconocimiento con el correr de los años. Encontraremos en mayor número escritores (Onetti, Fuentes, Octavio Paz, Borges, Neruda, Gelman, Echenique, Carpentier, Brines, Mutis, Cunqueiro…) que Bonald frecuentó en París, en México, en Colombia, en Madrid, en Palma de Mallorca, a los que sumaremos pintores, actores, músicos, cantaores e incluso algunos políticos. Las semblanzas -algunas ya aparecidas en La novela de la memoria o en Oficio de lector, y ahora actualizadas con el peso de la experiencia- aúnan de forma espléndida el fondo y la forma. Bonald en toda su plenisenectud gasta una prosa espléndida, lúcida, nutricia, seductora e incluso tierna (como en lo dicho sobre Ana María Matute) y la pone al servicio de esta particular autobiografía para acercarnos a nosotros los lectores esas figuras -muchas de ellas encumbradas- a las que Bonald despoja de la corona de laureles, de las galas de la fama y de la imagen -casi siempre distorsionada- que tenemos de ellos, para mostrarnos una cara más humana (me ha gustado mucho lo referido sobre Hortelano o Umbral), más cercana, no siempre amable (como la sorna que gasta con Víctor García de la Concha o José Hierro, la manera en la que como zorro viejo que es el gaditano, al hablar de Delibes padre y de su figura sin fisuras, acaba hablando de Delibes hijo), como consecuencia del trato e intimidad que Bonald tuvo con ellos, en mayor o en menor medida durante su ya dilatada existencia. De algunas figuras Bonald pone de relieve su aspecto más humano, de otros se muestra más fervoroso de la obra que de su artífice y son muy jugosos los devenires de escritores como Cela o Vargas Llosa toda vez que pasan a ser objeto de la prensa del corazón. Denotan las semblanzas, o así me parece, cierto aire crepuscular, otoñal, un acercamiento a esos dioses caídos cuando se acercan ya a su ocaso, apartados de la vida social, cuando ya han perdido notoriedad y relieve; es muy gráfica la semblanza de Alberti a este respecto, aunque hay otras más luminosas como el repliegue voluntario y balsámico de Pepa Flores, de Ferlosio (que sigue recibiendo premios) o de Rulfo, que dejaron su impronta y se retiraron de los focos antes de que los arrollara la muerte. Creadores en toda su extensión, amalgama de luces y sombras, donde transpira la tensión entre el creador y la persona, entre lo que el creador plasma en sus escritos y lo que luego es su conducta, aquella que Bonald registra y en algunos casos censura, porque Bonald rehuye el panegírico gratuito y no se anda con remilgos a la hora de censurar conductas y abaratar la obra de escritores consagrados como Azorín o Baroja o resaltar aquellas obras que no han envejecido bien como Tiempo de silencio. De la misma manera rescata del olvido, sin pomposidades canonizadoras, obras que bien pueden pasar a poblar nuestros horizontes librescos. Encontremos en el texto reflexiones de mucha enjundia sobre la pintura y en especial sobre la literatura, ya sea poesía o cuando al hablar del autor, Bonald enjuicia también alguna de sus obras: Tiempo de silencio, Mortal y rosa, El coronel no tiene quien le escriba, Pedro Páramo, Alfanhuí…
    Como reflejo de los materiales temporales que maneja Bonald durante el siglo XX, están presentes la guerra civil, la posguerra, la dictadura y la llegada de la democracia y Bonald registra las mudanzas ideológicas de algunos escritores generalmente de la falange hacia posturas más centralistas o izquierdistas, buscando luego acomodo entre las prietas filas democráticas, o nos habla de los que se fueron exiliados, los que se quedaron y comprobaron que el tiempo era el mejor disolvente ideológico, los que se asentaron en un comunismo opulento como Neruda, los que se entregaron a una creación compulsiva y fructífera o a una dipsomanía sin freno. Alcohol muy presente en estas semblanzas, pobladas de escritores noctívagos, de noches de farra y demasías etílicas y se ve que fructuosas.
    Bonald ofrece párrafos muy interesantes sobre las consecuencias del ejercicio crítico: Ya se sabe: existen círculos de adeptos que interceptan de muchas insolentes maneras el atrevimiento alevoso de la disensión.
    Cualquier reseña sobre Examen de ingenios es terreno propicio para intercalar un buen número de párrafos deliciosos, pero no quiero privaros de esa sensación de gozo que he experimentado leyendo y que se mantenía y renovaba después y antes de cada semblanza, tal que un centón me ha sabido a poco. ¡Larga vida a Bonald y bendita senectud¡.

    Seix Barral. 2017. 464 páginas