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Fruta podrida

Fruta podrida (Lina Meruane)

Lina Meruane
Eterna Cadencia
208 páginas
2015

Dicen que en la casa de Descartes olía a muerto porque el padre de la filosofía moderna creía sólo en lo que veía, así que se afanaba en abrir en canal los cadáveres y hurgar en su interior.
Meruane, la autora chilena de esta novela, rehuye también lo especulativo y se ciñe a lo que ve.

Digamos que la vida es una enfermedad terminal. Digamos que la vida es una enfermedad degenerativa. Enfermedad en todo caso.

Meruane hurga en la enfermedad, en la podredumbre, vivisecciona a sus personajes, busca sus fluidos, sus humores, sus menstruaciones y nos presenta su orina, sus vómitos, su fiebre y esa angustia que consume y devora.

Dos hermanas viven juntas. Una, la Mayor trabaja en una fábrica, como responsable de los pesticidas que permiten que las frutas no se echen a perder, que muestren un aspecto magnífico aunque sea todo fachada. A su lado la pequeña, diabética, siempre al borde de la muerte, con tendencia al abandono. Y esa es, en parte, la tensión que alimenta el relato. La Mayor no quiere que la Pequeña se deje ir. Todo el empeño de la primogénita pasa por lograr que la Pequeña sobreviva, aunque sea en contra de su voluntad.

Culmina el irregular y bastante deslavazado relato con un alegato en contra de un sistema sanitario que se empeña en salvar vidas a toda costa, bajo la premisa de que la salud ajena es un bien de todos, orillando la eutanasia, el suicidio, la libertad personal en definitiva.

Javier Moreno

Acontecimiento (Javier Moreno)

Javier Moreno
2015
Salto de Página
178 páginas

Javier Moreno es un escritor que suscita mi interés. Eso explicaría que haya leído hasta el momento tres novelas suyas: Click, Alma y 2020.

En Acontecimiento, el discurso tiene un mayor peso que la narración.

La novela comienza con esta frase: Si quieres que lo nuestro siga adelante tendrás que buscarte una amante.

Enunciado que le permite al autor reflexionar a través de su personaje sobre las relaciones de pareja cuando a medida que pasan los años la pasión y el deseo dejan paso a la monotonía, cuando las diferencias en la manera de entender el sexo dentro de la pareja entre el hombre y mujer se hacen evidentes y casi irreconciliables.

«El orgasmo era para mí la cúspide de la relación entre dos seres, el modo en el que el placer nos desfiguraba y nos amasaba durante un instante, dinamitaba las convenciones del día a día».

Una disociación entre amor y sexo de la que nuestro protagonista es capaz, pero que en el caso de su pareja no parece posible.

Hay reflexiones acerca de lo que supone la llegada de un hijo, la paternidad; una oportunidad para volver a creer de nuevo en palabras como la inocencia, la esperanza, el amor incondicional, también irracional: la abominación de los pitagóricos.

Además de los devaneos parejiles y el bálsamo filial también hay lugar para la amistad, ese amor sin sexo que supera cualquier embate. «La amistad entendida como esos dos puntos de un círculo que se separan, pero que fieles a una geometría inapelable, volverán a encontrarse en el futuro». Así los amigos.

El protagonista es un publicista de éxito, para quien «La estadística es la metafísica de nuestra época», para quien «Todo acto humano es un acto de consumo», consciente de que en esta sociedad de la información la publicidad debe adaptarse a un nuevo escenario «donde la persuasión se ve relegada ante la contundencia de los datos (esos datos que dejamos en nuestra presencia en la red). Tú eres así y estos son tus atributos. Cómpralos si puedes». Esa es la síntesis. El protagonista no es un nativo digital, pero se siente a gusto en las redes sociales, ante dinámicas de reconocimiento y de retuiteo constante, en esos muros de facebook que a pesar de que a mí se me antojan más bien como paredones de la intimidad, enganchan cada vez a más gente.

«La gente se refugia en las redes sociales para ponerse a salvo del azar de esa aglomeración de cuerpos a través de la esfera protectora de los amigos y contactos. Las redes sociales transforman la intensidad de la vida en el aburrimiento de la intimidad, el automatismo de la convención social en la intensidad del mensaje corto».

La perspectiva del protagonista es la de un horizonte cuyos atributos son la vacuidad y la insignificancia. Un presente tan acelerado ante el que preguntarse «Cómo ser hombres de nuestro tiempo, cuando nuestro tiempo muta demasiado rápido».

Hay momentos para las infidelidades, donde la prosa del autor mezcla sexo y humor tecnológico «No hay emoticonos para expresar la sensación de mi polla haciéndose sitio a través de su coño húmedo».

Decía al comienzo que había en la novela más discurso e ideas que sustancia narrativa que se plasma en media docena de momentos puntuales: la escena de cumpleaños de un niño en El Retiro, la conversación que mantiene en una limusina cavernaria con su amigo Antonio, el puñetazo que le arrea en toda la jeta Urdazi, el polvo que echa en un baño a una compañera de trabajo, las reuniones de grupo en el trabajo, la reprimenda a un joven vecino que hurga en su correspondencia…

Y son esas ideas lo mejor de la novela, ideas que trascienden la pátina intelectual, para afianzarse con entidad, merced a momentos discursivos como la Teoría de la españolidad vía jamón, o todo aquello que Javier Moreno tiene que contarnos sobre las redes sociales y las relaciones de pareja, embrollos todos, donde nos perdemos y consumimos, todos.

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Una casa en llamas (Maximiliano Barrientos)

Maximiliano Barrientos
2015
96 páginas
Eterna Cadencia

No cuesta reconocer en estos relatos de Maximiliano Barrientos lo que ya estaba presente en sus dos anteriores novelas, Hoteles y La desaparición del paisaje, novelas en las que Maximiliano construía potentes imágenes en las que sus personajes indagaban en un pasado que reconstruían como un puzzle en el que faltaban muchas piezas y en donde el lector asistía a una recomposición, mezcla de recuerdos y ficciones, si acaso a menudo no son lo mismo.

En La casa en llamas, publicado por Eterna Cadencia, Maximiliano reúne seis relatos y hay un hilo conductor, una especie de mal fario, que no solo flota en el ambiente, sino que cala en los personajes, a los que parece que la soledad, la tristeza, la desesperanza, el dolor y los recuerdos trágicos, los acorralan y los dejan a la intemperie, al albur de un presente tan líquido como precario.

En No hay música en el mundo tenemos a un boxeador en el ocaso de su carrera a quien la derrota sobre el ring se unirá la mofa por parte de unos cazadores, donde las ganas de descansar del boxeador, quizás de reinventarse, se verá reemplazadas fatalmente por el sueño eterno.

En Algo allá fuera, en la lluvia, mientras al protagonista le comen la verga, éste no se quita a su padre de la cabeza. Una familia rota, el pasado hecho añicos, la cabeza maltrecha, esos procesos químicos que conducen a hacer cosas arbitrarias, ante las que un por qué, produce un eco mudo.

En Sara, una mujer, Sara, se cobra su particular venganza secuestrando temporalmente al hijo del hombre que en su día permitió que la violaran. Una mujer que constata que una parte suya ha muerto cuando ve en un bar a otras mujeres más jóvenes, más joviales, mujeres en las que ya no se reconoce, mientras su pasado traumático, no acaba de pasar, ni de pesarle.

En La memoria de Tomás Jordán un joven celebrará cada año con la mujer de su hermano asesinado en un atraco, la muerte de éste, una rememoración macabra, donde el pasado, convertido en presente continuo es una herida que mana, que nunca cicatriza porque el protagonista así lo quiere, como si ese recuerdo trágico, pero recuerdo al fin y al cabo, fuera la única manera de sentir a su hermano muerto, de resucitarlo y de sentirse él a su vez vivo también.

En Fuego tenemos a una pareja que se une y desune, donde no faltan las infidelidades, el amor trágico, un aborto. Una relación durante un lustro. Una relación que se malogra con la locura de ella. Una imposibilidad más.

El relato que cierra el libro, el más largo, de título Gringo, es el más salvaje de todos. Un extranjero, el Gringo, el tío del narrador, pasa al primer plano con unas fotos antiguas en las que se le ve haciendo cosas horribles. Ante esas fotos, surge la duda de qué hacer. Esa duda ante la que el narrador ejercerá de juez, para cambiar, no unos actos pretéritos, sino para evitar las consecuencias que los mismos pueden tener. Lo que nos llevaría a pensar acerca de en qué medida la verdad a secas, opera como una liberación o bien como una condena. En qué medida, saber, nos ayuda o nos esclaviza al pasado.

Creo que la mejor novela de Maximiliano todavía está por venir, dado que ya hay una voz, un estilo y cosas que contar.

Camposanto en Collioure

Camposanto en Collioure (Miguel Barrero)

Miguel Barrero
Trea Ediciones
2015
118 páginas

El título ya nos da la pista acerca del contenido del libro. En la portada vemos a Machado, a su espalda el pueblo costero francés de Collioure, donde Antonio Machado está enterrado.

El autor, Miguel Barrero, a fin de recrear el periplo de Machado, decide hacer lo mismo; seguir sus pasos, con la vana ilusión de creer que sobre esas mismas pisadas experimentará algo similar a lo que tuvo que sufrir Antonio camino del exilio, en 1939.

Lo que Miguel nos cuenta da para un artículo de unas 8 páginas en un suplemento dominical, de esos que escriben tan bien escritores como Llamazares, Rivas, Vicent. Miguel, en lugar 8 páginas, se desparrama durante casi cien y ante tamaña extensión la narración va dando tumbos, apareciendo y desapareciendo, como ese río que todos conocemos.

Comienza entrevistándose con el poeta Ángel González, poco antes de morir éste; entrevista de la que apenas saca nada en claro, pues Ángel apenas recuerda nada del viaje que hizo décadas atrás hasta la tumba del poeta. Toma la decisión entonces de ir hasta Collioure, pero antes visita en Salamanca el Archivo de la Guerra Civil, donde Miguel, a lo Beevor, le toma el pulso a la guerra, con algunas cartas escritas por un soldado, que informa de su día a su día en misivas que envía a su familia regularmente. Así llevamos ya 25 páginas.

Una vez en Collioure el autor echa pestes del ambiente turístico «ese ritual de cuerpos mórbidos, puestos ambulantes de comida refrita y chiringuitos malolientes» y visita la cercana playa de Argelès-sur-Mer, donde llegaron a hacinarse cien mil españoles que huían de España y fueron allí confinados por el gobierno francés.

Se da la circunstancia de que Walter Benjamin, hecho preso en Collioure, que no quiere ir a parar a manos de los nazis, decide suicidarse dejando unas palabras para su amigo Adorno al que ya no vería más.

La tragedia de la guerra civil se plasma en el que considero el mejor párrafo del libro:

Es curioso que las consecuencias que tuvo la Guerra Civil para aquellos que la perdieron se resuman en el nombre de tres poetas (Federico García Lorca, Miguel Hernández y Antonio Machado) cuyas muertes simbolizan a su vez, los tres castigos supremos que tanto el conflicto como quienes se acabarían alzando con la victoria iban a infligir a sus adversarios: fusilamiento, cárcel y exilio.

En el resto de la narración el autor recrea lo que pudieron haber sido esos días de soledad y abandono de Machado y de su madre en Collioure, aliviada en parte esta soledad al trabar algo parecido a una amistad con un joven ferroviario, un tal Valls, y se explicita bien, la desesperanza que asola a quienes como sucede ahora mismo se ven obligados a consecuencia de la guerra a tener que abandonar sus casas, sus vidas, para vagar por caminos, con pocos enseres y un futuro, convertido en un término hueco.

Me encuentro algunas erratas como «conmemorar la memoria de los Republicados Españoles», «aquel grupo de judíos errantes a los que habían dado el alta unas jornadas atrás siguiera su marcha«.
Otra cosa que me choca es que si estuviéramos en el Siglo XV, podríamos decir que Collioure es un sitio remoto. En 1936, lo mismo que hoy en día, Collioure se encuentra a 20 kilómetros de la frontera, así que cuando leo: hemos venido a este remoto rincón del mundo a compartir una derrota, entiendo que el autor quiere remover al lector, llevarlo al desgarro, y está bien que se faje con la ignominia, la barbarie, la infamia que supuso la guerra cainita, pero vamos, de ahí a que nos haga ver que Collioure es un lugar remoto, no lo acabo de ver.

Interesante resulta lo que nos cuenta Barrero de George Orwell quien vino a España durante la guerra civil con mucha ilusión, para luchar por una causa que creía justa, y se fue desilusionado y después de escribir sobre lo que había visto y vivido, en su libro Homenaje a Cataluña, pasar a convertirse en enemigo de la causa comunista, y ver cómo los intelectuales, antes amigos, le retiraban el saludo y la palabra.

Para mí, la figura más notable del libro es Ana Ruiz, la madre de Antonio. A pesar de que ronda por la narración casi como un fantasma, el ver morir antes que ella a su hijo, lejos de su tierra, ya medio ida, preguntando si falta mucho para llegar a Sevilla, resulta una metáfora doliente de lo que significa el exilio.

Nunca vienen mal libros como este de Miguel, afanes como los suyos; nunca debemos dejar languidecer la memoria, ni dar la razón a esos que nos animan a no mirar nunca para atrás, a no remover el pasado dicen, presentistas a ultranza. Las próximas generaciones tienen que saber quién fue Machado y por qué está enterrado en Francia.

Al hilo de esto, lo más bello que he leído sobre lo que implica sentirte un exiliado fue leyendo el último capítulo de la novela Los extraños, de Vicente Valero, con un final en un camposanto que te deja, como mínimo, sin aliento.