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Buda en el ático (Julie Otsuka 2011)

Buda en el ático portada libro

Buda en el ático es el libro que está en boca de todos, del que casi todos se deshacen en halagos, multipremiado (Premio PEN/Faulkner), pero que a mí me ha resultado insufrible.
Lo bueno es que son sólo 150 páginas.
Lo escribe Julie Otsuka, de padres japoneses, nacida en Estados Unidos. Su libro relata las aventuras sufridas por un puñado de mujeres que dejaron Japón a comienzos del Siglo XX, para ir a los Estados Unidos a casarse con los hombres de las fotografías que tenían en sus manos y que al tiempo que bajaban del barco descubrieron que todo había sido un engaño (ni tan ricos, ni tan apuestos, ni tan buenos, ni tan solícitos…). En suelo americano les tocó pasar las de Caín, currar a destajo en el campo, soportar a maridos de todo tipo y vivir situaciones la mayoría dramáticas.
La forma que tiene de narrar Otsuka consiste en no centrar esta aventura en un puñado de personajes sino que todo se confunde en un nosotros.

Un, nosotros, que en mi opinión es lo peor de libro, porque su lectura resulta plomiza y aburrida, ya que Otsuka tras haber recopilado un puñado de historias como las que se cuentan el libro, hace una criba, las filtra y luego las pone todas juntas, basándose sólo en unos cuantos aspectos: la primera noche, los hijos, los bebés, la primera noche, el último día, etc.

Uno quería una batería como la del Rey del Swing con sus platillos incorporados. Uno quería un poni moteado. Uno quería disponer de su propia ruta para repartir periódicos. Una quería una habitación propia con cerrojo en la puerta. Uno quería convertirse en artista y vivir una buhardilla de París. Uno quería estudiar climatización. Uno quería tocar el piano….(página 92)

El libro podía haber dado muchísimo más de sí de lo que depara la lectura de este batiburrillo de retazos de historias sin entidad, y sin alma, que a mí lejos de conmeverme me ha aburrido por lo simplón de la escritura y su muy escaso recorrido en todas sus páginas. El reflejo de la realidad (la muy triste realidad de esas mujeres japonesas) a secas, sin un ejercicio de estilo por parte de la autora, que lo ponga en valor y por escrito, se reduce a eso, a un reflejo, un espejismo, una literatura que se autodestruye al tiempo que se lee y se olvida. Una pena.

La mano invisible (Isaac Rosa 2011)

La mano invisible Isaac Rosa portada libroDespués de la nefasta experiencia Gala volvemos al territorio nacional, y lo hacemos (!qué coño lo hago, que de momento no tengo doble personalidad) de la mano de Isaac Rosa (el cual creía que era de Girona y resulta que es Sevillano), no sé si todavía promesa o ya realidad firme de las letras Hispánicas. A Rosa le han caído ya unos cuantos premios literarios desde 1999: Premio Rómulo Gallegos, Premio Ojo Critico, Premio Andalucía de la Crítica, Premio Fundacion J.M. Lara.

¿Porqué Rosa?. Había leido un par de reseñas de algunos lectores de este libro: uno malherido y el otro ileso y ambos hablaban maravillas del libro de marras. Además lo reseñaban en plan bien, esas reseñas que te dan ganas de leerte el libro, que no te dan otra opción. Así que dicho y hecho: no solo me he leído el libro sino que encima me lo he comprado: 8,95 €. En edición de bolsillo. Y me lo he leído al compas de unas cañas, y me han costado más las birras que el libro. Y luego dicen que los libros son caros. Más caro es el alcohol, por eso en España hay más borrachos que lectores y eso a nadie le preocupa. Lo bueno es que nadie te multa por ir leído o muy leído, incluso por pillarte un ciegazo y coger un «coma líbrico«.
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Un centímetro de mar (Ignacio Ferrando 2011)

Un centímetro de mar Un centímetro de mar del escritor Ignacio Ferrando se alzó con el Premio Ojo Crítico RNE 2011 y con el Premio Kutxa Ciudad de Irún de Novela. Uno no sabe si estos premios son importantes, si los premios ayudan o no a los escritores, si estos premios deberían existir, convertidos algunos de ellos en un producto de consumo masivo (ahí tenemos El Planeta), si lo que diga un Jurado va a misa (el que otorgó el Premio Ojo crítico lo formaba, entre otros, los escritores Alberto Olmos, Rafael Reig, Rubén Abella o Eduardo Villas), porque uno está harto (cada vez menos) de leer libros premiados que son infumables, pero yo lo comento para quien el asunto este de los premios literarios le diga algo o le ayude incluso a discriminar sus futuras lecturas.

Un centímetro de mar me lo dejó una amiga que se lo había comprado y leído, la cual tuvo a bien no hacer ningún comentario del libro hasta que lo acabé. Si nos ceñimos a lo que el libro comenta sobre ese principio de incertidumbre, podemos afirmar que lo grande de la literatura y de cualquier otra disciplina artística es que nadie tiene la clave del éxito, así que uno puede juntar elementos a priori interesantes, en este caso una aventura naútica, donde los tripulantes se las tienen guardadas unos a otros, donde un alemán misterioso parece un trasunto del demonio, donde ese centímetro de mar se convierte en el aliciente más poderoso de la novela, en ese mcguffin que nos hará ir leyendo página tras página en busca de ese centímetro de mar hasta acabar el libro, y con todos esos elementos creer que uno parirá la novela perfecta y que luego esto no ocurra, a juicio del lector (no me refiero a los Premios, que los tiene y a pares).

Es un hecho que Ignacio Ferrando ha mezclado como decía antes una serie de ingredientes a priori interesantes y los ha ido hilando, montando una historia, donde las aventuras del presente que se suceden a bordo del Estige se alternan con los recuerdos de los tripulantes, en especial de Berdaitz, a quien la pérdida de su hermano en el mar, cuyo cuerpo nunca se encontró, sigue atormentando, y a quien ese centímetro de mar, esa búsqueda de no se sabe qué, le impelirá a hacer cualquier cosa.
Vamos, como la fe.

Ignacio Ferrando maneja un lenguaje rico, un puñado de palabras que no había oído en mi vida. Términos naúticos y no naúticos. Lo cual no viene nunca mal para quitar las telarañas al María Moliner y de paso adquirir más vocabulario. Eso está bien, pero no creo que sea el objeto de una novela.

Ignacio Ferrando realiza un esfuerzo intelectual que está ahí presente, tratando de aúnar lo lúdico y lo metafísico, y hay algunos pasajes que funcionan muy bien, que resultan en verdad entretenidos, pero uno tiene la certeza de que el libro está descompensado, que sí, que algunos fragmentos funcionan, y otros muchos flaquean, y eso hace que la lectura se resienta mucho, y luego que ese concepto de aventura se adentre en otro más filósofico, en esa búsqueda, en ese camino, que es la piedra angular de libro, creo que hace tambalear la historia, por lo intrincado de la propuesta.

A fin de cuentas poco me ha sugerido o evocado la lectura, más allá de apreciar su riqueza léxica y su empeño por meterse por trochas literarias poco trilladas.

Lo último. La portada del libro es horrorosa. Por momentos pensé que me iba a producir un desprendimiento de retina, o unas cataratas fulminantes. No me recreé mucho en su visión y eso me salvó. Además ves la foto y pensarás: exagerado. Pero si te haces con un ejemplar, me daréis la razón sin objeción alguna. Si me ponen a mí hace quince años a diseñar portadas para libros, me hubiera salido hoy algo así, con ese tipo de letra de cuando Bill Gates todavía programaba y ese híbrido de colores a cada cual más horrendo, pero con la de programas informáticos tan apañados que hay hoy en día, parir semejante cosa duele. Lo importante es el continente, cierto. También lo es, que ante una portada así, le dan a uno ganas de tener el libro, no a un centímetro de mar, sino a muchas millas.

El centro del frío (Salvador Galán Moreu 2011)

El centro del frío Salvador Galán Moreu

A pesar de internet llegar a ciertos libros es casi imposible. De ahí que de vez en cuando me dé por hacer una cata ciega. Esto es, ir a la biblioteca y pillar el primer libro que vea. De esa manera sin tener ni idea de qué va el libro, ni quien es el autor, y sin referencia alguna sobre el mismo, al menos abordas la lectura del libro libre de prejuicios. Decía al comienzo que es casi imposible llegar a ciertos libros, porque todos los lectores tenemos nuestras manías. A saber: leer libros de los autores que nos gusten (cerrando en parte la puerta a otros nuevos), echar mano a libros de moda, los que copan la lista de más vendidos, los mejores libros del año, esos de los que habla todo Cristo, de los que nos recomiendan los compañeros del curro, aquellos que pertenecen a un género en concreto, nunca los escritos por gente que tenga menos de cuarenta años y chorradas similiares. De ahí que a veces sea bueno tirar por la tangente y experimentar.
Dicho y hecho.

El otro día me fui para casa con un libro titulado El centro del frío. En casa leí la sinópsis, la cual no me aclaró mucho. Vi que el autor es un joven granadino del 81, que sale de perfil en la foto, con un buen matojo de pelo en la cabeza, que el libro ganó el IX Premio de Narrativa Caja Madrid por el que se embolsó 15.000 euros y que luego se lo publicó la editorial Lengua de Trapo, la cual me transmite confianza pues ha publicado a gente como Olmos, Reig, Menéndez Salmón u Obeso, entre otros.

Toda esta parrafada parece una excusa para no hablar de libro. Cierto.

Una vez leído comentar que me ha dejado frío. No porque no tenga muy claro de qué va, que eso se soluciona leyendo alguna entrevista concedida por el autor a algún medio y se puede leer en internet, donde nos cuenta qué es lo que pretendía contar a sus posibles lectores con su libro, sino porque si el libro no te llega de buenas a primeras, las interpretaciones sobran. Los personajes se mueven mucho, eso es lo único evidente, y así los vemos en Escandinavia, Florencia o Cataluña. Todos parecen querer escapar de sí mismos, buscar algo, no sé el qué, huir de Florencia para ir a Lund. Quizá la juventud del autor le lleva a echar mano de temas recurrentes: los hombres de negocios exitosos, las relaciones de pareja imposibles, la prensa del corazón, la relación empleado-jefe, etc. De todos modos en el ánimo de Salvador seguro que está la idea de no ponerle las cosas fáciles al lector con historias lineales. De ahí que a pesar de lo fragmentario, en cierto modo parece que haya un hilo conductor, una atmósfera común.
El centro de frío, podría ser uno de esos libros que como ciertas películas, no hay que entenderlas sino disfrutarlas, una mera cuestión estética. Pero en este caso, mi sensibilidad, quizá anestesiada por el ibuprofeno, no ha sido capaz de apreciar los posibles valores de esta obra, sí los hubiera.