A pesar de internet llegar a ciertos libros es casi imposible. De ahí que de vez en cuando me dé por hacer una cata ciega. Esto es, ir a la biblioteca y pillar el primer libro que vea. De esa manera sin tener ni idea de qué va el libro, ni quien es el autor, y sin referencia alguna sobre el mismo, al menos abordas la lectura del libro libre de prejuicios. Decía al comienzo que es casi imposible llegar a ciertos libros, porque todos los lectores tenemos nuestras manías. A saber: leer libros de los autores que nos gusten (cerrando en parte la puerta a otros nuevos), echar mano a libros de moda, los que copan la lista de más vendidos, los mejores libros del año, esos de los que habla todo Cristo, de los que nos recomiendan los compañeros del curro, aquellos que pertenecen a un género en concreto, nunca los escritos por gente que tenga menos de cuarenta años y chorradas similiares. De ahí que a veces sea bueno tirar por la tangente y experimentar.
Dicho y hecho.
El otro día me fui para casa con un libro titulado El centro del frío. En casa leí la sinópsis, la cual no me aclaró mucho. Vi que el autor es un joven granadino del 81, que sale de perfil en la foto, con un buen matojo de pelo en la cabeza, que el libro ganó el IX Premio de Narrativa Caja Madrid por el que se embolsó 15.000 euros y que luego se lo publicó la editorial Lengua de Trapo, la cual me transmite confianza pues ha publicado a gente como Olmos, Reig, Menéndez Salmón u Obeso, entre otros.
Toda esta parrafada parece una excusa para no hablar de libro. Cierto.
Una vez leído comentar que me ha dejado frío. No porque no tenga muy claro de qué va, que eso se soluciona leyendo alguna entrevista concedida por el autor a algún medio y se puede leer en internet, donde nos cuenta qué es lo que pretendía contar a sus posibles lectores con su libro, sino porque si el libro no te llega de buenas a primeras, las interpretaciones sobran. Los personajes se mueven mucho, eso es lo único evidente, y así los vemos en Escandinavia, Florencia o Cataluña. Todos parecen querer escapar de sí mismos, buscar algo, no sé el qué, huir de Florencia para ir a Lund. Quizá la juventud del autor le lleva a echar mano de temas recurrentes: los hombres de negocios exitosos, las relaciones de pareja imposibles, la prensa del corazón, la relación empleado-jefe, etc. De todos modos en el ánimo de Salvador seguro que está la idea de no ponerle las cosas fáciles al lector con historias lineales. De ahí que a pesar de lo fragmentario, en cierto modo parece que haya un hilo conductor, una atmósfera común.
El centro de frío, podría ser uno de esos libros que como ciertas películas, no hay que entenderlas sino disfrutarlas, una mera cuestión estética. Pero en este caso, mi sensibilidad, quizá anestesiada por el ibuprofeno, no ha sido capaz de apreciar los posibles valores de esta obra, sí los hubiera.
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