A continuación reproducimos el artículo de opinión de Esteban G.C. este ciudadano de Logroño, cuya opinión compartimos, como ciclistas de esta ilustre ciudad. Una opinión a nuestro parecer muy acertada. Sigue leyendo
A continuación reproducimos el artículo de opinión de Esteban G.C. este ciudadano de Logroño, cuya opinión compartimos, como ciclistas de esta ilustre ciudad. Una opinión a nuestro parecer muy acertada. Sigue leyendo
Peter Heller
2014
320 páginas
Blackie Books
La constelación del perro no es ni de lejos una novela galáctica. Vaya por delante esta jerga futbolera a la par que cósmica para decir que este libro volará todo lo alto que pueda o le dejen, pero casi desde el principio sigue una trayectoria descendente, hasta entrar en barrena, para el lector, equivalente de hastío y sopor. Y todo esto sucede antes de que acometa el Libro Segundo, de los tres que lo integran.
A pesar de lo anterior, les cuento.
El mundo ha sufrido una pandemia y muchos han muerto. Un 99% más o menos. Quedan algunos sobrevivientes como el trío formado por Hig, Bangley y el perro Jasper. Los tres viven en una comunidad excluyente que no admite más miembros y donde las nuevas solicitudes se resuelven a tiro limpio.
Hig es un blando, esto es, alguien que a pesar de ver como todo lo que amaba se ha desmoronado (ha perdido a su mujer), quiere seguir peleando por no perder su dignidad humana ante ese vacío que lo carcome. No siempre lo consigue (lo de ser humano), porque si hay que defender unas cajas de coca cola (quien dice coca cola dice Pepsi o Sprite) no le temblará el pulso al llevarse por delante a quién sea menester, sin importar raza, sexo, ideología, ni edad.
Como contrapunto a Hig está Bangley, experto en armas, huraño, arisco, inasible, silencioso. Este Bangley es algo parecido al Miller de Butcher´s Crossing de John Williams (lean ese libro, ese sí vale la pena), un fulano que como el buen ajedrecista se ofrece como un estratega portentoso que sabe anticipar los movimientos de sus enemigos con antelación, lo cual les permite, de momento, a este peculiar trío (admitimos perro como..) vivir relativamente tranquilos.
Otro personaje clave en la narración es el avión que pilota Hig, al que llama la Bestia. A bordo de ella, Hig reconoce el perímetro, visualiza posibles avances enemigos y se traslada a poblaciones cercanas donde puede acarrear con los enseres que necesitan y/o echar un cable a otros que no alcanzan el estatus de enemigos. Sigue leyendo
Leo Lionni (1916-1990)
Editorial Kalandraka (2009: 6 a 9 años)
Traducción: Xosé M. González Barreiro
En 2009 la editorial Kalandraka decidió reeditar este clásico juvenil que estaba agotado. Se tradujo nuevamente, ahora por Xosé M. González Barreiro. La traducción anterior era obra de Ana María Matute.
El álbum es breve pero intenso. Es una adaptación de la fábula La cigarra y la hormiga.
Mientras cuatro ratones ante el advenimiento del invierno comienzan a trabajar duramente día y noche haciendo acopio de alimentos: maiz, nueces, trigo, uno de ellos, Frederick permanece tumbado a la bartola. Un dolce far niente que este ocioso ratón justifica revistiéndolo de ocupaciones tales como: recoger rayos de sol para el invierno, recoger colores para los días grises del invierno, recoger palabras.
Cuando ya el invierno es un hecho y comienza a hacer mella en el ánimo de los ratones, a medida que las provisiones bajan es entonces cuando Frederick toma el mando. Su espíritu artístico refulge entonces con poderío. Sus palabras resultan entonces mágicas, y es a través de ellas, mientras sus amigos permanecen con los ojos cerrados, como irán sintiendo el calor del sol, los distintos colores, con tanta intensidad como si los tuvieran delante, loando las distintas estaciones, pasajeras todas ellas, dándoles a todos ellos, a través de la palabra (la imaginación hará el resto) las fuerzas necesarias para no decaer, para resistir.
Así es, ese no hacer nada de los artistas, esas acusaciones de ganduleo ante las que se enfrentan a diario, ese cara a cara con las musas, cuando da fruto, es magia y alimento para el espíritu, por eso la buena literatura nos eleva, nos mejora, nos enriquece, como este álbum ilustrado pequeño y hermoso.
William Kotzwinkle
2014
Editorial Navona
92 páginas
Traducción de Enrique de Hériz
Me aferro a una buena historia como un náufrago a su madero.
Amigos, he naufragado. Y tenía ganas, muchas, de disfrutar de este libro del que muchos y muchas se deshacían en fervientes halagos. Un libro éste, editado en 2014 por Navona Editorial, en su sección de Los ineludibles y publicado originariamente en 1975.
No es que uno sea un alma insensible. El año pasado me metí entre pecho y espalda la novela de Sergio del Molino, La hora violeta, donde nos contaba la muerte de su hijo pequeño de leucemia, otro de Piedad Bonnet, Lo que no tiene nombre, donde la autora narraba el suicidio de un hijo adolescente, e incluso la muerte narrada en primera persona en Ebrio de enfermedad de Broyard. No le hago ascos a la muerte ni detesto pues las historias morbosas y luctuosas.
Este libro de Kotzwinkle es un relato que se nos ofrece como una novela, de 90 páginas, comenzando en la novena, con capítulos muy breves que acaban a mitad de página, y otras siete páginas en blanco. No es ya tanto un tema de dimensiones, de cortas distancias, sino de que la historia no da mucho de sí.
Todo lo que comento a partir de ahora tiene estatus de spoiler.
La historia va de una mujer de treinta años que vive junto a su marido, artista, en un bosque, la cual va a dar a luz.
No parecía muy probable que el embarazo fuera posible pues un ginecólogo ya le había dicho que habida cuenta de la forma de su útero no podría tener hijos.
Se equivocaba. ¿Se equivocaba?.
La mujer va a dar a luz, y se pone a empujar, y entre contracciones y dilataciones, el relato transita por algo parecido al suspense.
¿Dará a luz?
¿Lo conseguirá?
¿Se quedará la madre en el camino?
¿Perderá al hijo?.
Mientras, el marido ve horripilado como la parturienta se convierte en otra cosa (algo más parecido a La Masa que a un Transformer), a consecuencia del dolor, en algo incluso desagradable.
Por un momento Kotzwinkle casi me gana a la causa, puesto que ¿quién es capaz de resistirse a piezas de tal calibre como las que van a continuación?
Tenía la cara roja, un latido en las sienes, y parecía un hombre de mediana edad empeñado en defecar con un dolor mortal.
El rostro más hermoso que había visto en su vida le parecía ahora una masa bulbosa, roja y feúcha.
En la páginas 46, a mitad de libro, el bebé recién nacido ha muerto desangrado. Y el resto de la novela es dejar abierta la posibilidad de tener otro, a pesar de que en aquellos años, mediados los 70, una mujer de 30 años ya la consideraban poco menos que una abuela. Y queda bien clarito en esta sentencia.
Sé que es duro perder a tu hijo cuando ya tienes treinta años.
En España ahora la edad media de la maternidad está en 31,4. En 1975 era de 24,2.
Después de superar los momentos de suspense previos al malogrado parto pasamos a la nadería más absoluta, almibarada de cierto lirismo y términos náuticos: el mar, el océano, las olas y demás.
Por cierto, yo a este libro lo titularía El nadador del mar muerto, y no secreto. El autor nos quiere conmover y remover, haciendo ver que el niño por venir es un nadador y el líquido amniótico sería el mar, del que viene a la tierra firme, tras una palmada en el culete.
Antes de que acabemos el libro, la pareja se llevará al bebé en una bolsa tras practicarle a este la autopsia, y una vez en su cabaña, constatan la carnicería practicada, al tiempo que se despiden ya por siempre de él, antes de enterrarlo.
He buscado algún párrafo bonito, algo potente, molón y no he encontrado nada.
Un escritor, un (potencial) nadador y muchas naderías: un relato que rompe aguas y resulta fallido.
A ver si con el perro piloto ese que aparece en la foto junto al nadador tengo algo más de suerte.
!Con lo contento que había empezado el lunes y el jarro de agua fría que me he llevado!