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Ballena (Paul Gadenne)

Apenas 40 páginas son más que suficientes para que Paul Gadenne nos brinde una novela (con traducción de David M. Copé) o relato espléndido. La ballena del título es un animal que siempre ha ejercido una fascinación sobre el ser humano. Cuando una de ellas queda varada y muerta en la orilla de una playa, a los vecinos les pica la curiosidad, y los dos protagonistas de la novela, Pierre y Odile, no quieren perderse ese acontecimiento tan extraordinario que pone algo de sal en sus vidas y los saca del trantrán de sus morosas existencias. La ballena es metáfora del misterio, una presencia majestuosa, que no puede concebirse como el bodegón inconmensurable de una naturaleza muerta; vista como un bloque de mármol en la distancia y al tacto algo gelatinoso, blando. Esos contrapuntos entre lo duro y lo blando, la vida y lo extinto, el pensamiento y la acción son en los que zozobran y naufragan Pierre y Odile, que aprehenden la ballena como un presagio, una oportunidad, una señal, no saben de qué, pero sí saben que la ballena les ha cambiado, que algo ha removido en su interior, azuzando su naturaleza, avivando su seso y contemplando cómo se les pasa la vida y como se les viene la muerte tan callando, también válido para las ballenas, varadas, vencidas, como todos, por el poso del tiempo.

Periférica. 48 páginas. 2020

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Mapocho (Nona Fernández)

Mapocho, de Nona Fernández, presenta la fuerza del remolino, la capacidad de subyugar al lector entregado a una prosa que arrastra y sumerge en el cieno, la mugre, el hedor. Mapocho, el río santiaguino que convoca a Rucia, a su hermano el Indio, a su padre Fausto, a su madre. Todos muertos. Espíritus que hablan y narran sus historias, las suyas y la de la creación de la ciudad, acta fundacional que no deja de ser otro relato más de la Historia de Fausto. La Conquista, la Independencia. Y los milicos, la dictadura a la vuelta de la esquina pretérita, los asesinatos contra la población civil, embarazadas, futbolistas, ciudadanos de a pie. Las violaciones, el coronel, avanzadilla de lo que vendrá, el terror impune. Rucia y su relación incestuosa con el Indio, la frontera, el linde moral, la ruptura familiar, cruzar el charco, el accidente de tráfico, las mentiras, en un marco sórdido, violento, enfermo. Y las palabras, en aluvión, haciendo y deshaciendo como puerta de salida, punto de fuga que abre una rendija en el bucle, en la muerte, en la siempreviva.

Un novelón de fraseo hipnótico y fragmentario este Mapocho alucinado y combativo, que Nona escribió con tan solo 30 años.

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La mortaja (Miguel Delibes)

Despido el año en el centenario del nacimiento de Miguel Delibes con la lectura de La mortaja, que recoge nueve relatos suyos escritos entre 1948 y 1963. Visto como un todo podemos entender el libro como una especie de narración de Las edades del hombre. Relatos en los que los protagonistas son niños, como en el caso de La mortaja o El conejo. Un mundo infantil duro, tocado por la muerte, como le sucede al protagonista de La mortaja, El Senderines, niño que al morir su padre, solo en el mundo, ha de contar con los servicios de otro hombre, codicioso, que valiéndose de la situación del moete le echará un cable, no en balde, con el fin de poder vestir al desnudo difunto antes de ser enterrado, y ofrecer de paso al niño algo de compañía en semejante trance luctuoso.
En El conejo un niño recibe un conejo como mascota y sus malos cuidados acaban con la vida de la misma a los pocos días.
Ya como adultos tenemos a los cazadores, habitual la cinegética en la obra de Delibes, y de nuevo otra muerte, la de una perra, en La perra, cuando dos cazadores van de caza y aviene un accidente que no parece tal. Pues siempre parece haber cuentas pendientes. En El amor propio de Juanito Osuna, de nuevo la caza, los dimes y diretes, las habladurías, las inquinas, entre el cazador que narra y el Osuna de marras, un niño bien pagado de sí mismo, fanfarrón, buen cazador y acreedor de las envidias de sus compañeros de cacerías.
La fe, parece la responsable de que una mujer convaleciente en el hospital sane de repente, en plena Semana Santa, recuperación auspiciada por la virgen, se entiende.
Navidad sin ambiente es un relato muy oportuno en estas fechas. Llega un momento en nuestras vidas en que las navidades sirven para reunir a familiares que dirigen la mirada hacia los que ya no están, dando así forma y presencia a la ausencia de los mismos. Antes de las redes sociales existían las cartas o los radioaficionados. En El patio de vecindad un hombre mayor, radioaficionado, entabla amistad con una mujer cubana, de origen español. El día a día, la ganancia en confianza e intimidad, el tiempo compartido y consumido en las ondas, hace que la presencia oral de esta mujer le resulte a nuestro hombre ineludible. Hasta que un día se entera de que su escuchante ha muerto. Y a ese patio de luces de vecindad, aviene el apagón, la esperanza ultrajada.
En El sol, brilla la esperanza, espejea el deseo y la protagonista es una mujer cuyo color de piel, no precisamente obtenido en una piscina o playa, sino a pie de carretera, es la envidia de los circunstantes.

Relatos lo de La mortaja en los que Delibes exhibe su vena más realista, un buen manejo del lenguaje: giros, frases hechas, refranes y un empeño por exprimir el tesauro rural, ofreciendo un buen número de palabras ya arrumbadas por el lenguaje medianero hoy imperante. Diálogos que son como abrir la ventana y escuchar hablar a los vecinos, los de hace siete décadas. El manejo de temas presentes como la perdida de la inocencia, la muerte, la esperanza, la envidia, la fe, la ausencia o el deseo son universales y atemporales. Y por tanto eficaces.

La sangre de la aurora (Claudia Salazar Jiménez)

La sangre de la aurora (Claudia Salazar Jiménez)

La sangre de la aurora
Claudia Salazar Jiménez
Año de publicación: 2020
127 páginas

La violencia, la sangre, el terror. Vivir abajo era una fabulosa novela sobre el circo de los horrores, subterráneo, reguero de cárceles en las que perpetrar cualquier aberración. Policarpa era un relato con un guerrillera colombiana como protagonista. La sangre de la aurora nos sitúa en Perú, en los años 80, con la lucha entre el Estado y Sendero Luminoso. Tres son las protagonistas, mujeres que sufren violaciones por parte de los militares o de los guerrilleros. Fermento femenino sin el que era imposible cualquier cambio social, según Marx, y aquí bultos con orificios para las proezas masculinas, sumideros, objetos en los que vaciar y desechar de un disparo, un hachazo, un navajazo, con ávido fuego. Una de ellas es campesina. Campo, limbo infernal en el punto de mira de ambos bandos, que masacran a los campesinos (serranos) por igual, sin opción a tomar partido o mantener una imposible equidistancia. Campesina ultrajada por los guerrilleros. Otra mujer es fotógrafa. Fotografías que no logran embutir en las lindes de una foto el horror visto, el olor de la carne quemada. En manos de los guerrilleros (terrucos) será sin opción a réplica, parte del enemigo, una blanquita vendepatria. La tercera, siente de repente la llamada de la revolución, más importante que su marido y su hija y se tira al monte, recibe adiestramiento, no le tiembla el pulso con el tiro de gracia y llega a la cúspide de la organización. Las tres historias fluyen y confluyen, un horror que es intercambiable pues a la hora de torturar, violar, vejar y masacrar todos operan igual. En este anfiteatro dantesco el corifeo podría entonar un porqué. No obtendría respuesta. Qué justificaría tamaña ignominia entre hermanos. Acaso, un nuevo despertar que solo generará más violencia, horror, ánimo de venganza. Una aurora pesadillesca necesitada de la masacre, las violaciones, el encarnizamiento más brutal, un delirio irrefrenable.

En poco más de cien páginas Claudia en esta soberbia novela nos sitúa en el corazón de las tinieblas. Sus personajes hablan y cada palabra, cada silencio, cuenta y lacera. Rara vez una lectura sobrecoge. Claudia lo logra sin necesidad de efectismos ni alharacas. Sencillamente una escritura, palabras hormigueantes rezumando verdad, de efecto desarmante.