Mapocho, de Nona Fernández, presenta la fuerza del remolino, la capacidad de subyugar al lector entregado a una prosa que arrastra y sumerge en el cieno, la mugre, el hedor. Mapocho, el río santiaguino que convoca a Rucia, a su hermano el Indio, a su padre Fausto, a su madre. Todos muertos. Espíritus que hablan y narran sus historias, las suyas y la de la creación de la ciudad, acta fundacional que no deja de ser otro relato más de la Historia de Fausto. La Conquista, la Independencia. Y los milicos, la dictadura a la vuelta de la esquina pretérita, los asesinatos contra la población civil, embarazadas, futbolistas, ciudadanos de a pie. Las violaciones, el coronel, avanzadilla de lo que vendrá, el terror impune. Rucia y su relación incestuosa con el Indio, la frontera, el linde moral, la ruptura familiar, cruzar el charco, el accidente de tráfico, las mentiras, en un marco sórdido, violento, enfermo. Y las palabras, en aluvión, haciendo y deshaciendo como puerta de salida, punto de fuga que abre una rendija en el bucle, en la muerte, en la siempreviva.
Un novelón de fraseo hipnótico y fragmentario este Mapocho alucinado y combativo, que Nona escribió con tan solo 30 años.