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La uruguaya (Pedro Mairal)

I

Sabes, yo tenía una familia, un trabajo, algo
siempre estaba
en el medio
pero ahora
vendí mi casa, encontré este
lugar, un estudio amplio,
deberías ver el espacio y la luz.

Por primera vez en mi vida voy a tener el lugar
y el tiempo para
crear

No, hijo, si vas a crear
vas a crear trabajando
16 horas por día en una mina de carbón
o
vas a crear en una piecita con tres chicos
mientras estás
desocupado,
vas a crear aunque te falte parte de tu mente y de
tu cuerpo, vas a crear ciego, mutilado, loco,
vas a crear con un gato trepando por tu
espalda mientras
la ciudad entera tiembla en terremotos,
bombardeos, inundaciones y fuego.

Hijo, aire, luz, tiempo y espacio
no tienen nada que ver con esto
y no crean nada
excepto quizás una vida más larga para encontrar
nuevas excusas
.

Este poema de Bukowski le podíamos recitar al protagonista de la novela de Mairal, un novelista que busca excusas (paternofiliales) para no acometer su tarea.

II

Soy yo. O mas bien ¿qué soy yo?, podemos preguntarnos atendiendo a la frase que cierra la novela, pues toda la narración está plagada de sombras, puntos ciegos, desvelos y desvelamientos; narración como confesión, la que lleva a cabo Lucas, un hombre casado con un niño pequeño que tiene una aventura con una joven uruguaya, Guerra. Narración delirante, divertida e hilarante, donde la infidelidad va camino de consumarse, encontrando esta todo tipo de trabas e impedimentos. Un deseo, el de él siempre a flor de piel, aunque sabemos que una relación a lo lejos es una relación de pendejos y no casan los deseos de cada cual, pues para él este affaire es una experiencia excitante con una joven a la que dobla la edad, y para ella aquello es un entretenimiento estéril en un momento en el que lo que necesita es que la dejen tranquila, no que la ronden.

III

Conviene llegar a las novelas, a esta también, desprejuiciado, sin dejarse aturdir por el ruido de los premios, galardones o posicionamientos en las listas de lo mejor de… de los que esta novela de Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) ha sido acreedor. Es así que he disfrutado de una novela que me ha parecido inteligente, ácida, paródica, trufada de muy buenos momentos librescos como las referencias librescas a poemas y novelas de Borges, Onetti, Fogwill, etc, con elementos humorísticos muy bien resueltos entre bromas y veras, cuyo ritmo trepidante nos conduce en volandas hasta un final donde parece que el protagonista recibirá su merecido, pues al final parece haber algo parecido a una justicia peripatética, poniendo a cada cual en su lugar.

Pedro Mairal en Devaneos | El año del desierto

Pedro Mairal

El año del desierto (Pedro Mairal)

El año del desierto de Pedro Mairal es la historia de una amenaza; la intemperie -un desierto que avanza- va cercando la Capital (Buenos Aires), lo que obliga a su población a tener que adaptarse a las nuevas circunstancias. Una amenaza que no es solo climatológica, sino que se ve agravada por la violencia generada por las bandas de la Provincia, que tratan de entrar en la Capital, y la respuesta también violenta del ejército, lo que se traduce en algaradas callejeras y muertos en las calles.

Lo que sucede lo vemos a través de los ojos de la joven María, quien vive con su padre, el cual morirá tras pasar éste varios meses en coma catódico (este es un momento absurdo y muy posiblemente lo mejor de la novela). El novio de María desaparece en una manifestación, es obligado a colaborar con su país tras ser alistado contra su voluntad en el ejército y finalmente acaba desertando y desapareciendo del mapa.

A medida que la intemperie avanza todo se complica; aumentan las dificultades, surgen las tensiones y la carestía hace aflorar los instintos más violentos. A María ya sin su padre y sin ningún familiar cerca, le toca buscarse la vida, después de perder su trabajo como secretaria en una de esas Torres que son como ciudades verticales. María debe reciclarse; como ella son muchos los que a consecuencia de la intemperie (que bien podría ser la Crisis) han perdido sus trabajos y sobreviven como pueden trabajando en lo que se les ofrece, así María, que encontrará empleo haciendo de enfermera en un hospital hasta que le obligan a marcharse a fin de no contraer la enfermedad, limpiando luego camas en hangares de un puerto, oficiando de cantante y barragana en un lupanar, ya bajo el apelativo de Molly, donde la vida de las chicas que trabajan con ella no vale nada, en manos de un Obispo despótico, una María siempre en movimiento, dejando más tarde la Capital, rumbo hacia Luján y finalmente a la deriva ante un horizonte azul monocromático: solo agua y cielo alrededor.

La imaginación de Mairal se cifra en dar cuenta de una ciudad asolada, en crisis, convulsionada, histérica, ante una amenaza que al comienzo de la novela avanza a buen ritmo pero que luego se queda en suspenso, pues uno imagina un escenario mucho más apocalíptico, abocado al precipicio, pero esto no es así, pues a pesar de todo la Capital aguanta, y la gente mejor o peor sigue haciendo su vida (más allá de la Intemperie, y más allá de la Política), incluso como dice alguien en la novela, la desgracia va por barrios y lo que sucede doce cuadras más allá no les concierne, porque cada barrio es un mundo propio. Esto despista, porque sin transición pasamos de vislumbrar el fin de la humanidad a algo que tiene las características propias de una crisis: carestía, manifestaciones violentas, hambrunas, enfermedades, hospitales bajo mínimos, las fuerzas del orden campando a sus anchas, el caos enseñoreándose por las calles, etc.

A las novelas como la presente les encuentro un pero, y es que o se escribe algo radicalmente nuevo o bien todo son ecos, interferencias de películas vistas y libros leídos que se cuelan en la narración. Así, leyendo la novela pensaba en La constelación del perro, en Brilla mar del Edén o en películas como Los últimos días, por citar algunas. Películas y libros, en los que los humanos se enfrentan ante una amenaza, ante lo desconocido, ante algo que decolora su porvenir y ante una situación donde el único afán es ya sobrevivir y en donde las conductas humanas a fin de cuentas siempre son clónicas y donde lo único que pudiera ser para el lector vivificante, subyugante y atractivo, sería una prosa radical, febril, enfermiza, delirante que en Mairal -tirando éste de manual y en una línea muy clásica, a pesar de algunos ribetes gore en las postrimerías- no la he encontrado, más allá de ser la novela un desplazar a María, su personaje, por distintos lugares y escenarios que languidecen, no por la intemperie, sino porque la novela no da mucho más de sí, una vez que las cartas están sobre la mesa y uno anhela entonces más “que acabe ya” que el “que dure sine die”.

El no haber pisado yo nunca Buenos aires y el no ser argentino, implican que mucho de lo que Mairal nos refiere, algo parecido a un palimpsesto en descomposición donde asoman los estratos, tanto a modo metafórico como mediante correspondencias históricas, a uno se le escapen y sólo capte lo arriba enunciado, lo cual tiene algo, o mucho que ver, presumo, con mi valoración de la novela.