Llevo desde que comenzó este año paseándome por la España de comienzos del Siglo XIX de la mano de Benito Pérez Galdós y sus episodios nacionales. Pero hay algo que ejerce una especie de movimiento centrífugo que me aboca, en esta ocasión, a otros autores contemporáneos (alguno por los pelos) de Galdós (1843-1920). Moisés Mori escribe tres fascinantes biografías sobre tres figuras señeras (bastante desconocidas por la península ibérica) de la literatura francesa del siglo XIX y comienzos del XX. Hablo de Raymond Roussel (1877-1933), Marcel Schwob (1867-1905) y Nerval (1808-1855). Ojeando las cifras vemos que el estambre de la vida se agostó pronto para ellos, pues murieron entre los 38 y los 56 años y no se trató en el caso de Roussel y Nerval de algo involuntario, sino que fueron ellos los que buscaron la muerte por la vía del suicidio.
Hace poco leí otro ensayo de Mori que versaba también sobre Roussel, pero no hay que lamentar duplicaciones. En aquel libro se hacía hincapié en la novela “El doble” a consecuencia de su publicación en castellano por la editorial Wunderkummer, con traducción de María Teresa Gallego Urrutia. Aquí también se habla de su método, su procédé, y el libro que se aborda es Locus Solus, porque aquí las biografías abundan en la obra literaria, para acercarse así al escritor desde su quehacer principal, lo que es su razón de ser: la escritura. Los tres casos que se nos presentan cifran ese espíritu para el que la literatura lo es todo, unos márgenes convertidos en núcleo, las máscaras en una segunda piel, un corazón a medida.
Afirmaba Richard Holmes que entre biógrafo y biografiado se llegaba a un relación de confianza. Leyendo estos textos se percibe una transformación, una especie de comunión que va más allá de la confianza llegando a la usurpación, de tal manera que cuando uno lee los textos de Nerval, Schwob y Roussel y luego sigue con las explicaciones, disecciones, reseñas y análisis perpetrados por Mori es como si éste hubiera alcanzado ese trance en el que se logra escribir por mano del biografiado, registrando así sus distintos mundos interiores, azotados estos por turbamultas de toda clase, pues todos ellos se ven asolados por la literatura, aherrojados a la escritura, la rueda de molino que vivifica y condena. En el caso de Roussel éste actuará como un mecenas de sí mismo, publicándose sus obras, poniendo todo el dinero de su bolsillo para cubrir los gastos de sus obras teatrales, muriendo en Palermo rodeado de los suyos, una familia numerosa: doce ejemplares de Locus Solus. Nerval por el contrario nunca lo tuvo tan fácil, sabedor de lo complicado que era vivir de la escritura: Si un joven se dedicaba “al comercio o al sector manufacturero” podía esperar “todos los sacrificios financieros posibles” de su familia; e incluso si no tenía éxito en un primer momento su familia se quejaría pero seguiría ayudándolo. Un hombre que decidiera ser “médico” o “abogado” debería contar con varios años en que no tendría suficientes clientes o pacientes para obtener beneficios, y su familia se “sacaría el pan de la boca” para que seguiría adelante.“Sin embargo, nadie considera que el hombre de letras, haga lo que haga, por mucha ambición que tenga, por muy dura e incansablemente que trabaje, necesite el mismo apoyo en la vocación que ha seguido. O que su carrera que puede acabar siendo tan sólida desde un punto de vista material como las otras, probablemente tendrá -como mínimo en nuestros tiempos- un período inicial que es igual de difícil”.
Schwob es otro escritor enfermo, abatido, postrado, que vive (o muere) para escribir. Sangro en cada página decía Roussel. De Schwob se nos habla de sus Vidas imaginarias, La cruzada de los niños, Cartas parisinas, El libro de Monelle, del que procede el título del libro. A pesar del ensimismamiento inherente a la escritura la sociedad también se filtra por los intersticios de la biografía, como le sucede a Schwob ante el caso Dreyfus, abriendo dos bandos: a favor y en contra. El antisemitismo sobre la mesa. Posicionamiento que a Marcel lo aleja de Daudet. O las relaciones que surgen con otros escritores de la época como Renard, Zola, los hermanos Goncourt, Huysmans…
De Nerval, Mori centra su atención en Viaje a Oriente. Y así el lector viaja y se embriaga de olores y colores de ciudades, folclore, mitología. Se habla en el libro de que la literatura debe ser energía, la de un corazón latiendo, un esfuerzo sístole-diástole.
Las tres biografías convertidas en fluidos ensayos resultan subyugantes porque parecen textos segregados por Nerval, Schwob y Roussel, aunque quien mueva los hilos sea Mori, en cuyos textos cristalizan la fiebre, el delirio, la locura, la mística, el simbolismo, lo grecolatino, la pasión, la fe ciega, la enfermedad, la herida, en suma, que supura y anega cada página.