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Pedro Mairal

El año del desierto (Pedro Mairal)

El año del desierto de Pedro Mairal es la historia de una amenaza; la intemperie -un desierto que avanza- va cercando la Capital (Buenos Aires), lo que obliga a su población a tener que adaptarse a las nuevas circunstancias. Una amenaza que no es solo climatológica, sino que se ve agravada por la violencia generada por las bandas de la Provincia, que tratan de entrar en la Capital, y la respuesta también violenta del ejército, lo que se traduce en algaradas callejeras y muertos en las calles.

Lo que sucede lo vemos a través de los ojos de la joven María, quien vive con su padre, el cual morirá tras pasar éste varios meses en coma catódico (este es un momento absurdo y muy posiblemente lo mejor de la novela). El novio de María desaparece en una manifestación, es obligado a colaborar con su país tras ser alistado contra su voluntad en el ejército y finalmente acaba desertando y desapareciendo del mapa.

A medida que la intemperie avanza todo se complica; aumentan las dificultades, surgen las tensiones y la carestía hace aflorar los instintos más violentos. A María ya sin su padre y sin ningún familiar cerca, le toca buscarse la vida, después de perder su trabajo como secretaria en una de esas Torres que son como ciudades verticales. María debe reciclarse; como ella son muchos los que a consecuencia de la intemperie (que bien podría ser la Crisis) han perdido sus trabajos y sobreviven como pueden trabajando en lo que se les ofrece, así María, que encontrará empleo haciendo de enfermera en un hospital hasta que le obligan a marcharse a fin de no contraer la enfermedad, limpiando luego camas en hangares de un puerto, oficiando de cantante y barragana en un lupanar, ya bajo el apelativo de Molly, donde la vida de las chicas que trabajan con ella no vale nada, en manos de un Obispo despótico, una María siempre en movimiento, dejando más tarde la Capital, rumbo hacia Luján y finalmente a la deriva ante un horizonte azul monocromático: solo agua y cielo alrededor.

La imaginación de Mairal se cifra en dar cuenta de una ciudad asolada, en crisis, convulsionada, histérica, ante una amenaza que al comienzo de la novela avanza a buen ritmo pero que luego se queda en suspenso, pues uno imagina un escenario mucho más apocalíptico, abocado al precipicio, pero esto no es así, pues a pesar de todo la Capital aguanta, y la gente mejor o peor sigue haciendo su vida (más allá de la Intemperie, y más allá de la Política), incluso como dice alguien en la novela, la desgracia va por barrios y lo que sucede doce cuadras más allá no les concierne, porque cada barrio es un mundo propio. Esto despista, porque sin transición pasamos de vislumbrar el fin de la humanidad a algo que tiene las características propias de una crisis: carestía, manifestaciones violentas, hambrunas, enfermedades, hospitales bajo mínimos, las fuerzas del orden campando a sus anchas, el caos enseñoreándose por las calles, etc.

A las novelas como la presente les encuentro un pero, y es que o se escribe algo radicalmente nuevo o bien todo son ecos, interferencias de películas vistas y libros leídos que se cuelan en la narración. Así, leyendo la novela pensaba en La constelación del perro, en Brilla mar del Edén o en películas como Los últimos días, por citar algunas. Películas y libros, en los que los humanos se enfrentan ante una amenaza, ante lo desconocido, ante algo que decolora su porvenir y ante una situación donde el único afán es ya sobrevivir y en donde las conductas humanas a fin de cuentas siempre son clónicas y donde lo único que pudiera ser para el lector vivificante, subyugante y atractivo, sería una prosa radical, febril, enfermiza, delirante que en Mairal -tirando éste de manual y en una línea muy clásica, a pesar de algunos ribetes gore en las postrimerías- no la he encontrado, más allá de ser la novela un desplazar a María, su personaje, por distintos lugares y escenarios que languidecen, no por la intemperie, sino porque la novela no da mucho más de sí, una vez que las cartas están sobre la mesa y uno anhela entonces más “que acabe ya” que el “que dure sine die”.

El no haber pisado yo nunca Buenos aires y el no ser argentino, implican que mucho de lo que Mairal nos refiere, algo parecido a un palimpsesto en descomposición donde asoman los estratos, tanto a modo metafórico como mediante correspondencias históricas, a uno se le escapen y sólo capte lo arriba enunciado, lo cual tiene algo, o mucho que ver, presumo, con mi valoración de la novela.

Bestiario

Bestiario (Julio Cortázar)

Julio Cortázar
RBA
124 páginas
1992

Julio Cortázar (1914-1984) escribió Bestiario, su primer libro de relatos, con 37 años. Un libro fantástico en todos los aspectos, un debut en el mundo de los relatos que me parece sorprendente, por su estilo, por la potencia de su prosa, por el significado que se nos hurta una y otra vez y exige una lectura atenta, exigente, no exenta de placer.
Son ocho relatos a cual mejor los que conforman este Bestiario.

Cortázar necesita apenas un párrafo para tener al lector abismado en la lectura. Una prueba de ello es Bestiario, el relato que cierra el libro. En la mayoría de los relatos predomina el elemento fantástico, ya sea en Bestiario con un tigre que campa a sus anchas por una Hacienda y rige, cual demiurgo, la vida de los demás; Cefalea, donde unas imaginarias mancuspias, se conjugan con una realidad febril y unos pensamientos enfermizos que concurren en una narración delirante y asfixiante. Está presente también en la narración la amenaza del Otro, del invasor, presencias innominadas, como sucede en uno de mis relatos preferidos, Casa tomada.

En Lejana, se combina la doble personalidad de una mujer que cree tener su doble en Budapest, acopiando el dolor de su otra yo mendicante, como una parte del suyo.

La muerte, materializada o no, se plasma en todo su esplendor en el terrorífico Circe, uno de mis relatos favoritos, donde el ser humano deviene en monstruo, y donde solo la aniquilación física parecer ser capaz de poner punto y final a un comportamiento que no admite enmienda ni corrección.

Carta a una señorita en París otra vez se mezcla lo fantástico y lo misterioso de forma subyugante y hay una muerte postrera que cierra el relato.

Las puertas del cielo le permite a Cortázar mostrar la dicotomía entre peronistas y no peronistas, y por encima de estos pormenores políticos y sociológicos, a Celina, la muerta, que en el cielo podrá finalmente disfrutar del baile y de la música que en vida se le negó.

Omnibus es un relato pura fantasía, donde todo son interrogantes, me temo que sin respuesta, donde queda patente no obstante ese sentimiento de amenaza, de violencia latente, de sentirse uno observado, en el punto de mira ajeno, simplemente por obrar distinto.

José Bianco

Sombras suele vestir, La pérdida del reino, Las ratas (José Bianco)

José Bianco
Editorial Atalanta
382 páginas
2013

La editorial Atalanta ha decidido, para bien del lector, reunir tres novelas de José Bianco: Sombras suele vestir (1941), La pérdida del reino (1972) y Las ratas (1943), a lo que hay que sumar un relato, El límite, y unos ensayos artículos y entrevistas que van de 1929 a 1986.

A modo de introducción Jorge Luis Borges habla de la figura de Bianco, de quien dice ser uno de los primeros escritores argentinos y uno de los menos famosos. Su producción literaria es escasa, pero al igual que Rulfo creo que atesora la suficiente calidad como para pasar a la posteridad.

A Bianco se le conoce más por su labor de traducción. En uno de los ensayos más interesantes, en el que nos habla de su labor traductora, nos cuenta que fue él, quien al traducir la novela de Henry James, The turn of screw, optó por volcarlo al castellano bajo el título de Otra vuelta de tuerca, en lugar de la forma literal que hubiera sido La vuelta de tuerca.

En cuanto a las novelas, las tres muy notables, en lugar de entrar a desentrañar su argumento prefiero poner un párrafo de la última de ellas, que define muy bien el espíritu de las novelas.

En cambio, si dejaba que sus fantasmas empezaran a rondarme y a gravitar sobre mi conciencia, acaso lograra identificarme poco a poco con él. Cuando ya nada se interpusiera entre nosotros, cuando su voz fuera mi voz y yo no distinguiera entre lo cierto y lo incierto, lo ficticio y lo real, tal vez alcanzara esa realidad literaria que, más que ver, nos permite entrever como un relámpago la verdad de un ser humano sin disipar por completo su misterio. Entonces, aunque avanzara en el conocimiento dramático y aventurado de su alma, no ahuyentaría esas sombras bienhechoras gracias a las cuales el héroe de una novela es, simultáneamente, comprensible e impenetrable.

Las novelas de José se mueven en esa tierra de nadie entre realidad y ficción, entre lo que vemos y lo que intuimos, entre certezas que no lo son, y misterios inextricables que nos parecen palpables, entre lo que que conocemos y la opinión que nos formamos sobre ello y para ello José emplea una prosa limpia, sin artificios ni barroquismos, una prosa que envuelve, que anida en el lector, para una vez dentro desplegar sus alas y enriquecernos, pues leyendo, no somos otra cosa que el agua que al recibir el impacto de una piedra, se expande, en ondas concéntricas, como si no hubiera orillas que frenaran nuestro crecimiento.

La sabiduría de José se plasma en los fecundos ensayos como los que dedica a Casanova, Proust y su madre, a Ortega y Gasset, Borges, u otros impagables como Parafernaria (Pensemos en las imágenes de Santiago el Mayor, patrono de España, que se lo representa a caballo, blandiendo una espada; a los pies del caballo, para edificación de los creyentes, yacen cortadas las cabezas de los moros. En el ámbito literario se hace sentir esa característica de la cultura. El escritor menosprecia necesariamente un aspecto de sí mismo que la tradición no valora...) y en las entrevistas que cierran el libro y que nos permiten entender mejor su manera de escribir, su labor en la revista Sur, los fines que persigue, las reflexiones sobre su obra, etc.

Rayuela

Rayuela (Julio Cortázar)

A estas alturas creo que todo lo que uno pueda decir, incluso pensar, sobre Rayuela ya lo han dicho o pensado otros. Dicho lo anterior, decir que la novela me ha gustado, mucho.

Nada había leído de Cortázar hasta la fecha y esta novela es un artefacto narrativo deslumbrante y subyugante por muchos motivos.

Lo he leído siguiendo el tablero de dirección, leyendo todos los capítulos, con la edición de Cátedra, donde el prólogo de casi 100 páginas resulta muy interesante y provechoso, y donde las abundantes notas al pie de página que hay luego en el texto, proporcionan datos de sobra sobre la infinidad de músicos, cantantes, pintores, escritores, etc, que aparecen en la novela. Aunque pienso que como sucede con los chistes, que pierden la gracia si te los explican, con los juegos de referencias y de palabras, o los coge uno al vuelo o luego, a toro pasado, tienen escaso mordiente.

Me ha gustado mucho el personaje de la Maga, su sencillez, su honestidad, su ansia de saber, de conocer, su forma de entender y vivir la vida. Contrasta su personaje con el de Horacio, su amante en París, el presunto intelectual que junto a sus amigotes hace de menos a Maga, ridiculizándola, poniendo en evidencia su falta de “cultura”. Una relación amorosa con niño de por medio, el inolvidable Rocamadour, donde Cortázar narrará la muerte del niño de una manera inolvidable, donde se cifra la habilidad de Cortázar para abundar en lo trágico sin hacer concesiones a lo sentimentaloide. Una relación la de la Maga y Horacio a su vez inolvidable, en ese arañar y desentrañar el alma humana y las contradicciones que nos constituyen, la pugna que mantenemos con el Doppelgänger, ese otro que nos posee y nos reemplaza, porque si Rayuela es muchos libros, los humanos también somos muchos humanos, mucho más que la (a menudo única) máscara con la que nos presentamos a diario, porque como dice Horacio “yo en realidad no tengo nada que ver conmigo mismo”. La vida entendida como búsqueda, como desencuentro, como incertidumbre, Horacio siempre buscando el centro, ¿el centro de qué?.

Me gustan las reflexiones de Morelli, que habla por boca de Cortázar para reflexionar sobre el acto de escribir, sobre el papel de la literatura, sobre la posibilidad de acabar con la novela desde dentro.

Rayuela es un artefacto narrativo, que rompe las reglas de la novela al uso, la narración lineal, ese FIN que tanto consuela. Rayuela es un paréntesis, un jirón, un desgarro, un juego, un cosmos jibarizado y durante algo más de una semana, mi pasatiempo favorito.

…le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra…
plaza-rayuela
Rayuela es el universo en una dimensión, el encuentro entre el cielo y la tierra, y nosotros arrieritos, que moviendo el tejo, moviendo la piedra, nuestra cruz, tratamos de dar el salto definitivo al más allá, al cielo, o al limbo, o quizás a la nada de la que vinimos.

Las páginas están llenas de música, de canciones de jazz, que suenan en vivo, o que nos asaltan desde un vinilo. Una música, un swing, que Cortázar también dice buscar en sus relatos, y que también está contenido en las páginas de esta novela, que puede resultar a ratos más o menos inteligible pero siempre fluida.

Una novela que se da el lujo de meter de rondón las palabras de Ceferino, y su nuevo orden mundial, una ida de olla literaria memorable, donde Cortázar dotado por el don de la oportunidad y la ocasión, como su Horacio, coge cosas que encuentra por ahí y las recicla, las embute en el texto, que este devora.

Más que abundar en la reseña (donde podía estar hasta mañana a estas horas, transcribiendo los múltiples párrafos que he subrayado), sirvan estas letras para animaros a leer Rayuela, a perderle el miedo a la novela, a disfrutar de Cortázar, de su inteligencia, de su humor, de su imaginación, de su sensibilidad, de la pulpa de su prosa; ese espejo donde reconocernos, espejo roto, sí, pero espejo.

Una prosa imantada capaz de aglutinar limaduras de realidad, capaz de enhebrar el universo.

Pienso en el escritor como aquel socorrista que practicando el boca a boca, salva una vida. Cortázar hace algo parecido, coge un texto, un alud de palabras, y las vivifica, y entonces el lector tiene la sensación de estar leyendo con la misma ilusión de la vez primera.

En el libro Fin de Poema, de Juan Tallón, tenemos a Pizarnik encargada de pasar a máquina Rayuela de Cortázar, ensimismada de tal manera con la lectura de la novela, al punto de hacer dejación de sus funciones de mecanógrafa y finalmente desapareciendo (temporalmente) el manuscrito en su casa, para desesperación del escritor.

Dijo Cortázar: “Bueno, hay un libro, esto es prosa, que yo salvaría, y es el Ulises. Yo pienso que el Ulises en alguna medida resume toda la literatura universal”.

Próxima parada: Dublín.